Posted On 18/10/2024 By In Opinión, portada With 324 Views

Cosmología física y religiosa | Jaume Triginé

La transición teológica, iniciada en el seno del protestantismo liberal, hace ya más de dos siglos, comporta la necesidad de reinterpretar muchos conceptos tradicionales de la fe a la luz de los nuevos postulados sugeridos por teólogos como John Arthur Thomas Robinson, Paul Tillich o las grandes intuiciones de Dietrich Bonhoeffer. Sin este esfuerzo, difícilmente se puede erradicar una cierta confusión cognitiva al coexistir, en los nuevos enunciados, imágenes teístas tradicionales que los nuevos enfoques pretendían superar.

No es fácil transitar de las imágenes antropomórficas (tanto físicas como psicológicas) de Dios, en las que hemos sido educados muchos de nosotros, a las de la inmanencia que sugieren las palabras de Pablo: «Dios no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos». No es lo mismo pensar en algo o alguien que mora en el cielo de las cosmovisiones del mundo antiguo que experimentar su realidad en nuestra propia existencia. Es cierto que se trata de un giro de ciento ochenta grados, pero, como expresa Fray Marcos Rodríguez: «nuestra obligación es ir estrechando la distancia entre nuestra idea de Dios y la Realidad inalcanzable, sabiendo que la identificación será siempre imposible.»

Parte de esta depuración de nuestras proyecciones, sólo será factible en la medida en que otorguemos nuevos significados a los términos que empleamos para referirnos a Dios, como son las expresiones calificativas o atributos que tradicionalmente hemos empleado. Hans Küng, en relación con los términos asociados a la divinidad en el Credo, indicaba: «Nada de lo que expresan estas palabras (“Padre”, “Todopoderoso”, “Creador”) es obvio hoy en día: Cada una de ellas necesita ser explicada, traducida a nuestro tiempo.»

Sin ninguna duda, una de las ideas más arraigadas es la de Dios como creador de todo cuanto existe. Sin demasiado rubor ni reflexión científica se afirma que antes del Big Bang Dios existía, como condición de posibilidad de un futuro universo y que de la nada creó (término teológico que no científico) cuanto existe. Nos preguntamos: ¿resisten hoy estas afirmaciones los descubrimientos contrastados de la ciencia actual?

No es fácil la respuesta a la pregunta por el origen último del mundo y del hombre. ¿Qué había antes de la explosión que dio lugar a la expansión del universo? es un interrogante que nos acompaña y para el que no tenemos respuestas definitivas. Algo análogo sucede con la pregunta filosófica: «¿Por qué hay algo y no, al contrario, nada

Citamos de nuevo a Fray Marcos: «Se hace muy difícil mantener la idea de Dios creador como la hemos entendido. Un Dios que existía sin que no hubiera nada más que Él nos lanza a la idea de un Dios ser concreto y definido que puede estar ahí independientemente de la realidad creada.» La comprensión de Dios por parte de la teología actualizada, a la que hacíamos referencia al inicio, nos aleja de la idea de un Ser o Ente trascendente (en el sentido de externo al mundo), propio de las cosmovisiones anteriores a la modernidad. Los descubrimientos de la Astrofísica nos han hecho abandonar la imagen de Dios morando en un cielo metafísico que no tenemos donde ubicar. La Física, al descubrir las leyes de la naturaleza y las relaciones causales, nos explica muchas de las cosas que antaño atribuíamos a la divinidad, sean catástrofes naturales o una pandemia.

La afirmación que Dios ha creado el mundo de la nada, tampoco es un enunciado científico. En este ámbito, parece generarse un consenso en torno a la imposibilidad que de la nada pueda surgir algo. Que más bien estamos hablando de algo que no podemos percibir, pero no de la nada absoluta. Davi Jou, católico y catedrático de Física de la materia condensada, describe este algo en estos términos: «cuando la física se aproxima a la exploración de los orígenes pone en duda la causalidad: la incorporación de la física cuántica a la cosmología abre la sospecha de que no hay un solo universo, sino muchos universos que van surgiendo como fluctuaciones aleatorias de un vacío cuántico primordial. […] indiferenciado y enigmático.»

 ¿Tiene sentido, pues, continuar empleando la expresión Dios creador? Si el concepto de creación nos remite a las pinturas de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina la respuesta es negativa. A la luz de las aportaciones científicas, no parece que se haya producido este “momento”, por llamarle de algún modo, en la que un ser, que existía sin que hubiera nada más, creara ex nihilo toda la realidad. En los últimos años diversos investigadores, si bien de modo teórico, pero apoyándose en diferentes modelos cosmológicos, intentan una aproximación a lo que había antes del Big Bang (teoría de las cuerdas, inflación caótica, vacío cuántico primordial…).

Si la respuesta se circunscribe al ámbito teológico, la respuesta puede continuar siendo positiva si no elevamos a categoría fáctica un relato que explicaba de manera mítica los orígenes del universo en ausencia de metodología científica. Conviene recordar que la cosmología física se pregunta por el cómo y el cuándo empezó el universo, por su estructura, su extensión… La cosmología religiosa se plantea el porqué de su existencia, su sentido… Por lo tanto, es posible (incluso necesario) continuar hablando de Dios mediante símbolos, analogías, metáforas…, propios del lenguaje religioso, desde la plena consciencia que nuestro hablar de lo divino será siempre limitado y procurando explicar estas figuras del lenguaje a la luz de los conocimientos científicos alcanzados.

Es posible hablar de Dios creador en la medida en que procuramos acercar el registro científico y el religioso, empezando por la propia imagen divina; se trata de entender la creación -de nuevo Fray Marcos- «como una manifestación del ser de Dios que se mantiene como fundamento de todo lo que existe»; palabras que nos remiten a la teología de Paul Tillich al entender a Dios como «fundamento último de la realidad

Unas palabras finales de John Shelby Spong: «Los cristianos del siglo XXI debemos enfrentar estas cuestiones abiertamente y con honestidad. No tenemos alternativa si queremos seguir siendo creyentes en este mundo postmoderno.» Es la forma de evitar la esquizofrenia a la que hacíamos referencia al principio.

 

Jaume Triginé

Jaume Triginé

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