¿Poder y gracia o gracia y poder? La dualidad de los cristianos en los espacios públicos y políticos
El poder puede ser un elemento indispensable para realizar la misión de Dios. Solo que hablamos de un poder antagónico. Es el que otorga como don o regalo de gracia el Padre. Jesús resucitado lo impartió no desde la coerción, o imposición a esa incipiente confundida y amedrentada comunidad de seguidores. Mas no era un poder político como erróneamente esperaban ellos ––la restauración geopolítica de Israel ––sino que estaba fundada en el Espíritu Santo, con el fin de comisionar a sus testigos al servicio para el esparcimiento del evangelio hasta lo último de la tierra (Hechos 1: 6-8).
Para la época en que Lutero debatía su posición, la Iglesia como institución en alianza con el estado, llevaba siglos ejerciendo su influencia total sobre una Europa occidental cristianizada sumisa y subyugada bajo el símbolo de la cruz.
El papa no solo representaba a Dios ante los hombres, sino personificaba los intereses políticos, económicos y religioso de la cristiandad y el estado. Los obispos y los abades eran los grandes poseedores de las tierras junto con los nobles y reyes.
La autoridad papal fue muy oportuna al hacer uso del poder que tenía en su báculo. La excomunión ––arma para infundir temor–– conllevaba la pérdida de los sacramentos. En tales extremos era razonable que el pueblo temiera el poder ejercido por la Iglesia. Desafiar su jerarquía era correr el riesgo de perder la salvación y sufrir la condenación eterna, según se enfundaba.
En esta macro y tétrica escena los feligreses víctimas del temor, gastaban lo poco de sus recursos en los salvoconductos o indulgencias que compraban la gracia o la seguridad del destino de sus almas. La oposición de Lutero, Zuinglio y Calvino entre otros implicó no solo el desafió hacia el poder de la Iglesia, sino también a la forma en cómo se ejercía el poder.
Un escenario que ha causado confusión en cuanto al uso del poder ha sido en lo político. Considero, se requiere la gracia de Dios para hacer una buena y favorable representación en esta área, de lo contrario se puede caer en una especie de antigracia, enmarcada por el sistema decadente que oprime al ser humano y lo arrastra hasta los abismos más profundos a aquellos que lo tratan de representar.
Por ejemplo, una de las páginas negras de nuestra historia en América Latina han sido las dictaduras. En los años ochenta se dice que la dictadura ejercida por José Efraín Ríos Montt en Guatemala fue la más cruda y violenta durante su gobierno. Lo inadmisible, este hombre a diferente de sus pares, no solo se declaraba evangélico, sino había sido ordenado pastor.
Algunos políticos de grupos evangélicos organizados han hecho una pésima representación de su cargo –– y en el peor de los casos–– se les ha asociado con escándalos de favoritismo, clientelismo político y corrupción. Además, las incursiones de tipo político han mostrado una carente y escasa preparación sociopolítica y un menesteroso y patético discurso que se ha disfrazado sólo con buenas intenciones exponiéndose al ridículo.
Estoy consciente, hay opiniones encontradas sobre la participación de los cristianos en espacios políticos y el cuestionamiento de los partidos que enarbolan la bandera evangélica. No obstante, sería injusto catalogar a todos los cristianos involucrados en la política, ya sean laicos o líderes religiosos, como personas indoctas, corruptas para tal ejercicio. Aun así, la imagen ha sido empañada gracias a esa minoría de figuras serviles que han abusado del poder por medio de su posición.
Ahondando en este tema, históricamente se ha menospreciado la participación de los creyentes en política como un intento, según algunos, de salvaguardar la pureza de la Iglesia. Por lo que hasta se impone a los feligreses no mezclarse con el mundo, puesto que ¡nuestro reino no es de este mundo!
Este error de esta interpretación sigue perjudicando nuestra comprensión de la presencia del cristiano en la sociedad. Estos argumentos han provocado la ausencia cristiana en el conjunto civil y político.
Nuestra participación no debería caer en un ostracismo político y limitarse únicamente al pago de impuestos, a obedecer las leyes y a emitir el voto en el momento del sufragio. Ello implicaría hacer un mal uso de la gracia y el servicio que podríamos ejercer en los espacios que necesitan ser dignificados.
En nuestras naciones latinas hemos sido testigos de una gran descomposición estructural en los gobiernos de turno. Es casi seguro, las personas que se involucren en la política van a sufrir fuertes presiones que le obligarán a asumir una de dos posturas: ceder y dejarse arrastrar por los sistemas corruptos ya establecidos o, actuar con integridad a pesar del riesgo que le puede conllevar ejercer una labor conforme a las exigencias del reino de Dios. Por eso creo, optar por un cargo político es una vocación de gracia, y allí está la diferencia entre los que sirven con rectitud, verdadero compromiso y convicción.
