Según los evangelios, cuando Jesús hace referencias al conjunto de la Torah o Pentateuco, lo hace entendiendo que son los libros de Moisés (cf. Marcos 7,10; 10,3-5; 12,26; Lucas 5,14; 16,29-31; 24,27.44; Juan 5,45-47; 7,19.23). Entre los que defienden la plena autoría mosaica de estos libros, hay algunos que entienden que, dado que Jesús es Dios –y Dios no se equivoca nunca–, el maestro de Galilea hace con estas alusiones la mejor apología de la paternidad literaria del Pentateuco como obra de Moisés, con la excepción del capítulo 34 de Deuteronomio que narra la muerte del gran profeta (pues claro está, difícilmente el cadáver de Moisés narraría los hechos de su propia defunción).
Por tanto, desde este punto de vista que personalmente no comparto, se suele argumentar que quienes rechazan la autoría de Moisés, consciente o inconscientemente, lo que estarían haciendo es decir que Jesús o estaba equivocado o estaba mintiendo. Normalmente, para dar más énfasis, quienes emplean esta artimaña apologética resaltan más lo segundo: «vosotros, por negar la autoría de Moisés respecto al Pentateuco, lo que estáis haciendo es declarar a Jesucristo como mentiroso»; de modo que el oponente pasa ya a un estado de herejía, blasfemia o apostasía. Se estira más allá de su contexto aquel versículo de 1Jn 5,10 o 1Jn 1,10 sobre “hacer a Dios/Cristo mentiroso”. Obviamente, nadie usaría un argumento de este tipo con las parábolas, que no son historias reales, y no por ello Jesús se convierte en un mentiroso al contarlas. Pero eso sería otro asunto.
Antes de nada, quisiera decir que es cierto que la tendencia actual en los estudios sobre el Pentateuco radica en fijarse en la forma armónica y definitiva del texto. También es indiscutible que los postulados de Welhausen han sido refutados, corregidos y superados. ¿Quién sigue a Welhausen hoy en día? Sin embargo, la metodología histórico-crítica, lejos de morir, ha adquirido posteriormente nuevas perspectivas, algunas de ellas también abandonadas en la actualidad debido a las correcciones y mejoras. Aunque soy consciente de otras propuestas, lo que prima actualmente entre los especialistas, es prácticamente el consenso que dictamina que la forma definitiva del Pentateuco se remonta a los siglos V-IV a.C. tras las ediciones de varios redactores a lo largo del tiempo. Por ello, aunque Welhausen ha sido corregido e incluso refutado, no es juego limpio decir que estos análisis críticos han sido abandonados del todo, dando a entender que ahora lo que predomina de nuevo es la recuperación de la postura tradicional en este asunto. Ahora bien, también es cierto que todavía son muchos los investigadores quienes consideran que en la Torah el cuerpo de leyes propiamente dicho, tienen un origen directo en el propio Moisés, aunque esto es solo una porción dentro del andamiaje de estos primeros cinco libros de la Biblia (por supuesto, otros especialistas indican que ni siquiera eso es de Moisés).
En cualquier caso, lo que verdaderamente me preocupa y a lo que reacciono con este artículo es a una serie de ideas que estos bienintencionados apologetas de Moisés manifiestan. La primera impresión que percibo –aunque no la más importante– es que, entendiendo que esta defensa pretende reforzar la autoridad e inspiración de las Escrituras, lo que parece reflejar en realidad es poca confianza en tales doctrinas. ¿Acaso si el Pentateuco estuviese escrito por otros redactores y no por Moisés, supondría una debilidad, deterioro o pérdida de la inspiración divina de esos textos?[1] Mi respuesta es que no, en nada perjudica a las doctrinas de la inspiración.
Sabemos, como vemos precisamente por Jesús en los evangelios, que la alusión a Moisés muchas veces, en vez de ser una mención concreta al profeta, es un término que se emplea precisamente como equivalente de los libros que él protagoniza (si es que puede decirse así, ya que el protagonista realmente es Dios, y hay secciones en las que Moisés está ausente). No requiere mayor dificultad entender que aquellos libros se comprendiesen muy tempranamente como los libros de Moisés, y que popularmente pasasen a entenderse como libros escritos por él, aunque a grosso modo no lo fuesen.
