«Y María dio a luz a su primogénito; lo envolvió en pañales y lo puso en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón» Lucas 2:7 (BLPH)
La hermosa y revolucionaria historia del nacimiento de Jesús en un pesebre muestra el compromiso de Dios con las personas pobres; pero a la vez denuncia la lejanía de Dios que tienen las personas bañadas de poder y prestigio -económico, político, religioso, entre otros.
Jesús nace como pobre y entre las y los empobrecidos por su amor preferencial a las personas sufridas de la tierra; pero también porque a los dueños de las posadas, los administradores de los templos, o los poderosos de palacio, no les dio la gana de brindar alojamiento a aquella pareja de jóvenes luchadores o porque, quizás, simplemente su presencia y necesidad les pasó totalmente inadvertida.
Jesús nació así «porque no había lugar para ellos en el mesón». No había lugar para ellos en el templo, en la corte, en el palacio, ni entre los pequeños comerciantes de la industria del hospedaje o porque alguien más -que llegó primero o que pagó más- ocupaba la habitación en el mesón. Si prestamos atención a la narrativa Lucana nos encontraremos confrontados por la realidad de todo lo que implica que no hubiera lugar digno para ellos/as.
Tenemos que tener cuidado en romantizar demasiado el pesebre. Mejor es percibir en qué medida hoy también hay personas -poderosas, de liderazgo religioso, político, económico o personas serviles al sistema- que siguen haciendo que José, María, el niño y todas las personas pobres y vulnerables en ellos representadas, queden adrede fuera de su mundo y del sistema que mantiene sus privilegios.
Pero a la vez al mirar muchas instituciones y estructuras religiosas y sus mesoneros nacionales, regionales y del nivel mundial muchas veces, lamentablemente, tenemos que notar cuán lejos se han quedado nuestras instituciones cristianas del pesebre maloliente de Belén y cuánto más lejos están de las y los jóvenes que luchan, que buscan, que sueñan, contra toda esperanza, desde la calle y desde los márgenes.
Dicen que la gente se va de las iglesias, pero habría que preguntarse si no es la iglesia que se ha ido de la gente. Al menos eso así parece cuando vemos la preponderancia de una mentalidad eclesiástica de autoservicio y la vida de personas que son expertos/as en mantener estructuras y guisos institucionales que al final pasan a ser más importantes que el mismo Jesús al que, de a ratos o bastante a menudo, lo dejan a un costado mientras atienden sus crisis de sostenibilidad y otros asuntos de sobrevivencia.
A la vez el olor a pesebre se les olvida a quienes viven obsesionados por su sistema de vida que les asegura ventajas y entonces tratan de mantener su privilegios institucionales desde espacios de poder androcéntricos, patriarcales, basados en conveniencias económicas y perpetuación en cargos -hasta la jubilación de ser posible- sabiendo mucho de banquetes, de palacios, de reuniones de alto nivel, de hoteles de cinco estrellas (en Belén solo había una), de buenas y exóticas comidas, de salarios desproporcionados y bonitas residencias, pero muy lejos de los establos y demasiado lejos de los barrios pobres.
Evidentemente no es posible seguir a Jesús y asumir su evangelio de vida desde las personas que sufren, sin soltar el poder y dejar de buscar un prestigio egocentrado que deja a la gente en el margen. No es posible seguir al que nació en un pesebre sin escandalizarse y denunciar a las instituciones y estructuras que poco recuerdan del barro, del heno y del pesebre donde nació nuestra esperanza, en la humildad, la pobreza y la vulnerabilidad. No es posible seguir permitiendo que Jesús y la gente quede a un lado para cuidar una institución o un salario. No debemos seguir maquillando la imagen del pesebre y debemos convertir nuestras estructuras.
Pero, -sarcasmo- ¡qué lindo es el pesebre! Pongámosle luz, adornémoslo, pongámoslo lindo, hasta que parezca loable nacer allí, vivir así, entre el fango; para que otros/as desde atrás de un escritorio inmaculado, en cualquiera de nuestras principales ciudades o desde Ginebra, salgan en una foto pidiendo la eliminación de toda pobreza y la defensa de los del pesebre, proclamando un mundo nuevo, pero desde el palacio, el lugar de privilegio o desde el poder…
Nació en un pesebre porque no había lugar para él en el mesón. Así mismo es.
Por eso la historia de la salvación no se escribe desde el poder, sino desde el heno y desde el margen. Por eso, a pesar de todo, nos alegra que Jesús nazca aquí al ladito de las y los que estamos arremangados, haciendo comunidad, pastoreando, acompañando, encarnado la solidaridad y la justicia con lo que somos y con lo que tenemos. Aquí, en la vida real, no virtual, junto a la gente de a pié, la que no tiene tampoco hoy lugar en los palacios, las cortes, los mesones o los espacios donde se divierten con el poder.
Pero Dios nace por estos lados, dónde aún confiamos en su acción y perseguimos una estrella sin esperar nada a cambio. Y mientras tanto guardamos estas cosas en nuestro corazón, como María, sabiendo que Dios nacerá en medio nuestro cada vez que su buena nueva se haga carne en medio de la gente que lucha.
Y así las cosas las parejas jóvenes saldrán de la oscuridad y la marginación y tomarán las calles y proclamarán como ángeles, la aurora de un tiempo mejor:
Y esto nos servirá de señal, que un niño nacerá, envuelto en pañales, en un lugar marginal «porque no había un lugar para él en el albergue». Y las y los pobres le acogemos con amor, lo protegemos y asumimos un compromiso por la vida buena para todos/as; que no pasa por estructuras, ni poderes, ni comodidades de mesón, sino por un genuino deseo de darnos al servicio de todes, por amor a Él.
Que así nos ayude Dios.
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