Hay quien piensa que los anglicanos están tan salidos de madre que ni en la Biblia creen. Pocos saben que los autores y teólogos anglicanos han formado y conformado parte del pensamiento evangélico desde sus inicios, con un peso doctrinal significativo en el evangelicalismo hispano. Si nos remontamos un poco atrás, podemos citar a los obispos John Charles Ryle y H.C.G. Moule; a biblistas y teólogos como Alan M. Stibbs, Leon Morris, Evan Henry Hopkins, Michel Harper o John Drane, cuyas obras han sido traducidas al castellano. Quizá el más conocido de todos, y de mayor influencia a lo largo del tiempo, haya sido John Stott, que ocupó más de medio siglo del panorama evangélico. Próximo a él, James I. Packer, uno de los principales redactores de la Declaración de Chicago sobre la Inerrancia bíblica en 1978. Sin olvidar a David Watson, Michael Green y la enorme figura del erudito obispo N.T. Wright.
Confesión de la centralidad de la Biblia
El punto de vista oficial de la Iglesia anglicana sobre las Escrituras se expresa en dos lugares, los Cánones y los tres formularios históricos: Los Treinta y Nueve Artículos, el Libro de Oración Común y el Ordinal de 1662.
El canon A.5 de los Cánones afirma: «La doctrina de la Iglesia de Inglaterra se basa en las Sagradas Escrituras», y el canon C.15 declara que la Iglesia de Inglaterra «profesa la fe revelada únicamente en las Sagradas Escrituras». En Los Treinta y Nueve Artículos se establece que la Escritura contiene todas las cosas «necesarias para la salvación», con la consecuencia de que todo lo que «no se lee en ella, ni puede probarse por medio de ella, no debe exigirse a ningún hombre que lo crea como artículo de la fe o lo considere requisito y necesario para la salvación» (artículo 6). Para aclarar la extensión y el alcance de la afirmación: la Escritura contiene «todo lo necesario para la salvación», el arzobispo Thomas Cranmer, el artífice teológico de la Iglesia anglicana, aclaró en su homilía Una fructífera exhortación a la lectura de la Sagrada Escritura, que en ella «está plenamente contenido lo que debemos hacer y lo que debemos evitar; lo que debemos creer, lo que debemos amar y lo que debemos buscar de la mano de Dios. En estos libros encontraremos al Padre de quien, al Hijo por quien, y al Espíritu Santo en quien todas las cosas tienen su ser y mantenerse, y que estas tres personas no son sino un solo Dios, y una sola sustancia. En estos libros podemos aprender a conocernos a nosotros mismos, lo viles y miserables que somos, y también a conocer a Dios, lo bueno que es por sí mismo, y cómo nos hace partícipes de su bondad a nosotros y a todas las criaturas».
El papel de la Iglesia es ser «testigo y guardián» de la Escritura. Es decir, la Iglesia está llamada a dar testimonio de la Escritura como el lugar donde los hombres pueden descubrir lo que necesitan saber para salvarse y está llamada a conservar el canon bíblico completo y transmitirlo a las generaciones. La Iglesia no tiene derecho a interpretar la Escritura de manera que una parte de la misma se contradiga con otra. (artículo 20). La Iglesia no tiene autoridad para decretar nada contrario a la Escritura, y ni la Iglesia ni los Concilios Generales tienen autoridad para enseñar que algo adicional a la Escritura es necesario para la salvación (artículos 20 y 21).
En el Libro de Oración Común, en la colecta del segundo domingo de Adviento, declara que Dios ha hecho que se escriba la Sagrada Escritura para enseñar a su pueblo, que los cristianos necesitan tener un compromiso activo con la Escritura «para que podamos escucharla, leerla, estudiarla, aprenderla y digerirla interiormente». El propósito de este compromiso es permitirnos «abrazar y mantener siempre firme» la esperanza de la vida eterna que se nos ha dado en Cristo.
