Posted On 12/04/2024 By In Opinión, portada With 960 Views

Primo Levi: Sobre Auschwitz y la existencia de Dios | David Galcerá

Recientemente se ha publicado en castellano un librito de Primo Levi titulado Si Auschwitz existe, Dios no existe. En realidad, esta es una frase pronunciada por el malogrado superviviente de Auschwitz en una entrevista con Fernando Camon, Conversazione con Primo Levi, poco antes de morir. En la reedición de la obra se añadió este subtítulo, “Si Auschwitz é, Dio no é”, que también se ha conservado en la traducción. Levi, en la entrevista realizada poco antes de morir, expresaba, casi como en un silogismo que, si existió Auschwitz, no podía existir Dios.

Primo Levi no había crecido en una familia estrictamente religiosa en el judaísmo, aunque hizo su ceremonia de Mitzvah. También tuvo contacto con la atmósfera valdense del Piamonte. Así, él mismo destaca las canciones que escuchaba por la radio; y en el relato “Oro”, de El sistema periódico, recuerda como otro judío, Silvio Ortona, cantaba canciones de sus amigos valdenses a Levi y otros amigos turinenses, los cuales, a su vez, las cantaban también con alegría. Se escondió en las montañas habitadas por aquellos en la etapa de militancia en la Resistencia en el grupo “Justicia y Libertad”. Y escribió para la revista, La luce, de los seguidores de Valdo, sobre sus experiencias concentracionarias.

Pero el superviviente de Auschwitz partía de un argumento similar al que ya formuló Epicuro. Si el mal existe, no puede existir un Dios compatible con los atributos como el de omnipotencia y el de bondad. Y, para Levi, como deja entrever en la entrevista, la idea de Dios no puede separarse de esos atributos. Primo Levi ejercía el pensamiento sobre este tema desde una posición agnóstica clásica, y ligaba el mal de Auschwitz con todas las atrocidades de la historia del hombre. Por ello, Levi, inaugura su antología de textos de otros autores, titulada La búsqueda de las raíces, con una selección de pasajes del libro de Job, porque “este libro encierra las preguntas de todos los tiempos,  cuyas respuestas el ser humano necesita para vivir, para entenderse a sí mismo y al mundo”.

En los debates filosóficos sobre el mal, hay dos momentos estelares en los que predominan dos formas de mal: el natural y el moral. El primero es el del terremoto de Lisboa de 1755, en el que murieron miles de personas, y que tuvo una enorme repercusión (sería lo que hoy catalogaríamos como “fenómeno global”); produjo toda una sacudida intelectual sobre el tema de la Providencia divina. Pensemos que estamos en plena Ilustración. Ante el desastre de Lisboa, Voltaire, en un poema escrito para dicha ocasión, abandona su fe deísta en la Providencia y afirma que no se puede admitir que el mal contribuye al bien general en la gran cadena del ser.

El ser humano europeo piensa entonces que, ya que no podemos controlar el mal natural, al menos en lo moral hemos de ser legisladores de nuestro destino. Esto es a lo que aspira una Ilustración como la de Kant, para quien el hombre ya ha llegado a su mayoría de edad. El objetivo es que sepamos crear un mundo con leyes morales que tengan la misma fuerza que la que tienen las leyes naturales en el mundo físico. Pero lo que trae a colación el segundo gran momento en la reflexión sobre el mal, Auschwitz, es el fin de ese sueño. Puede que sea difícil creer en un Dios que no se ha visto, como dicen los ateos, pero lo que ya no es sostenible, después de Auschwitz, es creer en el hombre a quien sí hemos visto con sus hechos. De hecho, Levi no se escuda en Dios para someter a juicio a quienes perpetraron Auschwitz.

Pero en lo que respeta a Dios, Levi rechazaba apelar a la Providencia. Le parecía que ello sería olvidar quienes no habían sido acogidos por ella. En Si esto es un hombre, contaba el autor que se indignó por la oración de Kuhn, quien agradecía a Dios el haber sido salvado y no haber sido seleccionado para morir; aunque, como él mismo Levi afirma, también él tuvo ese impulso de rogar a Dios en las mismas circunstancias. Y cuando los prisioneros fueron liberados, sintió que la Providencia estaba actuando.

Levi cuenta en la entrevista que un amigo le dijo que si había sobrevivido es porque había sido salvado para testimoniar de cuánto había sucedido. Era Nicolò Dallaporta, renombrado científico en Italia, quien le ayudó en su tesis doctoral, cuando el fascismo perseguía a los judíos. Este comentario indignó a Primo Levi. Dallaporta, en una entrevista, bastantes años después de muerto Primo Levi, comenta el sentido de su afirmación. Él, alguien criado en el catolicismo, aunque con derivas posteriores al hinduismo, creía en la bondad de Dios y que era el ser humano el responsable de lo que hacía con su libertad.  Pero Levi rechaza ese privilegio de ser escogido para testimoniar porque, aparte de considerar que eso es injusto (la salvación de unos y el hundimiento de otros), el superviviente no es el testigo verdadero, en el sentido de que no es un testigo completo, porque la historia de los supervivientes no es la verdadera historia del Lager. Los que se hundieron, los que no volvieron, son los únicos que pueden contar toda la historia de la destrucción que el nazismo ejerció sobre los cuerpos y las almas de sus víctimas.

