Hace un tiempo escuché un argumento al escritor Sam Harris (el conocido autor de best-sellers como Letter to a Christian Nation) en el que denunciaba la existencia de textos bíblicos ‘inmorales’. Ante la defensa que algunos cristianos hacen de que “no somos tan tontos como para creer y aplicar literalmente todo lo que leemos” (aunque algunos dicen que eso es precisamente lo que tenemos que hacer), Sam explica que siempre que dichos textos existan viviremos con la posibilidad de que las cosas que ordenan ocurran a nuestro alrededor: “si creemos que un texto procede de Dios y dicho texto nos ordena cometer ciertos crímenes, siempre habrá alguien que crea lo que dicho texto dice y lo lleve a cabo bajo autoridad divina”. En un punto de su argumento lo explica así: “si en el Corán leyésemos que ‘Dios repudia a las pelirrojas y por tanto todo fiel que quiera ir al cielo ha de matar a cualquier pelirroja que vea sin piedad y sin contemplaciones’, estoy seguro de que habría muchas más noticias de mujeres pelirrojas asesinadas en países musulmanes. Es cierto: muchos dirían que esas personas leen mal el Corán, que el Islam es una religión de paz y no muerte, que Dios nunca ordenaría cosas así, etcétera. Pero el hecho es que el número de pelirrojas muertas crecería por la mera existencia de dicho texto”.
Me da la impresión de que Sam tiene razón. Es cierto que no debemos juzgar una religión por lo que algunos de sus creyentes hacen: en todo grupo hay personas que no entienden, que quieren hacer daño, que no saben discernir las situaciones adecuadamente. Pero no es menos cierto que todos tenemos la responsabilidad de actuar para reducir (¿eliminar?) la posibilidad de errores que lleven a la opresión, la injusticia y la muerte. Es conocido que la Biblia contiene una mezcla de textos que en ocasiones puede resultar peligrosa dependiendo de quién dé con ella. Aunque en la Biblia podemos leer textos con un gran contenido moral, con grandes enseñanzas éticas de amor y sacrificio por el bien del otro, no podemos negar que en no pocas ocasiones también leemos que Dios invita al sacrificio de un hijo (con cuchillo en mano), pide la sumisión de algunos miembros de la sociedad a otros (por ejemplo, de las mujeres a los hombres) y ordena la matanza ‘sin piedad’ de pueblos enteros (niños incluidos). Por tanto, como en todo pupurrí, es necesario tener unos criterios adecuados antes de comenzar a leer dichos textos para poder ser capaces de decidir cuáles de ellos tenemos que aplicar a nuestras vidas y cuáles hemos de rechazar.
Sin embargo, no digo nada nuevo al observar que en las iglesias hay una tremenda incapacidad para aplicar el pensamiento crítico a los textos bíblicos. En mi opinión gran parte del problema procede del hecho de que aquellos miembros del grupo que tienen dicha capacidad crítica deciden no transmitirla al resto de la comunidad cristiana, limitándose a proclamar que la Biblia es un libro escrito por Dios y que por tanto todos los textos y enseñanzas que ahí leemos son igualmente inspiradas. Hoy día es tristemente cierto que tanto líderes como profesores intentan evitar polémicas en sus iglesias y seminarios (quizá para salvar su salario) y, en lugar de esforzarse por hacer entender a los fieles la realidad de los textos bíblicos, se limitan a dejarles creer lo que ellos saben que no es cierto, siempre y cuando paguen a final de mes. Y por medio de esta actitud lo que crean es un conjunto de fieles sin capacidad para utilizar el pensamiento crítico y seleccionar el ‘canon dentro del canon’ que mencionaban los padres de la Reforma. Y cuando dicha incapacidad crítica se enfrenta a textos como los que hablan del silencio y la sumisión de las mujeres a los hombres (por citar un ejemplo entre muchos otros), entonces la Biblia se convierte, sin pretenderlo, en un instrumento de injusticia que se usa para justificar la opresión de ciertos grupos sociales. Así, textos que en un principio, con unos criterios adecuados, podrían ser considerados como fruto de la política privada de un escritor bíblico, se convierten por esta falta de criterios en ordenanzas divinas que han de ser aplicadas también en nuestros días.
¿Cuál es la solución a este problema?, ¿bastaría con un poco de valentía por parte de los líderes y profesores a la hora de enseñar?, ¿bastaría con un poco de apertura a la hora de aprender?, ¿sería útil dejar a un lado por un tiempo frases como ‘la Biblia es la Palabra de Dios’, frases vacías de contenido y que no hacen otra cosa que fomentar una visión mágica del texto que puede llevar a muchos malos entendidos? Quizá no, pero vale la pena intentarlo.