Feto es una palabra que puede evocar muchas emociones. Desde el punto de vista de unos padres que esperan la vida de un hijo o una hija, el feto es la esperanza más preciosa del nuevo nacimiento, el milagro de la vida y de la ternura. Para otros, la palabra feto, puede evocar a la debilidad más despreciable o la vulnerabilidad de un ser que aún no puede ser considerado digno. Incluso, para los que piensan que este mundo se está acabando y que cada vez es peor, la palabra feto puede suponer una tragedia que debe ser evitada porque sería preferible no traer más niños a este terrible mundo perdido.
En la edición del domingo 17 de diciembre del 2017, el periódico español El País se hacía eco de una de esas noticias insólitas de la administración Trump. Según Nicolás Alonso, redactor del informe en el medio ibérico, el gobierno de Donald Trump había prohibido el uso de la palabra “feto” en los informes del Centro de Control de Enfermedades (CDC), la agencia más importante de la sanidad pública estadounidense. Según el periodista, tampoco se podrían emplear términos como “diversidad” o “vulnerable” ni expresiones como “basado en pruebas”, o “basado en datos científicos”. La orden supone otro giro dramático hacia una evidente concreción de ideas fascistas de la actual administración. La agenda religiosa evangélica que subyace en el ideario de Donald Trump se impone. Para avanzar en la creación de una sociedad más “pura”, “limpia”, “santa” y “ordenada”, es menester cambiar incluso el lenguaje. Se hace necesario dejar de evidenciar toda forma de diversidad, malformación o debilidad en el ser humano. Porque, según la idea evangélica fundamentalista que entreteje la moral del presidente norteamericano, existe una única forma de ser un buen ser humano, un correcto ser humano, un humano “natural y conforme al plan de Dios”.
Y, para comprender lo dramático del asunto, es importante remitirnos a la urgencia evangélica por “depurar” el mundo, porque estamos en los “últimos tiempos” o en “los tiempos finales”. Y es justamente aquí donde se mezclan la fe, la política y la escatología, entendidas desde una perspectiva fundamentalista. El resultado de dicha receta tripartita ya se ha vivido con anterioridad en la historia reciente y debemos regresar a ella para comprender lo que sucede hoy.
Escatología cristiana. El curioso juego de palabras
En una de esas curiosas casualidades del lenguaje, en la traducción del griego al castellano sucede que la palabra escatología puede referirse a dos cosas totalmente distintas, dependiendo de la raíz etimológica desde la que partamos. Por un lado puede referirse al “conjunto de creencias relativas al fin de los tiempos” (gr. schatos), pero por otra parte también puede referirse al “estudio de los excrementos”(gr. skatos). De esa manera todo lo que se refiere a la visión cristiana del fin de los tiempos puede definirse como escatología. Malas interpretaciones escatológicas han generado numerosas tragedias. Basta recordar los casos de la secta de los davidianos o del grupo sectario de Jim Jones, que llegaron a la conclusión de que debían suicidarse o matar para apresurar su llegada a la “Tierra prometida” ya que esta tierra estaba llena de pecado.
Pero también es escatológica toda visión o estudio sobre los excrementos o los desechos. De alguna forma, aún más curiosa, ambas ideas de escatología suelen unirse o fusionarse en la práctica. Es decir, para algunas visiones cristianas del fin de los tiempos, es preciso “eliminar” o “excretar” del mundo todas las “impurezas” o todo lo que sea considerado una “aberración”, según sus interpretaciones morales emanadas de la Biblia. El fin de los tiempos incluye un componente de eliminación o filtro. El cristianismo, cuando se sumerge en premuras escatológicas surgidas de ciertas interpretaciones bíblicas, levanta la espada de la “justicia divina” y de la “verdad absoluta” para “limpiar” este mundo, porque “estamos en los tiempos finales”, lo que da como resultado políticas que se pueden describir más como fascistas que como cristianas, como veremos a continuación.