Otro ejemplo del poder separado de la gracia, lo vemos cuando su destino queda marginado. Por momentos me da la impresión de que como iglesia el poder nos ha servido para demostrar…que somos muchos (las megaiglesias); tenemos poder de convocatoria (presencia en medios de comunicación); tenemos poder político (el voto evangélico); tenemos imagen pública (los cantantes y las figuras públicas que crean marketing cristiano)[1] no obstante, ¡nos está faltando contenido social! Es decir, nuestro impacto en la sociedad y la contribución para enfrentar las problemáticas es bajo y casi nulo.
Precisamente un enfoque dualista[2] ha hecho gran mal en la construcción de una óptica holística cristiana. Se ha opacado la comprensión de la gracia de Dios al alcance de las personas. Ha quedado sesgada única y exclusivamente a la demanda de la Iglesia puertas hacia adentro y cenicienta de un compendio doctrinal abstracto que no conjuga con la vida cotidiana. Se pide poder del Espíritu Santo, se buscan sus dones y manifestaciones, sin embargo, se limita ese poder a una experiencia encapsulada, estrecha e individual, mayormente doblegada a nuestras demandas.
Por otro lado, la política puede tener cierta finalidad y ser instrumento de incidencia para transformar las realidades subyacentes de sectores excluidos y marginados, promulgando iniciativas y leyes que logran revertir las desigualdades y dignificar al ser humano.
Un ejemplo es la labor destacable del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia o mejor conocido como Unicef. Gracias a la Convención de los Derechos del Niño, hoy tenemos una cosmovisión integral con respecto a la atención requerida para los niños, niñas y adolescentes. Este tratado internacional fue firmado y ratificado por casi todas las naciones en 1989, con excepción de los Estados Unidos y reconoce los Estados Partes deben asegurar y garantizar que los niños y niñas sean valorados como sujetos de derecho, con acceso a la educación, la protección, a los servicios de salud, entre otros, incluyendo el protagonismo a los niños y niñas como personas que tienen voz.
Las tensiones internas y externas se recrudecen por los diversos contextos y sectores sociales demandantes de respuestas claras a una Iglesia caracterizada por ser reservada, silente y poco dialogante. En esta misma línea se encuentran otras expresiones evangélicas y otros grupos cristianos, que están en la mira por incansables denuncias muchos casos quedan en el anonimato, por el escándalo de abuso sexual infantil, abuso espiritual, abuso de poder y la falta de rendición financiera.
Finalmente, el poder en manos de nosotros, simples recipientes de barro, puede resultar en una compleja paradoja. ¡Y lo ha sido por siglos! Buscamos el liderazgo y con ella la cuota de poder para servir, aunque en el fondo es posible que nos dejemos arrastrar por nuestras internas, egoístas y prepotentes intenciones. Nouwen (2001), sacerdote que en vida dio un importante aporte al tema de la espiritualidad de la iglesia, dimensiona el poder en el liderazgo:
Estamos oyendo que se dice y también se nos dice que tener poder siempre que ese poder se ponga al servicio de Dios y de los hombres, es una cosa buena. Con este argumento se emprendieron las cruzadas; se organizaron las inquisiciones; los indios fueron esclavizados; se desearon puestos de gran influencia; se construyeron palacios episcopales, esplendidas catedrales, e impresionantes seminarios; y en todo ello se dio una manipulación de la conciencia. Siempre que nos enfrentamos a una crisis importante en la historia de la Iglesia, como el cisma del siglo XI, la Reforma en el XVI, o la inmensa secularización en el XX, vemos que la causa fundamental de la ruptura es el poder ejercido por los que proclaman ser seguidores de Jesús, pobre y sin poder alguno. (p.20)
Superar la dualidad de los cristianos en los espacios públicos y políticos, implica en primer lugar reconocer cuáles son las verdaderas intenciones de nuestro corazón y a quién buscamos beneficiar cada vez que tengamos la oportunidad ya sea de ejercer un espacio público o político.
[1] Esta referencia se hace pensando en las naciones donde mayormente la presencia evangélica es numéricamente alta.
[2] El enfoque dualismo dualista tiende a hacer una separación casi irreconciliable entre materia y espíritu, cuerpo y alma, vida física y vida eterna, iglesia y sociedad, el mundo y la iglesia, algo que no da cabida a un enfoque bíblico integral.
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