Una memoria marcada a fuego. El infierno en la teología de Hans Küng
«Hans Küng aparece ante algunos como un teólogo crítico, que habría ido en contra de todas las autoridades religiosas. Pues bien, paradójicamente, él ha vinculado crítica teológica e ingenuidad vital o confianza originaria. En el plano de la discusión teórica ha seguido y acogido la racionalidad cartesiana, la dialéctica de Hegel, las críticas de Nietzsche, los juicios negativos de Freud y del marxismo. Pero, antes de esa discusión, él ha interpretado la experiencia religiosa y en especial el cristianismo como un gesto de confianza originaria. En cuanto primer principio, indemostrable en sí mismo y premisa de todas las demostraciones posteriores, es decir, en cuanto paradigma existencial más hondo que las negaciones de la ciencia, de Freud y del marxismo, Küng ha interpretado la religión como experiencia de confianza originaria, es decir, como una proto-experiencia de fundamentación positiva, como un “presupuesto de realidad” que subyace en todas las razones posteriores, en una línea que podríamos llamar psicológicamente “materna”, de creatividad amorosa»[1].
Hans Küng (1928-2021), teólogo católico, de origen suizo y cultura germana, es quizá uno de los pocos teólogos del siglo XX que no solo ha llamado la atención de sus colegas profesionales, sino también de los laicos, creyentes y ateos por igual. Sus obras fueron un acontecimiento cultural y hasta sociológico, pues en ellas abordó alguno de los problemas centrales de la fe cristiana y su expresión doctrinal. Así ocurrió con Ser cristiano (1974), ¿Existe Dios? (1978) y su polémico ¿Infalible? Una pregunta (1970), la que le trajo el mayor conflicto con el Vaticano, que lo llevaría años después a un fatal desenlace, cuando se le retira la licencia para enseñar como teólogo católico (1979)[2]. La clave del éxito de seguimiento lector de Küng, como bien advierte Pérez Prieto, no está, como la maledicencia se ha encargado de decir, en sus afirmaciones escandalosas y sus choques con las jerarquías de la Iglesia católica, está en el valor de lo que dice en sus obras –su aportación para la investigación religiosa, un pensamiento cercano a los intereses del lector actual y una propuestas innovadoras y seductoras, aunque no siempre se esté de acuerdo con su propuesta- y en como lo dice[3]. Küng tenía un vocabulario y un estilo directo que se hacía comprensible para cualquier interlocutor cuando disertaba sobre los diversos aspectos de la teología, tanto para los más próximos como los más alejados a la Iglesia y sabía conectar perfectamente incluso con los no creyentes, los agnósticos y los ateos.
En el año 1962 fue nombrado oficialmente teólogo conciliar por el papa san Juan XXIII y participó activamente como perito del Concilio Vaticano II. Colega de grandes teólogos de esta época, como Karl Rahner, Yves Congar, Edward Schillebeeckx, Henri de Lubac, Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger. La reflexión teológica de Hans Küng se caracteriza, ante todo, por la búsqueda de la identidad cristiana a la luz de la conciencia crítica, que es uno de los signos de la modernidad.
«Su forma de entender el mundo y cómo se debía actuar desde la Iglesia, suponía un cambio de orientación, ritmo e intensidad. Se trata de un teólogo que busca en la teología una respuesta a los problemas, dificultades y quehaceres del hombre. Su acción es abierta, propositiva, sincera, pero al mismo tiempo resulta un tanto desafiante, crítica»[4].
Es posible que los lectores de Küng advirtieran en sus escritos ese soplo de libertad que él quiso insuflarles a raíz de su desencuentro con las autoridades romanas. Después de una audiencia con el papa Pablo VI en 1965, Küng atravesó una crisis de identidad como teólogo. ¿Para quién haces teología, si es que quería seguir haciendo teología? Desde entonces fue consciente que su teología no era para el papa, ni a los suyos, a quienes no gustaba ni querían su teología. Entonces, decidió, mi teología tiene que ser para la gente que puede necesitarla. Por eso, a partir de entonces, con mayor determinación aún: su teología para la generalidad de los lectores. «Sí, este es, con plena libertad, mi camino»[5].
