«Hoy en día es peligroso publicar cualquier cosa relacionada con las Escrituras que no se ajuste a las estrechas nociones de los religiosos ruidosos. Los teólogos científicos han caído en malos días y en malas lenguas. La persecución les asalta si no repiten las únicas ideas y frases que se supone que concuerdan con el honor de las Escrituras. Son calumniados desde el púlpito y la prensa por la gloria de Dios»[1].
Así se expresaba hace un siglo y medio Samuel Davidson (1806-1898), pastor y erudito bíblico, presbiteriano primero, congregacionalista después, oriundo de Irlanda del Norte. Fue profesor de crítica bíblica en el Belfast College hasta 1841, catedrático de crítica bíblica e idiomas orientales en el Lancanshire Independent College de Manchester (1842-1860). Doctorado en teología por la Universidad de Halle (Alemania), en el país germano conoció y entabló amistad con August Neander, Hermann Hupfeld y August Tholuck.
Según confesión propia, Samuel Davidson actuó siempre con prudencia en relación a las Sagradas Escrituras. Siempre, dice, me he ocupado de:
«las principales cuestiones relacionadas con los libros del Antiguo Testamento, con el fin de llegar a los resultados que la evidencia parece justificar. El proceso ha sido lento y gradual, porque a menudo he luchado contra los nuevos puntos de vista y he tratado de mantener los sentimientos tradicionales tanto como he podido. He considerado un deber mantener las opiniones conservadoras siempre que he podido hacerlo honestamente»[2].
En los casos en que las ideas tradicionales no podían resistir la prueba de la crítica más firme y segura, no tuvo reparo en abandonarlas para no confundir a los estudiantes con opiniones insostenibles, porque una cosa es evidente para todo estudiante de la Escritura, y más si ejerce de profesor y guía de futuros pastores y profesores: «la superstición no debe esclavizar a la mente para siempre». Pero aquí está el problema, cuando la superstición, el prejuicio, la tradición es elevada a categoría de ortodoxia, de verdad suprema, de norma infalible.
El libre examen es un principio muy querido al protestantismo y ejercido muy generosamente contra las supersticiones ajenas, en especial si se trata de las romanistas; el conflicto, el problema surge cuando ese mismo principio de examen libre se dirige hacia las propias convicciones y añorados presupuestos. Y esto ocurre cada vez que el pastor, el profesor o el estudiante es consciente del conflicto que se produce entre la enseñanza recibida y la seriedad y rectitud de las ideas propias, debidas no al prurito de lo novedoso, sino al hecho evidente que:
«el Padre Todopoderoso de la humanidad ha dado a sus siervos talentos para que los usen concienzudamente, así como diligentemente, en su servicio; y si en el ejercicio de estos talentos algunos llegan a resultados diferentes de los de otros, es cobarde suprimirlos si su difusión tiende a iluminar la mente o a purificar el corazón»[3].
No se trata de seguir lo nuevo por nuevo, ni repetir las ideas de moda, «simplemente, se ha tratado de dar su mejor explicación de los libros sagrados», de ser consecuente con las ciencias objetivas y con la naturaleza del mismo objeto estudiado, en este caso, la Biblia misma.
«No hace falta decir que [el autor] se ha tomado todo el trabajo que ha podido, y todo el tiempo que le ha parecido necesario, para examinar las cuestiones que se han tratado. Al mismo tiempo que ha aprovechado toda la ayuda que ha podido obtener, se ha esforzado por elaborar por sí mismo los resultados presentados, y cree que la mayoría de ellos resistirán la prueba más severa y se mantendrán. Con la plena convicción de su verdad, puede esperar con calma y paciencia su aceptación general, aunque no llegue en su día. Pero llegará. Podría haber elaborado sus puntos de vista antes. Y si hubiera sido posible, las circunstancias en las que se encontraba eran contrarias a la libre expresión del pensamiento.
Un hombre sometido a las trabas de una secta en la que la libertad religiosa no es más que un nombre, no está situado favorablemente para la tarea de investigar a fondo temas críticos o teológicos. La verdad en su integridad está por encima de las sectas, aunque traten de aprisionarla, cada una dentro de su propia Gosén; ni le rendirán jamás el debido homenaje hasta que superen el infantilismo de sus pequeñas peculiaridades, y respiren el aire libre de la propia iglesia de Dios.
