En un remoto poblado cerca de la ciudad de Dan, cuyo nombre fue por la implacabilidad del tiempo tragado, dos hermanos compartían un poco de vid desde un mirador situado en lo que hoy es la actual franja de Gaza, después de una dura temporada de trabajo estival en la llanura de Hulé.
–No consigo olvidar el mar Grande (Nm 34, 6-7).
–¿Volverás a zarpar?
–No lo sé. ¿Acaso depende de mí?
–No entiendo tus intenciones. ¿No somos acaso hijos de Cam?
–Mercaderes entonces. No imaginas las posibilidades que hay más allá de la puesta de sol.
El mar Grande, llamado muchos siglos después Mediterráneo, supuso un punto de comunicación con pueblos de diferentes expresiones y valores. Como una sutura, o un nodo[1], que permitía el intercambio con otros pueblos como el Fenicio. Fronteras en Canaán, llamada más adelante por los romanos Palestina, las había religiosas, lingüísticas, visibles e invisibles, pero para nuestro protagonista el mar se presentaba, paradójicamente, como un nicho. Como si ese mar fuera una futura patria, un oasis. Su experiencia como remero en un trirreme le había marcado profundamente.
–Ahora me dirás que quieres hacerte cazador, o recolector, también[2].
–¿Es que acaso no tuvimos miembros de nuestra familia que se dedicaron a ello?
–Sólo cuando no hubo más remedio. Nada bueno puede haber en relacionarse con esa vil vida de quién anda por aquí y por allá, vagando, sin una casa firme.
Las relaciones entre grupos humanos sedentarios y nómadas eran enormemente variables. Las tribus nómadas se encontraban, año a año, con las poblaciones sedentarias. Los grupos de camelleros preparaban ese encuentro con gran detenimiento, era un gran acontecimiento[3]. Intercambiaron desde productos exóticos, a lo más necesario. Pero ¿cuál era la imagen que se tenían de uno y de otro lado? Muchas veces se teñían, por razones más bien ideológicas, de opiniones negativas por las diferencias entre los estilos de vida[4]. El estilo de vida menos penetrado de las revoluciones agrarias, ¿eran los cobardes viles nómadas?, ¿que no eran del todo humanos? ¿O eran el Sinuhé?, como una imagen ennoblecida del nómada?[5]. La discusión de ambos hermanos, aun uniéndoles el vínculo familiar con una fuerza de una institución que dinamizaba hasta lo más profundo de la persona, se debía a las diferentes afinidades frente al nomadismo.
–Dime una cosa, hermano, ¿crees que una vida anclada, con un constante trabajo de sol a sol, es una vida en libertad?
–¿Acaso consideras más libre a quienes tienen la obligación de moverse con las estaciones?
Si hubo una experiencia religiosa que unió a la variedad de pueblos plurales que se asentaron en las colinas de Canaán fue la de la liberación. Las notas estructurales de la religión yahvista, aún vistas desde el lente del exilio y postexilio, se encuentran en esas tradiciones en torno a los éxodos masivos como experiencia de liberación. Concretamente hablamos de trabajadores oprimidos en las tierras de Egipto. Esto da lugar a una organización de solidaridad, y de una fuerte exigencia ética, que abre a la dimensión de la esperanza, de la unión comunitaria con un fin, y, en un paralelismo con las religiones patriarcales: del presente socorro de Dios como liberador en una situación de extrema necesidad[6]. Yavhé es un Dios de la liberación[7], esa es la novedad de los grupos del éxodo, no porque antes no tuvieran una religión, sino que hubo una especie de unión, de comunidad, en torno a esa liberación política que a todos implica[8].
Después de vivir un tiempo en la esclavitud y ver mundo como remero de un navío fenicio, el hermano que se muestra favorable frente a los grupos humanos cuya vida se dinamiza por el nomadismo, se hace eco de uno de los pilares que comprende el lecho primitivo de la religión de Israel. Ahora bien, la vida nomádica estuvo en clara relación con la cultura agrícola, en unas condiciones de transferencia[9]. En otras palabras, no hay una oposición entre nomadismo y sedentarismo, sino una relación de transmisiones y transiciones de un modo de organización a la otra[10]. ¿Se vería esa tensión reflejada en la conversación entre los propios núcleos familiares? Esa mirada hacia una vida más primitiva evocaba a una libertad que, paradójicamente, para este hermano estaba incluso en la durísima vida del remero.