«Los teólogos no deben ser conformistas, sino críticos; críticos frente a sí mismos, pero críticos también frente a su propia tradición e iglesia»[6].
Küng, la justificación por fe y Karl Barth
La tesis doctoral de Küng versó sobre la doctrina de la justificación en la obra de su paisano Karl Barth. Como bien sabemos, la doctrina luterana de la justificación por la fe sola fue el motivo principal de la división de los reformadores, un punto de contención entre Roma y la Reforma, una disputa siempre abierta.
Karl Barth era, además, el teólogo protestante con más prestigio e influencia en el catolicismo. Fiel a su espíritu crítico y de encarar empresas difíciles, el joven Küng se decidió por esta polémica cuestión, y quiso hacerlo en diálogo con la teología de Karl Barth, el teólogo protestante más influyente en ese momento. Esto fue a la vez el inicio de una larga amistad entre el novicio Küng y el veterano Barth.
«A diferencia de lo que me sucede con Baltasar, con Karl Barth, ya un poco encorvado, con gafas de concha de gruesos cristales, me entiendo a la primera humana y teológicamente. Me parece más vigoroso y más apegado al suelo que su vecino católico de Basilea Balthasar»[7].
Es más. Un poco después añade:
«Karl Barth me ha dado acceso a la teología evangélica. Y por encima de todo, ha desatado mi entusiasmo por la teología en general… Desde mi primera visita pude entenderme con él mucho mejor que con casi todos los demás con quienes me he encontrado en mi vida. Le he considerado siempre como un amigo paternal… Barth me dijo repetidas veces: “¡Cuánto me gustaría ahora volver a ser tan joven como usted; otra vez volvería a saltar a las barricadas!”»[8].
En un largo proceso de estudio y redacción[9], Küng intentó demostrar la coincidencia entre la doctrina de la justificación de Barth y la católica en sus elementos fundamentales. Barth se quedó sorprendido, pero reconoció que la exposición de Küng respondía en lo esencial a su reflexión sobre la justificación y que le había interpretado correctamente: «Usted me hace decir lo que yo digo y yo pienso como usted me hace hablar», le comentó Barh en una carta fechada el 31 de enero de 1957[10].
La tesis doctoral fue defendida en el Instituto Católico de París, bajo la dirección de Louis Bouyer, y recibió la calificación de suma cum laude, siendo publicada conjuntamente en francés: La justification du pécheur. La doctrine de Karl Barth et une réfiexion catholique (La justificación del pecador. La doctrina de Karl Barth y una reflexión católica, 1957), y en alemán: Rechtfertigung. Die Lehre Karl Barths und eine katholische Besinnung, que pronto fue traducida al inglés, italiano y español[11].
Al principio la mayoría de los teólogos, católicos y evangélicos, se quedaron totalmente sorprendidos con el contenido, el método y la conclusión final. Joseph Ratzinger saludó la obra como un regalo extraordinario, merecedora de agradecimiento de cuantos oran y trabajan por la unidad de los cristianos divididos[12]. En conjunto la reacción fue muy positiva. El erudito Otto Hermann Pesch confirmará que en el tema de la justificación es posible un consenso no sólo entre Barth y el Concilio de Trento, sino también entre Lutero y Tomás de Aquino.
Pero no todo fueron aprobaciones y alabanzas. En Roma lo pusieron en la lista negra.
«Desde mi doctorado en teología había tenido problemas con la Inquisición. Pero los molinos de Roma no sólo muelen despacio, sino también sin hacer ruido. La Inquisición rehúye la luz pública. En 1957 no podía ni imaginar que, a raíz de mi tesis doctoral La justificación: doctrina de Karl Barth y una interpretación católica, se me había abierto expediente en la Inquisición con el número de acta 399/57/i (i = sección del Índice de libros prohibidos). Sin embargo, mis profe- sores de Roma y París evitaron que se me sometiera a proceso»[13].
