Posted On 24/06/2022 By In Biblia, portada With 1505 Views

El escándalo de John Colenso, obispo anglicano de Natal | Alfonso Ropero

 

 

 

Un personaje interesante John William Colenso (1813-1883), matemático en la universidad, misionero entre los zulúes y hereje entre sus correligionarios. Debido a la quiebra del negocio familiar, el joven Colenso tuvo que aceptar un trabajo como ujier en una escuela privada antes de poder asistir a la universidad. Su talento para las matemáticas le ayudó económicamente, ya que ganó premios y becas que le ayudaron a financiarse. Académicamente tuvo mucho éxito en Cambridge, aunque los duros estudios y el trabajo para ganar dinero le dejaron sin tiempo para la vida social. A los 15 años de edad tenía claro que quería ser matemático y ministro del Evangelio. Escribió dos manuales muy leídos, uno sobre álgebra (1841) y otro sobre aritmética (1843), que le proporcionaran cierto respiro económico.

Misionero en Sudáfrica

Colenso fue una figura importante en la historia literaria de la Sudáfrica del siglo XIX. En primer lugar, escribió un breve pero vívido relato de su viaje inicial a Natal, Ten Weeks in Natal: A Journal of a First Tour of Visitation Among the Colonists and Zulu Kaffirs of Natal (1855). Utilizando la imprenta que llevó a su estación misionera en Ekukhanyeni, en Natal, y con William Ngidi publicó la primera gramática zulú y el diccionario inglés-zulú. Así mismo, tradujo el Nuevo Testamento y otras partes de las Escrituras al zulú. Su viaje de 1859 a través de Zululandia para visitar a Mpande (el entonces rey zulú) y reunirse con Cetshwayo (hijo de Mpande y rey zulú en la época de la guerra zulú) quedó registrado en su libro First Steps of the Zulu Mission[1].

Colenso dedicó los últimos años de su vida a defender de los nativos africanos de Natal y Zululandia que habían sido injustamente tratados por el régimen colonial de Natal. En 1874 defendió la causa de Langalibalele (1814–1889), rey de una tribu bantú, y de las tribus Hlubi y Ngwe en sus gestiones ante el Secretario colonial, Lord Carnarvon. Langalibalele había sido acusado falsamente de rebelión en 1873 y, tras una farsa de juicio, fue declarado culpable y encarcelado en la isla de Robben. Al ponerse del lado de Langalibalele en contra del régimen colonial de Natal y de Theophilus Shepstone, el Secretario de Asuntos Nativos, Colenso se encontró aún más alejado de la sociedad colonial de Natal.

La preocupación de Colenso por la información engañosa que Shepstone y el Gobernador de Natal proporcionaban al Secretario Colonial en Londres, le llevó a dedicar gran parte de la última parte de su vida a defender la causa de los zulúes contra la opresión bóer y las invasiones oficiales. Colenso fue un destacado crítico de los esfuerzos de Sir Bartle Frere por presentar el reino zulú como una amenaza para Natal. Tras la conclusión de la guerra anglo-zulú, intercedió en favor del rey zulú Cetshwayo (1826-1884) ante el gobierno británico y consiguió que fuera liberado de la isla de Robben y regresara a Zululandia.

Por este y otros motivos, Colenso fue conocido entre como Sobantu, «Padre del pueblo», por los nativos africanos de Natal y mantenía una estrecha relación con miembros de la familia real zulú. Tras su muerte, su mujer y sus hijas continuaron su labor de apoyo a la causa zulú y a la organización que acabó convirtiéndose en el Congreso Nacional Africano.

Aunque Colenso no estaba dispuesto a criticar el sistema imperialista británico, reconocía sus defectos, que achacaba a los fallos de los individuos. Colenso creía en la necesidad de la inclusividad y el universalismo para traspasar las fronteras étnicas y culturales, aunque por lo general fue una voz que clama en el desierto.

En contraste con la conciencia puritana que confesaba a Dios como padre, aunque lo percibía como un juez a menudo caprichoso e iracundo, para Colenso Dios era principalmente amigo y padre. De hecho, Dios era tan esencialmente familiar, para Colenso, que las emociones eran la marca distintiva del ser humano. «No es sólo la forma exterior, lo que marca la inconmensurable diferencia entre el hombre y los demás animales. Dondequiera que encontremos afectos humanos, sabremos que tenemos un ser humano»[2].

