Posted On 24/02/2023 By In Opinión, portada With 846 Views

La extranjeridad. Rut y las ordenanzas de Esdras y Nehemías |Eliana Valzura

Este es un tiempo de globalización, y en muchos sentidos de borramiento de fronteras. Los mercados se interconectan a la velocidad de internet y la comunicación planetaria permite que, en cierta forma, creamos ser ciudadanos del mundo. Sin embargo, nunca esta distribución global ha sido más inequitativa y desglobalizada: los mercados más fuertes se comen —literalmente— a los menos fuertes y las fronteras, lejos de desaparecer, se han fortalecido en su infranqueablidad y su tendencia a la expulsión de los diferentes.

Hay una masa importantísima de migrantes circulando por el mundo, a consecuencia de la exclusión económica, social, cultural o religiosa dentro de sus propios países, algunos en condiciones desesperantes, como los que se lanzan al mar en precarias balsas, aun a riesgo de morir en el intento o a riesgo de pasar el resto de sus vidas en inhumanos campos de refugiados. Otros logran llegar a países un poco más hospitalarios, pero deben soportar el desprecio y la discriminación de los demás habitantes o de las autoridades, quienes los estigmatizan, haciéndolos responsables de la inseguridad, del tráfico de drogas, de la vagancia, incluso de quitarle el puesto de trabajo a los nativos o el lugar para atenderse en los hospitales locales.

Este contexto de inequidad no parece encaminado a resolverse sino más bien a agudizarse, por los efectos de la ambición desmedida de un grupo minoritario de poderosos que detenta el mayor poder económico sobre la tierra y jamás estaría dispuesto a democratizarlo ni a transversalizarlo, como planteaba la utopía jesuánica del Reino de Dios por la cual, dicho sea de paso, cualquier persona de bien no debería dejar de trabajar mientras tenga aliento.

Sobre este tema de la extranjeridad propongo llamar la atención sobre dos miradas diametralmente opuestas: la mirada Rut y la mirada de Esdras, adelantando desde ya que estas perspectivas encierran algunas aristas interesantes que podrían ampliarnos un poco el panorama.

Si bien las exégesis más tradicionales sitúan el libro de Rut en épocas de Salomón, a quien atribuyen su autoría, exégesis más recientes —feministas— ubican el libro en épocas postexílicas, y otorgan la autoría a una mujer. (Algunos/as dirán que no puede probarse la autoría femenina. A esto diremos que tampoco puede probarse la masculina, por cierto, y sin embargo nadie pone reparos en ella. Tal es el fuerte impacto que tiene la hermenéutica patriarcal que se ha sostenido por siglos.)

Todos conocemos la historia de Rut la moabita, extranjera, de una extranjeridad señalada en la ley (Deut. 23:3). Elimelec y su esposa Noemi van a tierras de Moab por la pobreza (son migrantes pobres, como ahora), allí tienen hijos que se casan con mujeres moabitas, y Rut es una de ellas. Los hombres de la familia mueren, y Rut y Noemí regresan a tierra de Judá donde Rut se casa con Booz y ambos resultarán antecesores de Jesús.

La riqueza del texto no puede agotarse en un párrafo, y no estoy siendo justa restringiéndola de este modo. Sin embargo, la extensión del artículo no me permite más. A los efectos de lo que quiero mostrar, será interesante cruzar esta información con el otro pasaje, correspondiente a la misma época.

Esdras y Nehemías regresan a Judá del cautiverio babilónico para reconstruir la ciudad, el templo y las murallas, aproximadamente hacia el 458 A.C. Entre las cosas que se relatan en el libro de Esdras, en el capítulo 10 tiene lugar una historia desgarradora: Esdras, “confesando sus pecados”, lloraba amargamente él y todo el pueblo, y encuentran que la causa de todos sus males era haber formado familias con mujeres extranjeras. Entonces, en un acto de una falta de piedad que realmente conmociona, los hombres deciden expulsar a las mujeres extranjeras y a los hijos de ellos y ellas.

El relato, así contado, podría parecer un rito de purificación, de donde la extranjeridad sería el motivo de impureza. Nos preguntamos, entonces ¿Hay en la ley alguna prohibición expresa de establecer relación con todos/as los extranjeros/as o hay más bien en la ley un trato amoroso hacia el/la extranjero/a? Nos inclinamos por esta segunda opción.

Maristela Tezza y Cecilia Toseli[1] explican que las razones para la reforma de Esdras tienen más que ver con una cuestión política (cuidar las fronteras, terminar rápidamente con la permeabilidad que implicaban esos matrimonios mixtos), una cuestión económica (según los manuscritos hallados en Elefantina las mujeres extranjeras tenían los mismos derechos a la herencia que los hombres), y una cuestión social (el deseo de pureza étnica). En ningún caso había cuestiones teológicas.

No podemos discutir acá si eran necesarias geopolíticamente esas reformas para que Judá pudiera volver a instalarse en el concierto de las naciones. Nos interesa detenernos en dos miradas que coexistieron y están registradas en la Biblia. Dos miradas dispares sobre la extranjeridad.