En el entierro de Karl Barth, Hans Küng fue invitado el 14 de diciembre de 1968 a pronunciar una de las oraciones fúnebres en las exequias de Karl Barth en la catedral evangélica de Basilea. En tan solemne ocasión, además de destacar el luto universal, protestante y católico, por la muerte de su ilustre compatriota, Küng dedicó a Barth este gran elogio:
«Hubo una época en la que se necesitaban doctores utriusque iuris, doctores en ambos derechos. La nuestra necesita con urgencia doctores utriusque theologiae, doctores en ambas teologías, la evangélica y la católica. Y si en este siglo alguien ha personificado de manera modélica tal ideal, ese ha sido Karl Barth»[14].
Del infierno celeste al terrenal
Pero vayamos al tema que nos ocupa, a saber, la reflexión de Küng sobre el infierno. Él teólogo suizo parte de una constatación histórica, sobre la que muy pocos han reparado. Llama la atención a la extrema agresividad mostrada por los autoridades religiosas con los disidentes, los herejes, los infieles, las brujas, todos ellos destinados a condenación eterna del infierno. Si todos los pecadores son merecedores de condenación, destinados al fuego del infierno, ¿por qué no emplear ya aquí, en la tierra, el fuego con el fin de salvar tal vez el alma para el más allá mediante la muerte del cuerpo en el más acá? Conversiones forzadas, quemas de herejes, progroms de judíos, quemas de brujas, miles y miles de vidas humanas consumidas en el brasero en el nombre de la fe verdadera y del amor de Dios. La memoria se enturbia, el ánimo se sobrecoge al recordar estos hechos. Con un poco de exageración, Küng dictamina:
«El cristianismo es la religión más sangrienta y mortífera que ha existido jamás»[15].
A esto conduce la fe en el infierno. Quien tiene la convicción de que Dios condena a la gente al infierno por toda la eternidad por el simple hecho de ser pagano, judío, hereje o blasfemo, no puede por menos de juzgar a su vez que todos ellos no valen ni la leña en la que arden, no merecen la vida, ni son dignos de ella. Ninguna iglesia se salva en este punto.
«Desgraciadamente también los reformadores, marcados y torturados por la fe en el demonio y en el infierno, no han vacilado en perseguir a los no creyentes, a los judíos y herejes y, sobre todo, a los entusiastas»[16].
Es sabido que la quema de Miguel Servet en la Ginebra de Calvino, redujo a cenizas no solo el cuerpo del médico español, sino la esperanza de los humanistas en un cristianismo distinto y superior al hasta entonces conocido. Una vez más se imponía el Dios del fuego como instrumento de poder y dominio en la mano de sus representantes. ¿Dónde quedaba la libertad del cristiano proclamada por Lutero y el amor de Cristo del Calvino más místico? La lógica del Dios-Soberano se impuso a la lógica del amor del evangelio de Jesús, y sirvió para justificar las arbitrariedades más terribles.
Hoy todos los cristianos son conscientes de que Jesús nunca quiso algo así, por eso, dice Küng, los cristianos, que hoy queremos vivir como tales, debemos encontrar una solución[17].
Jesús, el infierno y los demonios
¿Qué hacemos, entonces, con la enseñanza de Jesús cuando se refiere al fuego del infierno? Küng hace notar que Jesús habló de infierno como en general podía hablarse de él, en un lenguaje y en unas formas representativas propias de su tiempo, determinado como estaba por la apocalíptica[18], pero Jesús no fue un predicador del infierno.
«En ninguna parte manifiesta Jesús interés directo por el infierno. En ninguna parte revela especiales verdades respecto al más allá. En ninguna parte describe el acto de la condenación ni los tormentos de los condenados, como luego hace en el siglo II, por ejemplo, el apócrifo Apocalipsis de Pedro, fuente principal de todas las innumerables descripciones del infierno»[19].
Jesús solo habló del infierno marginalmente, y esto con giros y expresiones del todo tradicionales. El centro de su mensaje estaba centrado en la buena noticia o evangelio del reino de Dios. No fue un mensaje amenazador, sino comprometido, que llamaba a la incorporación, mediante conversión, a esa nueva realidad tan dichosa por lo que valía la pena despojarse de todo para conseguirla.