En el Ordinal de 1662, destinado al ministerio ordenado en la Iglesia de Inglaterra se insiste y se apremia que todos los ordenados como sacerdotes y obispos tienen que declarar su creencia «de que las Sagradas Escrituras contienen suficientemente toda la doctrina necesaria para la salvación eterna por medio de la fe en Jesucristo» y, como corolario, prometen que no enseñarán ni mantendrán que nada es necesario para la salvación, excepto lo que «puede concluirse y probarse por las Escrituras».
Más cercano a nosotros, la Conferencia de Lambeth, cuyas resoluciones no tienen autoridad legal en las iglesias de la Comunión anglicana, pero tradicionalmente se ha considerado que poseen autoridad moral porque han reflejado la mente de la Comunión tal y como la han discernido sus obispos en consejo conjunto, en su resolución La Resolución 3 de 1930 declara:
«Afirmamos la autoridad suprema e inquebrantable de las Sagradas Escrituras, que presentan la verdad sobre Dios y la vida espiritual en su marco histórico y en su revelación progresiva, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento».
La Resolución 1 de 1958 afirma y testimonia:
«La Biblia revela las verdades sobre la relación entre Dios y el hombre que son la clave de la situación del mundo y, por lo tanto, es profundamente relevante para el mundo moderno».
Afirma además, en línea con la postura adoptada desde los días de la Reforma, que el papel de la Iglesia es ser la «guardiana e intérprete de la Sagrada Escritura» y que no puede enseñar nada como «necesario para la salvación eterna, sino lo que puede ser concluido y probado por la Escritura»[1].
Para tener una visión completa del concepto de la Biblia en la Iglesia anglicana, también es importante saber lo que se ha dicho sobre las Escrituras en una serie de declaraciones ecuménicas que han sido respaldadas por la Iglesia de Inglaterra, ya que lo que se dice en ellas ha sido considerado por la Iglesia de Inglaterra como acorde con su propia teología. Así, en las declaraciones de Meissen, Porvoo, Fetter Lane y Reuilly, acordadas con las iglesias de las tradiciones luterana, reformada y morava, afirman todas ellas la autoridad de las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, añadiendo la declaración de Porvoo de forma más completa que las Escrituras son «el registro y el testimonio suficiente, inspirado y autorizado, profético y apostólico, de la revelación de Dios en Jesucristo». Las declaraciones de Meissen, Porvoo y Reuilly también declaran, en línea con los Artículos y el Ordinal de 1662, que las Escrituras «contienen todo lo necesario para la salvación»[2].
El Pacto Metodista Anglicano afirma que «tanto la Iglesia de Inglaterra como la Iglesia Metodista basan sus creencias y enseñanzas en las Sagradas Escrituras, que consideran inspiradas por Dios»[3]. Por último, la declaración conjunta anglicano-católica romana Crecer juntos en la unidad y la misión, afirma que «las Escrituras, como testimonio inspirado único de la revelación divina, tienen un papel único en mantener viva la memoria de la Iglesia sobre la enseñanza y la obra de Cristo» y que «la enseñanza, la predicación y la acción de la Iglesia deben medirse constantemente con las Escrituras»[4].
Liberales y conservadores. El problema de la inerrancia
Todo estudiante de la historia de la teología sabe que desde finales del siglo XVIII han surgido una serie de disciplinas académicas que han puesto en tela de juicio la forma en que los cristianos han entendido e interpretado tradicionalmente las Escrituras, comenzando por la aparición del estudio histórico crítico de la Biblia, o Alta Crítica, que produjo muchos debates y controversias en todas las iglesias. A esto hay que sumar el creciente prestigio de las ciencias naturales, y principalmente la teoría de la evolución darwiniana; la nueva visión de lo humano desde la psicología y la etología; la reducción materialista de la neurociencia; la reflexión filosófica cada vez más lejana y crítica de los principios cristianos; la revolución sexual y el feminismo reclamando la despatriarcalización de la interpretación bíblica, etc., etc. Todas estas y otras cuestiones han creado muchas dificultades a algunos aspectos del relato bíblico, su historicidad y su moralidad, a lo que hay que sumar la evolución de la teoría literaria que ha planteado nuevas formas de pensar sobre lo que significa leer e interpretar los textos.