De Rut, generalmente, se elige recordar la valentía, la perseverancia (“tu pueblo será mi pueblo y tu Dios mi dios”). Pero se omite la fragilidad de su condición de diferente en un mundo de iguales: mujer, pobre y extranjera. Y en esa condición, presumo, Dios adopta su punto de vista: elige ver con los ojos de mujer y con los ojos de extranjera. A su tiempo, Rut recibe de Booz el tratamiento de dignidad que merece, y Jesús podría decirle —prolépticamente—: “porque fui extrajera y fui mujer y me trataste con respeto y dignidad”.

En el otro extremo está el caso de Esdras y Nehemías. La Biblia describe un hecho puntual, en una situación puntual. Podríamos discutir la humanidad o inhumanidad de este hecho, y por supuesto que yo misma lo haría con gusto. Lo cierto es que no quiero dejar de advertir que este es un hecho puntual. De ninguna forma es una norma ni tiene carácter normativo. Esto quiere decir que tomar este hecho aislado como una norma equivale a decir, por ejemplo, que la Biblia avala el suicidio por ahorcamiento cada vez que uno “traiciona” de cualquier manera a Jesús (se entienda lo que se entienda por traición). ¿Cómo es posible que la cristiandad de todos los tiempos, machista y misógina, ha hecho de este pasaje un pasaje con carácter normativo?

En los dos casos se trata de extranjeros. Los dos casos corresponden a la misma época. Los dos casos están recogidos en libros de la Biblia, acaso la visión más calidoscópica sobre Dios, pero más insistentemente encorsetada en una sola dirección.

En el primer caso, el de Rut, tenemos un movimiento de acogida. En el segundo, Esdras, de expulsión. Rut es apertura, compartir la comida y el sustento, la siembra y la cosecha, es recibimiento festivo, reconocimiento de la dignidad, aceptación de lo otro en tanto otro y en tanto igual, inauguración de futuro (mesiánico, en este caso). Esdras es llanto y amargura, es separación, condenación, cerrazón a lo diferente, egoísmo, defensa de lo propio, imposibilidad de compartir.

Llama la atención que, si bien se respeta y venera la historia de Rut en los púlpitos cristianos, no se lea Esdras bajo la hermenéutica de Rut. De hacerlo se comprendería mejor la posibilidad de rescatar el aspecto vulnerable de la moabita, de triple vulnerabilidad (mujer-pobre-extranjera), más que su aspecto heroico (“Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios mi Dios” “Donde quiera que tú vayas yo iré”, y finalmente parte de la genealogía de Jesús). En su faz vulnerable de toda vulnerabilidad se asemeja a aquellas mujeres expulsadas por Esdras por las razones que expusimos, pero en vez de ser desterrada es acogida.

Al no leer Esdras bajo la hermenéutica de Rut, se valora positivamente el acto de purificación llevado a cabo expulsando a las Ruts (mujeres-pobres-extranjeras). Incluso algunos hay que estatuyen como norma algo que fue históricamente coyuntural, imaginando imposibilidades para uniones amorosas con personas diversas o estableciendo la necesidad de ritos de purificación que, si bien no tienen la envergadura de aquellos de tiempos de Esdras, a veces tienen el peso en las consciencias de las personas cargándolas con diferentes culpabilidades e imperativos categóricos difíciles de sobrellevar.

La perspectiva de Esdras —llamémosla Perspectiva de la ley— es expulsiva: sostiene que para preservar la nación no es posible compartir con el extranjero, juzga a quien no es connacional como una amenaza a neutralizar. El extranjero viene efectivamente a sacarle posibilidades económicas al nativo, contamina la raza, afecta la frontera y, en síntesis, es un peligro para el “ser nacional”. El extranjero resta.

La perspectiva de Rut —llamémosla Perspectiva de la gracia— es inclusiva: confirma que la nación se compone de muchos otros diferentes reconocidos en su diferencia, y que con el aporte de su diferencia hacen a la multicolor posibilidad de una nación en su desarrollo y a la proteica cultura en expansión. Esos otros reconocidos en su otredad son a la vez pares en los derechos: iguales en los derechos. Es decir, no se les aplanan las diferencias para reconocerles los derechos, ni se les restan derechos para reconocerles las diferencias. Ambas cosas juntas. La perspectiva de la gracia es una perspectiva de acogida y recibimiento jubiloso, donde los más vulnerables tienen lugar y dignidad. No hay ninguna necesidad de purificaciones al estilo de Esdras, porque la gracia es purificadora per se. El extranjero suma.

Vuelvo al principio:

En un mundo en el que los más vulnerables son expulsados por muchas leyes de Esdras y andan fatigados en balsas débiles tratando de sobrevivir. ¿Cuál ha de ser la perspectiva cristiana respecto de la extranjeridad?

 


[1] REVISTA DE INTERPRETACIÓN BÍBLICA LATINOAMERICANA, No. 67

Eliana Valzura

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