Posted On 26/01/2024 By In Opinión, portada With 789 Views

Cuando todos nos descartan, ¡¡Dios nos recicla!! | Hugo Daniel Ramírez

Cuando todos nos descartan, Dios nos recicla!!
Hacia una mirada más compasiva

 

«Tú me hablaste de un reino,
de un tesoro escondido,
de un mensaje fraterno,
que encendió mi ilusión.
¡Qué detalle, Señor, has tenido conmigo!
Cuando me llamaste, cuando me elegiste,
cuando me dijiste que tú eras mi amigo”.

El pecado seguirá siendo pecado aunque lo neguemos, pero el Señor seguirá siendo el mismo Señor aunque lo desconozcamos. Quizás valga recordar las palabras de Hans Küng en su libro “Jesús”:

“Aunque prescindiendo de que Jesús de Nazaret no tuvo intención de fundar una religión, ha de quedar fuera de duda una cosa: que el Jesús histórico no puede confundirse ni con Moisés, ni con Buda, ni con Confucio, ni con Mahoma. Para ser conciso: Jesús no fue educado en la corte como presumiblemente lo fue Moisés, ni hijo de reyes como Buda. Tampoco fue un hombre docto y político como Confucio, ni rico comerciante como Mahoma. Por ser precisamente de procedencia tan insignificante, resulta tanto más asombrosa su persistencia significativa. El mensaje de Jesús es enormemente diferente.”

El mensaje de Jesús es enormemente diferente a todos aquellos que hacen de su práctica un reglamento legal o ritual, con el solo fin de señalar a los descartables y aceptar a los elegidos.

En el fascinante viaje que Lucas describe desde Jerusalén a Roma en su segundo tomo, el libro de los Hechos, encontramos relaciones y referencias que enriquecen la comprensión y nos ayudan a percibir su sentido teológico, traspasando fronteras culturales e ideológicas.

Quizás una de las historias más destacables en este asunto, como tantas otras, es el relato del “Eunuco Etíope”, que se describe escuetamente en el libro de los Hechos, capítulo 8:26-40, porque en lo personal, me hubiera gustado conocer más de este hombre.

En el relato de Lucas es el segundo gentil (no judío), que podemos señalar como “temeroso de Dios” es decir, paganos que simpatizaban con el judaísmo, y su monoteísmo.

Este ciudadano etíope era un “prosélito” (del griego προσήλυτος, “prosḗlutos”) que significa literalmente “uno que ha llegado” o “uno que ha venido a unirse”. Es decir, un gentil convertido al judaísmo.

Felipe, el diácono evangelizador, es enviado, por orden de un mensajero celestial (un ángel) con el propósito de tener un encuentro con un hombre, del cual nadie sabe su nombre, pero se conoció, increíblemente, por su deshonra, “eunuco”.

Me gustaría saber cuánto sabemos de esta práctica antigua, tan aberrante, dolorosa y estigmatizante. No quisiera describir los detalles pormenorizados de la intervención quirúrgica aplicada a estos hombres para no herir susceptibilidades. Pero puedo decir, para dejarlo claro, que se les quitaba el órgano sexual, completo o parcialmente, impidiendo así toda posibilidad de reproducción. Muchos morían en esta intervención sin anestesia, tan dolorosa y traumática. Por lo general, eran muchachos, adolescentes o niños en su mayoría.

En muchos de estos casos, la propia familia lo consentía para poder acceder a los beneficios del poder de turno. En otros casos, eran obligados y violados a realizar tales intervenciones por razones de Estado, ya que los reyes contaban con sus harenes y temían las relaciones con sus mujeres de sus fieles colaboradores. Una práctica estigmatizante como ninguna, que los que la sufrían no les era permitido entrar a adorar en el Templo de Jerusalén. Tan solo hay que remitirse a algunos pasajes del libro de Levítico.