Colenso discrepaba fuertemente con la mayoría de los misioneros americanos de corte puritano por su incesante e inflexible mensaje sobre la supuesta depravación pecaminosa de los zulúes. Los estadounidenses se apresuraban a atribuir todos y cada uno de los vicios zulúes como prueba de que estaban esclavizados por Satanás, pero se mostraban reacios, incluso poco dispuestos, a atribuir de forma similar todas las virtudes zulúes a Dios. En una carta a un misionero estadounidense, Colenso afirmaba:

«Difiero totalmente de usted en cuanto al estado moral actual de los paganos. Creo que sus actos de bondad, justicia, fidelidad y benevolencia son tan verdaderas virtudes —frutos del Espíritu de Dios y realizados por su gracia— como lo son los pensamientos y acciones virtuosas de los hombres cristianos. Todos los afectos humanos tienen un carácter religioso; porque son tales que no compartimos con ninguna bestia o criatura bruta; son tales que disfrutamos en virtud de o en relación con Aquel que se hizo uno con nosotros y tomó parte con nosotros en nuestra naturaleza, que amó, se alegró, se afligió y lloró, como el Hijo del Hombre. Y estos afectos, aunque limpios y purificados, en todos los verdaderos cristianos, … sin embargo, en todos los hombres, incluso en los paganos, son testigos, aunque débiles, de nuestro alto origen, parte de esa imagen en la que fuimos creados, por la cual se nos muestran en la tierra las cosas invisibles de Dios»[3].

Colenso consideraba la salvación desde la perspectiva del amor ansioso y omnipresente de una madre, que intenta asegurar a su hijo a su espalda a toda costa; en lugar de hacerlo desde la perspectiva de un recién nacido, que tiene que asegurarse por sí mismo de aferrarse firmemente a la espalda de su madre para no caerse. La propia fe de Colenso y los supuestos que la acompañan fueron moldeados por las preguntas y la visión del mundo de los zulúes a los que fue a cristianizar[4].

Acusación de herejía

Las experiencias de Colenso en Natal influyeron en su desarrollo como pensador religioso. Colenso, como misionero, no predicaba que los antepasados de los africanos recién cristianizados estuvieran condenados a la condenación eterna. Las preguntas que le hacían los estudiantes de su estación misionera le animaron a reexaminar el contenido del Pentateuco y del Libro de Josué y a cuestionar si ciertas secciones de estos libros debían entenderse como literales o históricamente exactas.

Sus conclusiones se publicaron en una serie de tratados sobre el Pentateuco y el libro de Josué, durante un período de tiempo que va de 1862 a 1879[5]. La publicación de estos volúmenes creó un escándalo en Inglaterra y fue la causa de una serie de angustiosos y condescendientes contragolpes de aquellos (clérigos y laicos por igual) que se negaban a admitir la posibilidad de la falibilidad bíblica.

La crítica bíblica de Colenso y sus opiniones vanguardistas sobre el tratamiento de los nativos africanos crearon un frenesí de alarma y oposición por parte del partido de la Iglesia alta en Sudáfrica y en Inglaterra. Mientras la controversia arreciaba en Inglaterra, los obispos sudafricanos, encabezados por el obispo Robert Gray de la Ciudad de El Cabo, declararon la dimisión de Colenso en diciembre de 1863. Colenso no se presentó ante la audiencia, limitándose a enviar una nota para decir que no tenía autoridad para destituirlo. Por lo tanto, hizo caso omiso de la sentencia que lo llevó a la excomunión. Sin embargo, llevó su caso a los tribunales civiles y en 1865 ganó su caso alegando que sólo la corona tenía autoridad para dimitirlo. La Iglesia sudafricana, enfadada por la sentencia de que no tenía un control total sobre sus propios asuntos, se adelantó y nombró a un nuevo obispo para sustituir a Colenso, lo que provocó un cisma en la Iglesia anglicana de Natal.

En ese momento, Colenso contaba con el apoyo de la mayoría de los colonos blancos, aunque la mayoría de los obispos ingleses se oponían a su postura. Los tribunales civiles le concedieron las rentas y los derechos sobre los edificios de la iglesia y su notoriedad atraía a multitudes cada vez que predicaba. Posteriormente perdió el apoyo de los colonos blancos con su apoyo a los zulúes, especialmente después de que estallara la guerra anglo-zulú en 1879. Sabemos que tanto él como su esposa y su familia pagaron un precio asombrosamente alto por sus creencias y acciones.