La escuelita dominical y el adoctrinamiento escatológico
Para quienes crecieron en una iglesia evangélica de corte fundamentalista, no le será difícil recordar la manera en que le fue enseñada la historia bíblica y la visión del final de los tiempos. Probablemente por medio de rotafolios y figuritas de fieltro, las historias bíblicas fueron emergiendo contadas desde una visión ideologizada. Pero claro, eso no lo sabe el niño o la niña cuando aprende, ni el maestro o la maestra de la escuela dominical cuando enseña. Quizás nadie en la iglesia sea consciente de la ideología que subyace sutilmente en la enseñanza.
La visión de la raza única
Para esas personas que pasaron por la escuelita dominical de una iglesia evangélica fundamentalista, les será difícil recordar figuras de fieltro que no fueran blancas, predominantemente rubias y de ojos azules. Es posible que no recuerden una sola figura que representara un ángel que no fuera alto, delgado, rubio y de ojos claros. Probablemente ninguno de los ángeles podría haber sido chino, negro o latino. Inconcebible, y hasta herético, sería pensar en Dios como mujer, o como un ser andrógino o negro o latino. Se hacía inconcebible pensar en un “más allá” lleno de colores, porque ese “más allá” siempre fue presentado como un lugar con una “raza” única. Una raza blanca, más parecida a la idea fascista de “raza pura” que a la idea bíblica de “toda tribu y toda nación”. Dios, siguiendo los parámetros de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, es mostrado como un hombre blanco europeo. Jesús es llevado al cine como un joven de tez blanca y ojos claros y su madre, María, es vista como una joven delgada y de semblante blanco.
Existe un texto fundante para la idea de “raza” en el fascismo. Se trata del documento denominado Il Fascismo e i problemi della razza («El fascismo y los problemas de la raza»), que se publicó por primera vez el 15 de julio de 1938. Para el fascismo la raza es un problema y se aspira a “depurarla” para lograr una versión “superior”. Es en este marco en el que, posteriormente, se establecen las famosas “leyes raciales” en Italia, llevadas al extremo bajo el régimen Nazi en Alemania desde 1935. Pero la Iglesia no se ha quedado atrás. En aras de conservar una raza “pura” y sin “mezclas”, los cristianos legislaron en contra de las uniones matrimoniales entre personas de diferentes razas. En los Estados Unidos no se legalizaron los matrimonios entre personas negras y blancas hasta 1967, y ni siquiera en todos los estados. Antes de eso existía la Racial Integrity Act, una ley aprobada en 1924 que dividía socialmente a los seres humanos entre blancos y gente “de color” e impedía el sexo y el matrimonio mixtos. Las manifestaciones acérrimas en contra de la legalización del matrimonio entre personas negras y blancas fueron llevadas a cabo por los evangélicos estadounidenses. Aquella ley que prohibía los matrimonios “mixtos” también obligaba a la esterilización de los “locos, idiotas, imbéciles o epilépticos”.
Cuando una pareja “mixta” de jóvenes quedaron embarazados y se casaron en Washington en 1958, fueron arrestados y juzgados. El juez de primera instancia ante el que comparecieron, llamado León M. Bazile, les sentenció con estas palabras: “Dios Todopoderoso creó las razas blanca, negra, amarilla, malaya y roja, y las puso en continentes separados. Pero las interferencias en su disposición no son motivo para este tipo de matrimonios. El hecho de que separara las razas indica que no pretendía que se mezclaran”. La ley de segregación que prohibía los matrimonios “mixtos” no fue derogada hasta el año 2000 en Alabama. Sin embargo, Keith Bardwell, juez de paz de Hammond (Louisiana), en 2009 le negó la licencia matrimonial a la blanca Beth Humphrey y al negro Terence McKay porque, según su experiencia, “los matrimonios interraciales no duran mucho”, y “lo hacía por los hijos”.
