Posted On 22/09/2023 By In portada, Teología With 878 Views

Prohibido ser felices | Jaume Triginé

Escribe el teólogo granadino José María Castillo: «La teología cristiana se ha ocupado más del sufrimiento que de la alegría. Se ha preocupado más de las situaciones duras y costosas de la vida que por lo que nos proporciona felicidad, bienestar y satisfacción. […] Da la impresión de que la vida que interesa es la “otra”, no “esta” vida».

Todavía hoy, es posible cruzarse con cristianos con una visión negativa de la existencia. Con anclajes en las formas de pensamiento propias de la premodernidad como es una cosmovisión teocéntrica y precientífica del mundo. Abrumados por el peso de los sentimientos de culpa, a los que el mundo les abruma. Que han perdido la alegría del seguimiento a Jesús y que su objetivo vital es el “más allá”. La escatología como huida del presente. Escapismo en lugar de esperanza. Dando la razón a los maestros de la sospecha, especialmente a Karl Marx por aquello de que la religión es el opio del pueblo. Erradicando del lenguaje y de la vida todo atisbo de felicidad, placer, satisfacción. Renunciando a las cotas de libertad que el evangelio nos ofrece.

Un abanico de causas explica tal estado. No se excluyen razones intrínsecas a la propia estructura de personalidad, como pueden ser estados patológicos de tristeza, depresión… que impiden encontrar la felicidad en los pequeños regalos con los que la cotidianeidad nos sorprende; pero sin duda, la etiología exógena tiene su papel en muchos más casos.

Aspectos teológicos han contribuido a este imaginario. Nuestras raíces en el judaísmo, a través del relato mítico de la caída, nos convierte a los humanos en culpables de todos los males y desgracias de este mundo. Es cierto, como describe la propia psicología, que algunas de nuestras pulsiones (Thanatos) nos orientan al narcisismo y al egocentrismo y nos elevan a la categoría de responsables de muchos de los desaguisados con los que tenemos que lidiar; como otras, las pulsiones de vida (Eros), en el lenguaje del padre del psicoanálisis, nos inducen al amor, la responsabilidad, la colaboración, el crecimiento… No es correcto enfatizar tan sólo una de las caras de la moneda que es lo que ocurre cuando los énfasis se decantan por el lado del pecado y de la culpa. Nuestra compleja realidad es ambivalente y así debe ser tratada.

Pero nuestras raíces también se hallan en contacto con la filosofía helénica de corte dualista que preconizaba el desprecio del cuerpo y de lo material en la misma proporción que exaltaba la dimensión anímica. De Grecia a la patrística, a la teología medieval y hasta hoy a través de la transmisión de una imagen distorsionada de Dios que limita o prohíbe todo cuanto tiene que ver con experiencias placenteras y con la felicidad. La represión en el ámbito de la sexualidad es un ejemplo. José María Mardones, doctor en sociología y teología indica al respecto que: «…una atmósfera cultural y religiosa de oscuridad y culpabilidad ha imposibilitado una relación normal, libre y madura de la sexualidad. En nombre de Dios se han contraído culpas, se ha amargado y decepcionado, cuando no dañado psíquica y espiritualmente, a mucha gente».

La moral del deber, propia de un Dios que nos coarta, nos aleja de la libertad y de la responsabilidad, por cuanto produce sometimiento. Esta imagen ha sido empleada para lograr la obediencia y adecuación a las estructuras religiosas, por parte de los fieles y, con frecuencia, «la voluntad de Dios» ha sido la expresión que escondía las pretensiones personales de quienes la empleaban como factor de condicionamiento de las conciencias.

En demasiados entornos se ha desplazado a Dios de los aspectos más agradable de la existencia. Como si fuesen incompatibles. Urge, pues, recuperar el Dios de la libertad y de la alegría de vivir. José María Castillo escribe al respecto: «Deformamos a Dios y la fe en Dios siempre que en esa fe no entra la alegría como experiencia central imprescindible».

Sin duda, estas son razones que explican los sentimientos negativos a los que aludíamos al inicio. Personas condicionadas por una imagen distorsionada de la divinidad a través de narraciones repetidas hasta la saciedad que incluyen prohibiciones, pecado, culpa, castigo, sacrificio… que impiden actuar de una forma libre y que obnubilan la conciencia. No es de extrañar que lo escatológico se convierta en su refugio. Como tampoco debe sorprender demasiado que otros opten por desentenderse de este modelo religioso y busquen cobijo en las espiritualidades laicas o en la indiferencia religiosa.

Es difícil experimentar la alegría desde la represión sea social, política o religiosa. Es por ello que la imagen del Dios que prohíbe debe ser modificada por la de quien nos llama a la libertad. Escribe José María Mardones: «Dios no nos impone nada. Dios no manda, ni prohíbe, ni pone obstáculos o barreras a la libertad humana. Al contrario, quiere que seamos plenamente nosotros y auténticamente libres y dueños de nosotros mismos».

Jesús ejemplariza este binomio libertad – felicidad.  Actuó con mucha libertad frente a la praxis religiosa en el sentido de no someterse a una estructura tan poco flexible y tan cansina como la del judaísmo que conoció y en el que creció. Jesús no fue una persona religiosa en el sentido convencional del término. Ni él ni sus seguidores practicaban largos ayunos ni cumplían siempre con el reposo sabático o con los rituales de purificación previos a las comidas.

En cambio, fue muy espiritual en el sentido de búsqueda y apertura al Misterio, al Trascendente… al que percibe cercano y personal y al que se dirige como Abbá. Hablaba de Dios como Padre compasivo y amoroso que quiere la felicidad de todos sus hijos. Su espiritualidad, junto a esta dimensión vertical, tenía una fuerte dimensión horizontal que se traducía en su compasión y cercanía a los últimos del sistema (enfermos, pobres, mujeres, niños…) a quienes acogía, sanaba y devolvía la alegría de la vida.

Será también desde la libertad que cada creyente deberá organizar hoy su manera de vivir de modo responsable, no tanto alrededor del cumplimento de las demandas heterónomas de una estructura religiosa anclada en concepciones inasumibles de la divinidad; sino desde la voluntad de atender las necesidades de los demás, que incluyen su felicidad presente. En ello está en juego la dicha propia.

 

Jaume Triginé

Jaume Triginé

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