La crisis de la inspiración bíblica

Todo empezó con una pregunta simple de un simple estudiante africano:

«Un nativo de mente simple, pero inteligente» le preguntó si realmente creía en la historia de Noé y de un diluvio universal. Poseyendo algunos conocimientos de geología por haber leído al geólogo británico Charles Lyell, Colenso comprendió «que un Diluvio Universal, tal como la Biblia manifiestamente habla, no podría haber tenido lugar de la manera descrita en el Libro del Génesis». Y sabía que no debía «decir mentiras en el nombre del Señor». Colenso comenzó a reexaminar los primeros libros de la Biblia con la ayuda de algunas obras alemanas y mucha aritmética, y descubrió que las estadísticas presentes en la Biblia, con toda su rotundidad magnífica y oriental, eran simplemente imposibles. Su conclusión fue que el Pentateuco era ahistórico, y la mayor parte había sido escrito por otra persona diferente a Moisés. Así es como empezó a escribir el primero de los eventuales siete volúmenes de su estudio sobre el Pentateuco y Josué. Resulta difícil imaginarnos hoy el revuelo, la conmoción que Colenso provocó en su día, sin pretenderlo. Así reaccionó el obispo de Manchester:

«Nos sentimos arrebatados de los propios cimientos de nuestra fe, de las mismas bases de nuestras esperanzas, de nuestro consuelo más cercano y querido cuando se declara que una línea de ese volumen Sagrado en el que basamos todo es infiel o indigna de confianza».

Proliferaron los sermones, panfletos y libros predicados y escritos por representantes del amplio espectro protestante británico. El teólogo escocés John Cumming, respondió a los «errores insidiosos» del obispo Colenso, con una obra de más de 300 páginas, titulada literalmente: Moisés  correcto, Colenso incorrecto.

«Si el obispo simplemente difiriera de mí en algunas cuestiones confesionales o eclesiásticas, nunca pensaría en responderle; o si fuera una cuestión que se relacionara únicamente con la Iglesia de Inglaterra, dejaría que los buenos obispos que están en ella, y los fieles ministros que ofician junto a sus altares, dispusieran de ella. Pero lo que él impugna es la herencia y la gloria de la Iglesia universal. Si este obispo tiene razón, nuestra predicación es vana; nuestra enseñanza es innecesaria; habéis seguido fábulas astutamente ideadas, y yo he enseñado —durante muchos años— no las palabras de sobriedad y verdad, sino palabras de error, absurdas y engañosas»[6].

O, Alexander Moody Stuart, de la Iglesia Libre de Escocia:

«Un crítico bíblico, que niega la autoría del libro a Moisés, reconoce que la lección deuteronómica: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor”, es una verdad divina, sea quien sea que la haya pronunciado; y sostiene que tiene el mismo valor tanto si se encuentra en la Biblia como en otra parte. Pero la agudeza de la espada con la que nuestro Señor rechazó el asalto del tentador, no se encontró en la mera corrección de las palabras, sino en la respuesta de que así “está escrito”; y la enseñanza de las Escrituras sobre su propio carácter no es que haya verdad en la Palabra de Dios, sino que “su Palabra es verdad”. En esta relación, la más notable de las tres respuestas tomadas del Deuteronomio por Cristo, es aquella contra la última tentación de ganar el dominio del mundo cayendo y adorando a su dios; deberíamos haber esperado que una propuesta tan blasfema de apostasía fuera resentida y repelida como abiertamente contraria a toda lealtad al Supremo, y que no requiriera ninguna autoridad bíblica para refutarla; pero Cristo se guía tanto por la Palabra de Dios, y la valora tanto, que incluso en un caso tan claro responde: “Está escrito”»[7].

Para la mayoría de los pastores contemporáneos de Colenso, la cuestión estaba clara, había que elegir entre Cristo y Colenso. Según Micaiah Hill, el obispo había procedido de un modo incorrecto y perverso:

«Ya que el Dr. Colenso ha cerrado deliberadamente los ojos a las evidencia históricas y morales de la autenticidad y genuinidad del Pentateuco, convirtiéndolo en una simple cuestión de aritmética, no es necesario, de momento, responder al autor en su propio terreno, sin mostrar que su intento de desacreditar que los primeros cinco libros de la Biblia ha fallado significativamente»[8].