La visión de los cuerpos perfectos
Tampoco había, en las figuras de la escuela dominical, noción de personas con cuerpos distintos. Las malformaciones no existían. Todas aquellas figuras eran siempre perfectas, excepto aquellas en las que Jesús lograba curar las enfermedades, entonces adquirían la forma y condición “adecuada”. La creencia popular dicta que los niños que mueren se convierten en “angelitos” (siempre blancos o rubios) y que todas aquellas personas que mueren con malformaciones reciben un cuerpo perfecto, contradiciendo la imagen del mismo Jesús, quien resucita con sus propias facciones y cicatrices (Juan 20:20-25). No es de extrañar que la mayoría de las personas crezca pensando que en ese “más allá”, será imposible reconocernos como los individuos que fuimos en la Tierra. Pero el Nuevo Testamento no afirma que los cuerpos serán perfectos o diferentes, afirma que serán glorificados (Filipenses 3:20-21) y sin vergüenza o sin desnudez (2 Corintios 5:3).
Un mundo sin personas “imperfectas” o sin niños con malformaciones. En esa escatología subyacente en las enseñanzas de la escuela dominical (y de la iglesia en general) no cabían las personas con enfermedades crónicas, psiquiátricas (tachadas de posesiones demoníacas hasta el día de hoy) o con malformaciones congénitas. Para una gran parte del evangelicalismo, todas esas características remiten a pecados, posesiones, maldiciones o ataduras espirituales. Algo equiparable a la idea fascista de la Alemania Nazi donde existió un programa de “redención” llamado técnicamente Acción T4. Y le llamaban así: “redención”, porque decían que eliminar personas con discapacidades o enfermedades era redimirlos de sus sufrimientos.
Se unían dos razonamientos que justificaban el asesinato de personas enfermas o discapacitadas. Por una parte, se trataba de una aplicación de la higiene genética, que buscaba la creación de una raza superior; por otra parte, había un razonamiento meramente utilitarista, es decir: el ahorro de dinero para el Reich que representaría la eliminación de personas “que previsiblemente nunca serán dadas de alta, que no trabajen lo suficiente como para poder pagar su manutención”.
Los bebés que nacían con malformaciones, los niños con discapacidades, problemas de aprendizaje, retrasos motores o intelectuales, eran recluidos en centros pediátricos para ser analizados y, posteriormente, enviados a otros centros donde serían asesinados, por medio de gases o mediante inyecciones letales.
La Acción T4 contaba también con un registro de “recién nacidos contrahechos”. Mediante un decreto confidencial, emitido el 18 de julio de 1939, se obligaba a inscribir en un registro a los niños que nacían con malformaciones. Los médicos, instituciones, enfermeros y padres tenían la obligación de informar de la existencia de niños con alguna discapacidad. El decreto se justificaba diciendo que los datos recabados servirían para fines científicos y para la búsqueda de cura y prevención de malformaciones. Había que informar de niños con “retraso, Síndrome de Down, microcefalia, hidrocefalia, malformaciones de cualquier tipo, especialmente de extremidades, fisurales graves de cráneo o columna, etc., parálisis cerebral y otras”.
Aquí vuelve a resonar la mixtura terminológica de las “escatologías”. Por una parte, la idea de que el mundo se acaba pronto, por otra parte, la dramática idea de que tiene que eliminarse el desecho, lo que es considerado sucio, lo que “no sirve”; debemos eliminarlo o, al menos ocultarlo. Como lo prescriben las ya mencionadas nuevas disposiciones de la administración Trump en las que se prohíbe mencionar, incluso, las palabras “feto” o “vulnerable”.
La visión del pueblo políticamente correcto
La corrección política es también parte del adoctrinamiento fundamentalista de la iglesia. Desde muy pequeños los niños son enseñados a ser “políticamente correctos”. Las imágenes de “lo correcto” siempre serán visualizadas por medio de familias blancas o caucásicas, en el futuro asexuadas, con vestidos y trajes al estilo evangelical norteamericano, hoy antiárabes e islamófobos, pero siempre también anticomunistas y, en su momento, también, antijudíos. Una visión en la que el hombre siempre debe ser superior a la mujer y el cristiano siempre debe ser superior al ateo o a las personas que profesan otra fe.
Para el teólogo suizo Hans Küng, aunque hubo vigorosas manifestaciones eclesiásticas, tanto protestantes como católicas, en contra del régimen Nazi de Hitler, en general la iglesia se adhirió a sus enseñanzas, tomándolas como acordes a los valores cristianos.
