En Colombia estamos conociendo las audiencias de la Jurisdicción Especial para la Paz[1] y el informe de la Comisión de la verdad[2], que recogen las voces de víctimas y victimarios de por lo menos 50 años de guerra, el contenido de las narraciones se hizo insufrible para algunos. Militares contando a viva voz cómo mataron a civiles y por qué mezquinas razones. Mujeres hablando de sus hijos y esposos muertos o desaparecidos. Guerrilleros y paramilitares detallando sus masacres y pidiendo perdón a las familias de las víctimas. Y muchos victimarios hablando de sus vínculos con los ricos y poderosos, con los gobernantes. Demasiado terror, demasiadas memorias escandalosas, sobre todo para los que no lo habíamos vivido directamente, sino a través de las pantallas de televisión en las grandes ciudades, desde que puedo recordar los noticieros en Colombia son recuentos de cadáveres.
Y algunos dicen: ¿para qué remover esas heridas? Ya pasó ¿para qué sirve eso?, ¿para qué sirve escuchar esas historias tristes de muertes de inocentes, de niños en la guerra?, ¿para qué sirve que un militar nos cuente cómo aprendió a matar por beneficios económicos? Dejemos así ¿Qué necesidad hay de recordar? Y me sorprende que eso lo diga un creyente, cuando nuestra fe es fruto de la memoria, y cuando tenemos como mandamiento recordar.
La Biblia se escribió para recordar, para que el pueblo no olvidara. Uno de los pilares de la fe era mantener la memoria: “las repetirás a tus hijos, hablarás de ellas estando en tu casa, andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes” (Deut 6: 6-9[3]) ¿qué cosa no podían olvidar? que “éramos esclavos en Egipto y Dios nos sacó con mano poderosa” (Deuteronomio 6: 12,20-21) y debía tenerse presente como “un memorial en la mano y en la frente” (Éxodo 13:16)
Nunca olvides que fuiste esclavo, que fuiste extranjero, porque tu compasión hacia otros viene de no olvidar. Cuando tu hijo te pregunte qué significan los mandamientos, por qué vivimos con estas normas diferentes a otros pueblos; cuando tu hijo te pregunte por qué debemos tratar bien a los extranjeros, recuerda y dile: porque fuimos extranjeros. La conexión entre la memoria y la forma de acercarnos al otro está en la formulación misma de los mandamientos: no oprimirás al extranjero, porque extranjero fuiste en Egipto (Éxodo 22,21). De manera que la memoria está en el corazón de la ley.
Lo cotidiano, como recoger una cosecha, estaba mediado por esos actos de memoria de haber sido extranjero, esclavo, migrante: Cuando recojan las cosechas, no corten las espigas que crecieron en el borde del terreno, ni levanten las espigas que hayan quedado en el suelo. Déjenlas allí para los pobres y los refugiados en el país. (Levítico 23:22 TLA) Y lo ritual también pasaba por la memoria, no sólo la pascua que les recordaba el afán de la salida de Egipto, sino celebraciones como la fiesta de los tabernáculos, donde vivían al aire libre recordando que alguna vez todos habían sido peregrinos (Levítico 23: 43)
Los profetas venían a recordar, a mirar la realidad desde la memoria: recuerda Israel las promesas de tu Dios, recuerda que eres polvo, recuerda que estás en la tierra que te dió Dios, recuerda que tu tiempo es breve, recuerda el pacto, acuérdate del pobre, del extranjero, de la viuda, del huérfano, recuerda.
Y los profetas cantaban también a la memoria. Mezclaban sus lamentos con promesas de consuelo:
“Voz fue oída en Ramá
Llanto y lloro amargo
es Raquel que llora por sus hijos,
y no quiso ser consolada acerca de sus hijos,
porque perecieron”. (Jeremías 31,15)
A la mujer que llora a sus hijos, Dios mismo le promete consuelo y justicia. “Volverán de la tierra del enemigo” le dice… (Jeremías 31,16)
Jeremías se lamenta en todo un libro[4] cuando el pueblo pierde su tierra y es llevado a la cautividad ¿Por qué entonces no escuchamos las historias de los millones de desplazados en Colombia o de los millones de migrantes que recorren el mundo? A lo mejor porque, así como en la antigüedad, la historia de los otros nos confronta con nuestro pasado y nuestro presente: extranjero fuiste, extranjero eres. ¿Existirían las duras leyes contra los migrantes si recordáramos que fuimos extranjeros? ¿que somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes[5]?
Los evangelios están construidos con las memorias de diferentes comunidades sobre la vida de Jesús, nos compartieron sus formas de recordarlo, los recuerdos de su vida y de su muerte. Podemos recubrir la muerte de Jesús con teología, llenarla de razones teológicas, pero no podemos escapar del hecho de que Jesús murió injustamente, por la confabulación del poder político, económico y religioso, representado en Pilatos, Herodes, Anás y Caifás. Si minimizamos ese hecho, borramos la memoria de su muerte, al considerarla simplemente una transacción soteriológica y no un hecho con un cuerpo y sangre, con una víctima inocente.
