Posted On 30/09/2022 By In Opinión, portada With 910 Views

Falta la mitad: sobre la sospechosa ausencia de escritoras | Noa Alarcón

Voy a contar una historia, pero no voy a dar nombres. No escribo esto para avergonzar a nadie. Y, si alguien se da por aludido, que se avergüence a solas e intente rectificar sus errores. Pero, al contar esta historia, espero poder explicar una insistente frustración.

Hace unos años otra persona y yo, con quien tengo una gran amistad y mucha confianza, presentamos a una editorial cristiana una propuesta editorial para un libro sobre la vida romántica desde una perspectiva bíblica. Escribir no es mi trabajo principal. Hubiera tenido que sacar tiempo para poder hacer mi parte del trabajo (e iba a ser un trabajo duro), que consistía en hacer un estudio lingüístico y una relectura actualizada del Cantar de los Cantares, pero nos hacía mucha ilusión hacerlo. Trabajamos mucho en aquella propuesta, y teníamos (o eso pensábamos) un buen contacto con la editorial a la que la mandamos, en plazo y forma de manera completamente adecuada.

Yo conozco el mundo editorial y sé que las respuestas a las propuestas suelen tardar, a veces, meses. El problema surgió cuando fue pasando el tiempo y, sin más, no dijeron nada. No hubo un sí o un no: nada, ninguna comunicación. No hubiera sido tan grave si no nos hubiéramos encontrado, unos meses después, con que esta editorial anunciaba por todo lo alto la publicación de un libro… sospechosamente parecido a nuestra propuesta. Mismo tema. Misma intención. Un índice de contenidos sospechosamente similar… sin la parte de la relectura de Cantares, porque los autores eran un cristiano famoso en ese momento y su esposa y, sospecho, no tenían la formación necesaria para hacer el trabajo lingüístico que me correspondía hacer a mí. Lo que hicieron fue darle un tono más devocional que el que pensamos nosotras y aprovecharse de la idea. Pedí explicaciones, pero la única respuesta que recibí fue que se trataba de una «desagradable coincidencia» y que, básicamente, yo estaba exagerándolo todo.

En otra ocasión, supe de parte de un amigo que acababa de publicar con otra editorial que estaban abiertos a recibir manuscritos y propuestas. Preparé una propuesta de un libro que tenía muy avanzado y la envié. Tenía la certeza de que estaban buscando autores nuevos que publicar y, de hecho, empezaron a publicar a algunos, pero… tampoco hubo respuesta en esta ocasión.

No han sido los únicos casos. Supongo que es comprensible que, con los años, mis ganas de presentar propuestas editoriales se fueron encogiendo, enfriando. No era siquiera voluntario, sino una cuestión de practicidad. Uno siempre suele evitar las tareas que le requieren mucho esfuerzo y resultados escasos. El tiempo es valioso, y más cuando se intenta sacar adelante una familia y lo mejor que puedes arrancar para esta tarea es algunos ratos sueltos a lo largo del día. Yo entiendo que mi vocación y mi llamado es a escribir y comunicar, así que no voy a desistir de eso (para una cosa que tengo clara…). Así que el siguiente pensamiento lógico fue: no me publican porque lo que escribo no tiene suficiente calidad. Es el pensamiento más lógico después de cosechar un ramillete de rechazos editoriales. Y no pasa nada. Aprendo, mejoro, lo intento de nuevo.

Solo que… si esta idea es del todo cierta, hay muchas cosas que no encajan. Llevo más de quince años escribiendo; aunque no tuviera talento, he acumulado experiencia. Muchos escritores conocidos y reconocidos no tienen mi experiencia, y no han tenido ningún problema para publicar como yo. Tenía que haber algo que se me estaba escapando. Tampoco podían ser los temas, ni mi identidad como cristiana. Sé que tengo fama de abridora oficial de cajas de Pandora, pero en cuanto a propuestas editoriales siempre he propuesto temas que encajan dentro de la ortodoxia protestante porque creo que mi teología está dentro de esa ortodoxia.

Y algo hizo clic hace poco.

Hablaba con una amiga, una mujer válida y valiosa, con unas ideas y una capacidad impresionantes para transmitirlas. Me contó que a alguien cercano le había contactado una editorial cristiana para pedirle que les presentara un libro, que se lo publicarían. No había nada malo en ello, salvo que, me dijo, ella había estado en las mismas circunstancias durante años, tiene muchísima más formación que él, y nadie se había acercado a ella a ofrecerle la oportunidad de publicar nada. Y la pregunta es, sencillamente, esa: ¿por qué a ella no?

¿Por qué a nosotras no?