El choque entre la fe cristiana tradicional y las nuevas percepciones de la ciencia fue brutal. El eminente obispo anglicano Spencer Leeson (1892-1956) cuenta que cuando su padre, un distinguido doctor educado religiosamente, leyó The Origin of Species de Darwin, su fe fue sacudida hasta los cimientos, porque era incapaz de reconciliarlo con los relatos bíblicos de la creación, y ya que la revelación bíblica es un todo, si una parte de ella cae, el resto caería también. «Si Adán no ha existido, si no ha caído en pecado, el hombre no está condenado, por tanto no hay necesidad de la encarnación de Cristo. Si la Biblia se equivoca en ciencia, ¿cómo poder estar seguros de que es correcta en teología?»[5].
Como es sabido, este tipo de problemas ocuparon la atención de todos los creyentes durante muchos años, dando lugar a prolongados debates. Los teólogos que se abrieron a los nuevos tiempos, dieron la bienvenida a la ciencia y abrazaron los principios del método histórico-crítico de la Biblia fueron tildados de liberales, con la carga negativa que eso implicaba. ¿Qué vendría a ser hoy un liberal en relación a la Biblia?
Según el teólogo anglicano Stephen Sykes (1939-2014), es posible ofrecer una definición del liberalismo teológico mediante la cual se puedan reconocer e identificar las diversas formas de ser liberal.
«Liberalismo en teología es aquel estado de ánimo que está preparado para aceptar que algún descubrimiento de la razón pueda considerarse en contra de la autoridad de la afirmación tradicional en el cuerpo de la teología cristiana… Para muchos cristianos protestantes, el paso más importante del liberalismo teológico se da cuando se niega la creencia tradicional en la inerrancia de las Escrituras»[6].
En pocas palabras, liberal es quien niega la inerrancia bíblica. Esta es la afirmación no de un fundamentalista, sino de un profesor de teología en la Universidad de Durham (1974-1985), y en la de Cambridge (1985-1990), que llegó a ser ordenado obispo de la importante diócesis de Ely, Cambridgeshire (1990). Sykes entiende perfectamente que no se puede dar la espalda al conocimiento científico, lo cual, por otra parte, es imposible ya que lo invade todo. Lo que quiere es llamar la atención al derecho que asiste a la iglesia y a sus pastores a ser conservadores, sin dejar de ser vanguardistas. Sykes diferencia entre los pastores o ministros y los teólogos; los primeros tienen la obligación de ser conservadores en cuanto testigos y guardianes de la fe tradicional legada por los apóstoles. Deben ser conscientes de que son herederos de un legado inamovible a lo largo de los siglos: el evangelio del Señor Jesucristo. En este sentido «no podemos esperar que los pastores de la iglesia sean teológicamente radicales»[7]. Por el contrario, los teólogos e intelectuales cristianos están inevitablemente atraídos por la exploración de la fe a la luz de las nuevas verdades, ya que consideran que esta es parte de su responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia. Pensar los pensamientos revelados de Dios siguiendo esa larga cadena de teólogos y pensadores que en todo cambio de época han sabido estar a la altura de su llamamiento de fidelidad y renovación. Por eso la Iglesia tiene que ser consciente de su pluriformidad, de su unidad en la diversidad. «La inevitable pluriformidad de la Iglesia es la mayor consecuencia del liberalismo… La pluriformidad, no la uniformidad es la condición natural de la Iglesia contemporánea»[8].
Sykes, que estaba muy versado en la Reforma y en las eclesiologías contemporáneas, especialmente en la tradición anglicana, dijo que era importante que la eclesiología reconociera sus limitaciones. Hay un razonamiento sutil que es típico de la forma en que Sykes suele presentar sus argumentos. Por un lado, está su profunda familiaridad con la historia de la teología y su aceptación de la comprensión de la redención y la nueva vida en el Cuerpo de Cristo, de una manera que es característica de los teólogos anglicanos de los siglos precedentes. Por otra parte, afirmaba que teología debería hablar siempre en el ámbito público y de forma creíble[9].
