Cornelius Van Til (1895-1987) figuraría en la lista de los grandes pensadores cristianos, dada su formación teológica y filosófica, de no haber sido por su incapacidad para comprender el dicho evangélico: «el que no es contra nosotros, con nosotros está» (Mt 9:40). Van Til escribió mucho y disfrutó de una larga vida, pero casi siempre ejerciendo de fiscal, denunciando aquellas expresiones de la fe que no se ajustaban a los cánones reformados de antaño. No solamente censuraba las doctrinas, que no necesariamente se apartaban de la ortodoxia, sin su misma formulación. No buscaba la salvación de la proposición contraria, sino su condenación. Le faltaba talante, o humor, para tomar las cosas con ironía y cordialidad. Se tomaba demasiado en serio su papel de defensor de la fe[1].
Fue contemporáneo de Karl Barth (1886-1968), uno de los teólogos más grandes de la historia. Barth y Van Til eran muy distintos en su manera de concebir y hacer teología. Uno, Van Til, se apegaba a las fórmulas tradicionales, el otro, Barth, proclamaba la teología con una originalidad inaudita. Casi desde el principio, Van Till arremetió contra sus escritos, pese a admitir la importancia de la teología del suizo en el derrocamiento del liberalismo teológico. Van Til admite que cuando el Dios soberano de los reformadores fue eclipsado por un Dios a imagen y semejanza de Hegel y Schleierrnacher, apareció Barth y «lanzó un intrépido ataque contra esta teología inmanentista que solemos denominar modernismo. Incendió toda la estructura de la teología moderna. Llamó a los hombres a volver al Dios trascendente, al Señor soberano, a Dios como el “absolutamente Otro”. Llamó a los hombres a olvidar su orgullo, a desechar sus esquemas de interpretación y a postrarse ante el rostro del “Señor de la vida y de la muerte”»[2].
¿No debemos alegrarnos de esta obra de Barth?, se pregunta Van Till. «Desde luego que sí», responde. «No pretendemos salvar ni un ápice de la casa del modernismo», apostilla Van Til, pero hasta aquí llegan sus simpatías, pues a renglón seguido apostilla: «Una vez más tememos que Barth piense que no puede quemar la casa del modernismo a menos que también queme la casa de la ortodoxia»[3].
En esta ocasión —sus escritos anti-Barth son abundantes—, después de reconocer sus méritos, le reprocha que Barth carece de una teología de la creación, sin la cual «la casa de la teología protestante se cae al suelo». Prácticamente, se adelanta Van Til, «Barth rechaza la doctrina bíblica de la creación». Es una acusación sorprendente, y más tratándose de un teólogo cristiano. «¿Cómo nos atrevemos a decir que Barth ha rechazado virtualmente la doctrina bíblica de la creación?», se pregunta Van Til y responde que se ve obligado a ello por determinadas expresiones tomadas del comentario de Barth al Credo de 1935, cuyo alcance no acaba de comprender.
Pero hay un punto en que Van Til tenía razón. Para esa época, Karl Barth no tenía articulada su teología de la creación, lo cual no es lo mismo que decir que no la tenía en absoluto. Según Colin Brown, en los años veinte y treinta, cuando el Comentario a Romanos (Der Römerbrief) de Barth recorría el mundo teológico, estaba de moda quejarse de que Barth no tenía una doctrina de la creación[4]. Es un hecho que el teólogo suizo rechazaba totalmente cualquier tipo teología natural y, por tanto, de cualquier enfoque puramente racional de la doctrina de la creación, hay que esperar a su Esbozo de dogmática (Dogmatik im Grundriß) para conocer la comprensión positiva de la creación por parte de Barth[5]. Este Esbozo fue originalmente una serie de conferencias pronunciadas en Bonn en el verano de 1946 en el castillo medio en ruinas de Kurfürsten, resultado de la Segunda Guerra Mundial.
