El pensamiento monocolor lleva a la aniquilación de la libertad y al empobrecimiento del ser humano. Solo en la medida en que dialogamos con el prójimo se estimula la creatividad y progresa la vida intelectual. Cuando se dialoga y debate, se vigoriza el anhelo de reflexionar, argumentar, conocer, investigar… Es un potente estímulo que activa la imaginación y los sueños por conquistar. Es así como podemos contribuir al desarrollo humano a partir del consenso. Toda ideología es fruto de la reflexión y su interacción con el medio en el que vivimos. En la medida en que el ser humano se aísla, pierde perspectiva, sus puntos de referencia se desvanecen, y el pensamiento se torna monocolor. La tendencia posterior es seguir solo aquello que refuerza las propias ideas, la relación con aquellos que piensan de la misma manera, el rechazo al diferente, el menosprecio de otras ideologías, el integrismo y el totalitarismo, lo que provoca un empobrecimiento cultural de enorme magnitud y de consecuencias trágicas.
Cuenta Boris Cyrulnik, uno de los padres de la resiliencia, que cuando el partido nazi llegó al poder, era obligatorio comprar el libro “Mein Kampf”, la obra “maestra” de Hitler y, además, tenían que reunirse en casas para comentar ciertos fragmentos. A partir de ahí se fue generando un movimiento de opinión típico de las dictaduras a través de la repetición de ciertas frases recitadas. Y añade: “El lenguaje totalitario está hecho de complicidad entre la escritura de algunas afirmaciones machaconas y una lectura de eslóganes recitados con convicción. Los que leen para pensar se distinguen de quienes leen para pertenecer” (Boris Cyrulnik, Escribí soles de noche. Literatura y resiliencia, Barcelona: Gedisa, 2020, pág. 148, énfasis mío).
Nahtalie Prince, autora de la novela Nietzsche au Paraguay, cuenta la historia de Elisabeth Föster-Nietzsche (hermana de Friedrich Nietzsche) quien, junto con su marido, en febrero de 1886, viajó a Paraguay junto con 13 familias y fundó Nueva Germania para demostrar la superioridad de la raza aria. Este grupo estaba totalmente aislado, sin ningún tipo de intercambio con el entorno. El proyecto terminó en un fracaso estrepitoso y el marido de Elisabeth acabó suicidándose.
Cyrulnik sentencia que “para que pueda seguir vivo y creativo, un grupo humano debe evolucionar. La pureza de la raza lleva a la degeneración psíquica y el aislamiento cultural apaga la vida psico-social”.
Este peligro acecha también a cualquier comunidad religiosa, ya sea protestante, católica, musulmana…, que ha repetido generación tras generación las antiguas creencias sin ningún tipo de filtro crítico ni evolución de pensamiento. Inconscientemente se ha buscado la pureza de la “raza” religiosa para perpetuar las ideas de antaño. El resultado es que la sociedad ha avanzado a un ritmo vertiginoso y la vieja teología ya no tiene respuesta a los problemas con los que las sociedades modernas se enfrentan en el día de hoy. El lenguaje está desfasado y la ideología religiosa es anacrónica (remarco lo de ideología). Se vive el presente con una mentalidad del pasado y eso solo provoca una cerrazón absoluta para aferrarse a una verdad que pretende ser objetiva y bíblica como si eso asegurase la infalibilidad del pensamiento religioso en el siglo XXI.
No podemos olvidar que la Biblia fue escrita hace 2000-3000 años. Pero no solo es el tiempo que ha pasado desde entonces, sino el tipo de sociedad a la que iban dirigidos sus escritos y, aún más, la cultura en la que estaban inmersos. Todo esto no tiene nada que ver con el siglo XXI, con la cultura occidental y con una sociedad altamente tecnificada. Aferrarse a la tradición repitiendo fórmulas del pasado genera intransigencia y pensamiento monolítico, absolutista y totalitario.
En un artículo reciente, la psicóloga Jennifer Delgado Suárez habla sobre el Efecto Dunning-Kruger (Cultura inquieta, 16-4-2020). Dicho efecto tiene que ver con el hecho de que cuanto menos sabemos, más creemos saber: “Es un sesgo cognitivo según el cual, las personas con menos habilidades, capacidades y conocimientos tienden a sobrestimar esas mismas habilidades, capacidades y conocimientos”. Danning y Kruger hicieron varios experimentos y concluyeron que “cuanto mayor era la incompetencia de la persona, menos consciente era de ella… las personas más competentes y capaces solían infravalorar sus competencias y conocimientos”. Quienes están más avanzados intelectualmente son más conscientes de sus propias limitaciones y de lo mucho que les queda por aprender.
Desde mi punto de vista, las personas menos capaces, de manera inconsciente, tienden a aferrarse a ciertas ideas generadoras de seguridad para que su mundo no se venga abajo. De ahí que el fundamentalismo se aferre a ciertas doctrinas (fundamentales, de ahí su nombre) como si fueran inamovibles y las defiende a capa y espada por muy irracionales que sean, configurando lo que Goleman denomina “maniobra de seguridad” que es una armadura protectora de la personalidad. Esto revela que la persona se siente amenazada y desarrolla una actitud defensiva, sin posibilidad de razonamiento. El pensamiento monocolor está servido.