Para entender mejor el pensamiento anglicano en este tema tan delicado y crucial para la convivencia teológica, pensemos en otra imagen aportada por el ingenio de otro autor anglicano, Edward Wagner, rector St George en Owen Sound, Ontario.
«Algunos de nosotros —observa Wagner—, parecemos estar hechos por Dios para: empujar los límites toda nuestra vida, mientras que otros parecemos estar hechos por Dios para pasar nuestra vida cuidando los jardines dentro de las vallas que alguien más erige para nosotros. Pero incluso los más insistentes empujadores de límites parecen querer y necesitar calmarse alguna vez, e incluso los más contentos cuidadores de jardines parecen anhelar la emoción. Es posible que los empujadores de límites y los cuidadores de jardines nunca se sientan completamente cómodos el uno con el otro a este lado del cielo, pero para ser seres humanos sanos en este mundo, necesitan mantener sus dos caballos tirando como un equipo»[10].
Si buscamos una imagen bíblica, podemos decir que lo más es probable que los amantes de los jardines elijan el texto «de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido» (Mt 5.18) como Evangelio inerrante para ellos, mientras que para los empujadores de límites el texto: «El sábado fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del sábado» (Mc 2.25) se convertirá en Evangelio inerrante para ellos. ¿Descartamos una máxima frente a otra solo porque encaja mejor con nuestros propios prejuicios?
«La Palabra de Dios escrita es la estrella polar constante de nuestra creencia en la bondad de Dios, la verdad de su Hijo, el poder del Espíritu Santo. No es de extrañar que tanto los que empujan los límites como los que cuidan de los jardines la estudien con detenimiento, la abracen y luchen con ella»[11].
Wagner, dada su larga experiencia pastoral, en diversos países e iglesias, observa también que, en última instancia, el ser humano tiene necesidad de orden y seguridad, más allá de su aspiración a innovar y ser creativo. «Con tan pocas excepciones que confirman la regla, todo el mundo sueña con amar a alguien que le corresponda para siempre, todo el mundo quiere tener una familia que nunca le rechace, todo el mundo espera tener al menos un amigo incondicionalmente cariñoso con el que contar para toda la vida». Aplicado a la vida cristiana, esto significa que todos los creyentes tienen necesidad espiritual e intelectual de confiar en la Biblia tal y como es actualmente. Cierto que la inerrancia bíblica ha sido expuesta de forma abusiva por los polemistas que ha perdido prácticamente toda credibilidad en mundo consciente de sus avances en el campo del conocimiento, pero eso no quita la necesidad de confiar en la verdad de la Escritura de manera absoluta.
«En términos generales, la mayoría de los cristianos occidentales, incluida la mayoría de los anglicanos de todo el mundo, no son inerrantistas en el sentido fundamentalista protestante. Hablarán, quizás, de la “inspiración” de las Escrituras, de que fueron “inspiradas por Dios” en la mente de los escritores humanos. Por otro lado, defenderán firmemente la autoridad de las Escrituras en sus vidas y en la Iglesia. Uno no puede colocarse bajo la autoridad de la Escritura sin confiar en la verdad de la misma, lo que en última instancia debe entenderse como una posición inerrantista, por más que esa posición pueda ser matizada. En otras palabras, creo que la mayoría de los cristianos contemporáneos de la corriente principal, incluidos los anglicanos, son todos, en un grado u otro, ortodoxos en la fe y la práctica, y funcionalmente inerrantistas bíblicos. Además, creo que incluso los cristianos escépticos, como el autor de mi carta, reaccionan ante el poder místico de la Escritura estimada como inerrante»[12].
