Posted On 04/10/2024 By In Antropología, Opinión, portada With 187 Views

¡Buenos días miss I.A…! ¿Una nueva forma de enseñar? | Ramón A. Pinto Díaz

«La inteligencia es un accidente de la evolución, y no necesariamente una ventaja.»
Isaac Asimov.

 

 Un accidente evolutivo.

Uno de los grandes misterios de nuestra existencia se encuentra en el surgimiento de la inteligencia.  Hubo un momento crucial e impreciso en la evolución de la raza humana, en que nuestros antepasados se diferenciaron gradual y considerablemente de otras especies homínidas al manifestar una facultad especial.  De algún modo inusual, comenzaron a ser consientes de su  propia existencia,  comprendiendo que eran parte de un entorno mucho mayor.  A través de la experiencia, aprendieron a intervenir conscientemente su medio, lo que les permitió llevar a cabo transformaciones  que resultaron en su propio beneficio.

A esta peculiaridad humana se le ha llamado de muchas formas a lo largo de la historia: mente, razón e inteligencia entre otras; pero es recién ahora, a través de la revolución de la biología y neurociencias, que se está comprendiendo en mayor medida el funcionamiento de nuestro organismo, y en especial, del cerebro y el sistema neurológico.  La humanidad demoró siglos en adquirir lo que hasta la mitad del siglo XX se conocía del cerebro y su funcionamiento; sin embargo, ha tomado décadas sobrepasarlo holgadamente con los nuevos descubrimientos que se han hecho. Hoy sabemos mucho más de la comprensión de la inteligencia y su relación con el entorno. Esto ha significado la deconstrucción de los actuales paradigmas de individualidad y sociabilización. Y con toda seguridad seguirán cambiando, ya que esto está  lejos de acabar, pues según los expertos, esta revolución no ha llegado a su clímax, por lo que falta mucho por descubrir.

En paralelo, la humanidad se ha encontrado en un nuevo momento crucial de su historia, pues creyendo reunir la suficiente capacidad tecnológica, ha emprendido el desafío de emular los elementos de su entorno que naturalmente le han sido de utilidad para su desarrollo general. Ha  contemplado su medio, y de este modo, ha perfeccionado aquello que por su condición orgánica posee limitaciones físicas. Esto no es reciente,  y podemos verlo claramente desde los inicios de la revolución industrial. Desde ahí, hemos imitado el vuelo de las aves, el nado de los peces, el desplazamiento de los insectos; sin olvidar la imitación de la resistencia de la tela de araña, las  peculiaridades de las escamas del mundo acuático, y entre muchas otras cosas, la ingeniería estructural de las abejas. En ese camino de perfeccionamiento, se ha visto a sí mismo y se ha atrevido a más.  Recrear los elementos de su propia existencia humana.

Hoy estamos en una suerte de carrera por alter ego artificial. Brazos robotizados para fines industriales,  prótesis inteligentes, equipamiento que reemplaza el funcionamiento de órganos. Son solo algunas muestras de esta revolución tecnológica que pareciera que no tiene fin. Sin embargo, todo esto solo da cuenta que la apuesta y meta es bastante más alta, quizás mucho más próxima a las arenas de la ciencia ficción que a la realidad presente. Un mundo que antes parecía estar a siglos de distancia temporal, y que ahora parece estar anotado en nuestro propio calendario.

En la actualidad, el mayor desafío que tiene la tecnología es transitar a la par con las neurociencias, ya que a medida que se comprende mejor el funcionamiento de nuestra mente, se puede atrever, cual Prometeo moderno, a replicar el intrigante funcionamiento cerebral. Y si eso no fuera suficiente, no se detendrá en ello, pues desea perfeccionarlo y quizás en un futuro indeterminado, también superarlo. Esta ambiciosa empresa biológica y tecnológica, es la que acompañará el avance de nuestra sociedad por los siguientes siglos, y solo en el futuro los historiadores podrán señalar cuándo realmente comenzó esta nueva era; la era de la Inteligencia Artificial.

La era de la I.A.