Los credos humanos y sus defensores aunque lo han pretendido a menudo, no pueden ahogar la verdad ni poner coto al estudio libre.
Es extraño que los muchos que aún no han aprendido ese hecho, desacrediten a los hombres cuyos estudios críticos van más allá o en contra de sus preposiciones dogmáticas. Acariciando la religión donde la Biblia no lo hace, malinterpretan su naturaleza y caricaturizan su espíritu, al modelar a Dios según su propia imagen, y esperar que los demás lo vean como ellos: un Ser maligno y parcial, la criatura de una imaginación corrupta. He buscado la ortodoxia bíblica, no ese ídolo humano falsamente llamado así. Me ha costado llegar a conclusiones a veces diferentes de las de los hombres que respeto; sin embargo, sigo los impulsos de la religión al adherirme a la voz de la razón, idéntica a la palabra de Dios. Las aberraciones del intelecto son pecados veniales: la infidelidad a los altos instintos que unen al hombre con Dios y reflejan lo divino, es irreligión»[4].
Todo esto viene a cuento cuando todavía, en nuestros días, cuando muchos dan la voz de alarma respecto al peligro que corren sus pequeñas y sacrosantas tradiciones domésticas, y alzan prestos las armas de la excomunión y el descrédito contra aquellos que pretenden mostrar una nueva manera de considerar viejos temas cada vez más en colisión con las percepciones modernas, como pueda ser la naturaleza y el alcance de la inerrancia bíblica. Sabemos que la ignorancia es atrevida, y que cuando se une a la malicia, sea en forma de arrogancia o soberbia, es irreverente e impía, enemiga de toda verdad, y aquí no valen ni se salvan mesmerismos ni cesarismos que se puedan invocar.
La brecha de Génesis 1:1
Las aguas tranquilas del estudio bíblico se agitan cada vez que la ciencia propone nuevos paradigmas naturales de carácter geológico o cosmológico. El siglo XIX fue el siglo de la geología, y de la simple afición a coleccionar piedras y fósiles antediluvianos se pasó a la magnificente construcción de las edades geológicas divididas en eras y períodos que se remontaban a casi dos millones de años. Cenoica: Cuaternario, Terciario; Mesozoica: Cretáceo, Jurásico, Triásico, etc. Qué duda cabe que este esquema geológico rompe totalmente con el registro bíblico de una Tierra joven, y no pudiendo negar la evidencia a favor de la geología moderna, algunos intelectuales cristianos postularon la Teoría de la Brecha, basada en una exégesis peculiar de libro del Génesis, mediante la cual pretendían armonizar los datos científicos con los revelados.
Esta teoría viene a decir, que después de crear Dios el cielo y la tierra, se produjo algún tipo de cataclismo, que arruinó por completo la primera creación, de ahí que el autor sagrado diga que «la tierra estaba desordenada y vacía» (Gn 1:1), dando a entender que vino a estar desordenada y vacía. Con esta salida creían reconciliar la fe con la geología. El problema es, como algunos críticos modernos han dicho, que «los efectos de un evento catastrófico de tal magnitud en la historia de la Tierra, según lo postula la teoría de la brecha, pone en duda la supervivencia de los mismos fenómenos geológicos que la teoría trata de explicar. Una fuerza destructiva como para dejar la Tierra “desordenada y vacía” en su totalidad de seguro alteraría o destruiría cualquier evidencia usada para tan siquiera aducir la columna geológica o las edades geológicas»[5].
A nivel teológico, ningún hebraísta en su día aceptó la exégesis de la brecha en Gn 1:1, ni Ewald, ni Hupfeld, Roediger, Knobel ni Delitszch. Si esta teoría llegó a gozar de cierta popularidad en el evangelismo fundamentalista, casi hasta convertirse en una enseñanza universalmente aceptada, se debe a la labor de C.I. Scofield y su Biblia con notas [6]. El éxito explicativo de esta teoría se debe a que para todos los creyentes en la Biblia responde a dos inquietudes básicas, cómo armonizar las verdades de la Biblia con las de la ciencia, y las de esta con aquella[7].