Frente a la forma inerrante estrechamente fundamentalista, Wagner llama la atención a un hecho indiscutible: El llamamiento del patriarca Abraham. ¿Se encontró con YHWH leyendo las Escrituras? ¿Salió «de su tierra y de su familia y de la casa de su padre a la tierra que Dios te mostrará» porque la Biblia se lo dijo? «Podemos asumir que no había ninguna Escritura para que Abraham estudiara. Podemos suponer que no se preocupó por cuestiones de canon, inerrancia y autoridad bíblica. Simplemente escuchó a Dios, obedeció, se puso en marcha sin saber de dónde, y se convirtió, como Dios prometió, en el padre de una gran nación, cuyo nombre sigue siendo una bendición para judíos, cristianos y musulmanes»[13].
Cuando la Biblia se separa de la experiencia con Dios en el contexto de la comunidad animada del Espíritu reunida en nombre de Cristo en torno a la Palabra, «se convierte en algunas manos en un ídolo. El texto sagrado se vuelve fijo e inviolable, a la vez aterrador y seductor en su santa perfección: «La Biblia lo dice; yo lo creo; eso lo decide todo». Esa, sostengo, es la voz de un esclavo de un falso dios, un precio que ningún cristiano debería pagar»[14].
En resumen, «Dios nos ha creado a los seres humanos de tal manera que los que empujan los límites y los que cuidan los jardines se necesitan mutuamente, que estamos destinados a trabajar juntos como un equipo, sin importar cuán diferentes e incluso desagradables podamos parecer unos a otros. El Dios creador ha elegido que seamos diferentes, sin duda para su gloria y el crecimiento de su Reino»[15].
Unidad en la pluralidad
Desde el mismo principio del cristianismo han existido divergencias y partidos dentro de la Iglesia: Yo soy de Apolos, yo de Cefas, yo de Pablo, yo de Cristo (1 Co 1:12). Esto es inevitable dada la naturaleza humana, la formación de cada cual, el carácter y las apetencias tan individuales, el grado de comprensión y de aspiraciones, así como la capacidad de dejarse influenciar y seguir las corrientes de su preferencia personal. Dado que por aquí es casi imposible poner remedio, por más que se apele a un texto sagrado y su interpretación correcta, es necesario que los pastores y líderes de la iglesia pongan todo su esfuerzo en buscar un punto de unidad que mantenga junta la pluriformidad de visiones e intenciones. Ese punto de unidad no es otro que Cristo, que la recomienda como una manera de vivir y expresar la fe por parte de la comunidad, que se funda en la unidad sustancial del Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Es aquí donde hay que insistir en la necesidad de ahondar en la enseñada de la unidad en la pluriformidad tan cara al espíritu anglicano de vía media y mediadora de reconciliación de divergencias legítimas dentro de la Iglesia.
J.I. Packer (1926–2020), que como he mencionado antes es uno de los padres fundadores de la Declaración de Chicago sobre la inerrancia bíblica, y es considerado como uno de evangélicos más influyentes de los últimos cien años. Autor de unos setenta libros, el último en escribir lleva del título de The Heritage of Anglican Theology. Packer escribe como un evangélico comprometido, pero el libro está lejos de ser simplemente una apología del anglicanismo evangélico. Por el contrario, se esfuerza en informar a sus lectores evangélicos, al igual que a sus alumnos para el ministerio anglicano, que hay que conocer con simpatía las otras dos grandes corrientes del anglicanismo: la High Church o anglocatólica, y la Broad Church o liberal. Packer estructura deliberadamente su libro para contar la historia de las tres vertientes, atendiendo en el camino a sus debates entre sí.
«Siempre que se reúnan anglicanos de diversos lugares, ganaremos si todos estos puntos de vista diferentes hacen sentir su presencia, y la discusión será menos significativa si no lo hacemos. También debe haber un esfuerzo constante por parte de los líderes para lograr declaraciones de consenso que aborden todas las preocupaciones de todas las partes en las discusiones. La interacción de todas las partes involucradas en las discusiones anglicanas es a menudo casi única entre las iglesias cristianas de hoy»[16].
