Antes de que Lutero se convirtiera en la cabeza visible de la Reforma Protestante en Alemania en el siglo XVI, fue profesor de Teología en la Universidad de Wittenberg donde con frecuencia se le podía ver disertar sobre las Sagradas Escrituras. Durante toda su carrera, Lutero enseñó, tradujo y predicó de la Biblia, el libro que se convirtió en su gran pasión. Para él, ese era el libro cristiano por excelencia, y lo valoró por encima de todos los demás porque le trajo las buenas nuevas de Jesucristo, el Salvador, a su vida. Por otra parte, como es bien sabido, Lutero a primera vista entendió el Evangelio como una verdadera buena noticia. Sin embargo, durante años estuvo bajo el peso de la duda, la desesperación y el desaliento, sin encontrar un remedio satisfactorio para su alma desde el ministerio en la iglesia de su época. Incluso sus estudios y comentarios de las epístolas paulinas que tanto se han popularizado no le trajeron paz, porque seguía tropezando con la tajante frase de Pablo “La justicia de Dios” en Romanos 1:17. Sobre todo la gran interrogante que inundaba su mente era:¿Qué significaba decir que en el Evangelio, Dios revela su «justicia»? Inicialmente, Lutero entendió la frase como referencia a la santidad de Dios: como la idea que Dios es un Dios castigador y airoso, que cobra caro los errores y por ende castiga a los pecadores injustos que no cumplen con sus mandamientos. Pero esto significaría que casi todo el contenido de la Biblia se resumiría en la ley, ¡y más ley! Y pensando en esto Lutero escribió: «Como si en verdad no es suficiente que los miserables pecadores, eternamente perdidos por el pecado original, sean aplastados por toda calamidad por la ley del decálogo, ¡sin que Dios agregue dolor al dolor por el evangelio y también por el evangelio que nos amenaza con su justicia e ira!». Realmente es difícil encontrar «buenas noticias» en ese tipo de Evangelio, el cual lamentablemente vemos repetirse una y otra vez desde los púlpitos de muchas iglesias en nuestros días. Pues bien, Lutero aún no entendía que el Evangelio nos dirige a Cristo y no a nosotros mismos, nos dirige a su obra salvadora y no a nuestras propias obras llenas de maldades e injusticias. Pero, como también dijo Lutero, “por la misericordia de Dios”, finalmente él mismo llegó a una nueva comprensión de la justicia divina. Porque en ese mismo pasaje de Romanos, Pablo (citando Habacuc 2:4) explica: «El que por la fe es justo, vivirá». En otras palabras, a mi modo de ver la justicia de Dios en el Evangelio no es la ira malévola o la maldición de Dios, sino que es un don bueno, no es condenación eterna sino vida plena y abundante aquí y ahora; y es dada a nosotros simplemente por la fe en Cristo. Dios nos considera justos cuando creemos en él y confiamos en sus promesas. Cuando Lutero finalmente se dio cuenta de que esta era la buena noticia, también llegó a una nueva apreciación de las Escrituras como primer y principal instrumento de Dios para traernos todo el consuelo y poder de este Evangelio. Casi de inmediato, Lutero comenzó a usar esta nueva apreciación de la justicia que se hace fe, como clave para comprender toda la Biblia; y en todo su trabajo a partir de entonces, el Evangelio se convirtió en el centro de su predicación y enseñanza de las Escrituras.