Desde hace más de ochenta años los teóricos han escrito y anticipado sobre esta revolución tecnológica. John von Newmann, Jack Good, Alan Turing;  a quienes se sumaron autores de ciencia ficción, tales como H.G. Wells, Isaac Asimov y Aldous Huxley.  Todos ellos, desde sus campos de trabajo y oficios,  llevaron su imaginación más allá de lo real y cotidiano, tomando los progresos que en aquella época tenía la ciencia y tecnología, y proyectándolo al avance que podrían lograr en un futuro relativamente próximo.  Concluyeron que el ser humano llevaría su capacidad creativa a tal nivel, que la tecnología superaría con creces las competencias humanas, y se elevaría con tal potencial, que no tendría límites respecto a sus aspiraciones más profundas, ideando todo aquello necesario que le permitiría incrementar su progreso tecnológico.

En este contexto, como si de un nuevo accidente evolutivo se tratara, progresivamente los avances tecnológicos nos han llevado al surgimiento de la era de la Inteligencia Artificial (I.A.). Y nos ha acaparado en todos los usos y aplicaciones que utilizamos diariamente de la Internet. Servicios de atención al cliente robotizados; softwares que nos facilitan la vida; reconocimiento de voz;  identificación de personas; aplicaciones médicas; asistencia de conducción;  y un largo y extenso etcétera.

Y aunque pareciera que los últimos desarrollos han surgido en cosas de meses, como buena historia de ciencia ficción; todos estos avances han sido el resultado de varias décadas de trabajo, a base de prueba y error vale decir, y con una cuota gigante de retroalimentación con nuestra actividades diarias. Los contenidos que hemos consumido desde los inicios de  Internet, nuestros hábitos de compras, los lugares que visitamos, nuestros gustos más discretos y sutiles; toda esta información  y mucha más, ha sido utilizada como data de aprendizaje  para entrenar el desarrollo de diferentes tipos de  I.A.

Chatgpt, mediática inteligencia generativa de contenidos conversacionales; Waymo y Tesla, en sus servicios de asistencia de navegación; Deep L, potente traductor de textos; Netbase Quid; Microsoft Copilot, los recientemente lanzados Meta AI y Google AI, y cientos de otros software,  han sido alimentados con miles de gigabytes de datos para ser entrenados, y ofrecer como respuesta,  el resultado probabilístico de sus procesamientos, sirviendo como información para nuevos desarrollos de  productos, servicios y experiencias para la vida moderna.

No obstante, lo que actualmente llamamos Inteligencia Artificial,  está aún lejísimo de lo que teóricamente se entiende por ello. Y mucho más lejos del objetivo final que podría alcanzar esta tecnología: aquel ente artificial que pudiera interactuar con nosotros en total y plena autonomía de sus actos (agencia),  respondiendo nuestras preguntas más complejas y contradictorias,  sugiriendo soluciones más creativas que las nuestras, para problemas que nos parecen muy difíciles de resolver. Una Inteligencia Artificial General (IAG), completamente evolutiva, que pueda ayudarnos en todo lo que pensamos,  e incluso en aquello, que no pensamos.

Algunos investigadores de I.A. de la talla del profesor Phil Hubands, señalan que lo que hoy entendemos por Inteligencia Artificial, está aún en sus primeros pasos, por lo que estima que no estamos a menos de 500 años del desarrollo de una I.A. plenamente autónoma, y que  salvo alguna genialidad creativa que nos impulse abruptamente a esa realidad, se ve muy lejos en el horizonte tecnológico una I. A. G. Todo parece indicar que vamos en esa dirección,  solo es cuestión de tiempo y mayor desarrollo tecnológico.

No todo es artificial

Pero ese nivel de desarrollo no depende solo del esfuerzo del creativo e investigador tecnológico, sino que también requiere del avance en otras ciencias. No podemos llegar a una Inteligencia Artificial avanzada, si antes no comprendemos en profundidad cómo funciona el cerebro humano. Puesto que es el único sistema observable que nos puede  enseñar acerca de las estructuras físicas u orgánicas, que de modo aún no comprendido, generan la inteligencia humana. Por lo que hay una barrera científica de por medio, que debe ser resuelta previamente, para no avanzar a ciegas en un camino sin rumbo prestablecido.