En palabras de Küng “El antisemitismo racista, que alcanza la cima del terror en el Holocausto, habría sido imposible sin la prehistoria casi bimilenaria del anti–judaísmo religioso de las iglesias cristianas”. Para demostrarlo, el suizo nos remite a una serie de equiparaciones fascistas en las medidas históricas eclesiásticas y las medidas raciales nazis, ambas, en este caso, contra los judíos:
Hans Küng enumera 20 disposiciones equivalentes entre el Derecho Canónico de la Iglesia y las leyes raciales Nazis en su libro El Judaísmo. Las iglesias protestantes no se opusieron al régimen Nazi, sobre todo porque el nazismo significaba ir en contra del marxismo, el liberalismo y el ateísmo. Es decir, la idea de ser “políticamente correctos” en contra del comunismo y el ateísmo, los indujo a apoyar las ideas de Hitler. Hubo un movimiento católico llamado Cristianos alemanes que, en una directriz del 26 de mayo de 1932, exigía una “fe en Cristo afirmativa y nacional”. Por parte de la iglesia Protestante se describe “Vemos en la raza, nacionalidad y nación órdenes de vida que Dios nos ha regalado y confiado. Cuidar su conservación es para nosotros ley de Dios. En consecuencia, hay que ir contra la mezcla de razas”.
En Latinoamérica podemos ver un fenómeno similar. El apoyo de las iglesias a las dictaduras militares se basaba en una actitud “políticamente correcta” de ir en contra del comunismo y del ateísmo, sobre todo por influencia ideológica de los misioneros norteamericanos que ayudaban a la plantación de iglesias y a la educación religiosa y teológica. Ello que desembocó en la persecución, tortura y desaparición forzada de miles de personas consideradas simpatizantes del marxismo, opositores del régimen o miembros de etnias indígenas. La masacre de los sacerdotes jesuitas y el asesinato de Monseñor Óscar Arnulfo Romero en El Salvador, son ejemplos paradigmáticos de la barbarie contra la que algunos se opusieron heroicamente. Pero en general, hasta el día de hoy, la Iglesia evangélica latinoamericana promueve el anticomunismo y, más recientemente, la islamofobia.
La interpretación de la escatología cristiana se hacía desde el paradigma de la Guerra Fría, en el que la lucha era contra el comunismo. Se leía el Apocalipsis en clave ideológica de “capitalismo versus comunismo” o “Estados Unidos versus Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)”, de tal manera que las Gog y Magog de los capítulos 38 y 39 de Ezequiel se leían como una profecía acerca de la U.R.S.S. Del Apocalipsis se interpretaba que el “león” simbolizaba a Inglaterra, el “oso” a la URSS y el “leopardo y el águila negra” a Alemania. A Estados Unidos se le relacionaba siempre con Israel y con el “pueblo elegido de Dios”. Y éste había sido comisionado para defender el Evangelio, a Israel y a la Iglesia de los feroces ataques del comunismo de la URSS. Por eso en Latinoamérica, la iglesia en general luchó a brazo partido en contra de las ideas marxistas, incluida la Teología de la Liberación.
Hasta hoy, existe un pesado estigma contra aquellos cristianos que simpaticen con ideas de izquierda, o que deploren los abusos del régimen sionista contra la población palestina o que no difamen al Islam. Ni qué decir de la satanización de las minorías sexualmente diversas o de quienes los apoyen. La Iglesia Católica Romana, aliada del régimen fascista de Francisco Franco en España, también participó en la persecución de las minorías sexualmente diversas, quienes fueron encarceladas, torturadas y asesinadas. Recordemos el triste caso del poeta granadino Federico García Lorca.
La visión del pueblo elegido
Finalmente, el adoctrinamiento fundamentalista concibe la idea de un pueblo separado y elegido, que debe conservar toda su pureza sin mezclarse con “el mundo”. La idea bíblica de la iglesia como la “novia que se viste de lino fino, limpio y resplandeciente” (Apocalipsis 9:18a) es interpretada como un pueblo moral y espiritualmente superior, que debe literalmente vestirse bien y cuya prosperidad es símbolo de santidad y bendición de Dios; siendo una interpretación que no considera la segunda parte del versículo en la que se describe al “lino fino, limpio y resplandeciente” como “las acciones justas de los santos” (v. 9:18b). Al obviar esa segunda parte del versículo, la iglesia se concibe a sí misma como un pueblo superior, que debe luchar, pelear, como un ejército en contra de lo que puede ser configurado como “obra del anticristo” (sea esta idea fruto de una mala interpretación bíblica o no).
