“Dios es dueño de toda la tierra
y de todo lo que hay en ella;
también es dueño del mundo
y de todos sus habitantes.” (Salmo 24:1, TLA)
Sólo 8 personas tienen más dinero
que la mitad de la población del mundo.
8 frente a 3.500.000.000 de personas.
Unas pocas más son las que manejan
los grandes negocios de la economía mundial.
En algunos países, la tierra está en manos
de apenas unas pocas familias.
Un solo apellido en Argentina
tiene casi 1.000.000 de hectáreas
y hay familias que no tienen donde vivir.
Algo hemos hecho muy mal
desde el comienzo de los tiempos hasta hoy;
algo no hemos comprendido del mensaje divino,
de aquel Dios que se reclama dueño de todo:
de la tierra y de sus habitantes.
Calvino decía que “toda la tierra
es el escenario de la gloria de Dios.”
Pero, hemos parcelado su creación,
y mientras unos pocos se creen dueños
y viven como si fueran los señores
de la casa común que Dios nos ha dado,
miles de millones pasan hambre y sed
y esperan que su justicia se manifieste.
Hay que revisar las confesiones
de fe que las iglesias recitamos
y hay que actualizarlas, para recordarnos
aquellas cosas que la teología ha olvidado.
Dios solo puede ser confesado “Todopoderoso”
si en la tierra no se lo oponen otros poderes
que desacreditan el evangelio de la gracia.
Jesucristo solo puede ser confesado “nuestro Señor”
si en esta vida ninguna personase enseñorea sobre otras.
Y el Espíritu y la comunión de los santos
son mentiras bonitas si no se concretan
en comunidad solidaria y en compartires sinceros.
Desde el pesebre, desde la nada misma,
desde la fragilidad más absoluta,
Jesús viene a reinventar la historia
y a recordarnos quien es el dueño de todo.