También el reformador se sorprendió al descubrir que este acercamiento a la Biblia no solo cambió internamente su vida, sino que provocó todo tipo de controversias a raíz de su ataque al comercio de indulgencias en las 95 Tesis, sus oponentes intentaron responderle utilizando a las autoridades eclesiásticas como era de esperarse: los escritos de los padres de la iglesia, los decretos papales, las decisiones conciliares y finalmente el derecho canónico. Aunque Lutero sentía gran respeto por los teólogos cristianos del pasado como Agustín, Atanasio, etcétera, y confesó los antiguos credos de la Iglesia, aceptó a los padres sólo como testigos de la verdad de las Escrituras y a los credos meramente como declaraciones de lo que la Escritura enseña. Él entendió las Escrituras solamente como la piedra fundacional de lo que constituía la doctrina cristiana. Entonces, en su gran debate que se conocería hasta hoy como la Disputa de Leipzig con el controvertido católico romano John Eck en 1519, Lutero expresó, “Un simple laico armado con las Escrituras debe ser creído por encima de un Papa o un consejo”; y diez años más tarde en Marburgo contra Ulrich Zwingli, el Teólogo reformado, Lutero dijo: “Hagamos con gusto a los queridos padres el honor de interpretar… sus escritos… para que permanezcan en armonía con la Sagrada Escritura. Sin embargo, donde sus escritos no concuerdan con la palabra de Dios, es mejor que digamos que se han equivocado y que por su bien debemos abandonar la palabra de Dios.»
Una vez que descubrió el Evangelio en las Escrituras, Lutero no quiso abandonarlo por las opiniones de los demás, sin importar cuán poderosos o prestigiosos pudieran ser. Para él, Dios le había dado la Biblia a los hombres por el bien de su salvación. Por lo tanto, la Biblia y solo la Biblia debía establecer la enseñanza y la predicación de la Iglesia. De lo contrario, una vez más el Evangelio estaría en peligro de oscuridad y corrupción por las enseñanzas de los hombres. Para Lutero la gente necesitaba escuchar, leer, vivir y creer la Palabra de Dios; y por tanto, esa premisa se convirtió en uno de los grandes objetivos de la Reforma Luterana: hacer esa Palabra disponible para todas las personas en su propio idioma.
Así que comenzó su trabajo de traducir la Biblia de los idiomas hebreo, arameo y griego al alemán bajo, cuando estuvo en Wartburg (en 1521-1522) aproximadamente, y lo continuó durante el resto de su vida en cooperación con sus colegas de Wittenberg. Publicó el primer Nuevo Testamento en 1522 y la primera Biblia completa en 1534; pero hubo muchas otras ediciones, incluida la Biblia de 1546 una edición más completa que fue publicada póstumamente. En todas estas ediciones, comenzando con la primera, Lutero compuso introducciones a varios libros de la Biblia, así como los prefacios del Antiguo y el Nuevo Testamento. Prácticamente en cada uno de ellos, Lutero enfatizó el propósito evangélico de la Biblia.
En su prefacio al Nuevo Testamento de 1522, por ejemplo, aunque Lutero admite que estaría bien si no se adjuntaran prefacios al texto de las Escrituras, dice que ha compuesto uno para rescatar al lector de interpretaciones erróneas que eran muy comunes de la época. En una aparente referencia a su propia experiencia, Lutero propone dirigir al lector al tema y propósito reales de las Escrituras «para que no se busquen leyes y mandamientos donde se debería estar buscando el evangelio y las promesas de Dios”. Esta comprensión del propósito de la Biblia llevó a Lutero a valorar algunos de sus libros de las escrituras más que a otros. En particular, Lutero atesoraba un aprecio incalculable por el Evangelio atribuido a San Juan, por la primera Epístola atribuida a Pedro y las Epístolas atribuidas de Pablo, especialmente Romanos. Con respecto a estos escritos, Lutero escribió: “En ellos… tú… encuentras representada de manera magistral cómo la fe en Cristo supera al pecado, la muerte e infierno, y da vida, justicia y salvación. Esta es la verdadera naturaleza del evangelio». Aunque Lutero clasificó algunos libros de la Biblia en un lugar destacado de su lista de devoción personal, había otros a los que él le tenía mucho menos aprecio, y, de hecho, en su prefacio de 1522, llama a la epístola de Santiago «una epístola de paja». Cuando leí este calificativo me pregunté ¿Por qué diría Lutero tal cosa? cuando en otro lugar escribe: «Yo admiro a Santiago y lo considero un buen libro, porque no establece doctrinas de hombres, sino que promulga vigorosamente la ley de Dios”. Pero ese es el punto: en comparación con otros libros como Romanos, Santiago se queda corto no por lo que dice sino por lo que no hace, por no enseñar algunos temas de importancia como, por ejemplo, «la Pasión, la resurrección y el oficio de Cristo y poner el fundamento de la fe en él». Para Lutero, la Ley no es suficiente puesto que Dios nos dio las Escrituras por amor a Cristo. Comparado con Santiago, el aprecio de Lutero por la epístola a los Romanos es ilimitado. Él se refirió a esta carta como la “parte principal del Nuevo Testamento y el evangelio más puro” e instó a los cristianos a aprenderlo de memoria y a atesorarlo como el “pan de cada día del alma”.