El misterio de la creación
La reflexión de Barth sobre la creación no parte del análisis científico o filosófico de la misma, toda vez que considera que la teología cristiana debe rechazar por completo la teología natural[6]. La revelación divina es la base y fundamento de la teología propiamente cristiana, es la única fuente fiable y auténtica del conocimiento de Dios y su obra. Categórica, y algo brusca, fue la respuesta de Barth a la propuesta de Emil Brunner en su ensayo Nature and Grace, que Barth interpretó como el inicio del sincretismo religioso[7]. Para entender el rechazo de Barth hay que entender la postura que él trataba de contrarrestar. En su día el motivo fuerte de la reflexión teológica era la teoría de la proyección de la religión de Feuerbach. Barth pretendía socavar toda la fuerza de la objeción de Feuerbach al cristianismo. Estaba de acuerdo con él en que cualquier Dios proyectado por el hombre es realmente un ídolo, toda vez que Dios no es la meta de las ensoñaciones del hombre, sino el hombre el resultado de la gracia de Dios.
Otro punto fuerte de la teología de la creación de Barth, según apunta Martin D. Henry, reside en cómo encaja con el modo en que el cristianismo parece discernirse o alcanzarse en la experiencia humana y en el registro de la propia Biblia.
«La convicción o intuición sobre la redención o la salvación es, sin duda, lo más importante para los creyentes religiosos. A partir de tal convicción pueden, si lo desean, pasar a hablar de la creación como algo implícito en cualquier creencia sobre la redención. Sin embargo, las personas rara vez conservan o pierden su fe en Dios en función de las respuestas que puedan recibir a preguntas abstractas sobre el origen de las cosas. Más bien, lo primero que encuentran, o dejan de encontrar, es que la vida es buena o soportable o valiosa o amable o significativa o que merece la pena vivirla, y sólo después llegan a aceptar que el Dios que ha hecho que la vida merezca la pena también debe haberla creado. En otras palabras, la fuente última de la bondad de la vida debe ser también la fuente última de su existencia»[8].
A esta cuestión obedece la reflexión de Barth sobre el problema del mal en el mundo, un tema demasiado complejo para tratar aquí y ahora. Barth, pues, escribe o expone su doctrina de la creación desde la teología de la revelación bíblica. Su enfoque es totalmente original y teológicamente intachable. Desde el principio de su exposición Barth rechaza la idea de que la doctrina de la creación pueda ser de algún modo más fácil de entender o más accesible para nosotros que cualquier otro aspecto del credo, como puede ser la doctrina de la Trinidad. En su opinión, es falso imaginar que no necesitamos la revelación para comprender la creación, como si esta fuera accesible a las solas fuerzas del razonamiento humano. El conocimiento de la creación es un artículo de fe. De la existencia del mundo en su diversidad y complejidad, de las que la ciencia va dando cuenta, no se puede deducir el hecho de que Dios es su Creador. «No tenemos en el mundo una segunda fuente de revelación»[9]. «El conocimiento de la creación es conocimiento de Dios y, por tanto, conocimiento de fe en el sentido más profundo y último de la expresión»[10].
«El mundo, con sus penas y alegrías, siempre será para nosotros un espejo oscuro, sobre el que podemos tener pensamientos optimistas o pesimistas; pero no nos da ninguna información sobre Dios como Creador. Pero siempre, cuando el hombre ha intentado leer la verdad en el sol, la luna y las estrellas o en sí mismo, el resultado ha sido un ídolo»[11].
Para Barth, el misterio fundamental de la creación no consiste en afirmar que existe un Dios al que debe todo lo que existe y para cuya gloria hemos sido creados.
«El misterio de la creación entendido cristianamente no es en primer lugar –como piensan los necios en su corazón— el problema de si existe un Dios como causa primera del mundo, pues desde el punto de vista cristiano no se puede presuponer primero la realidad del mundo y preguntar después si existe también un Dios; por el contrario, lo primero, aquello con lo que empezamos, es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo»[12].
A partir de aquí se plantea el gran problema cristiano: «¿Es verdad que Dios no quiere ser solo para sí, sino que exista el mundo fuera de él, que nosotros seamos junto a él y fuera de él? Esto es un enigma»[13]. Dios se basta a sí mismo en su eterna Trinidad de comunión. Posee la plenitud de todo, no necesita del mundo, ni de nosotros. Su no-necesidad de la creación muestra todo es gracia, todo cuanto existe es expresión de quien no tiene que ganar ni que envidiar de la creación. «El hecho de que exista un mundo es lo más inaudito, es el milagro de la gracia»[14]. «El fundamento de la creación es la gracia de Dios»[15]. Esto significa que nosotros existimos no por necesidad, sino por gracia, de modo que podamos entender que el crear divino está detrás como fundamento de nuestro ser y del ser del mundo entero. «Todo lo que es fuera de Dios está constantemente sostenido por Dios sobre la nada»[16].