Para entender esta y otras reacciones, que reflejan una seria preocupación, y angustia, por las creencias tradicionales del protestantismo, esencialmente anclado en el principio de la Biblia como última autoridad de fe y práctica, para el cual cuestionar cualquier parte de su contenido es cuestionar a Dios mismo, en cuanto autor último de la Escritura, hay que situarnos en la Inglaterra de la época victoriana de mediados del siglo XIX y el ambiente intelectual que se respiraba. El aspecto más importante que hay que tener en cuenta sobre esa época es el carácter omnipresente de la religión, que había experimentado un verdadero renacimiento. Así lo hace notar el profesor Josef L. Altholz:

«El siglo XIX estuvo determinado por un renacimiento de la actividad religiosa incomparable desde el tiempo de los Puritanos. Este renacimiento religioso modeló el código del comportamiento moral, o más bien la inmersión de todo comportamiento en la moralidad, lo que todavía denominamos, acertada o equivocadamente, “victorianismo”. Sobre todo, la religión ocupó un lugar en la conciencia pública, un papel central en la vida intelectual de la época, ausente en el siglo anterior, así como en el siglo XX»[9].

Por esta razón, la negación del obispo Colenso de la autoridad mosaica del Pentateuco se convirtió en asunto de interés nacional. Los obispos y los clérigos anglicanos formaban parte importante de la sociedad y de la cultura en general, incluida la ciencia. Hasta ese momento, toda persona culta admitía que dada la fragilidad humana se podían haber introducido errores en la copia de los textos originales de la Biblia, pero nunca en el original. La reverencia por la Escritura era tal que ante las «dificultades» que uno pudiera sentir ante algún texto de la Biblia, siempre se confiaba en la solución positiva revelada reservada para el piadoso: «¡Bendito sea Dios!, [las dificultades] se disuelven ante el corazón amoroso, la búsqueda paciente, la oración de fe». En cuanto a las objeciones a las que no se podría dar una respuesta suficiente en un momento dado, hay que confiar que «pueden resultar infundadas, y que, en el curso de la providencia de Dios, la solución completa puede ser revelada», según manifestaba un Miembro del Parlamento, Joseph Napier (1804–82). Por eso, que en esta situación, y en ese clima intelectual y religioso, nada menos que un obispo, negara esta creencia secular resultaba preocupante y escandaloso. Como lo expresaba el Dr. William H. Hoare, de St John College de Cambrigde:

«El obispo [Colenso] nos ha presentado una nueva clase de fenómenos, por así llamarlos, desfavorables para la edad y la autoría habitualmente asignadas al Pentateuco. La primera clase de fenómenos, consistía en ciertas supuestas “contradicciones”, “errores”, “absurdos”, etc., en la superficie de la historia sagrada, haciéndola totalmente poco fiable como documento histórico, y sólo explicable en la hipótesis de algo parecido a un origen mítico y legendario, pero incompatible con la noción de inspiración»[10].

O dicho en tono de indignación:

«Cuando tenemos en cuenta la posición que ocupaba —hasta ahora— el Dr. Colenso, obispo de una Iglesia cuyo oficio es ser testigo y guardián de las Sagradas Escrituras, bien podemos sobresaltarnos y sorprendernos. Nuestra sorpresa ante su declaración de incredulidad en la autoridad infalible de la Biblia, sólo es matizada por nuestra sorpresa ante la oblicuidad moral del juicio que puede permitirle seguir ocupando su puesto de autoridad y recibir sus emolumentos»[11].

El renacimiento religioso del siglo XIX en Inglaterra, promovido principalmente por el sector evangélico, al que pertenecen figuras como C.H. Spurgeon; Joseph Parker; Alexander Maclaren; R.W. Dale o Frederic W. Farrar, no sobrevivió a la crisis protagonizada por la clase trabajadora propia de la sociedad progresivamente urbanizada; y hasta la misma clase media, que había sido fiel a la enseñanza de las iglesias, comenzó a experimentar cómo su fe se erosionaba clara y decisivamente. Según el mencionado Altholz, La crisis de la fe, que comenzó por ser una cuestión intelectual, se puede datar alrededor de 1860.

