Diciembre es tiempo de celebración; calles, empresas y casas se embellecen con luces que caracterizan a este mes. Finaliza el año y es un tiempo de dos celebraciones en la sociedad occidental: Navidad y Año Nuevo. La sociedad vive ambas fiestas, con profundo valor y expresión, pero desde una tradición altamente consumista. Es en este punto donde me quiero enfocar porque los hábitos capitalistas de consumo exacerbado desmarcan la celebración sacramental de la Navidad de su contenido teológico y espiritual convirtiéndolo en una fiesta banal y materialista.
La Navidad contiene un valor espiritual y místico de profundo significado para la fe cristiana, por lo tanto, se debe superar la estéril discusión de cuál es la fecha exacta del nacimiento de Jesús y el supuesto paganismo de su celebración. Es más productivo detenernos a observar, reflexionar y degustar del evento más elevado y significativo que experimentó la humanidad. La Historia de la Salvación alcanza su máxima expresión con la irrupción de Dios en la vida terrenal: lo escondido se reveló, lo transcendente se tornó inmanente y lo divino se vistió de humano, volviéndose la Encarnación de Dios.
Este evento insólito, en primer lugar, es profundamente espiritual porque aquel acto de Dios de encarnarse como humano fue inspirado y motivado por una entrega de amor mayor como obra salvífica y la misión de acercar el Reino de Dios a la Tierra. La motivación de Jesús fue la justicia y liberación del género humano, “el Amor Invisible en su Misterio optó por darse a una naturaleza humana en la que la persona divina, en la intimidad sacrosanta, revela Dios a Dios”[1].
Al hablar de Dios encarnado, lo más seguro es que se nos pase por la mente el pasaje de Juan 1:1 “En el principio era el Logos, y el Logos estaba con Dios y el Logos era Dios”. La palabra logos no es una palabra muy bíblica, pero el evangelista la toma prestada de la filosofía griega para argumentar la Subsistencia de Cristo. F.F. Bruce explica que esta palabra “denota el principio racional del hombre y, en escala cósmica, el principio universal que impuso orden en la materia prima de la cual se hizo el mundo”[2]. Para simplificar, “los griegos creían que el universo tenía un orden racional y moral, y, a este “orden de la naturaleza” lo llamaban El Logos”[3]. Aquí el evangelista manifiesta que aquel principio de orden universal y eterno es una divinidad, una persona, Jesús el Cristo.
Aparte del Logos es necesario determinar qué significa Jesús como subsistente. José Ramón García-Murga explica que “por subsistente entendemos aquella realidad cuya unidad ha adquirido una suficiencia que la hace distinta de cualquier otra. El subsistente existe en sí mismo, no como simple dimensión o complemento de otra realidad”[4]. A mi criterio, creo que, la explicación nos provee una clara descripción de la sustancia de Cristo: Él no depende de nada porque existe en sí mismo. Este es el lugar donde se produce un encuentro conflictivo con la ciencia, porque la subsistencia de Dios está por encima de lo abstracto y concreto y no se la puede precisar porque está sustraída a nuestra percepción empírica. Dios es Subsistente por antonomasia, es el “Ser de la Suprema Realidad”[5].
Al tener claros los conceptos de Logos y subsistencia en Jesús podemos desarrollar la segunda característica de la esencia de la Navidad, el carácter místico. Entre los protestantes la palabra mística no goza de aceptación y se la asocia con superstición pero, en palabras de Harold Segura, “la mística es una experiencia directa de la presencia de Dios o de la divinidad que sobrepasa el código interpretativo de una tradición religiosa”[6]. Lo que Segura busca explicarnos es que lo místico está asociado con el misterio y esas experiencias que no se logran explicar desde la racionalidad.
Por eso, el evento de la Navidad tiene una esencia mística, pues no se logra comprender cómo Jesús, el Logos y Subsistente, en su trascendencia, se condensa (si así se puede decir) en un cigoto y se sujeta a un proceso biológico evolutivo: el Dios subsistente, aquel que tiene vida en sí mismo, asume la naturaleza humana. Bien lo expresa José María Casciaro: “Toda la trascendencia de Dios, que permanece distinta y sin confusión con los seres creados por Él, toda la santidad divina, asume la naturaleza humana, compuesta de espíritu y materia, en un acto que, de no haber ocurrido, parecería inimaginable, imposible”[7]. Sigue y añade, que este misterio no termina aquí, sino que;
El Niño divino-humano necesitó no sólo del seno purísimo de María para crecer hasta su nacimiento, sino también de las cualidades femeninas corporales y espirituales de su Madre para desarrollarse y crecer en el período de la lactancia. Después, a lo largo de la niñez y adolescencia, del cuidado de cuerpo, de la educación, del amor y cariño humanos que necesita todo niño.[8]
Todo esto no tiene sentido desde lo racional, pero, tomando las palabras de Juan Luis Segundo, “la fe es una búsqueda de sentido”, y mirando este evento desde la fe nos podemos maravillar de Dios y su excepcional manera de obrar. Esta manera irracional de irrumpir en la historia humana, y la manifestación de su inmanencia por medio de la Encarnación debe ser observada desde la fe. La unión hipostática de Cristo es un misterio que le permite ser Dios a Dios, porque el Dios Encarnado tomó el camino desde lo extraordinario con la continuidad de lo ordinario. Y justamente esto que no tiene sentido (al menos para mí) es lo que le da sentido a Dios ser Dios, porque Él está por encima de las leyes que gobiernan al género humano. Él es Dios Encarnado, contiene vida en sí mismo, por lo tanto, puede obrar por procesos y caminos de su subsistencia.