Y el mandamiento de Jesús no deja de ser curioso: recuerdenme cuando se reúnan y compartan el pan y el vino, recuerden que mi cuerpo fue partido, que mi sangre fue derramada injustamente. Jesus, que celebraba y predicaba la vida, pidió que recordaran su muerte y que incluso la comida fuera una metáfora de su muerte ¿por qué? A lo mejor porque Jesús, como todos los justos e inocentes que son víctimas de la violencia del sistema del mundo, requieren que su memoria perdure para que exista el grito de ¡nunca más!.
Nuestra cena es un recordatorio de la vida, porque comemos, celebramos con vino y con pan, pero también es un recordatorio de la muerte: porque nuestro maestro murió de forma injusta. Y decimos: no podemos vivir para agradar al sistema de este mundo, que asesinó a Jesús porque no puede soportar su mensaje de amor y hermandad. Sí, un día la vida derrotará finalmente a la muerte y la muerte perderá su poder, pero hasta ese día recordaremos la vida y la muerte, recordaremos los rostros y las historias de los que duermen esperando justicia.
Contrario a lo que se piensa, no se recuerda para odiar, recordar no es un ejercicio de resentimiento sino de esperanza. Porque recordar es creer, guardar la memoria de las víctimas es también tener presente que podemos construir un futuro diferente, que existe la justicia en algún lugar, que podemos soñar con un mundo distinto, con el reino de los cielos. Recordamos porque creemos que el mundo no debe ser así, que existe la posibilidad del amor, la alegría y la paz del reino de los cielos.
¿Cómo se unen de nuevo los pedazos de un país que ha vivido tantos años de guerra? Si algo nos ha enseñado la historia de guerras mundiales y de dictaduras, es que existe diferencia entre ignorar la verdad y enfrentarla. Es diferente una sociedad que ha visto a la cara el dolor y la verdad, que una que trata de olvidar, de ocultar la memoria de la monstruosidad. Cuando se trata de olvidar, la muerte regresa con otro rostro, se disfraza.
Como dijo el Eclesiastés: Si no se ejecuta enseguida la sentencia para castigar una mala obra, el corazón de los hijos de los hombres se dispone a hacer lo malo. (Eclesiastés 8:11) Cuando no hay verdad no se señala el mal ¿Cómo va a desaparecer el mal si no lo nombramos? ¿Cómo va a desaparecer eso monstruoso y violento si no hemos dicho que está mal y no hemos decidido como sociedad que eso no debe repetirse?
En Reyes y Crónicas se cuenta la matanza que hace el Rey Jehú (2 Reyes 9 y 10 y 2 Crónicas 22) el Rey incluso se justifica diciendo que esas muertes las anunció el profeta Elias, pero el profeta Oseas llama la atención sobre la violencia de Jehú:
«El rey Jehú ha cometido muchos crímenes
en el valle de Jezreel.
Por lo tanto, en ese mismo valle
derrotaré a su ejército.
Castigaré a sus descendientes
y acabaré con el reino de Israel.
(Oseas 1:4,5)
No hay posibilidad de pensar la violencia como “algo que pasa” y que luego se olvida, o como algo justificable, es necesario decir la verdad y hacer memoria, eso hace parte de la libertad y sanidad de un pueblo.
El mal no desaparece sólo porque lo ocultemos bajo la alfombra. “Hay futuro si hay verdad”[6] porque como dijo nuestro maestro Jesús la verdad nos hace libres, conocer la verdad nos libera, por más dolorosa que sea esa verdad., aunque nos confronte con nuestra mortalidad y con los ídolos de barro que hemos construido. “Vengo por la justicia divina, para poder descansar”[7] dice un compareciente de la JEP confesando la monstruosidad de la que hizo parte. ¿Qué posibilidad hay de acabar con esa violencia si no conocemos la verdad, por más monstruosa que esta sea? Recordar la historia dolorosa es también un ejercicio espiritual, rasgamos los vestidos de nuestro corazón ante las historias espantosas y clamamos por el reino de los cielos, decimos maranatha. ¡Viene el mundo nuevo donde no hay dolor ni llanto, ni luto ni muerte! Pero mientras viene recordamos. Haced esto en memoria de mí.
Agradezco la ayuda que me prestaron para este escrito Francisco Villa y Germán Suárez, mis compañeros del colectivo pastoral de la Primera Iglesia Presbiteriana de Bogotá.
[1] https://relatoria.jep.gov.co/
[2] http://comisiondelaverdad.co/
[3] Las citas textuales de la Biblia son de Reina Valera 1960 a menos que se indique otra cosa.
[4] Lamentaciones
[5] Jorge Drexler, canción: Movimiento, 2017
[6] Lema de la comisión de la verdad
[7] Jhon Alexander Suancha Florián, Teniente Retirado, JEP Colombia