Posted On 24/05/2024 By In portada, Teología With 501 Views

Partir y compartir el pan | Héctor Antonio Fernández Espino

Jesús desarrolló su actividad en una realidad de incertidumbre política, social y  económica.

Mucha hambre de pan y alimento material como de esperanza en las actitudes de la religiosidad tradicional, realidad saturada de preocupaciones y espejismos que promovía la religión judía, otras religiones de la época junto a otras instancias del sistema de dominación Imperial.

Una realidad en la que se anhelaba la orientación del mesías prometido,  ya que la religiosidad formal judía ya no transmitía esperanza al pueblo. Una realidad de conflictos y dominación extranjera. Una realidad que promovía la miseria para los más empobrecidos, una realidad de muerte y dolor.

El imperio romano, más de medio siglo antes de Jesús, había iniciado la dominación de Palestina, los líderes corruptos de Israel en contubernio con los invasores gozaban de bienes y servicios a los que no tenía acceso el pueblo.

La región en que Jesús desarrolla el movimiento alternativo, fue esencialmente desértica, la agricultura se ejercía enfrentando muchas  adversidades, por ello el comercio fue una opción importante. Las personas que componían la población debían pagar impuestos variados a tres instancias: recaudadores de impuestos, del rey judío, del emperador romano, de los sacerdotes y uno que otro funcionario público corrupto. Jerusalén era el centro de la mendicidad, encontrabas personas mendigando por todas las calles y rincones, Dependían de la “buena voluntad” de las limosnas, de las pocas personas que se conmovían ante las miserias del pueblo. Las mujeres eran forzadas al matrimonio en la época de la adolescencia. Fueron de los seres humanos más sufridos, marginadas, excluidas y maltratadas  por  el sistema. Lo que conocemos como “clase media” apenas existía en palestina, los que acumulaban riqueza eran los dominadores extranjeros y las autoridades religiosas y políticas judías sumisas a los dominadores. En esa  realidad, comer, beber compartiendo con otra u otras personas era una experiencia parecida a un “oasis en el desierto”, ya que permitía conversar desahogarse, buscar, tejer  caminos de esperanza, lo que se volvía aún más positivo cuando alguien con conocimiento, sin ser engreído y desinteresadamente  como Jesús estaba a la mesa, compartiendo con la pobrería, con los desechados y marginados. En una realidad de ausencia de esperanza, Jesús y el movimiento alternativo se volvió una ventana de que refrescaba, venían con él nuevos vientos de esperanza, una posibilidad de vivir, una muestra de amor y esperanza entre sufridos y desechados.

En esa realidad Jesús un rabino, surgido de las entrañas de una humilde aldea de Nazareth promueve una manera distinta de ser seguidor de Dios, crea un movimiento independiente, autónomo de las estructuras jerárquicas religiosas judías, lo cual también le permitía ser una opción religiosa independiente de los centros urbanos del imperio romano, donde este ejercía mayor control militar. Gran parte del movimiento de Jesús, y su forma de compartir “la buena noticia”, fue comiendo y bebiendo con las personas del pueblo, empobrecidas por las autoridades religiosas y políticas de su mismo pueblo y del imperio romano, desarrollando apertura aún con los que no eran específicamente empobrecidos, pero que tenían fe en Dios, sus valores, y veían con esperanza el movimiento de Jesús

Por eso los discípulos, hombres y mujeres, conocían bien como Jesús «partía el pan».

Hoy en El Salvador vivimos una realidad muy parecida a la que vivieron  Jesús y sus amigas y amigos, en cuanto a la pobreza, el hambre, las condiciones económicas paupérrimas de mucho trabajador y trabajadora y también coincidencias en la búsqueda y los esfuerzos por entretejer tejidos de una renovada esperanza.

La tecnología, los cambios culturales, sociales y religiosos que nos impone la dinámica actual no llenan los estómagos ni satisfacen las necesidades materiales, son espejismos a la manera de los que se experimentan en el desierto. Hedonismo, individualismo, adicción a redes, a la identidad y reputación virtual, son escapes de la realidad, que se vienen a agregar a otras adicciones tradicionales.

Hay necesidad material y espiritual. Los alimentos escasean para las mayorías, pero son abundantes y fáciles de obtener para las minorías privilegiadas que son las mismas de siempre.

Las estructuras eclesiales poco transmiten la buena nueva. Anquilosadas en prácticas y discursos que no transmiten la buena nueva ni entusiasman a las juventudes, en un contexto de desesperanza.

Estamos viviendo en un “desierto de cemento” con abundante tecnología, luces y videos y con escasas oportunidades de vivir la vida y tener, entretejer  y fortalecer la esperanza.

El evangelio que esta vez reflexionamos, al intentar aplicarlo en nuestra realidad, podemos interpretarlo como una convocación de Dios para que juntos, juntas partamos y compartamos  la tortilla, el pan, los frijoles, las pupusas, la horchata, la limonada y todo aquello que nos pueda fortalecer el cuerpo físico y de esa manera compartamos nuestras frustraciones, tristezas, ausencias de esperanza para que así, juntos, unidos logremos ir reconstruyendo la esperanza, junto al Jesús que se caracterizó por compartir la mesa, el diálogo, la conversación, el buen humor y entretejer con los marginados y de su época, una nueva esperanza.

Dios nos ayude.

Héctor Antonio Fernández Espino

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