«Los años 1850 fueron un periodo de relativa calma religiosa, en la que los feligreses incondicionales tenían poco por lo que preocuparse excepto por el aumento del papismo y del ritualismo, la disidencia de los disidentes[12] y la extraña ausencia de los pobres de las iglesias. Posteriormente, en 1859 apareció El origen de las especies de Charles Darwin, el más célebre pero no el más destacado de los desafíos a la fe, que cuestionó tanto la exactitud literal de los primeros capítulos del Génesis como el argumento de la predestinación de la existencia de Dios. En 1860 apareció un libro titulado Essays and Reviews (Ensayos y reseñas), en el que seis de los siete autores eran clérigos anglicanos (Church of England) que introdujo en Gran Bretaña las técnicas y las hipótesis sorprendentes de la crítica bíblica germana […] Aparecieron las vidas naturalistas, ausentes de milagros de Jesús: Vida de Jesús de Renan en 1863, y Ecce Homo de J.R. Seeley en 1865. Entretanto, los científicos plantearon mayores desafíos: en 1863, El lugar del hombre en la naturaleza de Huxley y La antigüedad del hombre de Lyell, y finalmente en 1871, El descenso del hombre de Darwin, desnudaron la unicidad de la humanidad. Para retener una fe tradicional centrada en la Biblia en los años 1870, un hombre culto debía o bien negar los hallazgos de la crítica bíblica y de la ciencia natural, avalada por una cantidad cada vez mayor de evidencias, o recrear esa fe sobre una nueva base que sólo unos pocos eran capaces de construir»[13].

Aunque la cita sea un poco larga, no podemos prescindir del análisis del profesor Altholz en cuanto representa una guía segura y autorizada para entender la encrucijada que supuso ese aparente conflicto entre la ciencia y la fe, que alienó la a mucha gente de la fe, lo que cambió para siempre el panorama cristiano británico.

«El núcleo del conflicto no fue la provocación de la ciencia sino la respuesta de la religión. Los desafíos científicos destaparon ciertas debilidades del renacimiento religioso victoriano, y la victoria de la ciencia se debió en gran medida a los elementos inherentes a la posición religiosa. El más importante de estos factores fue el conflicto latente entre la sensibilidad de conciencia estimulada por el renacimiento religioso y la afirmación vulgar y dura de los dogmas hacia los cuales se esperaba que tales conciencias delicadas prestaran su lealtad. Los portavoces de la fe ortodoxa estrecharon el terreno sobre el cual el cristianismo debía ser defendido, permitiendo a sus oponentes científicos parecer más honestos que ellos mismos. En estos conflictos, la posición de la doctrina ortodoxa no fue, según la presentaron sus defensores, menos válida sino menos moral que la de la ciencia irreligiosa. A medida que los acontecimientos se desarrollaron, no únicamente el sentido intelectual sino el moral, particularmente el sentido de la veracidad, se rebeló en contra de la ortodoxia. A esto se le puede llamar “la guerra de la conciencia con la teología”»[14].

Volviendo a Colenso, este quiso ser honesto con los nuevos tiempos. Entendió que no había marcha atrás. La condenación de las nuevas ideas, apoyadas por hechos concienzudamente investigados, no solucionaba nada, sino que empeoraba todo. Colenso las tomó por lo que valían y, desde la fe, trató de ofrecer una respuesta honesta que orientara a los creyentes sin renunciar a las doctrinas tradicionales ni rechazar los descubrimientos científicos. Entendía que había que hacer algunos ajustes en la comprensión y expresión del mensaje cristiano hasta ese momento ofrecido sin fisuras. Para Colenso era evidente que no quedaba otra alternativa, si no se quería traicionar la honestidad y la confianza en el rigor y la seriedad de los avances científicos, poniendo en contra a todos los estudios serios y responsables.

«Mi conocimiento de algunas ramas de la ciencia, de la geología en particular, había aumentado mucho desde que dejé Inglaterra; y ahora sabía con certeza, por razones geológicas, un hecho del que antes sólo había tenido dudas, a saber, que un diluvio universal, como el que la Biblia manifiestamente habla, no podría haber tenido lugar en la forma descrita en el libro del Génesis, por no mencionar otras dificultades que la historia contiene. Me refiero especialmente a la circunstancia, bien conocida por todos los geólogos, de que existen colinas volcánicas de inmensa extensión en Auvernia y Languedoc, que debieron formarse siglos antes del Diluvio de Noé, y que están cubiertas de sustancias ligeras y sueltas, piedra pómez, etc., que debieron ser barridas por un Diluvio, pero que no muestran la menor señal de haber sido perturbadas»[15].