–Hermano, fue un maravilloso designio que pudiese encontrarme con la familia y volver a la casa de padre. Nunca volvería a esa vida en la que me vi envuelto, pero déjame que sueñe con tierras lejanas.
Después de ese pequeño rifirrafe entre los hermanos, se quedaron en silencio. A lo lejos unos hombres transportaban enormes maderos recién cortados.
–Hace mucho que traen madera del bosque[11].
–Nuestra patria provee en abundancia.
–Sí. Aunque todos esos bienes son de nuestro pueblo. No deberíamos vendernos tan barato a los reyes extranjeros. ¿A dónde irá toda esa madera?
–Dios quiera que no sea para la guerra.
–Hace tiempo que en palacio todo se soluciona con sobornos.
–La corona besó hace mucho a otros dioses, pero ¡no nos calentemos más! Ya basta por hoy. Volvamos a casa antes de que oscurezca del todo.
La concentración israelita en las montañas, a causa de la superioridad militar filistea en los valles, los llevó a una exhaustiva labor de tala de árboles para la recogida de agua. Ese elemento es fundamental para la organización de ciudades. Ahora bien, ¿era más barata la obra hidráulica que la guerra? ¿Era por razones económicas, o había unos valores antibelicistas?[12].
Lejos de ver el movimiento profético como un análisis que analizó objetivamente la sociedad contemporánea, se trató de una toma consciente de bando, de un tomar partido ante una situación. Este movimiento se puso de parte de las clases oprimidas, y culpó directamente a las clases políticas. Ahora bien, no deberíamos ver el profetismo como un movimiento unitario, esto es, no se trata de un movimiento homogéneo. ¿Tendría este hermano influencia de algún profeta? ¿Quizá pudo escuchar en la capital algún discurso de denuncia en contra de los abusos monárquicos en esa masiva extracción de recursos naturales para fines imperiales?
Los valores con los que se movilizaron a campesinos y trabajadores son los de la libertad propia del yahvismo preestatal[13]. Esto supuso una crítica a las políticas militaristas que, por ejemplo, en las voces de Isaías y de Oseas, abogan por una pasividad en una espera en confianza[14]. Nuestros protagonistas se hacen eco de las críticas al poder del funcionariado de la corona[15], y finalmente del culto al sincretismo que venía acompañado de una serie de acciones en contra de la ética yahvista, como el soborno[16]. Difícilmente podrían sospechar ambos hermanos que las malas políticas que criticaban con toda sencillez llevarían a su pueblo al exilio.
–Sí, vayamos a casa. Padre dijo que había comprado una vasija de vino, quizá podamos probar un poco esta noche antes de dormir.
…. ….. …..
Muchos siglos antes, cuando la zona de la actual Palestina no era aún una conquista de la tribu de Dan, en la ciudad de Lais, un joven torneaba una vasija de barro en el taller familiar, supervisado por su padre. Una vasija que iría destinada al almacenaje de vino. Lais era un centro de comercio importante, pues uno de los principales afluentes del Jordán pasaba por ella, además de la ruta comercial desde Tiro a Damasco.
–Te está quedando un buen trabajo hijo. Hoy lo celebraremos a la salida de la luna.
–Gracias, señor.
–No te desconcentres. Tornear el barro requiere todo de ti. No olvides nunca de poner tu mirada donde tienes tus manos.
–Sí.
En el neolítico se mantuvo una cultura cazadora recolectora, pero la revolución no deshizo esta dinámica, sino que convivió con la aparición de una agricultura, en primer lugar, no sedentaria[17]. Con la caída del imperio egipcio, y la dominación de los filisteos de las costas y valles de Canaán, quedaron libres las colinas para tribus de pastores[18]. La mejora de los procesos comerciales en la salida del neolítico fue posible gracias a un medio muy protagonista: el agua[19]. Si la ciudad de Lais pudo dar una comunidad de alfareros fue por esa riqueza en común que fluía de un fluvial del Jordán. ¿Qué nivel de vida debió dar ese trabajo de artesanía de esta familia de alfareros? ¿Serían dueños del taller en el que trabajaron? ¿Gozarían de una consideración especial en la sociedad a la que servían?
–Al verte trabajar, hijo mío, veo claro que un día este taller familiar estará a tu mando.