La inspiración de los mismos no está en juego ni mucho menos. Algo parecido pasa con Isaías, los profetas posteriores de su escuela (el Deuteroisaías y la sección denominada Tritoisaías) continuaron escribiendo en los mismos rollos iniciados por él, y todo ese conjunto de libros, fuesen o no del propio Isaías, pasaron a tomar el nombre del que los comenzó. Si a Dios le ha placido que otros grandes profetas quedasen en el anonimato no nos debe sorprender, y menos juzgar desde nuestro entendimiento contemporáneo de los derechos de autor que nada tiene que ver con el mundo de la Biblia. El ciclo henóquico, más tardío y no canónico, muestra qué tan habitual era también en su época, sumar libros a una misma colección con un protagonista común (aunque entre unos y otros pueden pasar muchísimo tiempo).
Además, quienes dicen que negar la autoría de Moisés respecto a la Torah es «hacer de Jesús un mentiroso», no toman en cuenta lo que ocurre en Mt 27,9. En este versículo –acusado por algunos de ser una arbitrariedad tipológica– ocurre algo, se hace una referencia a Jeremías cuando en realidad la cita que ofrece es de Zacarías 11,12-13 (aunque enlaza con Jer 32,6-15).[2] En la versión crítica del texto griego (por ejemplo Nestle-Aland 27ed.) la mención a Jeremías prevalece como la más cercana al original, salvo en algunos manuscritos que han pretendido hacer tardíamente la pertinente corrección. En la Peshita no se menciona el nombre, sino solo se dice el título de «el profeta». Aunque habrá quien postule la idea de que fue el copista quien por error incluyó a Jeremías en lugar de Zacarías, también cabe la posibilidad, como algunas biblias de estudio señalan, que así como en el Talmud babilónico Jeremías encabeza la lista de libros proféticos, su nombre pudo quedar ligado como una mención a todo el conjunto de libros. De tratarse de lo mismo, el evangelista seguiría la costumbre de mencionar a Jeremías en alusión al corpus de libros proféticos y por ello el aparente desliz. Los especialistas tendrán que determinar qué tan cierta es esta teoría, pero, en el caso que nos ocupa, tomándola en serio, de un modo más o menos similar, se habría fijado anteriormente la costumbre de citar al legislador Moisés como equivalente a todo el corpus del Pentateuco, sin que esto supusiera que todo el conjunto fuese de su autoría.
Pero en el argumento pretendidamente apologético de «hacer a Jesús un mentiroso» hay implícito algo todavía más preocupante. De hecho, en mi opinión, la acusación de herejía puede volverse en contra de quienes emplean esta afirmación. Cabe decir que los creyentes reconocemos a Jesús como Dios, Dios encarnado, el Logos hecho ser humano. La doctrina cristiana afirma que Jesús es 100% Dios, pero también 100% hombre. El Logos asume todo lo humano excepto el pecado (Hb 4,15). Esto significa una encarnación real, si Jesús no hubiese vivido alguna de las determinaciones de la existencia humana, «no sería hombre cabal, y nosotros no estaríamos redimidos del todo».[3] Cristologicamente, como el teólogo Paul Tillich destaca, lo que esto implica es «sujeción a la existencia» y al mismo tiempo «triunfo sobre la existencia».[4]
El himno cristológico de Fil 2 (que debe entenderse a pesar de la tempranísima datación como un remontarse a Cristo preencarnado o preexistente),[5] describe y escenifica el significado de la kénosis, es decir, del vaciamiento que ocurre en el Logos divino cuando se encarna como un ser humano auténtico. Esto implica que Dios en Jesús toma para sí la realidad de la naturaleza humana. ¡No es una mera apariencia ni adopta un cuerpo como carcasa al estilo de la película Avatar! Dios en Jesús es 100% humano, no es un humano al 50%, ¡no es un semidios como Perseo o Hércules! Por tanto, lejos de caer en el kenoticismo (que es en lo que podrán estar pensando algunos), que postula que en la encarnación Jesús se despoja de la deidad,[6] lo que hay que tener cuidado es en ver qué origina realmente la kénosis y cuáles son las limitaciones del vaciamiento del Logos.