Un ejemplo de esta relación, lo tenemos en el desarrollo de robots con IA que pueden «aprenden tareas». Esto ha tenido un gran avance luego del descubrimiento  y estudio de las neuronas espejos, grupo neuronal clave de nuestro cerebro, a través de las cuales se explica la capacidad de algunos seres vivos, de aprender nuevas acciones por observación  e imitación. Este trabajo de finales del siglo XX, liderado por el doctor Rizzolatti, ha derivado en otras y nuevas investigaciones. Comprensión de la condición de espectro autista (TEA), patologías neurológicas, incluso comprensión de los patrones de conductas sicópatas. Es así, como podemos vincular procesos cerebrales con acciones complejas, diversas y/o dañinas. Pero éste junto a otros descubrimientos son considerados  «apenas arañazos en el conocimiento del cerebro». Por lo que debemos esperar que los avances en I.A. vayan de la mano con las neurociencias, en una suerte de baile, una acompañará a la otra.

I.A. ¿La nueva aula?

Por lo tanto, debemos aterrizar  lo que realmente es hoy la I.A, despojada de los excesos de entusiasmo y millonarias campañas publicitarias. Y de aquello que quede, poder preguntarnos honestamente, de qué modo nos relacionaremos con esta nueva tecnología y qué aspectos de nuestras vidas estaremos dispuestos a cambiar.

En este sentido, el psiquiatra y hippie Warren Brodey nos abre los ojos, y nos advierte de algo profundamente relevante. Nos recuerda que muestra inteligencia por esencia, es ecológica, vale decir, surge de la interacción con su entorno. Por tanto, todo elemento tecnológico que el ser humano tenga a su alcance,  debe tener como objetivo,  maximizar la experiencia cognitiva. En palabras de una ética (ethos) de Inteligencia Artificial, la I.A. no debería tener como fin último reemplazar al ser humano en sus labores y desarrollo cotidiano,  sino por el contrario, debería ser el medio para la facilitación de su experiencia de vida, haciéndola mucho más profunda y pedagógica.

Por lo que enfocándonos en los potenciales usos pedagógicos de la I.A., se hace relevante enfatizar como en toda nueva tecnología que está aún en desarrollo, que debe ser abordada con cautela, pues como ha pasado con tecnologías del pasado, no hay tecnologías buenas o malas, sino buenos o malos usos. Y esto no es excluyente de los usos académicos,  pues si ocupamos herramientas de I.A., para que nos explique una materia escolar que no conocemos, sin duda será un buen uso. Pero si por el contrario, delegamos en ella, nuestro desarrollo cognitivo,  estaremos en serios problemas,  en palabras de Mariano Sigman, entraríamos en una fase de sedentarismo intelectual.

No hay que ir muy lejos para ver cómo la calculadora nos ha desincentivado el uso de nuestras capacidades mentales para realizar operaciones matemáticas,  una simple suma; o el corrector ortográfico – gramatical, que nos ha vuelto dependientes para estructurar una buena comunicación escrita.  O confiar a ciegas, en las fórmulas matemáticas de las planillas electrónicas, tipo Excel. De  estos ejemplos cotidianos hay muchos, y a escalas empresariales y gubernamentales más aún. Por esto podemos inferir que la I.A., puede verdaderamente volverse un peligro en el proceso de aprendizaje escolar,  en cualquiera de sus niveles, desde la sala de cuna hasta los posdoctorales.

Por otra parte, si escuchamos a Brodey, y hacemos de la I.A., una extensión privilegiada de nuestra experiencia pedagógica,  los resultados de aprendizaje, pueden ser realmente sorprendentes.

¿No fueron experiencias parecidas con softwares como Encarta, enciclopedia interactiva, o Google Earth, que nos han facilitado enormemente la comprensión del conocimiento de cultural general y de geografía? ¿No han sido software como Word, Excel, PowerPoint, incluso el avanzado Python, o el sociable Zoom, herramientas que nos han simplificado la vida académica?

Del mismo, modo, la IA, paulatinamente se está vislumbrando como una experiencia que nos facilitará en el contexto de estudios, la experiencia de aprendizaje.

¿Un colegio virtual?

Ya son bastantes los estudios de campo que han abordado el desafío de identificar los elementos centrales en los que la I.A. hoy puede ser un actor relevante.