«Dios no envidia la existencia de la realidad distinta de él; no le envidia su propia realidad, naturaleza y libertad. La existencia de la criatura junto a Dios es el gran enigma y milagro, la gran pregunta a la que debemos y podemos dar respuesta, la respuesta que se nos da a través de la Palabra de Dios; la auténtica cuestión existencial, que se distingue esencial y fundamentalmente de la pregunta que descansa en el error: “¿Existe Dios?”. El hecho de que haya un mundo es lo más inaudito, es el milagro de la gracia de Dios»[17].
Barth distingue y enfatiza la creación como gracia para diferenciarla de todos los tipos de gnosis, antiguos y modernos. En la teología de Barth, por tanto, es coherente que él diga que la razón no puede llevarnos al punto de concluir que el mundo es creación de Dios, puesto que la creación para Barth es gracia, y la gracia está más allá de la razón. Es más, como dirá en su obra magna Dogmática de la Iglesia (Die Kirchliche Dogmatik), la doctrina de la creación plantea un desafío espiritual y mental a las personas; es una «doctrina de fe y su contenido un secreto»[18].
«La comprensión de que el hombre debe su existencia y forma, junto con toda la realidad distinta de Dios, a la creación de Dios, sólo se alcanza en la recepción y respuesta del auto-testimonio divino, es decir, sólo en la fe en Jesucristo, es decir, en el conocimiento de la unidad del Creador y la criatura actualizada en Él, y la vida en el presente mediada por Él, bajo el derecho y en la experiencia de la bondad del Creador para con su criatura»[19].
La Creación, obra de amor
La labor teológica de Barth conlleva un retorno a la Biblia y a la teología de los reformadores, pero no para seguirlos miméticamente. Toda su obra manifiesta una gran independencia. Su estudio sobre la creación no parte de la soberanía de Dios y sus decretos. No quiere saber nada de «decretos horribles» (decretum horribile en Calvino), mediante los que caprichosamente se salva a unos y se deja a otros en la condenación. Barth, en cuanto teólogo cristiano, entiende a Dios y su obra desde Cristo, que de tal manera ha revelado la esencia de Dios como Amor.
La doctrina de Barth sobre la creación se puede resumir bajo tres encabezamientos. En primer lugar, la libertad y el amor con los que Dios crea el mundo de la nada. Esto significa, que Dios no necesita la creación ni intrínseca ni extrínsecamente. La Divinidad se determina a sí misma para relacionarse con los seres humanos mediante la gracia y el amor. La criatura humana no es «incidental o accidental», pues el Creador quiso y determinó su existencia. «La Palabra de Dios como acto creador de Dios es la disposición de la criatura»[20].
En segundo lugar, Dios, en libertad, siempre ha tenido intenciones amorosas hacia la creación. En su libertad, Dios ama. El amor es la naturaleza de Dios y el ser de Dios está en el amor. El amor de Dios se manifiesta primero en las Personas de la Divinidad. El Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre, y tal relación es generada por el Espíritu Santo. El hecho de que el amor trino sea en sí mismo y por sí mismo se muestra ad extra y, por tanto, en comunión con las criaturas.
En tercer lugar, es Dios quien convoca todas las cosas a la existencia, al igual que llama a la humanidad a una nueva vida en la resurrección. La creación es una contingencia radical, entendida como en y a través de Jesucristo. En la medida en que Cristo es el origen de la creación, la existencia de la criatura se deriva de la naturaleza de amor de Cristo. Esta causó la creación y la mueve sin fin. Cristo es la sustancia de la creación. La sustancia es lo que da a la criatura sus características fundamentales, su realidad última: todas las manifestaciones externas y el cambio.
«El Creador es la Persona divina que como tal actuará más tarde como Señor, Abogado y Guardián de su pueblo y de todos los pueblos. Que Dios creara al hombre a su imagen implica que no es el hombre sino Dios quien es primero una Persona viva como Uno que conoce y quiere y habla[21].
