Posted On 16/12/2022 By In portada, Teología With 728 Views

Del descrédito de las creencias religiosas | Jaume Triginé 

José Maria Mardones, Doctor en Sociología y Teología, en un trabajo sobre Postmodernidad y cristianismo, nos recuerda que «no hay posibilidad de expresar el Absoluto». Dios no se puede explicar con palabras; es inefable. De ahí el actual énfasis en la teología negativa. Mejor el silencio humilde ante el Misterio que las muchas palabras que terminan dibujando imágenes estereotipadas que reflejan tan sólo nuestras propias proyecciones.

Añade nuestro autor que «el ser profundo de la realidad (expresión con una clara alusión al concepto de Dios en Paul Tillich) excede al pensar (alusión a la cuestión de los límites del conocimiento en Immanuel Kant)». Pero el ser humano parece necesitar hablar de la divinidad; quizá por nuestra capacidad de trascendencia y la pulsión a ir más allá del aquí y del ahora que nos limita. Como reconoce el dominico Fray Marcos: «Hemos de seguir hablando de Dios, aunque conscientes de que nuestro lenguaje será inadecuado».

La palabra humana es insuficiente para referirse a lo Eterno e Infinito. Por ello, nuestro hablar de Dios es una pluralidad de conceptos, imágenes y nombres con los que las diversas tradiciones religiosas pretenden (vano intento) describir o explicar aquello que nos trasciende. Dios se ha convertido en una palabra equívoca y condicionada culturalmente. Es por ello que, a lo largo de la historia, más concretamente en la premodernidad, se han multiplicado las aproximaciones y, en lo divino:

  • Hemos proyectado la superación de nuestras limitaciones de espacio y de tiempo y hemos considerado a Dios como un ser eterno con atributos como la omnisciencia, la omnipotencia y la omnipresencia.
  • Hemos identificado a quien maneja los hilos de la historia humana hasta su culminación escatológica, hecho que nos ha sumido en la complejidad al constatar los “agujeros” o reveses de la existencia, en la terminología del pastor y teólogo Dietrich Bonhoeffer. Se hace difícil desde Auswitch, y desde tantas situaciones de sufrimientos injusto, defender la imagen de un dios intervencionista.
  • Paradójicamente, nos parece haber encontrado quien puede “tapar” (resolver) dichos “agujeros” a través de la oración, especialmente cuando los problemas de la finitud nos afectan a nosotros.
  • Percibimos “el ojo del gran hermano” a quien nada ni nadie escapa y que castiga con las penas eternas del infierno un minuto de placer terrenal… Ni la justicia humana manifiesta tal descompensación.

Pero la entrada en la modernidad comportó importantes cambios en todos los órdenes de la vida. La explicación de la realidad mediante relatos mitológicos (explicaciones no científicas de la realidad) dio paso al empirismo que postula la labor científica como vía del conocimiento. Los rituales, propios del pensamiento mágico, fueron substituidos por la técnica. Así: cuando en la Edad Media se producía una pandemia, carentes de conocimientos objetivos de las cosas, interpretaban el hecho como un castigo de los dioses y a través de rogativas y sacrificios se pretendía aplacar a la divinidad. Hoy, conociendo el papel de los virus en la trasmisión de las infecciones, administramos vacunas.

Esta idea es también aplicable a las cuestiones religiosas. Los mitos sirvieron durante siglos para pretender explicar lo inexplicable y hablar de lo inefable. La Biblia, tanto el Primer como el Nuevo Testamento, está impregnada de estos relatos que eran creídos como si de historia objetiva se tratase. Pero, sobre todo a partir del siglo XIX, ciencias como: la arqueología, la historia, el estudio comparado de les religiones, la antropología, la sociolingüística, el método histórico-crítico de estudio del texto bíblico, las neurociencias… abren una nova forma de comprensión más objetiva y actualizada del hecho religioso. Rudolf Bultmann, Paul Tillich, Karl Rahner, Dietrich Bonhoeffer, entre muchos otros, contribuyeron, con sus investigaciones y pensamientos, a esta transformación de la teología, en general, y de la comprensión de lo divino.

Las proyecciones antropomórficas de antaño derivan hacia la aceptación del Misterio que nos envuelve y habita. Que Dios no es un ente más, separado del mundo. Que Dios es el Ser, el Fondo último de la realidad, la condición de posibilidad de cuanto existe.

Que no debemos buscarlo en un cielo metafísico, sino en la propia realidad; pero no al modo panteísta. Que una lectura atenta de cuanto nos rodea permite identificar sutilezas, transparencias, huellas, signos…, que nos remiten a la Fuente de cuanto es. Qué nos habita con «una intimidad más íntima que nuestra propia intimidad» en palabras de Agustín de Hipona.

Que el relato de la creación del universo y del hombre y la mujer ya no tienen valor científico una vez disponemos de las explicaciones de la física, la antropología, la biología… Que Dios no es la causa de les efectos que se producen en el mundo. Que tanto lo cosmológico como lo antropológico son autónomos y se mueven por sus propias leyes, principios y constantes universales sean de naturaleza física, química, psicológica o sociológica. Así, de una idea intervencionista de la divinidad hemos transitado hacia la autonomía de la creación.

Que Dios no es funcional a nuestras peticiones en el sentido de alterar les leyes naturales que explican el funcionamiento armónico de la realidad. Tampoco violenta nuestra finita libertad. La oración desde nuestra contingencia no tiene como objetivo convertir a Dios en el “tapa agujeros”; sino más bien sensibilizarnos a nosotros respecto aquello por lo que pedimos.

Permanecer en una teología premoderna comporta el descrédito de la fe, que no debe ser indigesta para la razón.  Llegados a este punto nos preguntamos por los motivos de tanta resistencia en permitir que las ciencias religiosas nos vayan proporcionando una visión más adulta de la fe. Quizá sea necesario erradicar el temor inherente en la deconstrucción de viejos paradigmas para poder empezar a reconstruir una fe que nos permita vivir de manera armoniosa con nuestra conciencia y que nos permita compartirla sin violencia conceptual en nuestro descreído aquí y ahora.

De lo contrario, y como está sucediendo con demasiada frecuencia, las instituciones religiosas ya no pueden ejercer su función de mediación, provocando, con ello, que cada cual procure saciar su sed de trascendencia agarrándose al primer clavo ardiendo esotérico que se cruce en su camino.

 

Jaume Triginé

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