Por supuesto, las consecuencias de esto van más allá del escándalo de que Jesús, hombre de carne y hueso, tuviese que vaciar sus esfínteres como todo el mundo, un detalle que bien apunta Lucas cuando dice que siendo un bebé tuvo necesidad de usar pañales (Lc 2,12). También significa que Jesús nace sujeto a los procesos cognitivos propios de los seres humanos. De hecho, uno de los temas importantes de Cristología es el proceso propio de Jesús para tomar conciencia de su identidad mesiánica y de su lugar como Hijo de Dios. Jesús no nace sabiendo, de hecho nuevamente es Lucas quien subraya que necesitó, como cualquier niño, de un proceso de crecimiento en sabiduría (Lc 2,52). El Dios encarnado tiene que pasar ese proceso humano (si es que verdaderamente se hizo humano naciendo como tal), de conocer lo antes no conocido. Por ejemplo, el bebé del pesebre ignoraba el lenguaje al nacer, tuvo que aprenderlo, balbucear, hacer malas pronunciaciones o expresar palabras de modo incorrecto. Así sucesivamente durante su crecimiento, fue pasando por los procesos de aprendizaje que tenemos todos los seres humanos. Para aprender a andar incluso tuvo que dar pasitos torpes y cometer tropiezos y caídas. Ahora bien, en la misma línea, los evangelios también nos indican que hubo cuestiones teologales que Jesús, ya adulto, no conocía (Mc 13,32), y esto, como dice un autor tan conservador como Barchuk, se debe a que en la encarnación Cristo estaba sujeto a limitaciones.[7] Jesús en su conciencia humana no pudo sintetizar todo lo que es Dios.[8] Dios en Jesús, se reveló al ser humano haciéndose auténtica existencia humana (Jn 1,14).[9] Lo que necesitábamos comprender de Dios (totalmente otro), Jesús lo hace accesible, lo traduce en su persona (Jn 1,18), en una auténtica humanidad (de hecho la humanidad perfecta); y en él se efectúa la jugada maestra de nuestra redención.
Por lo tanto, expresar una sentencia como: «vosotros, por negar la autoría de Moisés respecto al Pentateuco, lo que estáis haciendo es declarar a Jesucristo como mentiroso», además de ser un empleo retorcido y descontextualizado de 1Jn 5,10 y 1Jn 1,10, puede devenir, más allá de la tradición de la cristología unitiva de la tradición alejandrina (donde la humanidad de Jesús es absorbida por su divinidad), en un planteamiento más bien apolinarista, monofisista o –como frecuentemente parece– puramente docetista. Si tomamos en serio la kénosis en la encarnación, Jesús no tenía que saber absolutamente nada de redactores y editores del pentateuco, no tuvo que saber nada de las diversas propuestas sobre la Hipótesis documentaria, y aún así, ser verdaderamente Dios con nosotros, Dios hecho carne y auténtica divinidad sujeta a la existencia humana.
[1] En mis años de estudiante publiqué un artículo que mostraba esta inquietud, cf. R. BERNAL; Autoridad Bíblica y metodología crítica: dos caras de una misma moneda [en línea]. Razón y Pensamiento Cristiano. 2015. http://www.revista-rypc.org/2015/09/autoridad-biblica-y-metodologia-critica.html
[2] Cf. E. LEVINE; Un judío lee el Nuevo Testamento (Madrid: Cristiandad, 1980) pp.335-336.
[3] A. TORRES QUEIRUGA; Recuperar la salvación. Para una interpretación liberadora de la experiencia cristiana, 2ª ed. (Santander: Sal Terrae, 1995) p.179.
[4] Cf. H. ZAHRNT; A vueltas con Dios. La teología protestante en el siglo XX (Zaragoza: Dichos y Hechos, 1972) p.372.
[5] Cf. L. W. HURTADO; Señor Jesucristo. La devoción a Jesús en el cristianismo primitivo (Salamanca: Sígueme, 2008) p.153.
[6] Cf. F. LACUEVA; art: «Kenoticismo» en Diccionario Teológico Ilustrado. Revisado y ampliado por A. Ropero (Viladecavals: CLIE, 2008) p.370-371.
[7] Cf. I. BARCHUK; Explicación del Libro de Apocalipsis (Tarrasa: CLIE, 1978) p.23.
[8] Cf. J. SOBRINO; Jesucristo liberador. Lectura histórico-crítica de Jesús de Nazaret. 3ª ed. (Madrid: Trotta, 1993) p.201-202.
[9] Cf. B. SESBOÜÉ; Jesucristo el único mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación. Tomo 1 (Salamanca: Secretariado Trinitario, 1990) p.117.