Posted On 01/09/2023 By In Opinión, portada With 653 Views

MÁS ALLÁ DE LOS CONDICIONAMIENTOS DE LAS COSMOVISIONES HEREDADAS | Jaume Triginé

 

«Solo Dios es. Lo demás tan solo existe».
Javier Melloni

 

La cosmovisión teocéntrica y precientífica forma parte del pasado. Nuestro actual contexto occidental, es antropocéntrico y científico. La transición desde los modelos pretéritos a los actuales es siempre costosa por lo que representa de salida de una zona de confort para adentrarse en un universo nuevo y desconocido.

En el ámbito teológico, el cambio de paradigma se inició hace ya más de doscientos años, a través de los descubrimientos arqueológicos, el estudio comparado de las religiones, la sociolingüística, el método histórico-crítico de estudio del texto bíblico… A pesar de ello, todavía hoy encontramos cristianos: a) con una visión de lo divino anclada en las ideas cosmológicas de antaño, en la que los dioses habitaban en un cielo metafísico desde el que intervenían en los asuntos de los humanos y b) con una comprensión mitológica de determinados aspectos históricos o científicos como la teoría de la evolución, reducida a los postulados del creacionismo.

Otros han deconstruido, en su totalidad o en parte, el viejo andamiaje. De un universo estático han transitado a un universo en expansión, asumen la evolución de las especies y el proceso de hominización y humanización del hombre y la mujer, ha sustituido el dualismo platónico por una visión holística de lo humano…; pero son reticentes a modificar las imágenes distorsionadas de Dios elaboradas a lo largo de los siglos. La figura de un ente, de un ser sobrenatural, de una “persona”, con frecuencia fruto de nuestras proyecciones mentales, continúa formando parte del imaginario de muchos. El concepto de un Dios intervencionista, que entra en contradicción con la autonomía de la creación; un Dios que salva a través del sacrificio; un Dios que coarta la libertad… son imágenes que nos acompañan sin saber demasiado bien qué hacer con ellas.

Todavía cabe citar al grupo de quienes, conscientes de que estas imágenes de la divinidad son hoy inasumibles, han optado por distanciarse de la religiosidad tradicional, al no encontrar una nueva forma de entender y vivir con coherencia su espiritualidad. Lamentablemente, son legión.

Acercarnos a una nueva manera de entender la divinidad requiere colocar en el punto de partida la pregunta filosófica formulada por diversos pensadores como Gottfried Wilhelm Leibniz, Ludwig Wittgenstein o Martin Heidegger: «¿Por qué hay algo (el universo, la vida, la consciencia…) en lugar de nada?». Más concretamente, ¿de dónde proceden el tiempo y el espacio, la materia y la energía que aparecen con el Big Bang? ¿De dónde surgen las constantes universales? Son preguntas que ya no pueden ser contestadas apelando a enunciados mitológicos.

La razón nos induce a pensar que lo lógico es que no existiera nada. Las preguntas ¿de dónde? y/o ¿cómo aparece la realidad? nos impulsan a considerar una Condición de Posibilidad de lo que nos es conocido y de lo desconocemos a causa de nuestras limitaciones sensoriales y cognitivas. La física del universo sólo puede acercarse al tiempo=0, pero no deja de preguntarse y buscar respuestas intuitivas al momento previo de esta ecuación.

 Al constatar el universo en expansión, los millones de galaxias, la eclosión de la vida en sus plurales manifestaciones, la aparición de la consciencia…, intuimos la necesidad de una Fuente u Origen Permanente de cuanto nos provoca asombro y fascinación. Que, tras la realidad que nos envuelve, vislumbramos un Misterio Inefable que nos trasciende, que todo lo abarca y sostiene, al que la razón no alcanza.

En el universo del que formamos parte, en el mundo que habitamos, en la eclosión de la vida, en el proceso evolutivo del que participamos, en el hecho antropológico, en Jesús de Nazaret, en el clamor de los últimos… es posible descubrir insinuaciones, murmullos, huellas, señales… que nos remiten a un Fondo Último de la Realidad, como apuntaba el teólogo Paul Tillich.

Han quedado superadas las cosmovisiones antiguas de Mesopotamia, Egipto, Grecia, Roma… Y, si bien hoy, el término Dios es equívoco (no todos lo entendemos del mismo modo, es una palabra contaminada por todos los desmadres cometidos en su nombre a lo largo de la historia, contiene una gran dosis de proyección subjetiva…) podemos continuar considerando que Dios (que no pertenece al plano de la existencia, sino al de la esencia) es el nombre de este conjunto de nuevas aproximaciones (Fondo, Fundamento, Fuente, Misterio…), a las que hemos hecho referencia. Sin duda, esta conceptualización posibilita, con más facilidad, el diálogo con el hombre y la mujer contemporáneos, cada vez más alejados de explicaciones infantiles.

Y esta nueva comprensión de Dios, alejada del antropomorfismo, de la proyección psicológica y de la subjetividad continúa siendo la esperanza (entendida como confianza, base, fundamento, tierra sobre la que depositar los pies de la existencia) del creyente. Mantenemos el sentido de la incondicionalidad y seguimos fascinados frente a tantos matices de la realidad que nos asombran y empujan a continuar en el camino de la fe, si bien buscando nuevas hermenéuticas de los relatos para explicar lo inexplicable; no tan sólo a los demás, sino también a nosotros mismos.

El eje ético no puede ser excluido de la reflexión. Formamos parte de un mundo convulso y confuso. Las desigualdades en el reparto de los recursos, la discriminación de amplios colectivos, las actitudes supremacistas, la corrupción… generan frustración, sufrimiento y cansancio. La esperanza debe ser entendida, como sugiere Jürgen Moltmann en su Teología de la Esperanza, no como una ensoñación de futuro, no como una huida escatológica; sino como el compromiso de intentar hacer presente la utopía en nuestro complejo aquí y ahora.

Como señala el teólogo José María Castillo, es imprescindible elaborar una teología de la felicidad para recuperar la motivación por el bien y por la extensión de una vida digna y satisfactoria a quienes continúan vedados de ella. Es hora de erradicar el discurso de la culpa, el castigo y el miedo para presentar al Dios de amor que perdona, acoge, libera y posibilita una vida feliz. El teólogo granadino escribe al respecto que: «A fuerza de tantas torpezas, en nuestra manera de presentar a Dios, por una parte (plano conceptual), y nuestro modo de entender la vida, por otra (plano ético), hemos terminado por hacer de Dios y de la vida dos magnitudes enfrentadas». Presentar ambas como formando parte de una misma realidad es también una nueva manera de entender y dar a entender la divinidad.

Jaume Triginé Prats

Jaume Triginé

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