Me parece importante revisitar constantemente la pregunta sobre “qué es la teología”. Una pregunta que encuentro cada vez más presente en algunos círculos, y con mucha razón, ya que frente a la crisis que atraviesa la producción teológica latinoamericana, es pertinente volver a interrogarse sobre la especificidad y aporte singular del ejercicio teológico en tanto práctica de construcción de saberes, frente a otras disciplinas y campos del saber. Aquí el juego se suele dar en el intento por superar los polos entre una teología como dogmatismo institucional, y -en palabras de José Míguez Bonino- como una “sociología teológica”, que tiene más de sociología que de teología.
Ahora bien, encuentro dos problemas comunes en algunas de estas búsquedas por lo propiamente teológico: 1) el querer establecer un único método y comprensión de su ejercicio, y 2) en circunscribirla exclusivamente a la iglesia. El epicentro de la teología es lo divino, no la iglesia. Por ende, ella es una agente más dentro del ejercicio de revelación histórica de lo divino, pero no el único. De aquí que los discursos que plantean que “la teología sin iglesia no es teología” me parece reduccionista y hasta anti-teológico en alguna medida, porque circunscribe la reflexión sobre Dios (y, por ende, la comprensión de su revelación) a las prácticas, marcos, objetivos y discursos eclesiales.
Desde una mirada cristiana sobre la idea de “reino de Dios”, el foco de la acción de lo divino se encuentra en el discernimiento de los “signos de los tiempos” que se manifiestan en la historia y que competen al ejercicio de una comunidad que los lee como signos de irrupción frente a los marcos de sentido establecidos. Pero, como vemos en el texto bíblico, el reino no se manifiesta sólo en una comunidad particular sino alcanza y se exhibe a otros grupos, creencias, instituciones sociopolíticas, entre otros, como vemos en el “juicio a las naciones” en los profetas o en las parábolas y dichos de Jesús sobre la presencia del reino entre el pueblo.
Por esto y mucho más, la teología debe ser comprendida como un ejercicio amplio, que tiene vigencia para las dinámicas sociopolíticas, culturales y públicas, y no algo estrictamente centrado en o desde la iglesia como única depositaria. Ella es un agente fundamental del ejercicio, pero en tanto comunidad transformada que participa de algo que le excede, como es la manifestación de lo divino en la realidad. La teología va más allá de la iglesia, porque lo divino excede a la misma iglesia y se releva en tanto Trascendencia a partir de múltiples figuras en nuestros contextos. Pensar lo contrario, sería encajonar el fenómeno de lo sagrado, de la fe, de las espiritualidades, a las paredes de la institución y sus discursos oficiales. Más aún, considero que el impacto de una teología que se piense con, pero más allá de las comunidades de fe, movilizará y enriquecerá aún más las vivencias eclesiales, a la luz de una práctica que les permite “ir más allá” de las letras escritas y las prácticas establecidas, hacia vivencias de incidencia en las estructuras, en las historias y desde las experiencias de personas y grupos.
Por todo esto, entonces, no podemos hablar de una sola metodología “correcta” de hacer teología, acusando la diversificación de lo teológico desde otros campos como un simple relativismo epistémico o contaminación posmoderna, como tan superficialmente se suele cuestionar (acusaciones que, al final, no son más que intentos por sostener dinámicas de control y poder sobre lo que creemos verdad única desde una configuración cristiano-céntrica o religioso-institucional). Así como hoy hablamos tanto de transdisciplinariedad y de pluralidad epistémica en distintos campos del saber, también debemos comprender que las metodologías teológicas pueden variar según sus interrogantes, sus marcos de sentido (religiosos, dogmáticos, discursivos), sus objetivos (¿se enfoca en lo político? ¿lo cultural? ¿lo religioso? ¿lo público? ¿las iglesias? ¿las espiritualidades?), entre muchos factores más.
Como siempre insisto: la especificidad de la teología cristiana tiene que ver con el impacto histórico de la pregunta por lo divino en tanto Misterio y sus múltiples manifestaciones en los marcos de comprensión de lo sagrado dentro de nuestra cotidianeidad, respuestas que son pasajeras a la luz del paso del Espíritu en los devenires cambiantes del mundo. Justamente por las características de este “objeto”, que en tanto tal no lo podemos contener en una comprensión finita (¡porque lo divino es puro Misterio y Trascendencia! ¡Alteridad radical que se manifiesta y a la vez supera toda particularidad!), y responde a una diversificación de ejercicios, voces, miradas y métodos. Negar esta diversidad, es negar la amplitud y la “reserva de sentido” propios de lo divino.