–Padre…
–No desatiendas, hijo mío. Voy a buscar algo de comer. Hoy tus hermanos han traído frutos del bosque. Los tomaremos con un poco de aceite.
La economía fue fundamentalmente agraria, por muy fuerte que fuera el comercio y la artesanía, aunque esta tiene hoy un valor enorme para comprender aspectos de esa cultura pérdida. Más allá de la caza, de la pesca y de la recolección, poco a poco se fue implantando, como una auténtica revolución, la plantación y la cría de animales. El cambio cultural y económico fue muy profundo[20]. Una revolución que se dio poco a poco, como un proceso lento y gradual[21].
El nomadismo y la supervivencia eran dos cuestiones estrechamente relacionadas. Los antepasados de los Israelitas llevaban una vida nómada, y la transición fue paulatinamente hacia un seminomadismo con mayor o menor gradiente de movilidad. Era tan grande la necesidad del otro que la solidaridad era convertida en ley. La legalidad en dichos territorios estaba sustentada en dos principios: hospitalidad y asilo. En el desierto la hospitalidad es una necesidad, convertida en virtud en la idea de que el huésped es sagrado y que recibirlo, por tanto, es sagrado.
La forma de religión era personal y familiar, pero dicha realidad familiar gozaba de una flexibilidad que hoy nos parecería inaudita. Lo que es innegable es que la institución familiar tenía un peso absoluto en las relaciones, en la supervivencia, pues era el núcleo de la existencia humana de la época[22]. Nuestro protagonista nació en una familia de alfareros, y moriría siendo alfarero, pero nadie nace sabiendo usar el torno. La cerámica es de lo poco que queda disponible de una cultura que se diluyó con el tiempo. ¿Sería esa vasija de vino que hacían las manos del joven un prototipo que siglos después contendría el vino de nuestros dos hermanos del anterior relato? ¿Incluso con cambios de eras y culturas por medio?
…. ….. …..
Un trozo de arcilla era examinado por un estudiante en el yacimiento arqueológico En Esur, entre Tel Aviv y Haifa, al norte de Israel, en Galilea. Con guantes y pincel en mano, se preguntaba por las personas que un día dieron uso a ese pedazo de barro cocido. A su lado su profesor descansaba a la sombra, bebiendo un poco de agua, y con sombrero en mano.
–Profesor, hay un asunto que me inquieta en todo este asunto que estamos investigando.
–¿Una de tus preguntas?
–Sí, no quiero molestarle en su descanso.
–No, adelante.
–Tenía una idea de esta tierra muy distinta. Leí tantos mitos en la facultad. En este pequeño poblado se ve una organización magnífica… pero ¿en la periferia?
–Creo que entiendo por dónde vas. Periferia, centro, nunca es tan sencillo. Muchas veces esas distinciones son puramente ideológicas[23].
–Creo que lo entiendo.
–Desde luego, sin las fuentes literarias, difícilmente, distinguiríamos el trozo de barro que sujetas entre las manos de una piedra cualquiera[24].
–¿En serio?
–Sólo exagero un poco. Pero te sorprendería lo intrincado de las fuentes materiales y las literarias. Ambas pueden comprenderse en dialécticas muy distintas dependiendo de quienes las hilen.
–Comprendo.
–La historia de Antiguo Oriente es una sucesión de crisis. Terremotos, sequias, epidemias, incendios… de hambrunas, además de los recuerdos del gran ingenio que aquí desenterramos, esa también es la historia de esta tierra.
Ambos se sentaron a la sombra de una frondosa higuera y compartieron un pedazo de pan y un poco de queso. Y continuaron charlando.
–Ayer hablaba con un compañero de filosofía. Pintaba la cultura griega como un auténtico milagro, como si aquí no hubiese pasado nada.
–Otro mito, pero no vayas a creer que es mucho más verídico que ese que dice que esta es la cuna de la civilización.
–Entiendo, profesor, pero es sorprendente lo que estamos desenterrando aquí.
–Es usted un joven muy susceptible.
–¿Usted cree?… me encantaría escribir algo sobre las personas que vivieron aquí, de quienes emplearon este trozo de arcilla.
–Cualquiera que intentara narrar una historia sobre las revoluciones aquí sucedidas, ya fuera de los habitantes de Lais, o de lo que después sería Dan… si es que esto que pisamos tiene algo que ver realmente con esos nombres, se encontraría con ciertas problemáticas. Es un trabajo de años de estudio el poder escribir algo con un poco de coherencia.