«Es una manera de lidiar con los problemas principales asociados con el panorama evolutivo: la supuesta antigüedad de la tierra, la columna geológica, los fósiles, los dinosaurios, los cavernícolas, etc. Las reclamaciones y problemas incontestables de la “ciencia” son meramente arrastrados a la “brecha” entre Génesis 1:1-3 o son relegados a la pre-creación de la tierra… En segundo lugar, tiene apariencia de estudio bíblico profundo y meticuloso cuando es descubierto por primera vez que billones de años estaban ingeniosamente escondidos entre dos versos de la Escritura y que este hecho remarcable es ahora revelado para que todos lo usen»[8].
Ya que la teoría de la brecha es un constructo imposible desde la exégesis bíblica y, desde la ciencia misma una respuesta fallida, entonces ¿qué podemos decir respecto a la geología y la Biblia. ¿Están la geología y la cosmogonía mosaica en desacuerdo? A esta pregunta nos vemos obligados a afirmar que toda la evidencia apuntala la convicción de la discrepancia total entre el registro bíblico y el geológico.
Los humanos preadámicos
En la teoría de la brecha se incluye la existencia de los homínidos anteriores a la creación especial de Adán y Eva. Es una vieja idea resucitada recientemente con visos de credibilidad científica por el biólogo Joshua Swamidass en su teoría sobre el Adán y Eva genealógicos[9]. Además de compatibilizar la existencia de los homo sapiens de los que nos informa la ciencia con millones de años anteriores a Adán, con la afirmación bíblica de Eva como madre de todos los vivientes, dado que, según esta hipótesis la criatura Adán, creado de novo recientemente por Dios, se unió reproductivamente a los seres humanos de «fuera del jardín», gracias a lo cual todos los seres humanos modernos son descendientes directos de Adán y Eva.
Además de esto, esta hipótesis, creída o no por su autor, pero aportada como una tesis factible desde el punto de la biología genética, pretende responder a enigmas como el miedo de Caín a ser asesinado por otras personas, la procedencia de su esposa, y otras cuestiones. Todos estos tipos de soluciones concordistas[10] se topan con el mismo texto bíblico y son incapaces de dar una respuesta objetivamente convincente. De hecho, existe el peligro de convertir el concordismo en una forma disimulada de manipular el texto bíblico.
Vayamos a un texto al que no se ha prestado mucha atención en referencia a este tema, pero que sí ha dado muchos quebraderos de cabeza en cuanto a su interpretación, la cual no tiene respuesta en absoluto desde un punto de vista literal:
«Aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya» (Gn 4:3-5).
En ese estadio temprano de la historia, ¿quién les enseñó a presentar ofrendas y sacrificios a Dios? El culto a Yahvé empieza supuestamente más tarde (Gn 4:36).
¿Por qué una, la ofrenda vegetal de Abel fue agradable a Dios, y no la animal de Caín? Cualquier cosa que pudiéramos alegar es mera especulación. El texto guarda un silencio impenetrable al respecto.
¿Por qué no rendirnos a la evidente?, y lo evidente es que el relato de Génesis no pretende dar una lección de historia ni una información completa de lo ocurrió en el principio de los tiempos.
«Caín y su hermano son personajes paradigmáticos. Sus nombres son simbólicos y ambos representan los dos grandes tipos de civilización, es decir, la humanidad entera. Observemos que no están solos en el mundo (la tierra ya está habitada vv. 14,16) […] Estos son signos de que el narrador no los trata como personajes históricos, sino como símbolos universales»[11].
Del mismo modo que los primeros capítulos de Génesis no tienen nada que ver con la ciencia moderna, los capítulos dedicados a los albores de la humanidad y sus primeros pasos, o mejor dijo mal-pasos, no tiene nada que ver con la historia en sentido estricto. Bien es cierto que la Biblia habla de la misma realidad de la que también habla la ciencia, a saber, del mundo, de las cosas y de nosotros mismos. Pero la intención que hay bajo lo dicho del texto sagrado es diferente que en la investigación científica. «Durante mucho tiempo se ha creído que lo que dicen la astronomía y la paleontología, debe volverse a hallar en el Génesis, y se ha tratado, con duro esfuerzo, de ajustar entre sí las diversas expresiones. Se quería hacer con toda seriedad; pues se partía del respeto a la verdad de la Sagrada Escritura. Pero no se tenía en cuenta que la verdad es rica, y se puede hablar del mismo objeto, de modo verdadero, desde muy diversos puntos de vista»[12]. Y el punto de vista bíblico es totalmente religioso.