El relato nos dice algo que deseo destacar: “…y había venido a Jerusalén para adorar” (Hechos 8:27). La fe de este etíope estaba depositada en el Dios de Israel, pero su participación en el templo le estaba prohibida.

Era rechazado por su condición, -que no sabemos si fue por él deseada-. Su condición física era sobrevalorada por encima de su capacidad, fe o creencia.

Sin embargo, el Señor lo tuvo en cuenta. Sentado en su carro real, volviendo de un lugar donde no fue bien recibido, iba leyendo en voz alta Isaías 53.

Es interesante que a este hombre le sucede lo que a muchos les pasa en este tiempo: Adoran pero no entienden cuando leen las escrituras. Y qué maravilla que Felipe lo oyó y la pregunta fue incisiva: «¿Entiendes lo que lees?» La respuesta fue sincera y casi un pedido de auxilio: «¡Necesito que alguien me explique!» Felipe fue invitado a subir al carro, compartió el asiento y, en una charla cordial, le anunció la Buena Noticia de Jesús.

El Evangelio de Jesús es una Buena Noticia. Buena noticia para un hombre con una historia personal muy difícil de imaginar, con una vida estigmatizada, con recuerdos de dolor en su cuerpo y en su alma, y en una búsqueda espiritual incansable del Dios verdadero. Sin sumar que el «establishment» religioso de la época lo rechazaba. Cuando pudo comprender que el Señor no lo descartaba, sino que le estaba regalando una nueva vida. Es decir, «lo reciclaba», como esos materiales usados que no sirven o están vencidos, y que en un nuevo proceso profundamente “espiritual” vuelven a ser útiles, creados de nuevo para servir habiendo sido transformados.

Cuando el hombre etíope comprendió lo que leía, señaló: «Mira, ahí hay agua, ¿qué impide que yo me bautice?»

Si hubiéramos sido nosotros, seguramente le habríamos dicho: «Tengo que consultarlo» o «Hay que reunir al presbiterio» o «Mira, esto merece un debate», o incluso «Tendrás que hacer un curso breve, de dos años», u otras respuestas similares. Porque lo diferente nos asusta, aunque tengamos evidencia de que el Señor ha estado obrando.

Sin embargo, Felipe no tuvo dudas. Además, todos hemos aprendido que se necesita creer en Jesús antes de ser sumergido en agua, y el etíope creyó y fue bautizado. Inmediatamente, Felipe desaparece, cumpliendo con la tarea encomendada por el Señor. El relato termina con una señal extraordinaria: el etíope continuó “su camino lleno de alegría”. Según alguna tradición, este hombre es el que llevó el evangelio, al menos a una parte significativa de África.

Creo que cuando se presentan temas de debate que merecen cuestionamientos debido a su naturaleza inesperada y distinta, tendemos a pensar principalmente en nosotros mismos, adoptando una postura defensiva. Nos preocupamos primero por los problemas que podrían afectarnos, tal vez influenciados por nuestros propios prejuicios. Nos preocupa «qué dirán» de nosotros, ya que esto puede afectar nuestra reputación. No pensamos en la restauración de aquellos que lo necesitan, los estigmatizados, los que sufren, los que buscan a Dios pero no son aceptados. La compasión es la clave.

René Padilla decía: «La compasión suple lo que le falta a la teología cristiana». No debemos temer a lo diferente o desconocido, debemos tener compasión. No debemos reducir todo a cuestiones doctrinales o teológicas, debemos mostrar misericordia. Es Jesús quien derrama su gracia y compasión sobre todos nosotros, y es la obra del Espíritu Santo la que nos hace libres.

Concluyo citando un pasaje de la carta de Santiago 3:17:

«En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura y además pacífica, respetuosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera.»

La sabiduría rompe barreras y se compadece de aquellos que son descartados por una sociedad oscura, pesimista y conflictiva. Confiemos en el Dios que restaura vidas, para que caminemos alegres. Que la sabiduría que desciende del cielo nos cubra, con el fin de ser más compasivos.

 

 

Hugo Daniel Ramírez

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