*Artículo publicado por gentileza de la revista «Protestantes«
Para el cristianismo occidental, el año litúrgico comienza el primer domingo de Adviento, día que marca el inicio de la temporada que abarca los cuatro domingos que anteceden a la Navidad. Adviento es un término que proviene del latín y significa «venida, llegada», y consiste en un tiempo especial en que la comunidad cristiana se prepara para celebrar el nacimiento del Mesías. Es importante, entonces, diferenciar las celebraciones de Adviento de la de Navidad: mientras la primera se caracteriza por su clima de anticipación y expectativa, la segunda se centra en el acontecimiento, en el cumplimiento de la promesa del niño-Dios entre nosotros.
Ven, Jesús, nuestra esperanza
Adviento es parte de un ciclo mayor que se extiende hacia Navidad y Epifanía, con las que conforma un núcleo en torno a los temas de expectación-encarnación-manifestación. A su vez estas celebraciones adquieren su plena dimensión y significado a la luz de su conexión con el ciclo pascual. En Adviento la cristiandad se prepara para celebrar el nacimiento de Jesús recordando el anhelo de los judíos por un Mesías y al mismo tiempo reconociendo nuestra necesidad de un Salvador.
Aun cuando la organización trienal del Leccionario Común Revisado propone lecturas rotativas de los Evangelios para los cuatro domingos de Adviento, se mantiene a través de ellas una secuencia común: la enseñanza de Jesús sobre el final de los tiempos, la predicación de Juan el Bautista como el precursor que vino a «preparar el camino del Señor» (Mc.1:2), Juan el Bautista y la llegada del «que había de venir» (Mt.11:3), y los eventos que precedieron al nacimiento de Jesús, centrándose en la preparación de María para dar a luz al Mesías prometido. Narrativamente, la secuencia se caracteriza por el movimiento expectación-anunciación-proclamación-cumplimiento. Teológicamente, Adviento es un período caracterizado por tensiones y paradojas.
Adviento es la celebración del principio y, a la vez, del final. Aun cuando marca el inicio de año litúrgico y anticipa el evento que da comienzo a la historia de la salvación mediante Cristo Jesús, Adviento es ante todo un período que apunta a la nueva «llegada» de Cristo al fin de los tiempos. Como señala Laurence Hull Stookey, «Lo que parece ser una anomalía es un punto teológico muy importante: el comienzo del año litúrgico lleva nuestro pensamiento hasta el final de las cosas. Porque “fin” significa no solo el “fin de los tiempos”, sino el propósito central de la meta de la creación»[1]. Si consideramos que el calendario litúrgico tiene una concepción circular del tiempo, no es casual que el fin y el comienzo se unan. Uno alimenta la comprensión del otro. «Por consiguiente, comenzamos el año reflexionando y orando juntos sobre el fin de toda la historia»[2]. En este sentido, la celebración de Adviento tiene la función pedagógica de formar a los creyentes para vivir todo el año con expectación.
Adviento es celebración de la obra de Dios en el pasado, mientras anticipa su acción en el futuro. Así como Dios ha entrado en la historia humana mediante la encarnación del Hijo, así también llevará esa historia a su plena consumación. Nuestra práctica de la temporada de Adviento debe incorporar deliberadamente esta tensión entre el “ya” pero “todavía no”. El Mesías ya ha venido, pero la transformación del mundo aún no está completa. Entre tanto, «toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto» (Rom. 8:22). La dimensión ecológica del Adviento emerge vívidamente de las lecturas de Isaías y de las imágenes cósmicas de los textos escatológicos de los evangelios: Aquel por medio de quien «todas las cosas fueron hechas» (Jn.1:3), inaugurará «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap.21:8).
Mientras tanto, la tensión pasado-futuro dirige nuestra atención hacia el presente. El Cristo que ha venido y volverá habita por su Espíritu en medio nuestro. En palabras de Thomas Merton: «En Adviento, celebramos la venida y, de hecho, la presencia de Cristo en nuestro mundo. Somos testigos de su presencia incluso en medio de problemas y tragedias»[3].