Una vez despertadas las dudas del obispo por los hechos de la geología y estimuladas aún más por las preguntas de los asistentes nativos que ayudaban a su traducción de la Biblia, procedió a examinar «las otras dificultades que contiene la historia». A los hechos y por amor a la verdad, fue su lema.

«He decidido que era mi deber no dar ningún sonido incierto, sino establecer abiertamente desde el principio la naturaleza de la cuestión, y confío en que la sencillez de mi discurso a este respecto no sea interpretada por mis lectores como un deseo o una disposición de mi parte a decir lo que puede ser doloroso para ellos, en su actual estado de ánimo. Si mis conclusiones, fueran solo especulaciones, si fueran solo una probabilidad, siento que no tendría derecho a expresarlas en de esta manera, y por lo tanto, perturbar innecesariamente la fe de muchos. Pero el resultado principal de mi examen del Pentateuco, es que la narración, cualquiera que sea su valor y significado, no puede ser considerado como históricamente verdadera, no es —a menos que me engañe mucho—, una cuestión dudosa de especulación en absoluto; es una simple cuestión de hechos»[16].

Después de investigar los detalles, tal y como se presentan en el Éxodo, de la vida en el campamento, de los sacrificios, del número de hombres y animales —detalles todos ellos que, de acuerdo con la ley eclesiástica contemporánea, tenían que ser literalmente ciertos—, el obispo Colenso se vio llevado a la convicción, dolorosa, dijo, tanto para él como para su lector, «el Pentateuco, en su conjunto, no puede haber sido escrito personalmente por Moisés, o por alguien que conociera personalmente los hechos que profesa describir, y, además, que la (llamada) narración mosaica, sea quien sea el autor, y aunque nos imparta, como creo plenamente que lo hace, revelaciones de la voluntad y el carácter divinos, no puede considerarse históricamente verdadera».

Colenso conocía bien la doctrina tradicional sobre la inspiración e infalibilidad de la Biblia, tal como se enseñaba en los manuales de referencia para los futuros ministros de la Iglesia. Así se dice en una de las obras de mayor prestigio de la época, escrita por John William Burgon (1813-1888), teólogo anglicano, deán de la catedral de Chichester, defensor de la historicidad del Pentateuco y de Moisés como su autor, y de la inerrancia bíblica en general.

«La Biblia no es otra cosa que la voz de aquel que está sentado en el Trono. Cada libro, cada capítulo, cada versículo, cada palabra, cada sílaba, cada letra, es la expresión directa del Altísimo. La Biblia no es otra cosa que la palabra de Dios, no una parte más, ni una parte menos, sino todo por igual, la expresión de aquel que está sentado en el trono, absoluta, sin fallos, infalible, suprema»[17].

«Tal era el credo de la escuela en la que fui educado», dice Colenso[18]. Si lo dejó a un lado no fue por ningún tipo de veleidad intelectual o voluntad herética, sino por la pura y simple constatación de que los hechos no se conformaban al credo recibido, la creencia tradicional sobre el alcance y límite de la autoridad de la Biblia. Al escribir su obra, Colenso sentía una verdadera carga pastoral por los:

«no pocos entre las clases más educadas de la sociedad en Inglaterra, y multitudes entre los operarios más inteligentes, que están en peligro de derivar hacia la irreligión y el ateísmo práctico, bajo este tenue sentido de la falta de solidez del punto de vista popular, combinado con un sentimiento de desconfianza hacia sus maestros espirituales, como si éstos debieran ser o bien ignorantes de los hechos, que para ellos mismos son evidentes, o, al menos, insensible a las dificultades que esos hechos implican, o bien, siendo conscientes de su existencia, y sintiendo su importancia, los ignoran conscientemente»[19].