Aunque nunca escribió un comentario sobre Romanos ni volvió a dar conferencias sobre su prefacio de 1522 a esta carta, para mi es evidente que no es solo una buena introducción a su contenido, sino que también es una descripción concisa de los principales temas de la propia teología luterana y además de mostrar eficazmente cómo el Evangelio funciona como el corazón y centro del mensaje de la Biblia.
Pero valorar a Romanos por su contenido evangélico no significó para Lutero que el libro no contuviera ninguna ley. De hecho, todo lo contrario, y parte del por qué Lutero aprecia tanto a Romanos es porque el Apóstol Pablo explica la Ley en su nivel más profundo y enseña su verdadero propósito, a saber, revelar las debilidades humanas y la necesidad de un Salvador. Además de la gracia de Dios que obra y redime, nosotros, los seres humanos a menudo nos engañamos a nosotros mismos pensando que está «bien», que al observar ciertas reglas externas nos harán disfrutar de una relación correcta con Dios. Pero para el Apóstol esto es una locura, pues la Ley de Dios exige una santidad interior que nadie puede lograr y por ello nadie podrá salvarse por las obras de la ley. Esto simplemente me hace reflexionar que demostrar nuestra condición desesperada de pecaminosidad es tarea de la Ley. A lo que Lutero también muestra cómo Pablo enseña el Evangelio en Romanos: que Dios es misericordioso a través Cristo, que nos da el don de la fe, y que por esta fe confiamos en el amor y el perdón de Dios que nos redime de nuestra maldad. Pero Pablo va más allá, también enseñó sobre la vida cristiana que procede de la fe. Enseñó que los cristianos continúan experimentando debilidades, o sea, la naturaleza humana pecaminosa, pero que por el poder del Espíritu también trabajan para agradar a Dios sirviendo a su prójimo, y haciendo justicia porque han renacido en Cristo. Todo esto lo podemos encontrar en la epístola de Pablo a los Romanos. Pero lo que Lutero encontró en Romanos, lo encontró en la Biblia como un todo, tanto Antiguo como Nuevo Testamentos, porque creía que Dios había iluminado a profetas y apóstoles a escribir los libros de la Biblia durante siglos por el bien de su pueblo.
¿Pero qué necesitaba la gente que nos antecedió? ¿Y qué necesitamos hoy? Necesitaban y necesitamos a Cristo. Para traernos un mensaje seguro y certero que libera, acoge, acompaña e incluye a todas y todos sin excepción. Me atrevo a expresar que Lutero no solo creía esto y lo valoraba por sí mismo, sino que dedicó su vida a llevar este mensaje a otros. Hoy, la iglesia que lleva el nombre de Lutero tiene muchas razones para agradecer a Dios por el gran reformador: el testimonio de su vida, sus himnos, sus libros, su teología. Pero entre todos los dones de Dios a su Iglesia a través de Martín Lutero, ninguno es más importante que la comprensión de la Biblia. Porque a pesar de todo lo que ha cambiado desde los días de la Reforma, la Palabra de Dios aún permanece para abordar nuestras debilidades humanas con el evangelio de la gracia de Dios en Cristo. Como Lutero se dio cuenta y enseñó, ese es el corazón y el alma de las Escrituras; y los seres humanos todavía necesitamos seguir escuchándolo. Amén.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
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