En este sentido Merton retoma la tradición del monje cisterciense francés Bernardo de Claraval quien, en una serie de homilías de Adviento en el siglo XII, expuso por primera vez su doctrina de la triple venida de Cristo. Bernardo sostenía que entre sus dos venidas a este mundo “una, conocida; la otra, esperada” hay una tercera venida, invisible, a las almas que le aman y se entregan a él. Por ello, para el cisterciense, «El adviento no es una llegada de quien ya está presente; es la aparición de quien permanece oculto»[4]. Adviento, entonces, es a la vez expectación y memoria, al tiempo que demanda sensibilizarnos para reconocerle presente y activo en nuestras vidas, en nuestro mundo, en nuestras comunidades de fe. Y es la iglesia, la que como cuerpo de Cristo le hace presente hasta que vuelva.
Adviento es un tiempo de gozo y al mismo tiempo, de lamento. Mientras recordamos la espera de Israel y las promesas mesiánicas, y agradecemos por el nacimiento de Jesús, también anticipamos que el Señor regresará como Rey «a juzgar a los vivos y a los muertos» (2 Tim. 4:1). Si ambas venidas ameritan el clima de celebración, la perspectiva del juicio final introduce, paradójicamente, un espíritu de contrición, aunque envuelto en seguridad y esperanza. Cuando venga el Hijo del Hombre, «estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo en un molino; la una será tomada, y la otra será dejada» (Mt.24:4-42). Por ello, la esperanza escatológica requiere a su vez de atenta vigilancia: «Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo» (Mc.13:33).
La yuxtaposición de la celebración del nacimiento de Cristo con la expectación de su segunda venida envuelve la espiritualidad de Adviento de gozo y al mismo tiempo, lamento. «Cuando pensamos en el reino venidero de Dios, no podemos evitar anhelar el fin de la guerra, el abuso, el hambre, la violencia, la enfermedad y la muerte. El lamento litúrgico es nuestra expresión de tal anhelo es la expresión de los gemidos que sentimos mientras ansiamos intensamente el shalom del reino venidero»[5].
Adviento es la celebración de la comunidad que sufre pero que no pierde la esperanza. A pesar de todo el dolor y la injustica de nuestros días, en Adviento la iglesia recuerda la promesa de que Cristo pondrá fin a todo lo que es contrario a los caminos de Dios. Esta promesa halla en la resurrección la señal que inaugura la destrucción de los poderes de la muerte y anticipa lo que aún está por llegar en plenitud. Como señala el teólogo Walter Brueggemann: «El Adviento no comienza con optimismo o celebración ni con una fiesta de compras. El hábitat natural del Adviento es la comunidad que sufre. Es la voz de aquellos que conocen el dolor profundo, que lo articulan y no lo tapan. Pero esta comunidad sufriente sabe dónde expresar su aflicción, hacia quién dirigir su dolor…
Y como el dolor se expresa a Aquel cuyo reinado no está en duda, la comunidad sufriente es en lo profundo una comunidad de esperanza»[6].
La esperanza de Adviento que florece en medio del sufrimiento no es escapismo ni placebo; es activa resistencia a la injusticia y maldad que nos rodea. Es pensar, anunciar y actuar en base a la promesa de un reino de justicia que no tendrá fin. Es vivir creyendo y creer viviendo que otro mundo es posible. Pocas personas han logrado sintetizar la esencia de la esperanza como lo ha hecho el brasileño Rubem Alves: «es el presentimiento de que la imaginación es más real y que la realidad es menos real de lo que parece. La esperanza es la convicción de que la abrumadora brutalidad de hechos que la oprimen y la reprimen no han de tener la última palabra. Es la sospecha de que la realidad es mucho más compleja que el realismo quiere hacernos creer, que las fronteras de lo posible no quedan determinadas por los límites de lo actual, y que, de una forma milagrosa e inesperada, la vida está preparando el acontecimiento creador que abrirá el camino a la libertad»[7].
