Mucha gente no sabe qué hacer con la oración, no le encuentra sentido alguno y la ve como una pérdida de tiempo y de energías. Incluso, racionalmente, ven la oración innecesaria, superflua y peligrosa. Esto puede ser una herencia de la ilustración pues como explica Juan Antonio Estrada, una de las dimensiones fundamentales de la Ilustración es la crítica religiosa. El pensamiento ilustrado tiende a ver la religión como un fenómeno de gran relevancia social, pero con raíces malsanas. Esa crítica se extiende a diversas formas de la praxis religiosa, entre las cuales destaca la oración. Sin embargo, no hay que olvidar que la Ilustración acepta algunas de las dimensiones fundamentales de la religión, como, por ejemplo, su dimensión ética y el postulado de sentido que ofrece al hombre (Kant); o el Valor especulativo y teórico de la doctrina que para Hegel es una forma de saber en la que se inspira la misma reflexión filosófica. Incluso se puede asumir el valor de la religión como expresión del amor al prójimo (Feuerbach) o como expresión de la protesta de la criatura oprimida ante el sufrimiento (Marx). Todas estas dimensiones son aceptables para la Ilustración, aunque haya que superar su expresión religiosa y darles un nuevo sentido filosófico, ético, político o cultural[1].
Hoy es posible ser cristiano y moderno, más aun, es necesario reconocer la crisis de la modernidad (posmodernidad), sin dejar a un lado los cuestionamientos anteriores de manea ingenua. Pero aun así es posible creer en Dios y no caer en mistificaciones ilusorias de la realidad; defender una comprensión cristiana de la vida y adherirse a las exigencias de la razón ilustrada. Sin embargo, persisten los efectos de la crítica ilustrada y, sobre todo, el desprestigio y minusvaloración de la oración.
Pero este planteamiento cambia cuando se analiza la oración desde la perspectiva de un Dios que ha querido crear libremente al hombre a su imagen y semejanza y lo asume como su interlocutor. El creador ha querido relacionarse con la persona humana, y la oración cobra sentido no porque lo tenga como acto en sí mismo, sino en su contexto relacional. La oración hay que enmarcarla en el contexto de la economía del don a la que pertenecen creación y redención. Sólo a partir de ahí tiene sentido. Por eso podemos buscar y pedir cosas concretas en la oración, pero, más allá de los bienes particulares, es al Dios-amor a quien el ser humano busca, y este Dios le busca en medio de la historia y la comunidad. En estos dos horizontes se lleva a cabo el culto cristiano. Es decir, el culto se vive en una dimensión histórica y comunitaria.
Juan Calvino decía que “la alabanza y la acción de gracias deben ir siempre unidas a nuestras oraciones”[2], es decir, pensar en el culto es pensar también en la oración. De hecho en ocasiones se ha definido el culto como la “asamblea de oración”. Cuando nos reunimos como pueblo para celebrar y dar gracias al Dios de la vida, estamos orando. Siguiendo a Calvino, cuando juntamos las peticiones y las acciones de gracias a Dios: “Le manifestamos nuestros deseos, pidiéndole no solamente lo que se refiere al aumento de su gloria y a ensalzar su nombre, sino también lo que mira a nuestro servicio y provecho. Al darle gracias, celebramos con alabanzas sus beneficios y mercedes, protestando que todo el bien que tenemos lo hemos recibido de su liberalidad”[3].
Estamos llamados continuamente a ofrecerle culto a Dios porque no faltan los motivos para agradecerle o bien para clamar a él, ya sea porque hemos visto su acción providencial o porque se la pedimos. En este sentido, podemos decir que la oración es expresión de la historia, de lo que Dios ha hecho, de lo que está haciendo y de lo que hará. En consecuencia, el culto tiene una dimensión histórica profunda. En el culto recordamos al Señor que se manifiesta en la historia, en nuestra historia particular incluso y que nos abre la historia ante el horizonte de su esperanza. En efecto en el culto y la oración hay un movimiento del pasado que nos abre a un futuro, y nos desafía a un servicio que nos convierte en profetas, o mensajeros de la respuesta de Dios en la historia. De este modo, como menciona Xabier Pikaza: “La oración se vuelve así fuente de futuro. Siendo palabra de Dios y respuesta activa del humano, ella es lugar de realización histórica. Dios no se encuentra en el puro mundo, ni en la interioridad extra-mundana, sino en la misma tarea de la comunidad creyente y orante que traza su camino de futuro desde la misma Palabra divina”[4].