¿Dónde queda la verdad de la Biblia?
Donde siempre. En Aquél que dijo: «Yo soy la verdad»; «Tu Palabra es verdad». Cristo, la Verdad encarnada, de la que da testimonio la Palabra escrita.
Como ya dijo el mencionado profesor Davidson, que las versiones bíblicas y científicas de la realidad del Universo sean irreconciliables en cuanto a la letra: «no debilita ni impugna la revelación divina; pues los que más se han empeñado en poner de acuerdo la Escritura y la geología se ven obligados a admitir en esencia lo mismo. Así, los doctores Smith y Hitchcock, que tanto se han esforzado por armonizar las dos, insisten mucho en el hecho de que las descripciones de las cosas naturales se adaptan a las nociones ingenuas [precientíficas] que prevalecían en las primeras épocas de la sociedad y entre la gente común. Los fenómenos naturales se describen tal y como aparecen al ojo común, y no en su verdadera naturaleza; o, en el lenguaje de Rosenmüller, «las Escrituras hablan “según la verdad óptica, y no física”. No hacen ningún esfuerzo por corregir ni siquiera los errores más groseros sobre estos temas, que entonces prevalecían»[13].
«Por lo tanto, si los autores sagrados escriben incorrecta o insuficientemente sobre temas científicos; si usaron el lenguaje corriente y comparten las nociones corrientes de su época, ¿qué causa hay para esperar un acuerdo entre su relato de los fenómenos naturales y el estado actual de la ciencia física? ¿Por qué hacer intentos laboriosos para reconciliar las Escrituras y la geología, si los escritores sagrados hablan de los objetos naturales de acuerdo con el conocimiento de la época en la que estaban? El Dr. Smith dice expresamente que “nunca entró en el propósito de la revelación enseñar a los hombres hechos geográficos, o cualquier otro tipo de conocimiento físico”: ¿por qué entonces debería esforzarse por hacer que enseñe la física moderna; o al menos por cuadrarla con el estado avanzado de la ciencia natural? Sólo son posibles dos supuestos. Una es que los autores de la Escritura no poseían una inspiración tal que los elevara por encima del conocimiento de los objetos físicos vigentes en su época. La segunda es que, aunque fueron inspirados hasta el punto de poder escribir con exactitud sobre tales puntos, no lo hicieron por acomodarse a las concepciones ordinarias de su época»[14].
En la teología antigua se acuñó un término griego, synkatábasis, que significa «condescendencia». Su primer antecedente se encuentra en Orígenes, y fue elaborado sobre todo por Juan Crisóstomo, que la aplicó a las diversas acciones de Dios en favor de los hombres, particularmente a su modo de actuar en la historia de la salvación. Con palabras del Crisóstomo, la condescendencia se puede describir como «el aparecer y el mostrarse de Dios, no como es, sino como puede ser visto por aquél que es capaz de esa visión, ofreciendo su apariencia a la debilidad de quien lo mira», Es decir, Dios, al dirigirse a los hombres, tiene en cuenta su pequeñez, y condesciende con sus modos de decir, su lenguaje ordinario, sus palabras y, dentro de los razonables límites, con su modo de sentir y pensar. Esto, aplicado a la Biblia, significa que Dios, al inspirar a los autores sagrados, condescendió con la cultura y nivel de conocimiento de la época, de modo que Dios se expresa en todo en modo humano, excepto en el error (Divino afflante Spiritu, Dei Verbum).
Para concluir, la verdad cristiana está segura en sus textos entendidos literalmente conforme al propósito y alcance de los autores sagrados, textos que surgen de una experiencia de Dios inspiradora de esos mismos textos, tanto en su redacción como en su lectura actual. Es Jesús quien nos lleva a la Escritura del AT en cuanto testimonio de su persona y de su obra (Jn 5:39), y quien nos remite a la palabra de sus apóstoles (Jn 17:20) —germen del NT— en virtud de la cual muchos habrían de creer en lo que Él dijo, hizo y fue pues, el mismo Espíritu que hubo en los profetas y en Jesús, acompaña a la Iglesia apostólica, verdadero cuerpo místico de Cristo, como una extensión del mismo sobrenaturalizada por la Presencia de la Trinidad. Los Evangelios podrían habernos dado una historia más completa y menos misteriosa de la vida e infancia de Jesús, oculta en su mayoría a nuestro conocimiento, pero suficiente para que creamos que Él es el Hijo de Dios y creyendo tengamos vida eterna (Jn 20:31).