En cierto sentido, tienen razón sus críticos cuando le acusan de haber dinamitado la fe tradicional, que no es lo mismo que la fe cristiana, para entendernos. Lo que se le echa en cara, como hace Charles Bullock, rector de la iglesia de St Nicholas en Worcester, es que si se admitieran sus conclusiones, por mucho que el autor se esfuerce en matizarlas, «nos privaría efectivamente de nuestra fe en la Biblia como revelación de Dios al hombre»[20]. Es evidente que la deducción de Bullock respecto a la enseñanza de Colenso no se sostiene. Lo que ocurre es que el protestantismo tiene un problema con el objeto de su fe, que no es un Libro, por más sagrado que se considere, sino una Persona, de la cual ese libro da testimonio.

Reflexión

Han pasado 160 años desde este debate suscitado por el obispo Colenso, han ocurrido muchas cosas desde entonces, pero en los esencial, por lo que respecto al sector protestante conservador, las cosas siguen igual; parece que no ha aprendido nada del pasado, de la historia, por no decir ya del presente más inmediato. Europa se ha descristianizado a pasos agigantados. ¿Quién sabe si el culto a la tradición del libro no tiene parte en ello? La fe cristiana está por descubrir, y esta consiste básicamente en conocer y vivir a Cristo, aquel que nos revela al Padre, y revelándonos al Padre, nos revela a nosotros mismos. No es nada ajeno a lo que sabemos por determinados períodos de la historia que puede haber un cristianismo sin Cristo, aunque la apariencia diga lo contrario.

El obispo Colenso no pretendió escandalizar a nadie, al contrario, supo colocar a Cristo en centro de su mensaje y de su vida, sin caer en herejías gnósticas o monofisistas; y a partir de una sana cristología comenzar a considerar todas las cosas como criterio de discernimiento.

«Es perfectamente consistente con la más completa y sincera creencia en la divinidad de nuestro Señor, sostener, como muchos lo hacen, que, cuando Él se dignó a convertirse en Hijo del Hombre, tomó nuestra naturaleza completamente, y voluntariamente entró en todas las condiciones de la humanidad, y entre otras, en la que hace que nuestro crecimiento en todo el conocimiento ordinario sea gradual y limitado. Se nos dice expresamente, en Lucas 2:52, que Jesús crecía en sabiduría, así como en estatura. No se supone que, en su naturaleza humana, estuviera familiarizado, más que cualquier judío educado de la época, con los misterios de todas las ciencias modernas; ni, con las expresiones de san Lucas ante nosotros, puede sostenerse seriamente que, siendo un bebé o un niño pequeño, poseyera un conocimiento que superara el de los adultos más piadosos y eruditos de su nación, sobre el tema de la autoría y la edad de las diferentes porciones del Pentateuco. Entonces, ¿en qué período de su vida en la tierra se puede suponer que se le había concedido, como Hijo del Hombre, sobrenaturalmente, una información completa y precisa sobre estos puntos, de modo que se esperara que hablara del Pentateuco en otros términos, que los que hubiera empleado cualquier otro judío devoto de aquel tiempo? ¿Por qué habría de pensarse que Él hablaría con cierto conocimiento divino sobre este asunto, más que sobre otros asuntos de la ciencia o la historia ordinaria?»[21]

«Si creemos que Dios ha autorizado en diferentes épocas a ciertas personas a comunicar la verdad objetiva a la humanidad, si, en la historia del Antiguo Testamento y en los libros de los Profetas, encontramos indicaciones manifiestas del Creador, es entonces una consideración secundaria, y una cuestión en la que podemos estar de acuerdo en diferir, si cada libro del Antiguo Testamento fue escrito tan completamente bajo el dictado del Espíritu Santo de Dios, que cada palabra, no solo doctrinal, sino también histórica o científica, debe ser infaliblemente correcta y verdadera… Cualquiera que sea la conclusión a la que se llegue, en cuanto a la infalibilidad de los escritores en materia de ciencia o de historia, toda la colección de libros bíblicos [canon] será realmente los oráculos de Dios, las Escrituras de Dios, el registro y depositario de las revelaciones sobrenaturales de Dios en de Dios en los primeros tiempos a los hombres»[22].

 

Bibliografía

Josef L. Altholz, Victorian England 1837-1901. Cambridge University Press, Cambridge 2002, 2ª ed.

S.C. Carpenter, Church and People, 1789-1889. A History of the Church of England. SPCK, Londres1933.

G.W. Cox, The life of John William Colenso, Bishop of Natal. W Ridgway, Londres 1888.