Por otro parte, la oración en el culto, al ser una oración ubicada en la histórica, se vuelve comunitaria, ya que el orante, al comunicarse, al unirse con Dios en la oración se vincula con su pueblo tornándose así en una comunidad de orantes, pues la experiencia del encuentro con Dios se expresa en la oración comunitaria en donde “se celebra y se recuerda la presencia de Dios tanto en la palabra compartida como en la celebración del misterio”[5].
Aunque la oración en el culto es colectiva, va dirigida únicamente a Dios, a aquel que nos ha hablado, que nos confronta y en esta confrontación nos descubrimos “desnudos”, como “hombres que tienen labios inmundos y habitan en pueblo que tiene labios inmundos” (Is. 6). Con todo, no estamos solos en nuestra individualidad, estamos unos con otros ante el Señor, como decía Kart Barth “la oración no nos puede alejar de los hombres, no puede sino unirnos más porque se trata de una cuestión que nos concierne a todos”[6]. La oración comunitaria es un don de Dios, por lo cual, cuando oramos, hacemos uso del esa gracia de Dios; el ser humano la toma porque se reconoce como necesitado de dicha gracia.
Cuando oramos, nuestra condición humana nos es revelada, sabemos que estamos en angustia y en esa esperanza; Dios nos coloca en esa situación, pero al mismo tiempo el viene en nuestra ayuda. La oración es pues la respuesta del hombre cuando comprende su miseria y sabe que el socorro se aproxima[7].
La oración en el culto siempre en comunitaria, oramos “Padre nuestro”, como Jesús nos enseñó, y “Esta es una exhortación de cuán fraterno afecto debemos tener los unos para con los otros, pues todos somos hijos de un mismo Padre, y con el mismo título y derecho de gratuita liberalidad”[8], nos indica Calvino. Pero precisamente por ello, la oración comunitaria es la que más trabajo exige de nosotros, ya que es nuestro tiempo de hablar desde la historia y desde nuestra comunidad. Después de escuchar la voz de Dios, nos corresponde dirigirnos a El y esta oración ha de ser nuestra palabra, ya D. Bonhoeffer decía:
Nuestra oración por ese día, por nuestro trabajo, por nuestra comunidad, por las miserias y los pecados particulares que pesan sobre todos, por las personas que nos están encomendadas. ¿O tal vez no deberíamos pedir nada para nosotros? ¿Sería inadmisible la necesidad de orar en común y con nuestras propias palabras por nosotros? Sea como fuere, es imposible que cristianos llamados a vivir bajo la autoridad de la palabra no acaben por dirigir, también unidos, sus oraciones personales a Dios. Presentarán a Dios las mismas preces, la misma gratitud, la misma intercesión, y deberán hacerlo con alegría y confianza.[9]
Orar no es solo desahogar el corazón sino encontrar a Dios, con el corazón lleno o vacío y la oración en comunidad ha de ser la oración de todos, no la de un individuo que la pronuncia. Al que se le encomienda orar por la comunidad es importante que comparta los intereses y preocupaciones de la comunidad, continúa Bonhoeffer:
Es preciso que comparta la vida diaria de la comunidad, que conozca sus afecciones y necesidades, su alegría y gratitud, sus ruegos y esperanzas. Tampoco debe ignorar su trabajo y sus problemas que éste acarrea. Ora como un hermano en medio de otros hermanos. El no tomar su propio corazón por el de la comunidad, exige lucidez y vigilancia. Por esta razón será útil que reciba continuamente ayuda y consejo de los demás y que recuerde en su oración esta necesidad, aquel trabajo, a tal persona determinada. De este modo la oración se transformará cada vez más en la oración de todos los que forman la comunidad.[10]
Podríamos decir que la oración es la actividad que nos une como pueblo, que nos permite alzar la voz hacia el Señor, y es además, el don por el que el Señor nos capacita para dialogar con El. La oración es una actividad de comunidad, porque la experiencia personal con Dios está abierta a la experiencia en comunidad con Dios. Significa entonces estar dispuestos a dar de la propia experiencia y a recibir de la experiencia y espiritualidad de otros. Aprender y crecer en oración con otros, como comenta Jon Sobrino,