–¿Sí? ¿Usted cree?
–Al narrar una historia particular… no se podrían ver las dinámicas que tan lentamente se fueron generando. Cualquier planteamiento necesita un análisis crítico, sea marxista o no, y siempre tendrá sus dificultades, pues no hemos de olvidar lo distintas que fueron las culturas del antiguo oriente en comparación con las nuestras. Sí el análisis es neoliberal difícilmente haremos justicia a lo que aquí ocurrió.
–¿Existen tales acercamientos?
–Ya lo creo. Los profetas casi aparecen como bolcheviques.
–¿Y cómo hacerlo entonces?
–Para las reconstrucciones históricas nos sirven los tipos ideas, de Weber, por ejemplo, los análisis críticos que antes te comenté, pero sobre todo muchos años de reflexión, me temo.
–Entiendo. Pero con los suficientes conocimientos de historiografía…
–La historiografía tiene la tarea de analizar las formas de ideología, pues en todo lo que sacamos a la luz hay un nivel estructural, una dimensión material, que resuena a un nivel ideológico[25]. Y para ello no podemos dejar de preguntarnos por la pregunta de qué es el hombre… y qué era un hombre entonces, en un punto concreto, en ese abismo que es el tiempo.
–Se me han quitado las ganas de escribir nada…
–No hombre, si no haces el intento tampoco te darás cuenta de lo que te digo. Tienes mi apoyo.
–Bien. Quizá dos hermanos de la tribu de Dan discutiendo por asuntos sobre la libertad… o un joven alfarero en la ciudad de Lais…
–A esos hombres les unió la tierra, pero poco más.
Ambos hombres se quedaron en silencio disfrutando de la compañía mutua. Al alumno le brotaba un formidable deseo de escribir sobre esas personas, debido al enorme placer que sentía sentado ahí en medio de lo que una vez fue Canaán.
–¿Cuántos misterios tiene Palestina, verdad, profesor?
–Sin duda. Pero atiende en lo siguiente. Aun siendo Palestina una de las zonas más investigadas arqueológicamente, lo cierto es que hay otras tierras donde los hallazgos son mucho mayores… pero aquí es donde empezó todo, por ese deseo de conocer la tierra de la Biblia[26].
–Sí, pero, volviendo a mi amigo… esa idea del milagro griego, y todo lo que se dice de oriente…
–Lo que es seguro es que las pirámides no fueron hechas a fuerza de látigo. Los occidentales tenemos la tendencia de ver los rasgos democráticos de oriente como algo residual, pero deberíamos revisar esa idea de un despotismo sistemático. En general había un enorme pluralismo, y es casi imposible encontrar paralelismos, por ejemplo, entre el gobierno egipcio y el anatolio[27].
–Sí. El evolucionismo social… no clarifica mucho, ¿verdad?
–Desde luego, desde una perspectiva evolucionista en lo social es imposible explicar la formación de gobiernos orientales que, lejos de presentar una organización despótica[28], nos muestran un desarrollo de auténticas ciudades perfectamente civilizadas[29].
–Se podría decir que demonizamos lo que no conocemos…
–Se podría decir, sí, se podría decir… es el discurso de oriente desde occidente que tanto juego da a ese dualismo del que somos parte. Pero los procesos sociales de estas tierras son sorprendentes. Entre las diferentes tribus que se organizaron en esta tierra por primera vez no había lo que entenderíamos hoy por clases sociales, pero sí familias que se consideraban más nobles que otras. Los beduinos, por ejemplo, estaban más bien considerados que los cultivadores. Pero ¿tendrían conciencia unos y otros de la situación social particular?
–La conciencia de cada uno… no había pensado en ello.
–Los registros materiales, y los literarios, nos dan un reflejo de la autoconciencia que podían tener o dejar de tener los individuos de una familia… pero sólo podemos especular sobre cómo se veían a sí mismos.
–Entiendo, y para una narrativa imaginarse como se veían a sí mismos parece fundamental. ¿Cómo dar voz sino a unos personajes?