Jonahtan Draper, The Eye of the Storm: Bishop John William Colenso and the Crisis of Biblical Inspiration. A&C Black, 2003.

Jeff Guy, The Heretic: A Study of the Life of John William Colenso. University of KwaZulu-Natal Press, Pietermaritburzg 1983.

R.L. Numbers, “The Most Important Biblical Discovery of Our Time: William Henry Green and the Demise of Ussher’s Chronology”, Church History 69/2 (2000), 257-276.

Claude Welch, Protestant Thought in the Nineteenth Century, vol. 2, 1870-1914. Wipf and Stock Publishers, 2003.

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[1] J.W. Colenso, First Steps of the Zulu Mission. Society for the Propagation of the Gospel in Foreign Parts. 1860.

[2] Colenso, Ten Weeks in Natal: A Journal of a first tour of visitation among the Colonists and Zulu Kafirs of Natal, pp. 16-17. Macmillan & Co, Cambridge 1855.

[3] Colenso, A letter to an American Missionary from the Bishop of Natal, p. 42, Natal Guardian, Pietermaritzburg, 1855.

[4] Scott Houser, “Puritanical and apocalyptic-minded American missionaries in Southeast Africa –
A contrast with Bishop John William Colenso”, Studia Historiae Ecclesiasticae, 2010, 36/1, 15-35.

[5] Colenso, The Pentateuch and the Book of Joshua Critically Examined. Texto original reeditado por Logos (17 vols.), juntamente catorce obras críticas de las tesis de Colenso. https://www.logos.com/product/8497/john-william-colenso-pentateuch-collection

[6] John Cumming, Moses Right, Colenso Wrong, p. 4. John F. Shaw, Londres 1863.

[7] A. Moody Stuart, Our Old Bible. Moses on the Plains of Moab, p. 5. John MacLaren & Son., Londres 1881, 4ª ed.

[8] M, Hill, Christ or Colenso? Or, a Full Reply to the Objections of the Bishop of Natal. Hamilton, Adams and Co., Birmingham 1863.

[9] Josef L. Altholz, “La guerra de conciencia con la teología”, perteneciente al libro The Mind and Art of Victorian England, https://victorianweb.org/espanol/religion/altholz/a2.html

[10] W.H. Hoare, Age and Authorship of the Pentateuch considered, in Further Reply to Bishop Colenso, p. 3. Clay and Sons, Londres 1863.

[11] Charles Bullock, Bible Inspiration. What it is and what it is not. Dr. Colenso difficulties considered, p. 5. Werthein, Macintosh and Hunt, Worcester 1863, 3ª ed.

[12] Disidentes. Es decir, todos los protestantes que no pertenecían a la religión oficial de la Iglesia de Inglaterra, lo que hoy conocemos como evangélicos, representados principalmente por bautistas, congregacionalistas y metodistas. Para los interesados: George H. Curteis, Dissent in its Relation to the Church of England. Macmilland and Co., Londres 1872

[13] Altholz, La guerra de conciencia con la teología. Para los interesados: Josef L. Altholz, Anatomy of a Controversy. The Debate over ‘Essays and Reviews’ 1860-64. Scolar Press, Verlag 1994.

[14] Altholz, La guerra de conciencia con la teología.

[15] J.W. Colenso, The Pentateuch and the Book of Joshua Critically Examined, pp. vii-viii. Longman and Green, Londres 1862, 2ª ed., revisada.

[16] Id., p. xx.

[17] Burgon, Inspiration and Interpretation. Londres 1861.

[18] Colenso, The Pentateuh, p. 6. «Dios es testigo de que he pasado horas de desdicha, mientras leía devotamente la Biblia de día en día, y reverenciaba cada palabra de ella como la Palabra de Dios, cuando me encontré con pequeñas contradicciones, que parecían a mi razón entrar en conflicto con la noción de la absoluta veracidad histórica de cada parte de la Escritura, y que, como sentí, en el estudio de cualquier otro libro, deberíamos tratar honestamente como errores o declaraciones erróneas, sin desmerecer en lo más mínimo el valor real del libro».

[19] Colenso, The Pentateuh, p. xxvi.

[20] Bullock, Bible Inspiration. What it is and what it is not, p. 5.

[21] Colenso, The Pentateuh, p. xxxi.

[22] Id., p. 7.

Alfonso Ropero Berzosa

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