No hay ninguna mano negra detrás, ninguna intención malévola, estoy segura. Creo que solo hay rutina e inercia. La rutina del dominio masculino de la institución evangélica ha convertido una anomalía en la norma, y han acabado convirtiendo la norma en virtud. Al lector que está leyendo esto: ¿cuándo fue la última vez que leíste un libro sobre cristianismo o teología escrito por una mujer? Seguramente te sorprenderá tu propia respuesta. No hay mala intención en ello, es que, sencillamente, a las mujeres no nos publican. Y, cuando nos publican, hemos tenido que pelear contra el techo de cristal y hemos tenido que demostrar nuestra valía tres o cuatro veces más que cualquier otro escritor masculino. Y, aun así, cuando se publican nuestros libros, tenemos que soportar miradas críticas, que sospechen de nuestra labor, y que tengamos que estar dando explicaciones de lo que decimos una y otra vez: explicaciones que nunca se ha exigido a hombres que han llegado a publicar libros que, en ocasiones, son abiertamente mediocres.

Creedme, sé de lo que hablo.

La realidad es que no soy peor escritora. Eso me consuela. Tengo lectores y hay gente, a pesar de que mis textos no son del todo accesibles, que me sigue y me lee. Y seguramente tengo la comunidad de mecenas más bonita de todo Patreon (un grupo de personas que me apoya económicamente todos los meses para que tenga tiempo para producir textos y podcasts). Las mejores ocasiones que he tenido para publicar han sido de mano de pequeñas editoriales que se encuentran en la periferia, o directamente la autoedición. Nada de esto son malas opciones. No lo han sido para mí. Pero cuando observo todo desde la simple perspectiva de que soy mujer, todas las piezas encajan. Hay grandes mujeres publicando en terreno cristiano hoy, pero, pensadlo: autoras en español (no traducidas), que no traten temas sobre feminidad, maternidad o crianza de los hijos, ¿cuántas hay fuera del circuito de las editoriales independientes? Las mujeres somos la mitad del cuerpo de Cristo, y ya sabemos leer, escribir, sabemos pensar y crear. Estamos capacitadas, como mínimo, al mismo nivel que los hombres que sí publican. Y nuestra ausencia, una vez que la percibes, clama a gritos.

Muchas de estas editoriales, obviamente, no van a publicar a mujeres porque están dentro de esas corrientes culturales que defienden su sumisión y silencio; pero hay otras editoriales que, sin considerar menor en importancia ni en validez a las mujeres, no publican mujeres porque ni siquiera se han parado a pensarlo. De hecho, a veces se congratulan de tener autoras en su catálogo, lo cual es genial, pero, insisto: somos la mitad del cuerpo de Cristo. ¿Nuestra presencia, nuestra voz, está justamente representada?

Y voy a ir un poco más allá: hay otra razón por la que hay menos autoras. Las puertas no están cerradas, pero tampoco nos las abren ni nos facilitan la presencia. Sigue habiendo ese prejuicio misógino de fondo, incluso detrás de los mejores deseos de igualdad. Y las mujeres, muchas veces, no tenemos ganas de estar donde no somos bienvenidas. Muchas estamos cansadas de tener que andar con un martillo a cuestas rompiendo techos de cristal: los que están arriba podrían abrir la trampilla de vez en cuando. Si a ti como editor no se te ha ocurrido incluir, insisto, a la mitad del cuerpo de Cristo en la tarea de pensar, reflexionar y compartir la teología práctica cotidiana que supone la actividad editorial (al menos la seria, más allá de los enormes problemas de esta industria, que no es lugar de hablar aquí), ¿por qué te sorprendes de que las mujeres mandemos menos manuscritos y levantemos menos la mano para pedir la voz?

Sé que muchas se han ido, y nos seguimos yendo, porque finalmente nos hemos cansado de no importarle a un sistema que quiere funcionar sin nosotras, salvo que no puede funcionar sin nosotras. Todavía me río de la ocasión en la que me tocó editar un libro teológico de uno de esos santos varones de Dios convencidos de que la mujer no debe enseñar porque Dios lo prohíbe. Aunque el libro insistía en que el rol de la mujer no es la enseñanza, y que no está capacitada para ello, fue una mujer (yo) la que le corrigió el texto y se lo arregló para que estuviera a la altura de ser utilizado para la enseñanza.

Yo, si soy sincera, más allá de un par de proyectos concretos y de materiales que me requieren menor tiempo de producción, tomé la decisión hace un tiempo de que no tengo ninguna necesidad de pelearme con las manías de esta industria ni de seguir mandando propuestas ni esperando que me publiquen. Mi vocación está al servicio del Señor; si él quiere, donde él quiera, que me abra las puertas que él quiera. Pero lo que desearía es que de una vez por todas se note nuestra ausencia. Que de una vez por todas, cuando se vea la estantería de libros y novedades disponibles, los cristianos de a pie se den cuenta de que llevan toda la vida sordos de un oído, sin poder escuchar bien la armonía del evangelio, porque no se nos ha dejado estar presentes a la mitad del cuerpo de Cristo.

Noa Alarcón Melchor

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