«A la luz de este triple significado de la doctrina del Creador, Barth piensa que la relación de alianza entre Dios y los seres humanos es el objetivo de la creación, sobre la base de que Dios es a la vez Creador y Salvador. Además, dado que el propósito de Dios es crear un socio de alianza externo a Él, la creación es a la vez buena y distinta de Dios. La creación es buena porque el Dios benevolente es su Creador y crea con propósito y dirección. En resumen, la creación está justificada por Jesucristo, que cumple la alianza divino-humana»[22].
Creación y Alianza
La creación y la alianza están completamente interrelacionadas, que se implican mutuamente. La creación es la razón externa o fundamento externo (äusserer grund) de la alianza, pues en ella se manifiesta la intención de Dios de hacer de los hombres sus compañeros de alianza. «Dios ama ese ser que no existiría sin él… Dios ama su propia criatura»[23]. Con ello, los seres humanos reciben la predisposición a amar como Dios ama. El amor divino se convierte en el fundamento del amor de la criatura, de modo que la alianza expresa la verdad primordial en la relación Dios-hombre:
«No habríamos dicho la última palabra decisiva sobre la creación si no añadiéramos que la alianza entre Dios y el hombre es el sentido y la gloria, el fundamento y la meta del cielo y de la tierra y, por tanto, de toda la creación. No es que la alianza entre Dios y el hombre sea, por así decirlo, un segundo hecho, algo adicional, sino que la alianza es tan antigua como la creación misma. Cuando comienza la existencia de la creación, comienza también el trato de Dios con el hombre. . . La alianza no sólo es tan antigua como la creación, sino que es más antigua que ella. Antes de que existiera el mundo, antes de que existieran el cielo y la tierra, la resolución o decreto de Dios existe en vista de este acontecimiento en el que Dios quiso tener comunión con el hombre, tal como se hizo inconcebiblemente verdadero y real en Jesucristo. Y cuando nos preguntamos por el sentido de la existencia y de la creación, por su fundamento y su fin, tenemos que pensar en esta alianza entre Dios y el hombre»[24].
La alianza, pues, existía antes de la creación, pero la alianza se actualiza en Jesucristo en y después de la historia de la creación. En consecuencia, la doctrina de la creación de Barth se ocupa profundamente de la realidad histórica de la creación. Y es desde Jesucristo que debemos entender la creación.
Creación y Cristo
La fe es la que lleva a confesar la creación de Dios en el principio. Esto significa que la doctrina de la creación debe articularse cristológicamente dentro de la enseñanza de la Iglesia y no mediante razonamientos filosóficos o científicos. El auto-testimonio de Dios es el fundamento de la doctrina de la creación. Como tal, la doctrina de la creación es un artículo de fe, que se encuentra verdadero en la revelación de Jesucristo. La revelación de la salvación y la creación van juntas. La creación no puede conocerse ni comprenderse al margen del acontecimiento de la redención.
Barth comenzó su gran obra, la Dogmática de la Iglesia, en 1932, que continuó a lo largo de los años. Ninguna otra obra teológica moderna se ha realizado a tan gran escala (Colin Brown). En ella se percibe el paso de los años y se aprecia cómo el énfasis de Barth se acentúa aún más hacia el cristocentrismo. Se observa como un desplazamiento del énfasis de la Palabra de Dios a Jesucristo como tema dominante de su pensamiento. En lugar de detenerse en el aspecto revelador de la Palabra de Dios, los últimos volúmenes de la Dogmática de la Iglesia se ocupan de dilucidar las implicaciones de la encarnación.
«La Dogmática de la Iglesia de Karl Barth se caracteriza en su conjunto y en sus partes por una determinación cristológica exhaustiva en la que Jesucristo es el único criterio para las creencias básicas del cristianismo»[25].
Algo muy semejante respecto a esta concentración cristológica de la teología estaba realizando Emil Brunner, otro gigante entre los teólogos, quien también, en su doctrina sobre la creación remite no a los primeros capítulos de Génesis 1:1, sino el evangelio de Juan.
