18 de febrero, 2021
Poseemos un corazón tan repleto de deseos y querencias, que nos sorprende el poeta hebreo cuando dice, “una sola cosa pido al Señor, sólo esto quiero: sentarme en la casa del Señor todos los días de mi vida, contemplar la gracia del Señor y frecuentar su Templo” (Sal. 27:4 BTI). Y al leer, ese corazón nuestro queda desenmascarado, e invitado a descargarse de todo aquello que no da sentido a la existencia, y que encauza nuestro camino por derroteros muy alejados del espíritu del Evangelio.
Estamos llamados por el Espíritu del Resucitado, como la María del Evangelio, a “elegir la mejor parte” (Lc. 10:42). Esa parte no es efímera, pues nos acompañara más allá de la muerte. Como el poeta hebreo y María, nos sentamos en la presencia del Señor (Lc. 10:39), para contemplar la gracia de las palabras que surgen de sus labios. Nos sentamos, guardamos silencio y ¡contemplamos la gracia!
No es algo que hagamos de higos a peras, sino que lo hacemos frecuentemente, porque entendemos que en ello nos va la vida y nuestra vitalidad espiritual. De ahí que nuestra prioridad absoluta, y nuestra petición a Dios, es el constante encuentro con el Señor. Todo lo demás, lo que nos es necesario, nos será dado, ¡siempre nos será dado! Por lo tanto no seamos hombres y mujeres angustiados y preocupados por lo que no es Dios, sea él nuestro centro existencial. Y así, en los tiempos adversos, nos sentiremos a resguardo en su “cabaña” (Sal. 27:5 BTI).
Soli Deo Gloria
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