Primo Levi establece la suerte, la Fortuna, no la Providencia, como uno de los caminos de salvación principales de quienes no han sido hundidos.  Aunque en esa categoría entran factores tan diversos como el saber alemán (lo que le permitió entrar a trabajar en el laboratorio del campo y ser eximido de condiciones más duras), el haber podido salvarse de las famosas marchas de la muerte en el derrumbe de los campos por haber contraído una enfermedad que lo dejó allí, la pura suerte de librarse de las selecciones para las cámaras de gas o tener un número de calzado que te permitiera no llagarte los pies y no ser considerado inútil para trabajar y ser liquidado. En definitiva, la categoría de los hundidos/salvados, que da título a su última gran obra, puede entenderse como afortunados/desafortunados. A diferencia de quienes, como Bruno  Bettelheim o Victor Frankl, pensaban que los que resistieron lo hicieron porque eran mejores moralmente, muchos sobrevivieron porque colaboraron con el enemigo, se embrutecieron, en lo que Levi denominó “zona gris”. Los mejores moralmente, en su mayoría, no volvieron. Y quienes sí lo hicieron, aunque no se hubieran manchado moralmente, muchas veces no podían quitarse de sus conciencias la  carga, injustificada, pero vivida como real, de que estaban viviendo en lugar de otros, porque en un mundo totalitario muchas veces la vida de unos es al precio de la muerte de otros: el único mendrugo de pan para uno es la muerte por hambre de otro.

El nazismo creó un mundo de dolor, en el que la vida y la muerte, incluso la condición moral, no podían ser regidas por ninguna ley, sólo por la arbitrariedad; un mundo en que la moral y la ética dependen de la suerte de la diosa Fortuna que reparte como quiere. En definitiva, hay un componente religioso pagano en el nazismo que es lo opuesto a un mundo con sentido y justicia. ¿Acaso no es esto también el capitalismo? Un sistema en que las víctimas no tienen a quien pedir responsabilidades, en que la injustica es explicada como mala suerte, como inadaptación, y en donde el bienestar de unos es el malestar de otros. Además, el capitalismo se presenta con carácter de dios con el que siempre estamos endeudados, real y metafóricamente. El nazismo es una deriva que, sin duda, tiene estrecha relación con este sistema económico explotador.

Hay que reconocer que es difícil responder satisfactoriamente a alguien que ha sufrido tanto. Levi parece entender la Providencia en términos de todo o nada, de todos salvados o todos condenados, como Ivan Karamazov en la novela de Dostoievski o Albert Camus en La peste. Es decir, si hay Providencia ha de intervenir en todo momento. En todo caso, acontecimientos como Auschwitz ponen en cuestión la simplicidad de muchas teodiceas que vuelven a tomar protagonismo hoy en día, como la del “bien mayor” respecto al mal, o la basada en la libertad del ser humano que es también un bien. El problema de las teodiceas es que parecen sugerir que el mal es necesario para tales bienes, de modo que el mal deja de ser mal y se convierte en un bien.

En los últimos años, ha surgido una tendencia (que considero positiva,  aunque hay muchos matices y posturas dentro de ella) que se llama anti-teodicea: el rechazo de esas explicaciones tradicionales para optar, en cambio, por una actitud de súplica a Dios y de lucha y esperanza por un mundo mejor, aunque no tengamos las respuestas a los porqués de muchos acontecimientos. Dentro de esos matices está la mirada a la resurrección como la única solución válida y como motivo propulsor de cambio ahora. Como señala Dan Cohn-Sherbok, especialista en el tema del pensamiento teológico tras Auschwitz, muchos judíos, incluso judíos en el sentido religioso, carecieron de lo único que abre esperanzas: la creencia en la resurrección, que la última palabra no esté escrita. Como decía Max Horkheimer, el filósofo de la Escuela de Frankfurt, esto es lo único que puede llenar el anhelo de justicia de las víctimas.

De hecho, para el superviviente italiano, quienes tenían una esperanza tendían a  afrontar mejor la vida en los campos. No por ser mejores moralmente, sino por la perspectiva futura puesta en sus mentes. Es cierto que aquí no sólo incluye a cristianos, sino también a quienes, como los comunistas, soñaban con un mundo mejor. Ambos grupos compartían el anhelo de un paraíso futuro; unos en la tierra y otros en el cielo. En el caso de los primeros, muchos descubrieron después que el paraíso que esperaban era un infierno, y que Auschwitz no acababa allí, sino que también había el Gulag o el capitalismo explotador como alternativa. Entre los segundos, muchos aprendieron a vivir con más realismo en lo que toca al ser humano y a entender que, a pesar de eso, había que colaborar con la Providencia para que los horrores del siglo XX no se volvieran a repetir.

Para terminar, y volviendo al título de la obra, hay que tener presente que el ateísmo de Primo Levi no va vinculado exclusivamente a su experiencia en Auschwitz. El mismo confirma su falta de interés por lo trascendente, aunque confiesa a veces que la naturaleza le despertaba ese sentido de algo que sobrepasa lo natural mismo. Pero días antes de morir, en lo que parece un suicidio, habló con un rabino, donde le expresaba su angustia y malestar. Y Primo Levi confesaba, en palabras añadidas al final de la entrevista, que seguía preguntándose por la existencia de Dios, aunque no encontraba respuesta a ese dilema. Sólo Dios sabe si lo resolvió.

 

David Galcerà

David Galcerà

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