Leía estos días el Salmo 144 y me paré en el primer verso que me produjo una desazón significativa: “Bendito sea el Señor, mi roca, quien adiestra mis manos para la batalla, y mis dedos para la guerra”. El autor, el rey David, que tiene unos poemas maravillosos que desbordan confianza y esperanza en Dios, escribe sobre el exterminio de sus enemigos a través de la violencia. Esto es una aberración en el siglo XXI, pero no solo por nuestro modelo social y cultural, sino a la luz de la enseñanza de Jesús de Nazaret que vino para aclarar definitivamente que a Dios no le interesa la guerra y la violencia que tantos han justificado, sino la paz, el amor, la misericordia, el perdón…
El concepto que tiene el Nuevo Testamento sobre cómo es Dios ha cambiado, ya no es el mismo que aparecía en el Antiguo Testamento. Siendo consciente de esto, Pablo se “inventó” la idea del antiguo y nuevo pacto para intentar explicar esta diferenciación que se produce después de la venida del Mesías, Jesús de Nazaret. Pero eso es una interpretación porque, si en algo insiste el Antiguo Testamento, es que el Estatuto (la Torah) es perpetuo (Génesis a Números lo atestigua, no así Deuteronomio donde el término “perpetuo” prácticamente desaparece) y, si es perpetuo, es que es para siempre. La misma palabra se usa para referirse al pacto de Dios con Noé (Gen 9.12, perpetuo), de la relación entre Dios y su pueblo (Sal 28.9, perpetua)… Esto quiere decir que hemos de relativizar algunos conceptos que hemos tenido como sagrados a lo largo de nuestra historia religiosa y eso solo se puede hacer desde una hermenéutica crítica. Como vemos, algunas ideas que tenían que ser perpetuas, con la venida del Mesías se tornan temporales, viejas, caducas y se reemplazan por otras ideas nuevas, el Reino de los cielos que ha irrumpido para configurar una “sociedad” distinta basada en la solidaridad y el amor que ha de existir en el pueblo de Dios.
El Antiguo Testamento regula el exterminio de los pueblos que Israel iba a conquistar después de salir de Egipto. Deuteronomio 20 dice: “El Señor vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros contra vuestros enemigos, para salvaros” (v. 4). Si la ciudad que iban a conquistar aceptaba la paz, la sometían a través del pago de tributo y serviría a Israel (v.10-11). Y si no aceptaba la paz, se ordena matar a todo varón a filo de espada (v.13). A continuación menciona unas cuantas ciudades de las que no debían dejar a nadie con vida (v.16) y añade: “los destruirás completamente… como el Señor tu Dios te ha mandado” (v.17). Cuando Israel pasa por la tierra de Sehón, rey de Hesbón, se le ofrece la paz, pero Sehon salió para presentar batalla. El texto bíblico justifica esto diciendo que el Señor había endurecido el corazón del rey Sehón (Dt 2.30) para entregarlo en manos de Israel (esto anula la libertad y la voluntad). Y el texto añade: “Tomamos entonces todas sus ciudades, y destruimos todas las ciudades, hombres, mujeres y niños; no dejamos ninguno” (v.34). Y eso se interpreta como una victoria de Dios sobre los enemigos de Israel. Exterminio, una aberración en la iglesia del siglo I y en las sociedades modernas del siglo XXI. Eso es lo que dice la Biblia. ¿Cómo lo entendemos e interpretamos hoy? ¿Cómo explicarlo con nuestra mentalidad? Solo cabe hacerlo desde un modelo psico-social y teológico crítico, que permita revisar la espiritualidad en connivencia con la cultura que es cambiante según la época y la latitud. Por eso, no es lo mismo ser cristiano ahora que en el siglo I. Y no es lo mismo creer en Dios hoy que en la palestina del siglo X a.C.
En nuestros días caben distintos enfoques de la vida en general, también de la espiritualidad… Si fuéramos talibanes de la fe, entonces justificaríamos el exterminio de los paganos como se hizo en otro tiempo y como se hace en otras culturas actualmente; pero a partir de Jesús de Nazaret vemos que el respeto, el amor y la tolerancia han de gobernar nuestra vida. Quizás el otro tenga la razón y un baño de humildad ideológica no nos viene nada mal.
El pensamiento monocolor elimina la reflexión; esto es poco saludable y está condenado a la degeneración ideológica. Es desde la reflexión y la discrepancia que nos enriquecemos mutuamente, donde las ideas se exponen, se deliberan, se cuestionan, se afinan… A partir de ahí la regeneración y, por lo tanto, la vida se abre paso para buscar el bien común.
En un artículo que escribí en 2017 (Violencia contra el Reino de los cielos, publicado en Lupa Protestante) recordaba la justificación de la iglesia reformada holandesa sobre el apartheid en Sudáfrica apoyándolo en nombre de Dios. Una lectura unilateral y estricta de las Escrituras nos lleva a cometer hechos vergonzosos y aberrantes, contrarios a la enseñanza de Jesús de Nazaret porque esa lectura habrá inoculado una visión monocolor de la Biblia que ha derivado en un pensamiento único en nombre de Dios, el caldo de cultivo del totalitarismo religioso está servido.
Afortunadamente, las sociedades modernas permiten la discrepancia, la reflexión y el cuestionamiento de la “autoridad” espiritual que algunos pretenden tener y, a partir del debate abierto, encontrar otras formas de entender la fe, la vida, la espiritualidad y el seguimiento de Jesús.
Por ello, una visión monocolor es un peligro muy potente que puede estallarnos en las manos; una visión multicolor nos permitirá cuestionar las viejas ideas, a la vez que mantener los principios esenciales de la fe que se fundan en Jesús de Nazaret, nuestro Maestro.