En ese sentido, la escatología fundamentalista concibe la guerra como una opción válida, interpretación que dista mucho de “las acciones justas de los santos” (Apocalipsis 9:18b). La imagen del Armagedón admite la aniquilación sistemática, bélica e inmisericorde de “los enemigos del Pueblo Elegido de Dios” sea este “pueblo de Dios” Israel como nación o la Iglesia como expresión espiritual del “nuevo Israel”. Así, bombardear pueblos palestinos repletos de niños inocentes es visto como una consecuencia de la maldad de los “enemigos de Dios” y como parte de “lo que tiene que pasar en los últimos tiempos”. El cristiano abocado a creer en esta escatología justifica la muerte, el derramamiento de sangre, la tortura (Guantánamo, Abu Ghraib, Gaza, Siria, Irak) y el asesinato público y aleccionador (Saddam Hussein, Osama Bin Laden, Muammar Al-Gaddafi) sin ningún tipo de remordimiento ni de misericordia, porque existe una lógica inconfesada de que los “malos” merecen y deben morir: nada más alejado de la enseñanza cristiana de amor al prójimo.
La visión del Estado como extensión de Dios
En esa misma línea, una parte de la escatología evangélica concibe al Estado como una extensión de Dios. Une la fe, el espacio geográfico y el Estado en un solo amasijo de ideas. Al igual que el Nacionalsocialismo de Hitler, la tierra y el Estado son algo “dado por Dios” y, por lo tanto, éste debe velar por la protección de los valores cristianos. El Estado confesional es viable únicamente bajo la premisa de que éste es una extensión de Dios mismo, la tierra es entregada por Dios a su pueblo (y no a otros pueblos) y la religión debe ser parte del Estado mismo para salvar la tierra. Así las cosas, es evidente que el empecinamiento cristiano en el Estado confesional es un síntoma más fascista que evangélico, más fascista que cristiano. De la misma manera que el sionismo concibe su “derecho divino” sobre la tierra partiendo del Antiguo Testamento, este cristianismo concibe al Estado como una extensión de Dios y como garante de la ley divina.
Recordemos los salmodiados eslóganes evangelísticos “Costa Rica –léase también cualquier otra nación- para Cristo” y las ideas tan arraigadas de que la economía, la seguridad, la prosperidad y la estabilidad del país van unidas a las posibilidades de un gobierno cristiano. Lo contrario sería el acabose, el castigo divino, la ira de Dios y la ruina del país. Los desastres naturales se ven como consecuencia de la ira divina producto del pecado permitido en el país, sobre todo si se trata de los derechos de las minorías sexualmente diversas. Es también paradigmático el caso del presidente Efraín Ríos Montt en Guatemala quien, siendo pastor evangélico, fue artífice del exterminio de pueblos indígenas enteros durante su corto mandato dictatorial.
La visión escatológica como anti–ecología
Si se va a salvar algo, que sea solo el ser humano. La creación entera puede destruirse y debe destruirse. Al igual que los “enemigos” de Dios, la tierra y los animales son inferiores y carecen de salvación. Todo fascismo es escatológico. Es decir, para que el pensamiento fascista emerja, debe existir una urgencia final, una visión del final de la historia tal y como la conocemos y una clasificación de lo que debe salvarse y lo que no.
Todo lo anterior no quiere decir que cada evangélico que se adhiera al conservadurismo descrito en este artículo, sea fascista, como tampoco sería realista afirmar que quien vote por un partido de izquierda es inmediatamente un comunista. Sin embargo, es importante reconocer en nosotros mismos las ideas que hemos albergado, rastreando si sus orígenes pueden estar enraizados en ideologías políticas, algunas de ellas muy cercanas al fascismo y su concepción del mundo y del fin de los tiempos.