«Ven, Jesús, nuestra esperanza»
La venida del Adviento del reino de Dios es paradójica: es principio y final, gozo y lamento, ya pero todavía no, expectación y sufrimiento. «Predicar en Adviento invita a yuxtaponer anticipación y duda, esperanza y decepción, oscuridad y luz. Requiere que quienes predican coloquen las desalentadoras estadísticas de nuestro mundo violento junto con las visiones del reino pacífico de Dios. Porque en la yuxtaposición, irrumpe la santidad»[8].
Tal invitación se extiende a todos los elementos de la liturgia. Un buen ejemplo de la himnología que consigue capturar estas tensiones se encuentra en el texto del teólogo liberacionista brasileño Jaci Maraschin[9]:
Ven Jesús, nuestra esperanza;
ven, libera nuestro ser.
Niño, nace entre nosotros;
ven y danos tu poder.
Ven y libra a prisioneros
de injusticia y aflicción.
Ven, reúne a nuestros pueblos
en amor y comprensión.
Ven y teje un mundo nuevo
que camine en la verdad,
para que por fin el pueblo
viva en plena libertad.
Ven Jesús, abre el futuro
de tu reino de alegría;
ven, derrumba este gran muro
que hoy separa noche y día.
Profundizar durante el tiempo de Adviento en sus paradojas teológicas tiene el potencial de transformar también la forma de experimentar la Navidad y Epifanía, contrarrestando las influencias consumistas y sentimentalismos banales que impone a estas fiestas nuestra cultura secularizada. Porque Navidad también es paradójica: es la celebración de Dios hecho hombre, del niño-Rey, de la luz que llega en medio de las tinieblas, del crucificado «cuyo reino no tendrá fin» (Lc. 1:33). Para la comunidad de fe Navidad es por sobre todo el reconocimiento de la solidaridad de Dios para con la humanidad. Es Jesucristo desojándose a sí mismo, tomando forma de siervo, siendo hecho semejante a los hombres, y humillándose a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte en la cruz (Fil. 2:7-8). Por ello, cada Navidad nos brinda la oportunidad de recordarnos nuestro llamado a vivir nuestra fe en solidaridad con toda la humanidad, y en especial, con quienes más sufren. Adviento, entonces, debe preparamos para esta clase de espiritualidad evangélica que tan bien sintetizó Monseñor Óscar A. Romero[10]:
“a partir de Belén los cristianos ya no podemos inventar otro Cristo ni otra doctrina liberadora que no sea la del auténtico Evangelio: el Evangelio de la pobreza y de la austeridad, el del desprendimiento y de la obediencia a la voluntad del Padre, el de la humildad y del camino hacia las bienaventuranzas y hacia la cruz”.
________
[1] Laurence Hull Stookey, Calendar: Christ’s Time for the Church. Nashville: Abingdon Press, 1996, 121.
[2] Hoyt L Hickman et al. The New Handbook of the Christian Year. Based on the Revised Common Lectionary. Nashville: Abingdon Press, 1992, 52.
[3] Thomas Merton, Seasons of Celebration: Meditations on the Cycle of Liturgical Feasts. New York: Ferrar, Straus and Giroux, 1965, 89.
[4] St. Bernard of Clairvaux, Sermo 5, Adventu Domini, 1-3: Opera Omnia. Edit. Cisterc. 4, 1966, 188-90.
[5] John D. Witvliet, “A Time to Weep-During Advent,” Reformed Worship no. 45, Septiembre de 1997.
[6] Walter Brueggemann, Advent. Christmas Proclamation 3: Aids for Interpreting the Lessons of the Church Year, Series B. Philadelphia: Fortress, 1984, 9.
[7] Rubem A. Alves, Hijos del Mañana. imaginación, creatividad y renacimiento cultural. Salamanca: Sígueme,1976, 219.
[8] Amy P. McCullough, “Musings on Advent.” Journal for Preachers 39, no. 1: 2-7. 2015: 3.
[9] Jaci Maraschin, 1987; trad. alt. español por Jorge Rodríguez.
[10] Óscar A. Romero, Sem. Orientación, 25 de diciembre de 1977. Extracto disponible en http://www.uca.edu.sv/publica/cartas/media/archivo/3219b6_03mons.romeroylanavidadpag67.pdf