29 de enero, 2021
Joana (1956 – 2020), mi querida compañera de vida durante casi cinco décadas, escribía hace unos años sobre un sueño que tuvo. Hoy le doy la voz a ella, y deseo transcribir su escrito, pues estoy convencido de que será de edificación para los que lo lean como lo ha sido para mi.
Escribía Joana,
“Hace dos noches tuve un sueño bastante inquietante, y no tanto por su contenido, sino porque me acuerdo de él paso a paso; y ya se sabe, los sueños se olvidan cuando te despiertas. Pero éste ha decidido permanecer en mi memoria y no entiendo muy bien por qué.
En mi sueño yo estaba dirigiendo uno de los momentos más importantes de la celebración comunitaria dominical y había decidido compartir la experiencia, —que tantas veces nos encontramos en los salmos—,del silencio de Dios. Sí, esa que el mismo Jesús experimentó en la cruz. Entonces, un hombre me increpó y me preguntó: ¿Serias capaz de decirle eso a este adolescente? señalándome a un joven sentado detrás de él. A lo que yo respondí: Y por qué no, seguro que él también tiene su propia experiencia de ese silencio.
Sin embargo, e inmediatamente, en mi sueño se produjo un giro sorprendente, y le dije a ese hombre: De todas maneras, el silencio de Dios es una experiencia que nos enseña a escucharle, porque en realidad no está callado y sigue hablando en la Historia y en nuestras historias, es sólo cuestión de estar atentos y saber leer y entender que su silencio puede ser simplemente una forma de comunicarse con nosotros. ¿Acaso no lo hacemos nosotros también?
Ufff, el subconsciente siempre alerta. ¡Salud!”
¡Cuánta verdad en lo que escribió mi compañera! El silencio de Dios es una experiencia que nos enseña a escucharle. Bien lo sabía ella, bien lo sé yo, y estoy convencido de que también tú que me lees…
Soli Deo Gloria
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