Se es cristiano por el gozo de la comunión con Dios mediante Cristo. Ese gozo se cumple en el estudio de la Escritura y en la comunión eclesial y es hecho posible por el Espíritu como alma de la iglesia que vivifica a cada miembro y le hace revivir el recuerdo, la presencia y la vida de Jesús para gloria del Padre (Jn 16:14). La Escritura es la base, fuente y canal por la que llegamos al conocimiento de Dios y de su salvación; pero la Escritura en sí misma es un medio, no un fin; un signo con vistas a la comunión trinitaria con Dios por excelencia. La controversia y pelea por cuestiones ajenas a la misma pone en peligro todo el edificio de la fe y la estabilidad espiritual de los creyentes. Estos son temas para tomarlos con seriedad y respeto, como el que pisa tierra santa, cuyas sandalias mentales deben ponerse a un lado para no pisotear el misterio de la fe que sustenta, y que no nos es dado conforme a nuestras preferencias o prejuicios mentales, sino conforme a la intención del Espíritu que inspiró a los autores santos para hablarnos de parte de Dios (2 Pd 1:21). Aquí los paganos, aunque lleven el nombre de cristianos, no tienen parte, pues «la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera» (St 3:17), cosa que los busca-ruidos nunca respetan, pues no buscan la gloria de Dios, sino su propia gloria (cf. Jn 7:18).
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[1] Samuel Davidson, An introduction to the Old Testament: Critical, Historical and Theological. Containing a Discussion of the most important questions belonging to the several books, vol. I, pp. v-vi. Williams and Norgate, Edimburgo 1862.
[2] Davidson, An introduction to the Old Testament, vol. I, p. v.
[3] Davidson, An introduction to the Old Testament, vol. I, p. vi.
[4] Davidson, An introduction to the Old Testament, vol. I, pp. vii-viii.
[5] Jack C. Sofield, La «Teoría de la Brecha» acerca del capítulo Uno de Génesis, https://bible.org/node/3042. «Tal cataclismo desintegraría cualquier depósito sedimentario previamente depositado con sus fósiles y, por lo tanto, borraría toda evidencia de cualquier “edad geológica” anterior. Por lo tanto, la teoría de la brecha, que se supone que acomoda las edades geológicas, requiere un cataclismo que destruiría toda evidencia de las edades geológicas”. Max A Forsythe, Por qué la teoría de la brecha no funciona, https://www.estudiosbiblicos.work/estudios/seccion-9-por-que-la-teoria-de-la-brecha-no-funciona/
[6] The Scofield Study Bible (Oxford University Press, New York 1917) / Biblia de Referencia Scofield.
[7] La defensa más completa de esta teoría se encuentra en Arthur C. Custance, Without Form and Void (Doorway Papers, Brockville 1970), refutada por el hebraísta Weston W. Fields, Unformed and Unfilled (Presbyterian and Reformed, Phillipsburg 1976).
[8] Richard Niessen, Bible-Science Newsletter, September 1982, pp. 1-2.
[9] A. Ropero, El Adán genealógico. Un compromiso entre la historia bíblica y la ciencia evolutiva, https://www.lupaprotestante.com/el-adan-genealogico-un-compromiso-entre-la-historia-biblica-y-la-ciencia-evolutiva-alfonso-ropero/
[10] Existe el peligro de convertir el concordismo en una forma disimulada de manipular el texto.
[11] Jean L´Hour, Génesis 1-11. Los primeros pasos de la humanidad sobre la tierra, p. 44. Ed. Verbo Divino, Estela 2013.
[12] Romano Guardini, “Una interpretación de los tres primeros capítulos del Génesis”, en
Verdad y orden. Homilías universitarias. https://www.unav.edu/documents/58292/6163afba-18e5-4ff7-aa34-092f254fb0db¿
[13] Davidson, An introduction to the Old Testament, p. 157.
[14] Davidson, An introduction to the Old Testament, p. 158.