Posted On 25/10/2021 By In Arte, Opinión, portada With 1229 Views

El asunto de la “belleza” en el cristianismo, su pensamiento, su celebración litúrgica | J. L. Avendaño

«Un teólogo sin sensibilidad por el arte y la belleza puede resultar peligroso». (Joseph Ratzinger).

De este modo, se expresaba Joseph Ratzinger comentando acerca del lugar que le corresponde a la «belleza» en el quehacer teológico y en la liturgia, a la luz del influjo de sus tres grandes maestros: Agustín, Tomás, Buenaventura.

Curiosamente, en el Segundo Congreso Misionero Evangélico celebrado en América Latina, tras el Congreso de Panamá (1916), esto es, el de Montevideo, Uruguay, llevado a cabo en 1925, se volverán a replantear las razones del precario avance del protestantismo misionero entre los sectores cultos e intelectuales de la región.

Nuevamente, allí se aducirá, tal como ya se lo había sugerido en Panamá, como uno de los condicionamientos más significativos a considerar, la escasa comprensión y debida atención de las agencias y compañías misioneras estadounidenses, y sus respectivos agentes evangelizadores, por la inclinación estético y ornamental del genio cultural latino, cultivado, especialmente, por aquellos grupos de mayor movilidad social.

Precisamente, uno de los expositores designados para la ocasión con el fin de analizar este evidente y preocupante impasse, Abelardo Amarato, llegará incluso a señalar aquello que ya muchos temían deviniese posteriormente estigma muy difícil de desmentir y subsanar para la causa evangélico misionera, a saber:

«Que constituía ya opinión prácticamente extendida entre la intelectualidad y la elite subcontinental, la idea según la cual el protestantismo, al menos, aquel arribado desde los Estados Unidos, resultaba abiertamente refractario y hostil hacia toda expresión artística y cultural».

Pero, incluso, ya la comisión a cargo del informe “Las iglesias evangélicas y el trabajo social”, del Congreso de Panamá, elevaba un llamado explícito a predicadores y «liturgos» (si cabe aquí el término) a velar por el mejor cuidado y preparación de los servicios cúlticos. La cita que transcribiré a continuación resulta claramente ilustrativa de lo anteriormente dicho y, en realidad, habla elocuentemente por sí misma:

«Los predicadores deberían ser más cuidadosos para que en todos los cultos públicos y formales haya gran altura, orden y belleza. Servicios feos e improvisados, maneras informales en el púlpito y tonos irreverentes en la oración deben evitarse en los servicios dominicales, lo mismo que composiciones descuidadas y predicar sermones improvisados. Existe una ciencia y un arte del culto aun en Iglesias no litúrgicas […] y la ausencia de ellos ofende el gusto, golpea la reverencia y alimenta por doquier el desprecio de las personas cultas».

En realidad cuando se observa el panorama de las iglesias evangélicas en América Latina, y a la luz, por supuesto, de su influjo y herencia misionera, se puede observar que el vacío más notorio, si no dramático, no sólo tiene que ver con el vacío de pertenencia teológica, profundidad y ligazón con la historia del pensamiento cristiano, sino con el vacío de la misma liturgia, su sentido, su estructura, su finalidad y, por qué no, su misma belleza. Y es que una cosa no puede ir sin la otra. Con toda razón un viejo adagio de la iglesia declara: “La teología de una iglesia se conoce más por su culto, sus formas litúrgicas, que por sus mismas declaraciones de fe”. Lo segundo puede ser sólo un anaquel, lo primero, le revela de cuerpo completo.


(La fotografía de la portada corresponde a la Capilla del Wycliffe College de la Universidad de Toronto, mi facultad).

José Luis Avendaño

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