Posted On 15/12/2023 By In Biblia, portada With 1151 Views

Cómo es Dios y cómo somos nosotros | Eduardo Delás

“A Dios nadie le ha visto jamás, el Unigénito Hijo que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Juan 1:18.

LUCAS 15

Estamos ciegos de Dios, dice Juan. Sin embargo, los creyentes siempre anhelamos verle. Nos gustaría ser testigos de la majestad y la gloria de Dios y, a ser posible, con manifestaciones maravillosistas y pirotécnicas que reivindicaran su presencia. Como le dijo Felipe a Jesús en una ocasión,  bastaría una  aparición de su presencia para dejarnos satisfechos: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”, Jn. 14:8. Sin embargo, la respuesta de Jesús trastorna todas las expectativas porque  nos invita a mirarle a él y solo a él:  su vida, su enseñanza, su cercanía a los que lloran, su misericordia hacia los que sufren, su compasión por los que peor lo pasan en la vida, en resumen: su humanidad. Porque Él y solo él, sin necesidad de añadir nada más, es la autorrevelación de Dios: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Porque es en el espesor de una historia como la nuestra, llena de gozos y sombras, de tristezas y alegrías, donde contemplamos verdaderamente la gloria de Dios en la persona de Jesús sin necesidad de oropel, ni de traca, ni de sonidos de trompetas.  Por eso, escuchar hablar y enseñar a Jesús es escuchar hablar y enseñar a Dios y ver actuar a Jesús es ver actuar a Dios. Comenzamos.

Las tres parábolas en cascada que aparecen en el capítulo 15 de Lucas, se explican desde la actitud de los fariseos y maestros de la ley que criticaban a Jesús porque, al acoger a los pecadores comiendo con ellos, estaba echando por tierra todas las prescripciones de la religión, es decir, la separación entre el bien y el mal, los justos y los injustos, principios que configuraban el fundamento de un orden social  “como dios manda”. El statu quo era intocable, el que se atrevía a cuestionarlo se convertía en un disidente y a los disidentes se los quita de en medio porque constituyen una amenaza para el sistema. Así funciona el dios de la religión protegido y manejado como un guiñol por los centuriones del precepto. Importa que quede claro.

Pues bien, la primera parábola que cuenta Jesús habla de un pastor con cien ovejas al que se le pierde una de ellas. Cuando esto ocurría en la experiencia cotidiana, el dueño mandaba a un empleado y este, al encontrar a la oveja perdida, le gritaba, la golpeaba y la traía casi a rastras haciéndole sentir su disgusto. Sin embargo, lo que el Señor dice es que el dueño deja a las otras noventa y nueve ovejas, busca a la perdida y al encontrarla se la carga sobre los hombros de lo contento que está llevándola así hasta casa, y al llegar convoca a sus amigos para compartir su alegría.

Los que están oyendo las palabras de Señor saben que nadie actúa así y que Jesús lo sabe. Y también saben que si alguien lo hiciera sería tenido por una persona poco juiciosa que sobrevalora a una simple oveja. Pues bien, el dueño de las ovejas en esta parábola es Dios y el despreciado como un pecador público es su oveja perdida y querida, de tal modo que él no deja de buscar hasta que no lo encuentra y, cuando lo hace, lo lleva a su casa con una alegría indescriptible. ¿Es tolerable ese Dios? Para muchos resulta impresentable, para otros en cambio es sorprendente, hermoso y gratificante. Suscitar ese Dios inesperado es, sin embargo, el propósito de Jesús con estas parábolas.

La cosa sube de tono en el ejemplo siguiente, en el que Dios es una mujer, y además una mujer trabajadora, un ama de casa que no tiene sirvientes. En una sociedad patriarcal Jesús se atreve a presentar a Dios como una mujer que pierde una dracma (moneda de poco valor). Pues bien, esta mujer se toma el trabajo de encender una lámpara y barrer la casa buscando con anhelo y perseverancia hasta que encuentra lo que ha perdido (“Jesús, nuestro hermano”. P. Trigo). Luego, reúne a sus amigas y vecinas para compartir su gozo y alegría por un hallazgo que, aunque para muchos resulte insignificante, ella estima de mucho valor.

Peor resulta la última parábola de Jesús. Un padre que se respete en el contexto de una cultura del honor y de la vergüenza, no puede repartir anticipadamente la herencia, ya que el patrimonio es sagrado, y más sabiendo lo que el hijo incorregible iba a hacer. Pero, además, al final de esta historia, al ver que el hijo vuelve el padre corre a buscarlo, se echa sobre su hombro, lo cubre de besos y le organiza una fiesta por su regreso. ¿Cómo es posible que una escena tan escandalosa represente a Dios?

Jesús nos quiere explicar cómo es Dios, más allá de las imágenes deformadas  que hemos construido sobre él. Porque, con frecuencia y aunque no nos apercibamos de ello, nuestros deseos determinan lo que Dios debe ser y nuestro obrar lo que Dios debe hacer. Esa es la razón por la que hemos de  eliminar todas las falsas imágenes de él que albergamos en el corazón.  Por eso, Jesús quiere enseñarnos con estas parábolas cómo es Dios y cómo actúa   frente a los perdidos, más allá de nuestras ideas sobre él.  Él siente hacia los que están lejos lo más fuerte que sentimos los seres humanos en esta vida cuando queremos de verdad a alguien. Eso le pasa a Dios con los perdidos, con esos a los que nosotros, los que vamos por la vida como respetables personas de bien, solemos despreciar y marginar mucho más de lo que nos imaginamos (“El Reino de Dios”. J. M. Castillo). Por eso, Dios nunca es como creemos. Dios, en Jesús de Nazaret, es tan entrañablemente humano que nos desconcierta y descoloca invitándonos con ello a reflexionar profundamente sobre quién es él, cómo es él y, consecuentemente, cómo somos nosotros y cómo trazamos nuestras relaciones fraternas. Soli Deo Gloria, Sola Gratia.

Eduardo Delás Segura

Tags : , , , , , , , , ,

Bad Behavior has blocked 1198 access attempts in the last 7 days.