«La singularidad de doctrina cristiana de la Creación y del Creador se ve continuamente oscurecida por el hecho de que los teólogos son tan reacios a comenzar su trabajo con el Nuevo Testamento; cuando quieren tratar de la Creación, tienden a empezar por el Antiguo Testamento, aunque nunca lo hacen cuando hablan del Redentor. La insistencia en el relato de la Creación al comienzo de la Biblia ha llevado constantemente a los teólogos a renunciar a la regla que, de otro modo, seguirían, a saber, que la base de todos los artículos de fe cristianos es el Verbo encarnado, Jesucristo. Por lo tanto, cuando comenzamos a estudiar el tema de la Creación en la Biblia, debemos empezar por el primer capítulo del Evangelio de Juan y algunos otros pasajes del Nuevo Testamento, y no por el primer capítulo del Génesis»[26].
Podríamos continuar hablando de la exégesis tipológica tan interesante que Barth hace Génesis 1, de su defensa del género saga, frente al mito para entender los pasajes genesiacos, y otros muchos aspectos, pero eso se sale fuera de un artículo de esta naturaleza. Bástenos un punto más, por su relevancia respecto a un tema que sigue preocupando a muchos creyentes.
Creación y evolución
En su extenso trabajo sobre la creación, Karl Barth no dice ni una palabra sobre la evolución, o la relación que pueda darse entre la historia bíblica y la investigación científica. Según el profesor Robert A. Cathey, de McCormick Seminary, la relación entre cosmología y creación en Barth puede resumirse en términos de un tratado de no agresión entre los ámbitos de la ciencia y la teología. La ciencia tiene su ámbito, su objeto y sus límites. El método adecuado de la teología es escuchar el testimonio de la revelación que se encuentra en la Biblia, tal como la interpreta la Iglesia cristiana a lo largo del tiempo y en la actualidad. Mientras cada uno se ciña a su propio ámbito, se pueden evitar disputas o conflictos fronterizos. Aparentemente esto suena muy reconciliador. El problema es que esta política de no agresión practicada por los teólogos bajo la influencia de Barth, por ejemplo, sus primeros aliados como Paul Tillich, Rudolf Bultmann y Emil Brunner, y sus alumnos como Dietrich Bonhoeffer, Thomas Torrance, Hans Küng y Hans Urs von Balthasar, estaban profundamente preocupados por la interpretación de la Biblia y el papel de la teología en la vida y la misión de las iglesias cristianas y menos preocupados por tomar la historia y el desarrollo de la ciencia o la cosmología como materia para hacer teología hoy.
«El tratado de no agresión entre teología y ciencia de Barth parecía interpretarse como una falsa segregación entre teología y ciencia. Por eso, cuando en los últimos años se han producido nuevos avances en cosmología, la mayoría de los estudiosos de la teología cristiana no han estado muy bien preparados para hacer comentarios ni positivos ni negativos»[27].
La teología de Barth ha sido calificada de neo-ortodoxia, o teología dialéctica u otros términos pueden desorientar al que se inicia en su estudio. Pienso que la teología de Karl Barth es propiamente kerigmática, proclamativa[28], confesión y anuncio de la fe cristiana desde la revelación de Dios en Cristo tal cual se refleja en la Escritura, sin apologías ni argumentos racionales ajenos a los de la revelación. En muchos de sus libros se puede percibir el tono pasional y adusto de los viejos profetas de antaño.
El único testimonio directo de Barth sobre su opinión de la teoría evolución se encuentra en su correspondencia privada, en una carta de 1965 en la que responde a su sobrina nieta Christine, quien le había preguntado sobre el dilema, o más bien la necesidad de rechazar la evolución para mantenerse fiel al relato bíblico de la creación, exigida por la profesora de su clase.
He aquí parte del texto de esa carta:
Querida Christine,
. . . ¿Nadie te ha explicado en tu seminario que no se puede comparar el relato bíblico de la creación con una teoría científica como la de la evolución, como no se puede comparar, digamos, un órgano con una aspiradora, que no se puede hablar tanto de armonía como de contradicción?
El relato de la creación es un testimonio del comienzo o del devenir de toda realidad distinta de Dios a la luz de los actos y palabras posteriores de Dios en relación con su pueblo Israel, naturalmente en forma de saga o poema. La teoría de la evolución es un intento de explicar la misma realidad en su nexo interior, naturalmente en forma de hipótesis científica.
El relato de la creación sólo trata del devenir de todas las cosas y, por tanto, de la revelación de Dios, que es inaccesible a la ciencia como tal. La teoría de la evolución trata de lo que ha llegado a ser, tal como aparece a la observación y la investigación humanas y tal como invita a la interpretación humana. Así pues, la actitud ante la historia de la creación y la teoría de la evolución sólo puede adoptar la forma de una cosa o la otra si uno se cierra completamente a la fe en la revelación de Dios o a la mente (o a la oportunidad) de la comprensión científica.
