Podemos vivirlo todo con Dios o sin Dios, con amor o sin amor, con fe o sin fe, con esperanza o sin esperanza, con gratitud o sin gratitud, con perdón o sin perdón, con gozo o sin gozo, con sabiduría o sin sabiduría, con paz o sin paz, con fortaleza o sin fortaleza, con paciencia o sin paciencia…
Aunque, lo que suele ocurrir, es que nos deslicemos de un extremo a otro sin tener muy claro dónde nos encontramos; y fluctuemos sin rumbo fijo arrastrados por las circunstancias que dominan nuestra vida.
Está claro, que enunciado así, en teoría, todos queremos vivir el todo de nuestra vida, en Dios; vivirlo en la verdad, en el amor, en el perdón, en la confianza, en la paciencia, en la esperanza… pero en la práctica, ¿cómo conseguirlo?
Orando.
Porque, ¿qué es orar sino dialogar con Aquel que es la Fuente de la Vida? Fuente que es “lo más íntimo a mí que mi propia intimidad”. Así que solo en diálogo con lo más íntimo de mí mismo, diré y escucharé la Palabra más verdadera de mí mismo, es decir, de Dios.
La Palabra de la Verdad que habita en mí, la Palabra del Amor que habita en mí, la Palabra del Perdón que habita en mí, la Palabra de la Paz que habita en mí… la cual digo y escucho en la oración.
Porque la Palabra que decimos y escuchamos en la oración “no es superior a nuestras fuerzas, ni está fuera de nuestro alcance. No está en el cielo para que digamos: ¿quién subirá al cielo para buscarla y nos la dé a conocer?… Pues la Palabra está muy cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón” (Deut 30,11-14)
Y es que, la Palabra que decimos y escuchamos en la oración, es Verdad, es Amor, es Fortaleza, es Perdón, es Esperanza… por lo tanto, solo en apertura, entrega y acogida de todo ello, podemos dialogar con la Palabra que habita en nosotros.
Porque, ¿qué es orar sino dialogar con Aquel que es la Fuente de la Vida? Fuente que es “más superior a mí que lo más excelso”. Así que solo en diálogo con lo más excelso de este mundo, diré y escucharé la Palabra más verdadera de la Vida, es decir, de Dios.
Porque la Palabra que digo y escucho en la oración, es la Palabra que salva el mundo, es la Palabra que sostiene el mundo, es la Palabra que recrea el mundo, es la Palabra que “hace nuevas todas cosas”…
Y, nosotros cristianos, sabemos que la Palabra que salva el mundo, es la Palabra de la cruz, es la Palabra de Dios a merced de la mentira y del odio, a merced de la violencia y la injusticia de la humanidad, es la Palabra que acepta esta humanidad, “enemiga de Dios y de sí misma”, solo por amor.
Así que solo en diálogo con lo más excelso de este mundo, la Palabra de la cruz, diré y escucharé, en la oración, la Palabra más grande de este mundo; y lo haré, diciendo y escuchando la Palabra que me habla en el mundo y en mi propia intimidad.
Solo en diálogo con la Palabra “más excelsa de este mundo”, con Aquel que “hace nuevas todas las cosas”, podré renovar mis fuerzas, podré encontrar paz, podré aceptarme como soy y aceptar a los demás, podré perdonar y ser perdonado, podré luchar por la justicia, podré aceptar las derrotas, podré gozar de las victorias parciales… podré vivirlo todo en Dios.
Esto es, según Mateo, lo que Jesús enseñó a sus discípulos, a pedir en la oración: “Pedid, y recibiréis; buscad, y encontrareis; llamad, y os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llaman le abren… Pues si vosotros sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre dará cosas buenas a los que se las pidan” (Mt 7,7-11)
“Cosas buenas”, que son las que nos hacen buenos; “cosas buenas”, que son las que recrean la vida; “cosas buenas” que son las que salvan el mundo; “cosas buenas” que son las que traen verdad, justicia, amor, perdón, solidaridad a nuestras vidas, a la vida de nuestras familias, de nuestras iglesias, de nuestros pueblos…
Es interesante que Lucas haya sido capaz de resumir estas “cosas buenas” en una sola, la “única necesaria”. Escuchémosle: “Pedid, y recibiréis; buscad, y encontrareis; llamad, y os abrirán. Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llaman le abren… Pues si vosotros sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lc 11,9-13)
Lucas resume la oración al Padre en una sola palabra de diálogo con él: “danos tu Espíritu, para vivirlo todo en ti”.
Es lo que me lleva a resumir la oración cristiana así: “Pedir Dios a Dios para vivirlo todo en Dios”; “Pedir el Espíritu de Jesús a Dios, para vivirlo todo en Dios”.