Hay que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento se desconoce la concepción de la vida de ultratumba como un lugar de premio o castigo, cuya fuente se encuentra en el Libro de Henoc etiópico, a quien se debe la imagen de la gehénna como un lugar de sufrimiento post mortem. Durante los 200 años (desde el 539 al 331 a.C.) que Israel formó parte del gran Imperio persa, es de esperar que su influencia se dejara sentir en el contexto de la fe en Yahvé, a la que se sumó la creencia en los demonios. A pesar de que vive en un tiempo de masiva creencia en los demonios, Jesús no deja traslucir ningún síntoma de un posible dualismo de origen persa, que contemplaría a Dios y al diablo luchando en el mismo plano por el dominio del mundo y del hombre. El predica simplemente la buena noticia del reinado de Dios, y no muestra ningún interés por la figura de Satán o del diablo, ni por las especulaciones sobre el pecado y la caída de los ángeles. Nunca se advierten en él gestos sensacionalistas, determinados ritos, fórmulas mágicas o manipulaciones, usuales en los exorcistas judíos o helenistas de su tiempo. Pone en relación con los demonios la enfermedad y la posesión, mas no toda clase de males y pecados, ni los poderes políticos, ni a quienes los ostentan. Ante todo, las curaciones y expulsiones de demonios por Jesús son un signo de que el reinado de Dios está cerca. Lo que, a la inversa, significa que el poderío del demonio ha tocado a su fin. Por eso Satán, según Lucas, cae de lo alto como un rayo (Lc 4:31-41).
«Así entendida, la expulsión de los demonios, o sea, la liberación del hombre de su posesión no representa un acto mitológico cualquiera. Más que nada significa un episodio de des-demonización y des-mitologización del hombre y del mundo, la liberación y vuelta del hombre a su verdadera condición de criatura y humanidad»[20].
Las palabras de Jesús sobre el infierno no tienen carácter revelador o definitorio, no son definiciones o especiales revelaciones divinas. No; su función es, en el marco de la predicación del reinado de Dios, parenética, de exhortación o amonestación. El ser humano, aunque trate de paliarlo, vive en una situación crítica. Se ve retado a decidirse: a favor o en contra de su egoísmo, a favor o en contra de Dios y, en consecuencia, a favor de la salvación o de la condenación[21].
¿Infierno eterno?
A poco que piense, el cristiano queda perplejo ante la incongruencia de estar llamado a perdonar «setenta veces siete» las ofensas que se comenten contra él (Mt 18:21-35), lo que viene a significar «siempre», durante toda la vida y ante cualquier ofensa; mientras que es enseñado a creer que no Dios perdonará el pecador ni uno solo de sus pecados, y que su ira se extenderá sobre él no solo durante un espacio de tiempo, si por toda la eternidad. ¿Acaso la ética del perdón por parte del Dios Misericordioso será inferior a la de sus hijos adoptivos? ¿Exigirá Él a estos lo que Él no está dispuesto a cumplir?
No negamos el derecho divino a castigar las injusticias y malicias que los seres humanos comenten entre sí y contra el cielo y la tierra, pero qué sentido tiene un castigo que dure eternamente. Aunque se trate de un gran criminal, ¿pierde este toda posibilidad de redención, aunque pasen mil años?, se pregunta Hans Küng[22]. Esa persona, mil años después de sufrir en el infierno, ¿seguirá siendo la misma persona? Se plantea aquí un interrogante: Una ilimitada tortura psico-física de las criaturas por parte de Dios, tan despiadada y desesperante, tan insensible y cruel, ¿va a poder contemplarla por toda una eternidad un Dios de amor?
Como ya vimos anteriormente en otros artículos[23], muchos teólogos católicos y anglicanos argumentan que Dios no condena a nadie, sino que es el propio pecador no arrepentido quien se condena a sí mismo desde el interior de su propia voluntad libre y contraria a la voluntad salvífica divina; así que la decisión negativa del hombre respecto a Dios es la que contará en última instancia. Ahora bien, como se plantea Küng:
«¿Acaso Dios, según los Salmos, no impera también en el reino de los muertos? ¿Qué puede haber definitivo en contra de la voluntad de un Dios sumamente misericordioso y omnipotente? ¿Por qué un Dios infinitamente bueno va a querer eternizar la enemistad en lugar de suprimirla, y así, de hecho, compartir para siempre la soberanía con un anti-Dios? ¿Es que Dios no va a tener aquí ni una palabra que decir y, por eso, ha de imposibilitar para siempre la purificación, acrisolamiento, li- beración e iluminación del hombre cargado de culpa?»[24]
Hay varias cosas que Küng no tiene claro, pero hay un punto que tiene claro y considera definitivo: el concepto de castigo eterno:
«Cualquiera que sea la interpretación de los textos de la Escritura en particular: en ningún caso cabe afirmar absolutamente la «eternidad» del castigo del infierno. Más bien queda subordinada a Dios, a su voluntad y a su gracia. Además, algunos pasajes aislados, que no están en armonía con otros, abogan por una reconciliación de todos, por una misericordia universal: «Dios encerró a todos en la rebeldía, para tener misericordia de todos” (Ro 11:32)»[25].