Así que dile a esa profesora interesada que debería distinguir lo que hay que distinguir y no cerrarse completamente a ninguna de las dos opciones. . . .
Tuyo,
Tío Karl[29]
___________________________________________________
[1] En mis años de estudiante de teología leí con intensidad las obras de Van Til en busca de respuestas y de una propuesta bíblica y racional de pensamiento cristiano. El resultado fue un poco decepcionante.
[2] C. Van Till, “Karl Barth On Creation”, The Presbyterian Guardian, 27 Febrero 1937, p. 204.
[3] Id.
[4] Colin Brown, “Karl Barth’s Doctrine of the Creation”, The Churchman 76 (1962), 99-105.
[5] Traducido por Manuel Gutiérrez Marín al poco de su publicación: Barth, Bosquejo de dogmática. CUPSA, México 1954.
[6] Barth dijo: «La teología natural es la doctrina de la unión del hombre con Dios que existe fuera de la revelación de Dios en Jesucristo» (Church Dogmatics II/1, p. 168. T. & T. Clark, Edimburgo 1975). Es posible discernir verdades científicas, matemáticas y filosóficas a través del estudio del mundo natural, sin embargo, el conocimiento de Dios no puede ser averiguado de esta manera. El mundo natural no es fuente de una «Revelación Natural» como una «segunda Biblia» en la que cualquiera pueda elaborar una «Teología Natural» independiente de la autorrevelación de Dios en Jesús. Por lo tanto, cualquier «Teología Natural» que se base en cualquier «Revelación Natural» aparte del triple testimonio de la Palabra de Dios, a saber, Jesús, es estrictamente rechazable.
[7] K. Barth, Nein! Antwort an Emil Brunner [¡No! Respuesta a Emil Brunner] (C. Kaiser, Múnick 1934). Modernamente reeditada junto a la tesis de Brunner: Natural Theology: Comprising Nature and Grace by Professor Dr. Emil Brunner and the reply No! by Dr. Karl Barth. Wipf & Stock, Nashville 2002.
[8] M.D. Henry, “Karl Barth on Creation”, The Irish Theological Quarterly (ITQ), 69/3 (2004), 219–23.
[9] K. Barth, Esbozo de dogmática, p. 64. Sal Terrae, Santander 2000.
[10] Id., p. 63.
[11] Id., p. 64.
[12] Id., p. 65.
[13] Id., p. 65.
[14] Id., p. 66.
[15] Id., p. 69.
[16] Id., p. 67.
[17] Id., p. 66
[18] Barth, Church Dogmatics, III/1, p. 4. T. & T. Clark, Edimburgo 1958 / reeditada por Hendrickson Publishers, Peabody 2004.
[19] Id., III/1, p. 3.
[20] Id., III/1, p. 111.
[21] Id., III/1, pp. 13-14
[22] Andrew K. Gabriel, Barth’s Doctrine of Creation: Creation, Nature, Jesus, and the Trinity, pp. 30-38. Cascade Books, Eugene 2014
[23] Barth, III/1, p. 96.
[24] Id., III/1, pp. 63-64.
[25] David C. Chao, “Barth on Creation” en George Hunsinger y Keith L. Johnson, eds., The Wiley Blackwell Companion to Karl Barth: Barth and Dogmatics, cap. 10. John Wiley & Sons Ltd. 2019.
[26] Emil Brunner, The Christian Doctrine of Redemption, p, 6. Lutterworh Press, Londres 1952
[27] Robert A. Cathey, “Three Christian «Cosmologists»: Karl Barth, Langdon Gilkey, and Kathryn Tanner”, Festschrift in Honor of Charles Speel, ed. Thomas J. Sienkewicz and James E. Betts, Monmouth College, Monmouth 1997, https://department.monm.edu/classics/Speel_Festschrift/cathey.htm
[28] K. Barth, La proclamación del Evangelio. Sígueme, Salamanca 1969.
[29] Geoffrey Bromily, traductor, Karl Barth Letters. 1961-1968, p. 184. Eerdmans, Grand Rapids 1981.