Cuando era adolescente, y me calificaban de “progre”, me sentía orgulloso. Dicho calificativo expresaba mi rechazo radical a la dictadura que sufríamos en aquellos años en la tierra que me vio nacer. Hoy en ciertos sectores políticos se utiliza de forma despectiva. Y cuando se utiliza el término “progresista”, o se habla de “los progresistas” en círculos evangélicos, pareciera que se esté mentando al diablo, ya que son considerados una especie de encarnación del mal dentro de la iglesia. Es más, cuando se les trata de describir, se hace en términos gruesos, como si todos los progresistas fueran clónicos en su pensamiento. Muchas de las descripciones que se hacen son falsas, más falsas que Judas.
Algunos que me tildan de “progresista”, no me conocen,— nunca hemos tenido el gusto de sentarnos a la misma mesa—, y sin embargo me alinean con posiciones teológicas que no comparto en absoluto, aunque las respeto. Faltaría más. Cuando hablo de progresismo, lo hago en el sentido cristiano-teológico, no en el sentido político, ya que hay progresistas en lo teológico que son conservadores en lo político, y conservadores en lo teológico que son progresistas en lo político.
En mi opinión personal, decir progresismo es describir un talante abierto, dialogante y que no tolera, como diría el apóstol Pablo, que nadie se enseñoree de la fe de su prójimo. Progresista es el que, haciendo caso omiso a esas listas de autores prohibidos que circulan por las redes, todo lo lee —críticamente—, y de todo aprende. Reitero, ser progresista no implica adherirse a una escuela teológica, sino que expresa un talante ante la vida y la fe en Jesús de Nazaret, nuestro Señor.
En lo político, confesaré que no soy persona de partido, y que cuando voto, lo hago al partido que me apetece, y creedme que mi voto no goza de fidelidad, sino que es cambiante. A fin de cuentas no me convence el sistema en el que vivimos, ni pienso que la conquista del poder sea la panacea para cambiar la realidad, si acaso lo que logra es colocar una tirita aquí, y otra allá. En eso soy pesimista.
Pero regresando al tema del progresismo. Si bien es verdad que no me gustan las etiquetas, cuando fundé “Lupa Protestante”, la califique de “progresista”, para expresar un talante no una teología (no confundir liberalismo teológico con progresismo teológico), de ahí que entre su larga lista de articulistas los hay conservadores en lo teológico, y otros que lo son menos. La idea era divulgar el pensamiento diverso que se da en el protestantismo, el que nos gusta, y el nos gusta menos; ya que “Lupa” trata a sus lectores como adultos, y no como a niños a los que haya que ocultar la realidad diversa del protestantismo. En fin que, algunos antes de escribir y denunciar con términos gruesos a “los progresistas” debieran callar, y tomar el tiempo para conocer de qué hablan, y de quién hablan. Debemos recordar, como algunos han escrito, que el odio teológico es el peor de los odios, y el odio, evidentemente, no es parte, hasta donde yo sé, del fruto del Espíritu.
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