El trabajo doméstico ha sido considerado por la teoría feminista, bajo un enfoque marxista, como un trabajo de producción y reproducción. María Rosa Dalla Costa y Selma James (1972) fueron unas de las primeras autoras que discreparon con el marxismo clásico que establecía que el trabajo doméstico no era parte de la producción social dentro del capitalismo. Dalla Costa y James (1972, 10) afirman que aun cuando las mujeres no trabajen fuera de sus casas son productoras vitales, porque producen una mercancía que es exclusiva del capitalismo, que es el ser humano, el trabajador mismo. Es así como el trabajo doméstico se sitúa en un lugar central en la acumulación capitalista, porque no solo produce valores de uso, sino que se convierte en una función esencial en la producción de la plusvalía sujeta a la expropiación capitalista.
Esta condición no solamente como reproductoras, sino como productoras de la fuerza de trabajo ha conducido a considerar el cuerpo de las mujeres como un sitio privilegiado de expropiación capitalista, aunque éste ha sido también un espacio de resistencia y (re)apropiación. Pues en el contexto del resquebrajamiento del régimen feudal, de transición al capitalismo y de monetarización de la vida económica que despojó a las mujeres de sus cuerpos forzándolas a funcionar como una máquina de producción de fuerza laboral y de reproducción de clase, hubo mujeres que resistieron al destino marcado por su biología. Ese es el caso de las mujeres pertenecientes al movimiento considerado herético denominado cátaro o albigense.
Debido a la reacción extralimitada de la Iglesia, probablemente la secta de los cátaros o albigenses fue el movimiento de oposición más importante de su época. Es considerada una secta neo-maniquea que floreció en el sur de Francia en los siglos XII y XIII (Weber 2007, 1). Su nombre se deriva de la ciudad de Albi en el sur de Francia, que fue uno de los centros más importantes del movimiento. Se les llamó además cátaros, que proviene del griego katharós que significa puro.
El movimiento de los cátaros no fue solamente un movimiento religioso, fue un movimiento de resistencia que se convirtió en un movimiento político por lo que suscitó crueles persecuciones[1]. Las comunidades albigenses fueron un intento consciente de crear una sociedad nueva, una sociedad en dónde existiera una hermenéutica y una práctica contestataria al sistema. Una hermenéutica que reinterpretase la autoridad y las enseñanzas eclesiásticas existentes y una práctica en la que se vivieran los principios de equidad, pureza y renuncia consignados en el mensaje del Evangelio. Se pretendía además rescatar la equidad de género instaurada en el movimiento de Jesús y perdida en el desarrollo de la Iglesia patriarcal, por lo que las mujeres podían administrar los sacramentos, predicar, bautizar e incluso detentar órdenes sacerdotales (Federici 2004, 64).
Más que la desviación de la doctrina ortodoxa o el retorno a la sencillez de la doctrina de los evangelios, el movimiento de los albigenses era un movimiento de protesta que aspiraba una transformación radical de la sociedad. Los llamados “herejes” por ejemplo, denunciaron jerarquías sociales, la propiedad privada y la acumulación de riquezas, redefiniendo todos los aspectos de la vida cotidiana como el trabajo, la propiedad, la reproducción sexual y la situación de las mujeres (Federici 2004, 54).
Los albigenses o cátaros fueron un movimiento dualista, que entre otras cosas consideraban al espíritu bueno y la materia mala, por lo que rechazaban el matrimonio y la procreación (González 1994, 489). Este rechazo a la procreación no era precisamente por motivos morales o religiosos, sino probablemente por el rechazo a las condiciones materiales deplorables en las que se reproducía la vida, especialmente entre las clases trabajadoras. Implicaba también un rechazo a la desposesión capitalista y una (re)apropiación de las mujeres cátaras, de sus propios cuerpos. Un rechazo también a convertirse obligatoriamente en productoras y reproductoras de fuerza de trabajo explotable por el capital. En su rechazo a la procreación, las cátaras practicaban y predicaban la contraconcepción (Martínez 2008), situación duramente castigada por la Iglesia.
Por otro lado, el dualismo de los cátaros no implicaba necesariamente una degradación del cuerpo, sino un rechazo a su sobrevaloración por parte de la Iglesia y la sociedad como forma de control y disciplinamiento. Tal parece que mientras los líderes denominados perfectos observaban un riguroso ascetismo, no se esperaba lo mismo de los otros miembros del movimiento, por lo que las mujeres podían vivir su sexualidad con mayor libertad, hasta practicar el amor libre (Martínez 2008, 83). Esta práctica no debe ser valorada únicamente desde una perspectiva moral, pues era una postura política de rechazo al control social y eclesiástico de su sexualidad.
Con lo anteriormente mencionado, se observa que la inserción de las mujeres en movimientos heréticos, no era exclusivamente una opción religiosa ante su decepción y rechazo a las doctrinas y prácticas de la Iglesia oficial. Su inserción, era una actitud política contestataria a las condiciones de apropiación por desposesión de los poderes civiles y eclesiásticos que las destinaba a un deterioro de sus condiciones materiales de vida y a la producción y reproducción de la fuerza de trabajos explotables por el incipiente capitalismo. Era una reivindicación de sus opciones políticas, una reapropiación de su cuerpo y de sus capacidades reproductivas. Además una actitud de rechazo al control que instituciones como el matrimonio, la natalidad y la sexualidad ejercían sobre sus subjetividades coartando toda opción de autonomía.
Referencias bibliográficas
Dalla Costa, Mariarosa, y Selma James. 1972. El poder de la mujer y la subversión de la comunidad. México: Siglo XXI.
Federici, Silvia. 2004. El Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Madrid: Traficantes de Sueños.
Gonzalez, Justo. 1994. Historia del Cristianismo, Tomo I. Miami, Florida USA: Editorial Unilit.
Martínez, Primitivo. 2008. La Inquisición, el lado oscuro de la iglesia.
Marx, K. 2009 [1966]. El capital: crítica de la economía política. Buenos Aires, AR: Edit. Claridad.
Weber N. A. 2007. “Albigenses”. En Enciclopedia Católica Online, disponible en: https://ec.aciprensa.com/wiki/Albigenses
[1] En la cruzada contra los Albigenses, el legado papal después de la toma de Bram, cogió a los cien hombres de la guarnición, le arrancó los ojos, les cortó la nariz y el labio superior y tan sólo a uno de ellos dejo un ojo para que acompañase a sus desgraciados compañeros a través de la región sembrando el pánico y el temor (Gonzalez 1995, 342).