Por estas razones la fiesta de la Natividad de Jesús es una celebración espiritual y mística. Espiritual porque la Encarnación de Dios fue motivada por su amor Subsistente, un amor que libera y restaura; y místico porque la Encarnación tiene sentido únicamente (por lo menos para mí) desde la fe.
Para concluir quiero señalar dos enseñanzas teológicas que se pueden extraer de este evento único que rememoramos cada año.
La primera, en concordancia con la aseveración de Eugene Peterson quien escribió “El nacimiento de Jesús proporciona el enfoque Kerygmático para recibir, ingresar y participar en la creación y no simplemente usarla”[9]. Dios al tomar forma humana en Jesús se desenvuelve en el contexto ecológico de su creación. La forma que le dio el Creador al mundo incluyó las necesarias y suficientes condiciones para que el género humano desarrollase en esta creación su existencia. El nacimiento de Jesús nos habla de vida en la creación y lo sagrado de la ecología como hogar de todas las personas.
El desafío es que como comunidad global imitemos a Dios y actuemos para sostener las condiciones de la creación que permitan seguir desarrollando la vida del género humano en su contexto ecológico.
La segunda, el evento de la natividad de Cristo es el obrar de Dios desde lo corpóreo y fisiológico. Joseph Ratzinger dice que esto es parte de la Historia de Salvación y es necesario abordarlo en amplitud para nuestros tiempos[10]. El hecho de que Dios tome la naturaleza del varón para tomar la forma de Jesús, el vientre de la naturaleza de la mujer para desarrollarse allí y luego de nacer seguir dependiendo de la habilidades físicas, emocionales y espirituales de María para alcanzar su objetivo divino, demuestra el valor sacramental que tiene la humanidad para Dios. Él se valió de ambos géneros para encarnarse, evidenciar y empoderar en dignidad a su imagen al varón y a la mujer, para con ello dignificar a la comunidad integrada por todos y todas.
Para resumir y comprimir estas dos enseñanzas : la época de Navidad es un buen momento para cultivar una contemplación solemne de la trascendencia e inmanencia de Dios y también para volver la mirada hacia el género humano y su hogar, así como Dios lo hizo. Por todo ello, podemos concluir que, en expresión de Francisco de Asís, la rememoración del nacimiento de Jesús es “la fiesta de las fiestas.”[11]
Bibliografía
Bruce, F. (1975). El mensaje del Nuevo Testamento. Buenos Aires, Argentina: Certeza.
Casciaro, J. (s.f.). La Encarnación del Verbo y la corporeidad humana; Apntes exegéticos para una teología del cuerpo humano y el sexo. Faculatd de Teología de Universidad de Navarra.
Fundamentos de teología sistemática. (2003). En G. Uríbarri (Ed.). Bilbao, España: Descleé De Brouwer.
Hourdein, G. (1987). Francisco, Clara y los otros; Laicos que revolucionaron la iglesia. (A. Regolli de Mullen, Trad.) Buenos Aires, Argentina: Guadalupe.
Keller, T. (2016). Encuentros con Jesús; Respuestas inesperadas a las preguntas más grandes de la vida. Colombia: Poiema Publicaciones.
Lozano, N., Segura , H., Deiros, P., Moreno P., P., Jácome, P., & Méndez, D. (2017). La Reforma Prostestante: ensayo y acercamientos desde América Latina. En Richard Serrano (Ed.). El Paso, Texas, EE.UU: Mundo Hispano.
Petterson, E. (2009). Cristo actúa en diez mil lugares; Una conversación sobre teología espiritual. (S. Cudich, Trad.) Miami, Florida, EE.UU: Patmos.
Ratzinger, J. (2001). En el principio creó Dios; Consecuencias de la fe en la creación. Valencia, España: Edicep.
[1] (Fundamentos de teología sistemática., 2003) pág. 55.
[2] (Bruce, 1975, pág. 139). El mensaje del Nuevo Testamento.
[3] (Keller, 2016, pág. 1). Encuentros con Jesús.
[4] (Fundamentos de teología sistemática., 2003, pág. 58)
[5] (Fundamentos de teología sistemática., 2003, pág. 58)
[6] (Lozano, y otros, 2017, pág. 31) La Reforma Protestante.
[7] (Casciaro). Artículo: La Encarnación del Verbo y la corporeidad humana
[8] (Casciaro) Artículo: La Encarnación del Verbo y la corporeidad humana
[9] (Petterson, 2009, pág. 63). Cristo actúa en diez mil lugares; una conversación sobre teología espiritual.
[10] (Ratzinger, 2001) En el principio creó Dios; Consecuencias de la fe en la creación.
[11] (Hourdein, 1987, pág. 209) Francisco, Clara y los otros; Laicos que revolucionaron la iglesia