Posted On 06/06/2021 By In Espiritualidad, Opinión, portada With 1126 Views

Vida, después del fracaso | Ramón A. Pinto-Díaz

«Basta ya, Señor; quítame la vida, porque no soy mejor que mis antepasados que ya murieron». ..Mientras dormía, un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate y come!». Elías miró a su alrededor, y cerca de su cabeza había un poco de pan horneado sobre piedras calientes y un jarro de agua. Así que comió y bebió, y volvió a acostarse.

La vida de Elías se caracteriza por sus contrastes. Un día ora por sequía y otro día ora por lluvia. Un día hace caer fuego del cielo para destruir la idolatría nacional, y al siguiente huye de los idolatras pues han puesto precio a su cabeza.

Sin duda no es una vida de matices, sino de marcados contrastes. Y aunque desde nuestra panorámica su vida nos parece digna de una película épica; al acercarnos al hombre de carne y hueso, nos sobrecogemos, empatizamos con él, proyectamos nuestra propia vida en sus vivencias.

Llegan momentos, al igual que Elías, en que sentimos que nuestras fuerzas se han acabado y estamos enfrentando el fracaso.  Tal como el profeta, sentimos el colapso, toda nuestra catedral interior se derrumbar sobre nosotros.

“Quitame la vida” ruega Elías, “lacákj”  en el original, que podría traducirse como el ofrecimiento o entrega voluntaria y sin resistencia de algo propio muy importante, en este caso la vida misma. La psicología llama a esto frustración, la que es causada por el fracaso o una perdida personal.  Y sucede cuando nuestra vida no va como esperamos, incluso va en el sentido contrario, y que pese a  los esfuerzos realizados vemos que todo se nos va entre las manos.

Es interesante observar que fracaso tiene su raíz en la palabra  quassare, palabra que se relaciona con las consecuencias que se producen tras un gran choque.  En este sentido, el fracaso son las grietas que experimentamos en los accidentes que suceden a lo largo de nuestra vida. Y considerando que la experiencia del fracaso no es aislada, sino integral, compromete toda nuestra vida y entorno. Afecta todo lo que somos y lo que deseamos ser.

Y puesto que vivimos en una sociedad que idolatra el éxito, quienes hemos vivido algún tipo de fracaso sabemos que genera marginación, expulsión de ciertos círculos sociales y nos separa del entorno de validación donde nos desenvolvemos. Por lo que, junto con lidiar con la vergüenza y culpabilidad, se debe lidiar con la condena social.
Elías se duerme sumergido en su tristeza, esperando que el fin o el consuelo llegue durante el sueño. Pero inesperadamente el toque de un ángel le despierta, y junto al sobresalto natural, se da cuenta que cerca de su cabecera el enviado de Dios le ha preparado pan sobre unas brasas.

Me parece alentador pensar que mientras Elías duerme desesperanzado, un ángel corta algunas ramas del enebro que los refugia; prepara fuego, y mientras hornea pan, va por algo de agua fresca para beber y disfrutar juntos de una comida. Son una suma de detalles que no pueden pasan inadvertidas a nuestra vista, ya que construyen una imagen que refleja múltiples destellos del carácter divino al cuidado de Elías.

No obstante, Elías no ve nada de esto, él duerme, sigue viviendo su proceso sufriente. Lo que también sucede en nuestras vidas. Nuestro dolor nos enceguece y no logramos divisar los cuidados divinos. incluso nuestra propia autocompasión o culpabilidad agudiza la sensación de perdida lo que nos impide ver la gracia y misericordia divina que se mueve a nuestro favor.

Si la plegaría que Elías elevó a Dios nos conmueve. Los cuidados que el ángel prodiga a Elías lo hace aún más. Pues nos muestra a un Dios atento a los detalles, que en el silencio y en su tiempo (kairos) nos contiene necesidad de palabras, y nos provee el descanso que necesitamos, muchas veces ignorando lo que nosotros queremos. Es la figuración del buen samaritano. Del Cristo que ofrece agua a la mujer marginada. El Resucitado cenando junto al lago con un Pedro restaurado. El agasajo divino cuando más solos nos sentimos en la vida.

En esos momentos de detención obligada, nos damos cuenta que la vida cristiana es una equilibrio de contemplación y espera, pacientemente esperé en Dios y se inclinó a oírme, nos recuerda el rey David (salmo 40,1). Pese a todos los recursos económicos y el poder que tenía a su alcance, él comprendió que esperar el rescate divino era más sabio que intentar resolver las cosas a su propia manera.

Hablar de esperar y contemplar en medio de una crisis, es contrario a lo que nuestra sociedad proclama, y más aún cuando todo nuestro ser nos presiona a “hacer algo”, no habiendo nada que hacer más que esperar el auxilio divino y comenzar de nuevo.

Elías ya fortalecido retoma su peregrinaje  hasta Horeb, el lugar sagrado dónde Dios se reveló a Moisés en una zarza ardiendo, y donde entregó su ley a Israel. Elías vuelve a la fuente de la teofanía. En medio de su frustración, busca respuestas, busca cobijo… busca Revelación.

Elías vive en Horeb un encuentro místico …  Contempla un Dios tan suave como una brisa … Comprende que las cosas no eran tan terribles como pensaba, pues habían miles de fieles que aún seguían a Dios… Le revela su pronta glorificación, el fin de sus tiempos, le entrega la esperanza de su Trascendencia…Finalmente, Dios le envía nuevamente… comprendiendo que la Realidad es más grande de lo que puede ver… y que Dios siempre vela por nosotros.

En nuestras vidas experimentaremos grandes dolores, y eso es inevitable. Pero Dios tiene el poder para convertir eso malo, en algo constructivo, vivificante y esperanzador. Es el poder de quien hace surgir agua en el desierto, y darnos descanso en medio de la tribulación.

“Pero yo he puesto mi esperanza en el Señor; yo espero en el Dios de mi salvación. ¡Mi Dios me escuchará!” Miqueas 7:7

 

Ramón A. Pinto Díaz

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