A priori puede ya decirse que Dios es Dios de un pueblo y que le experiencia de Dios tiene que ser hecha por todo un pueblo. En lenguaje más sistemático tiene que decirse que no hay ninguna experiencia personal concreta que agote el misterio de Dios y que entre las experiencias personales concretas de todo el pueblo de Dios puede ir acercándose asintóticamente al encuentro con Dios en plenitud […] Nadie debería ser tan timorato que pensase no tener nada que ofrecer a otros de su propia fe, y nadie debiera ser tan presuntuoso como para pensar que no puede recibir para su propia fe la de los otros.[11]
Finalmente, cuando oramos como pueblo y rogamos al Dios de la vida en los tiempos de angustia, la comunidad se convierte en espacio de consuelo y esperanza, por la cercanía de Dios en la oración. Un Dios que a veces se oculta y que sin embargo, en medio de su pueblo está. Es el Dios de Jesucristo el que responde para sanar al enfermo, para perdonar el pecado, para liberar al oprimido y para levantar al caído. La oración en el culto, es vital y da sentido a la iglesia. Cuando la comunidad asume el don de la oración y la pone en su contexto histórico, la iglesia deviene “santuario”, como dice Ronaldo Muñoz:
Un espacio humano donde el pueblo y cada uno puede encontrarse con su Dios, una escuela de oración y adoración “en espíritu y en verdad”, un camino compartido para crecer en la fe y el conocimiento del Dios de la vida, del Dios del reino predicado y encarnado por Jesucristo. La capillas y los templos materiales pueden ser espacios de acogida y signos visibles. Pero es la comunidad misma, con sus rostros y su fraternidad concreta, con su oración y sus celebraciones bien “situadas”en la vida, la que tiene que constituir para el pueblo el ”cuerpo” de Cristo” y el “templo del Espíritu”, el espacio humano donde encontrarse con el Dios vivo[12].
La oración en el culto es una verdadera relación entre los miembros de una comunidad. Tomamos en nuestro destino, el destino de los demás, como se dice en la iglesia Ortodoxa[13]. Las oraciones arrastran a los presentes como una ola más allá de ellos mismos y del círculo familiar hacia la comunidad, aun hacia los ausentes, hacia la ciudad, hacia los que padecen y están sufriendo, hacia los que están en peligro, hacia los que agonizan. El culto siempre es compañerismo en oración, aun con los ausentes, de hecho estos son los que hacen no solo posible, sino necesaria la oración. Quizá por ello dijo Jesús “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos” (Mt 18:20).
________
[1] Cf. Estrada, Juan Antonio. La oración de petición bajo sospecha. Santander, Sal Terrae. 1997.
[2] Calvino, Juan, Institución de la religión cristiana. III, xx, 28. 3ed. Trad. Cipriano de Valera. Países Bajos, Feliré. 1986, p. 696.
[3] Idem.
[4] Pikaza, Xabier, El fenómeno religioso. Curso fundamental de religión. Madrid, Trotta. 1999, p. 244.
[5] Ibid, p. 245.
[6] BARTH, Karl, La oración. Reflexiones sobre el Padrenuestro. Trad. José Míguez Bonino. Buenos Aires, La aurora. 1978, p. 18.
[7] Ibid, p. 28
[8] Calvino, Juan, op cit., III,xx,38, p. 707.
[9] Bonhoeffer, Dietrich, Vida en comunidad. 5 ed. s/t. Salamanca, Sígueme. 1982. p. 63.
[10] Ibid, p. 64
[11] Sobrino, Jon, “Espiritualidad y seguimiento de Jesús”, en I. Ellacuria Y J. Sobrino, Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación. 2 ed. Madrid, Trotta. 1994, T. II, p. 474,
[12] Muñoz, Ronaldo, “Experiencia popular de Dios y de la iglesia” en J. Comblin, et al (comps.), Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina. Madrid, Trotta. 1993, p. 169.
[13] Cf. Evdokimov, Paul, Ortodoxia. Trad. Enrique PRADES. Barcelona, Península. 1968, p. 263.