Una de las características centrales de la I.A. es la identificación de patrones en los datos de entrenamiento que se le suministra. Es decir, se le programa para distinguir los aspectos relevantes, de los secundarios, en la información que recibe. En el ámbito de la educación, esto ya se ha comenzado a implementar para analizar la elección de clases, materias de estudios, calificaciones y hasta actividades extra programáticas de los estudiantes. De estos análisis, la I.A. sugiere la elección de nuevas asignaturas, otras materias a aprender y la elección de casas de estudios para ciertas especializaciones. Por otra parte, a profesores les permite distinguir las materias con mayor facilidad de comprensión, y en cuales es recomendable modificar el método de enseñanza.

En el caso particular, de los modelos de análisis de aprendizaje, la I.A. introduce el aprendizaje automático, un sistema de estudio que se adapta al nivel de conocimiento del estudiante, y en base a sus progresos, sugiere, refuerza o adelanta las materias de estudio. Este tipo de sistema, se propone como una solución efectiva, a las grandes brechas educacionales provocadas por vulnerabilidades sociales, precariedad económica y/o aislamiento geográfico.

Otra de las herramientas de análisis de aprendizaje basada en la IA, es el aprendizaje por competencias, el que tiene como objetivo predecir aptitudes académicas específicas, respecto al desarrollo de ciertas áreas académicas. No obstante, probablemente la más importante función que se le propone hoy, es anticipar la deserción escolar. Lo que permite adoptar medidas a tiempo para reforzar el proceso de aprendizaje en estudiantes vulnerables.

La minería de datos por su parte, promete ser el gran aliado de los estudiantes, al permitir la completa personalización del aprendizaje a cada alumno. Integrar los conocimientos básicos comprobables del estudiante, su ubicación geográfica y entorno social , sus aspiraciones profesionales y sus motivaciones de vida. Esto le permitiría avanzar paso a paso a lo largo de toda su formación estudiantil, en base a sus propias competencias personales, su ritmo de estudio y sus aspiraciones académicas. Aún resta mucho para que sea una herramienta completa, pero los avances en esa dirección son prometedores.

Son cientos los casos prácticos y experimentales que están desarrollándose a nivel mundial. Y en ese sentido, hay una gran oportunidad, para que esta tecnología sea realmente, un facilitador de la experiencia pedagógica.

La I.A. y la educación pueden tener una relación mucho más profunda que un simple programa que “inventa” ensayos, que nos resumen el contenido de libros o nos ayudan a responder una prueba difícil. Es una posibilidad real y al alcance, para cambiar radicalmente los procesos de enseñanza.

En este sentido, el psicólogo experimental Dan Ariely nos sugiere que con herramientas generativas como ChatGPT, podría volver la oralidad a las salas de clase; ya que permitiría que los estudiantes saquen el mayor provecho de conocimiento de este software, y podrían ser evaluados con exámenes orales, donde puedan explayarse libremente en los contenidos. O bien, si el número de estudiantes es muy grande, probablemente sea el tiempo de volver a las hojas en blanco, y aprovechar de reforzar las bondades neurológicas que promueve la escritura manuscrita, realizando breves ensayos respecto a los temas específicos que han recolectado en Internet y las IA generativas (ChatGPT y otras), entregando reflexiones propias gestadas en el racionamiento individual.

Como nos recuerda nuestro amigo hippie Brodey. La inteligencia Artificial, debe ser más que sentarnos tras una pantalla y responder preguntas individualizadas. La enseñanza es experiencia, sin ella es imposible que haya pedagogía. Ninguna pantalla puede reemplazar esa experiencia basada en nuestros sentidos.

Los desafíos de la educación

Probablemente la educación, gracias a la irrupción de la IA, está pronta a vivir el proceso de transformación más grande en su historia. Pues el gran y más complejo desafío que encontrará será reflexionar acerca de los paradigmas pedagógicos que a ella la sostienen.  A su vez, deberá equilibrar dos corrientes que sin duda intentarán mutuamente dominarse. Por una parte abrirse a utilizar las potentes herramientas que la IA le ofrecerá para profundizar y maximizar el aprendizaje escolar. Y por otro lado, no renunciar a la experiencia pedagógica, sino que en lo posible maximizarla.

Es en la experiencia de los sentidos en que nos encontramos con nosotros mismos y profundizamos nuestra comprensión del medio. Por lo que todo aquello, que sea más que conocimientos generales o específicos, y que impliquen una experiencia tangible, recaerá en las competencias de las instituciones educacionales.