Dios purificador
Nadie puede aproximarse siquiera al principio y al fin de los caminos de Dios con soluciones simplistas. Es un dato de la experiencia propia y de la enseñanza bíblica que no hay del todo malo, ni tampoco del todo bueno, aunque haya sido tocado por la gracia y trate de andar por el camino de la santidad. Todo persona, aun la más excelente, queda lejos del ideal, de la santidad a la espera. Hay mucha escoria mezclada en el oro de sus buenas acciones. Y como dice Pablo, seremos salvos como a través del fuego (1 Co 3:15). Dios es fuego consumidor (Hb 12:29), en el sentido de espíritu de santidad que acrisola, que purifica.
Hans Küng recurre a la vieja doctrina católica del Purgatorio como una imagen de lo que puede acontecer en el encuentro con Dios en la muerte. Y dice muy atinadamente:
«El purgatorio del hombre es Dios mismo en el furor de su gracia: la purificación es el encuentro con Dios, en cuanto que tal encuentro juzga y acrisola al hombre, pero también lo libera e ilumina, lo salva y perfecciona»[26].
La idea está tomada de Gisbert Greshake, catedrático de teología dogmática e historia de los dogmas, que en 1976 decía:
«Dios mismo, el encuentro con él, es el purgatorio […] Por eso habría que evitar, en la medida de lo posible, la expresión “purgatorio” y hablar, por el contrario, de purificación como momento del encuentro con Dios»[27].
El mismo Greshake decía también que él podía esperar, confiar, sospechar de la gracia de Dios que nadie habrá de entrar en el infierno, pero no podía saberlo y confiar con certeza en que toda vida humana ha de llegar a un término positivo[28]. Por su parte, Hans Küng concluye sus reflexiones sobre el infierno oponiéndose a un universalismo frontal, para el que todos los hombres están de antemano salvados; esto no se correspondería con la seriedad de la vida, ni satisfaría la importancia de las decisiones éticas y la gravedad de la responsabilidad individual.
«Sea o no eterno el castigo del infierno, el hombre es plenamente responsable, no sólo ante su conciencia, que es la voz de su razón práctica, sino ante la instancia última, ante la cual también es responsable hasta su propia razón. Y evidentemente sería una temeridad, de otra parte, que el hombre pretendiera anticiparse al juicio sobre su vida, reservado como está a esa última instancia. Ni de una ni de otra manera podemos atar las manos a Dios, disponer de él. Aquí no hay nada que saber, sólo todo que esperar»[29].
Las afirmaciones neotestamentarias sobre el infierno, aclara, no pretenden ofrecer información sobre el más allá para acallar la curiosidad o la fantasía. Lo que quieren es poner ante los ojos aquí y ahora, precisamente para el más acá, la absoluta seriedad de la exigencia divina y la urgencia de la conversión del hombre. El hecho de que la condenación al infierno, vistas las cosas desde el Cristo crucificado y resucitado, no tenga la última palabra, tiene aquí decisiva importancia. Como escribía Jürgen Moltmann en tono de consigna militante y esperanzadora:
«En el Crucificado, Dios ha hecho alborear su futuro. Ya apunta un resplandor de amanecer sobre los cementerios de la historia y sobre los parajes de la muerte homicida y sobre los pequeños infiernos de la vida cotidiana… El que Cristo realmente haya resucitado incita a la rebelión de la conciencia contra los infiernos de la tierra y contra todos los que los encienden. Pues la resurrección del Cristo condenado se atestigua y realiza en la rebelión contra la condenación del hombre por el hombre. La esperanza que cree en el infierno quebrantado, cuanto más real y verdadera es, tanto más militante y política se vuelve para quebrantar los infiernos terrenos, sean blancos, negros o verdes, sean ruidosos o callados»[30].