Los diferentes puntos de vistas doctrinales o teológicos tienen que darse en ese ambiente de diálogo y respeto, toda vez que lo que nos une es más importante que lo que nos separa. Así puede ocurrir, como en el divisivo tema de la inerrancia bíblica, que unos la defiendan y otros la rechacen en nombre de una verdad superior, a saber: la Biblia como revelación de Dios para nuestra salvación. Es comprensible que en este contexto de unidad esencial en la pluriformidad de puntos de vista hay quien como Ben Jefferies, pueda afirmar su conformidad inerrancia bíblica en cuanto ministro anglicano, y hacerlo de un modo contundente:
«Como anglicanos de la Iglesia anglicana de Norte América, que buscan construir y habitar una institución que se someta plenamente a la Palabra de Dios, no deberíamos dudar en ponernos al lado de nuestros hermanos y hermanas de otras iglesias creyentes en la Biblia inerrante (como la Iglesia Luterana-Sínodo de Missouri, la Convención Bautista del Sur, etc.) al afirmar la Declaración de Chicago sobre la inerrancia bíblica. Debemos enseñar que la Biblia es inerrante, y toda nuestra enseñanza debe fluir de esta verdad. Si está en la Biblia debe ser verdad, aunque sea una enseñanza difícil de entender. Ciertamente, siempre habrá algunos desacuerdos entre los fieles sobre lo que significa precisamente tal o cual pasaje de la Biblia, pero este desacuerdo sólo tiene la capacidad de ser fructífero si se apoya en el acuerdo mutuo de que lo que la Biblia dice no tiene errores»[17].
Al mismo tiempo, otros y dentro de esa comunión de iglesias, pueden decir, como el pastor Jaime Case, de St Luke Episcopal Church, que la Biblia no es inerrante:
«La Biblia no ofrece soluciones literales para todos los problemas actuales. Richard Hooker, apologista de la Iglesia inglesa, enseñó que la Biblia comparte la autoridad con la tradición y la razón. Es una relación dinámica a través de la cual el Espíritu Santo conduce a la comunidad de fe a la verdad»[18].
Aunque en su definición literal parecen opiniones opuestas, cada uno está defendiendo la parte de verdad que le corresponde, o es capaz de percibir por su situación y su misión. Desde esta perspectiva, tan necesaria en nuestros días, el estudio de la Biblia es como una conversación a varios niveles con la comunidad y el texto; la tradición y la ciencia, sabiendo que siempre hay algo más que se puede entender, y que nunca agotamos la comprensión de la Escritura. Por eso necesitamos los que nos empujan más allá de los límites conocidos, y los que cuidan la integridad del legado recibido, la herencia de más de 2000 años de fe y pensamiento, en respeto y comunión.
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[1] R. Coleman, ed., Resolutions of the Lambeth Conferences 1867-1888. Anglican Book Centre, Toronto 1992.
[2] Meissen Agreement Texts. Council for Christian Unity, Londres 1992; The Porvoo Common Statement. Council for Christian Unity, Londres 1993; Anglican-Moravian Conversations. CHP, Londres 1996; Called to Witness and Service. CHP, Londres 1999.
[3] An Anglican Methodist Covenant. Methodist Publishing House/CHP, Peterborough y Londres 2001.
[4] Growing Together in Unity and Mission. SPCK, Londres 2007.
[5] Spencer Leeson, Christian Education, pp. 97-98. Longmans, Londres 1947.
[6] Stephen Sykes, Christian Theology Today, p. 12. Mowbray, Londres y Oxford 1983, 2ª ed.
[7] Stephen Sykes, Christian Theology Today, p. 29.
[8] Stephen Sykes, Christian Theology Today, pp. 29, 30.
[9] Peter Sedgwick, “Stephen Sykes and Anglican Ecclesiology”, Ecclesiology 15 (2019) 46-61.
[10] Edward Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay. Ontario 2007.
[11] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[12] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[13] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[14] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[15] Wagner, Canon Is Not Enslavement: A Personal and Pastoral Essay.
[16] J.I. Packer, The Heritage of Anglican Theology. Crossway Books, 2021.
[17] Ben Jefferies, Anglicans and The Inerrancy of Scripture
https://standfirminfaith.com/anglicans-and-the-inerrancy-of-scripture/
[18] Jaime Case, Episcopalians and the Bible. Vancouver, Washington.