Posted On 16/06/2023 By In portada, Teología With 734 Views

Sólo conocen la jaula | David Sánchez Garrido

En la escena de una película que vi recientemente la protagonista americana del film paseaba por el mercado de una ciudad asiática perdida en el lejano oriente. Uno de los mercaderes abrió una pajarera y un ave se apresuró a salir de ella iniciando un errático vuelo.
– ¡Vuela libre! – gritó contenta la actriz creyendo que huía, libre ya de su cautiverio.

Su gozo pronto se disipó al contemplar cómo el animal trazaba un breve recorrido circular y volvía diligentemente a su encierro. La mirada abatida de la intérprete se cruzó con la del tendero, como pidiéndole explicaciones de algo hasta ese momento incomprensible para ella.

– Sólo conocen la jaula – fue la respuesta lánguida del comerciante.

Si algo se aprende rápidamente de la lectura del antiguo testamento en relación a Dios y al pueblo judío es la asombrosa facilidad con que ellos, prácticamente todo el pueblo, olvidaban los principios de quién les salvó y regresaban a las viejas costumbres paganas e irracionales, contrarias al bien.

“Oísteis que Moisés dijo….más yo os digo”, decía Jesús en sus enseñanzas. Nunca se cansó el Maestro de recordarnos con estas palabras la Buena Nueva, esto es: que el Reino de los Cielos que llegaba, cerraba el antiguo pacto abriendo uno nuevo en el que era posible volar sin necesidad de regresar al antiguo régimen, el cuál dictaba con letras lo legal y lo ilegal mediante mandamientos, preceptos, normas, ordenanzas, estatutos…y toda clase leyes. No es que todas hubiesen de ser erradicadas, algunas podían subsistir para ayudar y ordenar el bien social de la ciudadanía. Pero ya nunca más, ninguna de ellas, podría ser considerada en el nuevo Reino, por encima de la nueva ley, la del amor.

Por eso, cualquiera que fuese ciudadano del Nuevo Reino, será considerado mayor que el mismísimo Juan, el Bautista. Al mismo tiempo, Jesús abría las puertas del Reino a aquellas personas bienaventuradas que tenían sed de justicia, eran limpias de corazón, compasivas, pobres de espíritu y pacificadoras, independientemente de su origen gentil o judío. Son aquella gente de otros rebaños que al oír su voz, la reconocerían y le seguirían.

A pesar de todo, son muchos y muchas quienes a pesar de haber experimentado la verdad de los libertos, incomprensiblemente y de motu proprio, regresan a esa tipología de “jaulas”, aún a sabiendas de que Jesús estableció un nuevo y perenne espacio de Libertad, Perdón y Vida, sometido ya a la única ley del Amor que él encarnó. De forma más o menos inconsciente, quienes conociendo esta noticia reconciliadora y salvadora se empecinan en ver solo esa parte antigua, en cierto modo desperdician el sacrificio de Cristo. Le quitan el sentido vital de su acto de amor y salvación. ¿Cómo puede una persona, conocedora de la verdad de su perdón y liberación, dar este retroceso? Esa es una pregunta que me compunge y entristece a veces. No por mí, yo he tardado 40 años, como el pueblo judío, en comprenderlo. Mi abatimiento es por aquellos hermanos y aquellas hermanas que se mantienen esclavos pudiendo ser libertos, para siempre.

La ley solo se redactó con el fin de resaltar nuestra eterna imperfección, y a partir de Él todas las obras buenas son buenas, siempre que no se hagan exclusivamente por temor al castigo, por miedo a la expiación que dicta la ley, es decir, si los actos son movidos por la compasión y el amor que busca el bien y se complace en él. La ley es el antiguo pacto, el amor es el nuevo. La ley es letra, el amor es espíritu y vida espiritual. Subraya la ley prohibiciones, lo negativo, mientras que el amor nos impele hacia aquellas acciones positivas que nacen del espíritu.  Sea el amor quien mueva tus acciones y no el miedo a la corrección de un Dios al que en el pasado consideraron, equivocadamente, más un Juez que un Padre. Dios es Juez e intolerante para el mal, pero Padre para quienes buscan el equilibrio de la virtud y la bondad. Jesús nos salva de la maldición escrita en la ley empoderando a todo lo que nace del espíritu. Quienes obran espiritualmente reconocen en lo que les acontece y rodea aquellos aprendizajes en los que deben cultivar las semillas con las que nacieron y los talentos recibidos. Se dice que esas personas son como el viento, nadie sabe de dónde viene o adónde va, pero el profundo sentido espiritual les confirma que lo que para otros es azar, para ellos son como serendipias: señales de propuestas de lo alto, para trascender y mejorar.

Hallas lo que buscas y te conviertes en lo que amas. Al mal se le vence con el amor, no con la ley. Es la nueva noticia. Siéntela recorriendo tu espina dorsal. ¡Eres libre!

¿Todavía te preguntas cómo es posible amar a Dios por encima de todas las cosas, a Él, alguien incognoscible que no tiene forma material tangible? No se trata tanto en saber cómo es él, sino en reconocerle y complacerte, por ejemplo, en la sonrisa e inocencia de un bebé, en la belleza de su creación, en la compasión y ayuda al prójimo, en el deseo de la virtud o en la búsqueda de trascendencia. “Os estoy diciendo que cuanto hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”. Quien vive encarnando estas pautas, logra sentirse hijo o hija de Dios, hermano de Jesús. Es decir, consigue hallar sentido a la vida y brillar con una luz semejante a la luz divina que emana de la mismísima Fuente creadora. Recuerda, incluso siendo la misma llama, brilla aún más la de aquel candil que fulgura donde la oscuridad es mayor. Me apena pensar en gente lectora de este texto que se empecinará en buscarle peros y falta de fundamentos bíblicos. Pero es que no hay más, es así de sencillo. Supongo que algo similar, salvando las distancias, le sucedería a Jesús. Señalo la luna, por favor, no te quedes mirando mi dedo.

“Narra la fábula que hubo una vez una mariposa que decidió regresar y encerrarse en su viejo capullo, porque ansiaba volver a ser gusano, creyendo que era ese su destino merecido, la naturaleza con la que nació y que en ese estado encontraría la paz.

– Aunque vuele – se dijo la mariposa – mi esencia es rastrera y terrenal. No merezco ni estoy hecha para el goce del mundo celestial y elevado de quienes vuelan.

Y con tanto ahínco y testarudez anheló ese deseo, que convenció a otras muchas para que imitaran su proceder.

Narra el final del cuento, que el resultado de sus conductas fue un montón de mariposas con alas, perfectamente diseñadas para volar, pero arrastrándose cabizbajas sobre el suelo acartonado de una caja de zapatos con una tapadera agujereaba que apenas dejaba pasar la luz del exterior: el mundo celeste donde otras muchas mariposas levitaban libres y complacidas. Al contrario, optaron por la tristeza, la nostalgia y la ansiedad de un encierro voluntario o estimulado por alguien con el poderío de un líder, dejando el goce figurado del espacio aéreo para otra vida post morten”.

¿Eres de aquellas mariposas que vuelan libres y empoderadas, o de esas otras que “sólo conocen la jaula”? Todo dependerá de la proximidad o lejanía de tu credo a la fe que proclamó y defendió, hasta la muerte, no lo olvides, Jesús.


David Sánchez Garrido


Publicado anteriormente en sentircristiano.com

David Sánchez Garrido

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