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[1] Xabier Pikaza, Diccionario de pensadores cristianos, pp. 521-522. EVD, Estella 2010.
[2] «En 1979 años experimenté personalmente la Inquisición bajo otro papa [Juan Pablo II]. La Iglesia me retiró el permiso para la enseñanza, pero aun así mantuve mi cátedra y mi Instituto (que quedó segregado de la Facultad Católica», H. Küng, La iglesia católica, p. 14. Mondadori, Barcelona 2002.
[3] Victorino Pérez Prieto, La inmensa obra teológica de Hans Küng, https://www.religiondigital.org/el_blog_de_juan_jose_tamayo/Hans-Kung-Teologo-frontera-lealtad_7_2330236957.html
[4] Enrique Somavilla RodríguEz, «Hans Küng, teólogo del siglo XX», Estudio Agustiniano, 58 (2022), 537-576.
[5] H. Küng, Libertad conquistada. Memorias. Trotta, Madrid 2003.
[6] Küng, Humanidad vivida. Memorias, p.101. Trotta, Madrid 2014.
[7] Küng, Libertad conquistada. Memorias, p. 176. Trotta, Madrid 2003.
[8] «Barth ha hecho de nuevo de la teología protestante, incluso para nosotros católicos, un serio y evangélico interlocutor. Y, al mismo tiempo, con esta protesta, ha despertado a muchos católicos: su palabra profética, plasmada asimismo en la Dogmatik, se escuchó también en nuestra Iglesia… y él mismo se asombraba de lo bien que era escuchada». Küng, Verdad controvertida. Memorias, p. 141. Trotta, Madrid 2009.
[9] «En el otoño de 1953 aprovecho los dos últimos años para asimilar muy a fondo el conjunto de la obra de arte bathiana, que alcanza casi 9000 páginas. ¡Nada de fatiga; un placer intelectual y una experiencia espiritual! Porque de ese modo puedo recorrer entero el amplio y bien estructurado pensamiento teológica de Barth y al mismo tiempo las grandes tradiciones cristianas, especialmente la luterana y la reformada, y obtener información y orientación básicas sobre las controversias teológicas importantes del siglo XX». Küng, Libertad conquistada. Memorias, p. 165.
[10] Id., p. 180.
[11] H. Küng, La justificación según Karl Barth. Estela, Barcelona 1960.
[12] Küng, Libertad conquistada, pp. 187-188.
[13] Küng, Verdad controvertida. Memorias, p. 99. Trotta, Madrid 2009.
[14] Id., p. 140.
[15] Küng, ¿Vida eterna?, p. 221. Cristiandad, Madrid 1983.
[16] Id., p. 220.
[17] Id., p. 220.
[18] Id., p. 222.
[19] Id., p. 223.
[20] Id., p. 225.
[21] Id., p. 224.
[22] Id., p. 227.
[23] A. Ropero, El Misterio de la Salvación, libertad y condenación. Visión anglicana del infierno, https://www.lupaprotestante.com/el-misterio-de-la-salvacion-libertad-y-condenacion-vision-anglicana-del-infierno-alfonso-ropero/; El Triunfo del Amor. El infierno en Hans Urs von Balthasar, https://www.lupaprotestante.com/el-triunfo-del-amor-el-infierno-en-hans-urs-von-balthasar-alfonso-ropero/
[24] Id., p. 229.
[25] Id., p. 237.
[26] Id., p. 235.
[27] G. Greshake, Más fuertes que la muerte. Lectura esperanzada de los «novísimos», p. 135. Sal Terrae, Santander 1981.
[28] Id., p. 125.
[29] Küng, ¿Vida eterna?, p. 238.
[30] Jürgen Moltmann, Umkehr zur Zukunft (Regreso al futuro), p. 84. Siebenstern-Taschenbuch-Verl., Munich 1970.