El paradigma educacional ya no será que las instituciones provean conocimientos ni herramientas de conocimiento,  pues todo ello lo podrán encontrar en la omnipresente internet, potenciada por la promisoria IA. Sin embargo, el desarrollo y aprendizaje de los procesos creativos,  inherentes a nuestra humanidad,  no serán al menos por un buen tiempo,  delegables a la IA. Por lo que solo la humanidad podrá perfeccionarse en lo referente a la creatividad, desde lo artístico hasta la resolución de problemas.

Este repensar la academia, es muy consistente con las proyecciones de lo que será el futuro profesional de las próximas generaciones. Cada día disminuirán más los puestos de trabajo de funciones repetitivas, predecibles y completamente automatizables. La IA ya destaca por su alto poder de integración en automatización de procesos que antes hacían personas. Y esto, no solo alcanza a líneas industriales o fabriles,  sino también alcanza a rubros que antes se pensaba imposible de reemplazar por un ente artificial.  Ha salido de conocimiento público,  como sistemas de IA, generan documentos legales, desarrollan programas informáticos de mediana complejidad, e incluso redactan una novela.

Si bien se entiende que estas acciones no son creación de la IA, sino más bien compilaciones relativamente complejas que extrae de sus bases de datos, incluida Internet; podemos afirmar que tarde o temprano,  toda actividad que pueda ser reproducida por una serie de algoritmos informáticos,  será candidata a ser reemplazada por un desarrollo de IA.

Esto da urgencia, a que la educación sea el vehículo que impida que la humanidad caiga en una trágica obsolescencia programada, pues en la carrera por hacer las cosas más rápida y mejor, antes de partir, la IA habrá llegado a la meta. Pero en la capacidad creativa, artística y solucionadora de problemas, y por qué no decirlo, contempladora de su existencia,  la humanidad no tiene competencia. Por lo esta puede ser la oportunidad de volver a las raíces más honestas de nuestra verdadera esencia. Creativa y trascendente.  Por lo que, no estamos frente a una amenaza,  sino ante una gran oportunidad.  Pues, curiosamente, este camino de alto desarrollo artificial,  podría ser el camino impensado para volver a nuestra profunda humanidad.

Nuestro privilegiado cerebro, tiene la valiosa facultad de pensar su forma de pensar (metacognición) ,y ello le pone en una aventajada posición respecto a toda creación humana.  Pero será la altura de nuestras decisiones, y su valor moral, las que marcarán el camino que nuestra sociedad tecnológica finalmente tomará. Una economía basada en IA, que resuelva los problemas de toda la sociedad;  o una nueva herramienta,  que aumentará mucho más la brecha existente entre privilegios y vulnerabilidades.

En todo, y para todo, la educación puede ser el motor de los cambio necesarios, o bien,  el muro de contención que frene los excesos que algunos quieran imponer sobre las mayorías u otras minorías.

Todo está por verse, mientras tanto, no desatendamos las lúcidas palabras de Rainer María Rilke.

Todo lo adquirido lo amenaza la máquina, en la medida
en que se envalentona a estar en el espíritu en vez del obedecer.

Para que la vacilación más bella de la mano maravillosa

no luzca más corta ella para la más decidida construcción más tiesamente la piedra.

 En nada queda atrás, para que ni una vez le escapemos
y aceitándose se pertenezca a sí misma en la silenciosa fábrica.

Ella es la vida, – y cree saberlo mejor,
ella, la que con igual decisión ordena y crea y destruye.

Pero todavía nos está encantada la existencia; en cien

 lugares es aún origen. Un jugar de fuerzas puras
que nadie toca sino quien se hinca y admira.

 Palabras aún se desvanecen tiernamente ante lo indecible…

Y la música, siempre nueva, con las piedras más tambaleantes,

 construye en el espacio inútil su casa divinizada.

 Soneto X, Sonetos a Orfeo.

 No dejemos que la máquina termine adentrándose en el espíritu, probablemente eso es hoy, el mayor riesgo que corre nuestra existencia.

Afectuosamente.

Ramón A. Pinto Díaz
Papá de Josefa.
Septiembre 2024.

Ramón A. Pinto Díaz

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