En realidad la idea bíblica del mundo es muy diversa. Basta con acercarnos sinceramente al importantísimo acontecimiento de Pentecostés, en Hechos capítulo dos, donde no encontramos una manifestación de glosolalia (hablar en lenguas espirituales) sino, más bien, una verdadera xenoglosia (lenguas de otros pueblos), dejando por concluida la separación de los pueblos originada en el relato de la Torre de Babel. Esa visión escatológica no posee una etnia única, ni siquiera una idea única de forma de vida, sino que en el Reino de Dios pueden convivir los que a primera vista son dispares o lo contradictorio. Así lo podemos vislumbrar en la visión de Isaías de la convivencia sana y pacífica entre los que antes se consideraban oponentes o enemigos: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.” (Isaías 11:6)
El pueblo elegido es, más bien, una familia diversa. Ese Linaje escogido se traduce de la expresión griega γένος ἐκλεκτόν (genos eklecton en 1 Pedro 2:9). Un acercamiento a su comprensión podría alejarnos de la idea cerrada judeocéntrica y abrirnos a la noción de una verdadera “familia ecléctica o diversa”. La primera palabra es “familia” (γένος ) “genos” (como en indi-genos, o geno-cidio). Una familia grande que es descrita como “elegida” (ἐκλεκτόν).
La palabra que aparece aquí es sumamente importante. Ya en la época en que Pedro escribe estas líneas, esta palabra se entendía como algo que no tiene extremismos, sino que sabe elegir entre muchas formas y posibilidades. Se compone de las partículas “ek” (en latín ex) = desde afuera (como en eclipse o exótico), “lektos” = leer, expresar, decir o elegir (como en día-lecto). Literalmente “leer o elegir desde afuera”. El sentido más profundo del término tiene que ver con la capacidad de algo o alguien de escoger desde afuera. Se escoge para “unir” cosas de muy variada índole, como veremos a continuación. Será en el Siglo II d. C. cuando la palabra adquiera su sentido más claro. Y fue en el ámbito de la medicina donde nació, por obra de Galeno, la idea de unificar todas las tendencias existentes en los diagnósticos médicos utilizando esta palabra.
Existían muchas escuelas de Medicina que no lograban conciliar sus ideas unas con otras. Estaban los “dietétikos”, los “pharmaceutikos” y los “kirurgikos”. Cada una de ellas abordaba las enfermedades desde un único punto de vista. La medicina romana une todo como un solo cuerpo bajo el concepto de “sincretikos”. Pero es Galeno el que otorga una nueva opción, más conciliadora y armónica. Esta opción es llamada “ekléctica”. Consiste en poseer la libertad de elegir o beber, de las diferentes posturas para formar una mejor opinión. Por tanto, la iglesia es una “familia” que tiene la libertad de elegir lo mejor de muchas partes, conciliando extremos y evitando sectarismos.
Dicho todo lo anterior, podríamos proponer una traducción comprensiva del texto como sigue:
“Ustedes serán una familia (genos) diversa (eklcton), sacerdocio perteneciente al Reino, una etnia (ethnos) separada voluntariamente (agion) para anunciar las virtudes del que los llamó de la oscuridad a su luz maravillosa”
La sociedad que concibe el Nuevo Testamento es una en la que, aunque existan diferencias, todos son vistos como iguales y donde “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28) o “donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.” (Colosenses 3:11)
Una sociedad, incluso, donde la enfermedad, la discapacidad o la malformación son aceptables como puras. Como la discapacidad de Jacob en el texto de Génesis 32:32, en el que ésta queda como signo de la bendición de Dios y de la fundación de Israel. O la visión redimida de Mefi-boset que, aún con su patente discapacidad, fue sacado de lodebar (donde no se habla o el lugar de la ignominia) y llevado a palacio y a comer a la mesa del rey (2 Samuel 9). Incluso la dura discapacidad de Pablo, que persiste en él, sin menoscabo de su apostolado (2 Corintios 12:7).
Este mismo artículo fue publicado en Lupa Protestante en 2017 bajo el título El conservadurismo escatológico cristiano como fascismo teológico.
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