–Sí, algo así, déjame ponerte un ejemplo concreto. La importancia del altar como elemento fundamental del santuario evoluciona desde la época preisraelita, aquí, en Palestina[30]. Si hemos de identificar el origen ritual israelita diremos que tuvo muchísima relación con los demás pueblos orientales. La historia del sacrificio israelita se remonta a tiempos inmemoriales, un esbozo magnífico de esto lo habrás leído en la obra de Wellhausen[31]. Pero ¿quiénes celebraban esos ritos tenían conciencia de esa influencia de otras culturas? ¿Eran conscientes del proceso que supone ese uso religioso en constante transformación durante siglos y siglos?
–Entiendo. No somos capaces de ver esas realidades más allá de esa mirada de vuelo de águila. Y un particular no puede mirar desde arriba con esa claridad…
–Eso es. Nosotros podemos tener muy claro, por ejemplo, que los procesos económicos afectan a lo social, pero también a lo político y jurídico, y viceversa, por lo que más que la vida particular de las personas, de las familias, analizamos estructuras en transformación.
Se hizo prácticamente de noche, pues la conversación dio lugar a otras cuestiones, y esas otras a muchas más: ambos, alumno y profesor, estaban apasionados de las intrincadas vicisitudes de la tierra que investigaban. Una tierra de grano, aceite y vino, pero también de dátiles. Una tierra de arcilla. Y de aguas. Ese evocador mar Mediterráneo que despertaba los sueños comerciales y los terrores inconscientes, la vida que ofrecía el Jordán, y el abono de los sulfuros, betunes, y sal, del Mar Muerto.
¿Cómo era la vida de nuestros protagonistas? ¿Del padre e hijo alfarero, y de los hermanos agricultores de la tribu de Dan? El profesor y el alumno discuten sobre el problema de la autoconciencia, y es que nosotros al hablar de reyes y esclavos, sacerdotes y profetas, no podemos evitar proyectar la imagen que tenemos sobre ellos. ¿Había desigualdad? Y si la había, ¿eran conscientes de ello? Eso quizá sea lo más interesante del profetismo, que sin ser un análisis al que nosotros hoy estamos acostumbrados cuando hablamos de política, sí expresa un sentir particular, el fondo de una conciencia, que es capaz de adelantar el futuro con el vigor de quien se atreve a decir aquello que sea necesario aún a riesgo de jugarse el tipo.
¿Fueron los profetas reformadores sociales? ¿Revolucionarios a favor de una naciente clase burguesa? ¿Antimonárquicos? Seguramente no haya una respuesta homogénea, y al evocar al profetismo hablemos de una realidad mucho más plural de lo inimaginable. Y volvemos al problema del particularismo, ¿cómo sería la vida concreta del profeta concreto que vivía en una concreta tierra, hijo de un padre, de una madre, parte de una familia concreta? Al acercarnos al momento particular y preguntarnos por él, ¿no tenemos la sensación de que el tiempo nos traga y ya no queda perspectiva para escribir, para pensar en un tiempo que ya pasó?
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[1] Liverani (1995). El Antiguo Oriente, Barcelona: Crítica, p. 36
[2] Sabatino Moscati (1987) El alba de la civilización, Ediciones Cristiandad, Madrid.
[3] Sabatino Moscati (1987), p.181
[4] Sabatino Moscati (1987), p.190
[5] Sabatino Moscati (1987), p.192
[6] Rainer Albertz (1999), p. 95
[7] Rainer Albertz (1999), p. 97
[8] Rainer Albertz (1999), p. 98
[9] Rainer Albertz (1999), p. 73
[10] Rainer Albertz (1999), p. 74
[11] Sabatino Moscati (1987), p.38
[12] Morris Silver (1983), Prohets and Markets, (Versión resumida): Seut
[13] Rainer Albertz (1999), p. 311
[14] Rainer Albertz (1999), p. 314
[15] Rainer Albertz (1999), p. 319
[16] Rainer Albertz (1999), p. 321
[17] Liverani (1995), p. 62
[18] Liverani (1995), p. 517
[19] Liverani (1995), p. 124
[20] Sabatino Moscati (1987), p.44
[21] Sabatino Moscati (1987), p.45
[22] Morris Silver (1983), p. 12
[23] Liverani (1995), p. 39
[24] Liverani (1995), p. 42
[25] Liverani (1995), p. 61
[26] Liverani (1995), p. 536
[27] Sabatino Moscati (1987), p.295
[28] Sabatino Moscati (1987), p.297
[29] Sabatino Moscati (1987), p.308
[30] Roland de Vaux (1992), p. 519
[31] Roland de Vaux (1992), p. 539