20 de febrero, 2021
“Porque tú, oh Dios, has escuchado mis votos; tú me has dado la heredad de los que temen tu nombre… Así cantaré alabanzas a tu nombre para siempre, cumpliendo mis votos día tras día”. (Sal. 61:5, 8 LBLA)
Canto alabanzas a Dios, y olvido que lo que las hacen veraces es la perseverancia diaria en el camino de Jesús de Nazaret. Canto alabanzas a Dios, y olvido que lo que las llenan de contenido es la Palabra de Jesús de Nazaret. Canto alabanzas a Dios, y olvido que enjugar las lágrimas de mis hermanos es el signo evidente de nuestra comunión con el Dios del Mesías Jesús.
La alabanza a Dios desvinculada de los procesos de creación, en la fuerza del Espíritu, de la buena sociedad según el Mesías Jesús, se convierte en pura idolatría, se torna en una blasfemia. Por ello el salmista afirma que «cantará alabanzas.., cumpliendo sus compromisos»; así debe ser, también, en nuestro caso.
La alabanza desvinculada del compromiso con la vida y la justicia me interna en el autoengaño, porque puede generar sentimientos piadosos, emociones intensas que enmascaran mi mediocridad y cobardía a la hora afrontar la legítima respuesta a la gracia de Dios: la entrega absoluta de mi existencia a la causa del reinado de Dios y su justicia.
Por lo tanto, mientras buscamos intensamente el reinado de Dios, mientras buscamos la ciudad que está por venir, resistamos al Imperio-mundo mediante un triple «sacrificio»: la alabanza, el hacer bien a todos y la ayuda mutua (Heb. 13:14-16). Recordemos que una cuerda de tres cabos no se rompe fácilmente (Ecle. 4:12).
Por todo ello, en este día, oramos:
Señor, perdóname porque a menudo sustituyo la búsqueda de tu reino por la canción piadosa. Señor, líbrame de la superficialidad y la hipocresía. Pon en mi boca un cántico nuevo generador de realidades auténticas, y en mis manos semilla de esperanza y justicia para sembrar la tierra.
Soli Deo Gloria
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