Roldán, A. (2024). Pensar (a) Dios desde la Filosofía y la Teología. Clie
¿Se puede pensar a Dios? ¿Cómo se puede pensar a Dios? ¿Qué es “pensar” a Dios? ¿Es necesario “pensar” a Dios en la era de la comunicación instantánea, en tiempos de valoración de las emociones como fuente de saber? ¿Hay todavía quien/es crean que “pensar” y “pensar a Dios” es todavía un ejercicio válido —o incluso más— indispensable?
Las preguntas se proyectan ni bien una tiene en sus manos el libro de Alberto Roldán, cuyo título dispara a quemarropa sobre la inercia de una religiosidad superficial y narcótica que pareciera ser la regla en estos tiempos líquidos donde todo, hasta el pensamiento, se desvanece en el aire.
El arte de tapa remeda —en sepia— el pizarrón de un científico afiebrado que llena con fórmulas y palabras, símbolos, números y flechas su ansia de de-velar su desvelo: de correr por fin la cortina de alguna verdad inasible que se persigue con tesón.
Pensar (a) Dios lleva la “a” entre paréntesis. A un golpe de vista casi parece una “@” (¿cómo es pensar a Dios en estos tiempos de hipertecnificación? ¿Qué Mundo, qué Hombre, qué Dios, parafraseamos a Juan Luis Segundo, puede (debe) ser repensado a la luz de las nuevas realidades?). Pero esa “a” entre paréntesis dice algunas cosas más: a su izquierda se sitúa el símbolo de la raíz cuadrada. Los paréntesis y el símbolo nos preanuncian, quizás, que tan pronto como traspongamos esa tapa estaremos sumergidos y sumergidas en un análisis con enfoque rigurosamente científico. A través de sus líneas el autor buscará develar el misterio de Dios… O quizás debería decir: el autor buscará exponer el misterio de Dios. Ese misterio que se revela y se esconde, que se muestra y se guarda, que se resiste a las definiciones y las conclusiones, pero siempre se ofrece a la apertura, eludiendo la última palabra sobre sí: Dios, el fenómeno saturado por excelencia, es imposible de ser abarcado.
Una palabra más sobre la “a”: como toda parentética, este sintagma nos permite la posibilidad de elidir lo que está entre signos: “Pensar Dios”, quedaría finalmente. ¿Cómo es “pensar-Dios”? ¿Dios nos piensa? ¿Dios desborda sobre nuestros pensamientos? ¿El misterio no es oscuridad sino exceso de luz que ilumina, pero también enceguece?
Pensar (a) Dios está compuesto por doce capítulos, tres prefacios y un postfacio. Tal como anunciara el título, no será un pensamiento errático sobre Dios, sino que será un pensamiento guiado por la Filosofía y la Teología. Filósofos y teólogos entrarán y saldrán de escena de la mano, contradiciendo décadas de intentos infructuosos de separar (y hasta de contraponer) disciplinas que se solapan, se retroalimentan mutuamente, y se necesitan la una a la otra.
Toda relación con Dios es fenomenológica y toda lectura de la biblia es hermenéutica, pareciera palpitar por la obra de Alberto Roldán, y con estas premisas se lanza a la tarea de pensar a aquel que, dice, suele estar ausente de las elucubraciones teológicas, a pesar de que es el “problema primero”: Dios. Por sus páginas trajina un deseo: decir lo no dicho y repensar lo ya pensado: desarmar y armar, una y otra vez, una y otra vez de forma inagotable, y a la medida del inagotable sujeto del pensar teológico.
San Pablo, Barth, Segundo, Derrida, Schillebeeckx, Nancy, Miguez Bonino, Boff, Alves, Dumas, Marion, Henry, Kant, Hegel, Tillich, Pannenberg, Bonhoeffer, Torres Queiruga, Gadamer, Levinas, Heidegger, Gutiérrez, Zubiri, McFague, Nietzsche, Kung, Beuchot, Kasper, Jaspers, Husserl, Vattimo, Moltmann, Kitamori, Jonas, San Agustín, Calvino, Tomita, Deleuze, Agamben son algunos de una intensa lista de teólogos y filósofos puestos a dialogar en ese pizarrón imaginario repleto de palabras y de fórmulas: pero también Borges, Asturias y otros escritores tan presentes en toda la obra de Roldán. Porque para “pensar-Dios” hay que abrirse a la polifonía, hay que ser capaz de mirar en una paleta policromática, y el autor nos la despliega sobre el lienzo de manera magistral, dando muestras de una intertextualidad pocas veces observada en los textos teológicos clásicos.
En lenguaje accesible, pero con la erudición del “link permanente” hacia otras voces, Roldán va de la poesía a la teología, de la teología a la filosofía, de la poesía a la filosofía o de la teología a la poesía. La teología de Roldán conversa con la cultura, con el cine, con el tango, con la literatura, con la historia, con la política, porque, al ser la pregunta esencial, la pregunta originaria, está a la vez en todos lados y su respuesta solo habrá de componerse buscando “las partes” en cada ámbito.
La teología detrás de la que va el autor no es la del Dios metafísico, inmutable, motor inmóvil, sino la del Dios encarnado y revelado en esa encarnación. Es un Dios que se emparenta con lo humano y, por ello, pensar a Dios es pensar lo humano.
¿Por qué hay tan poca reflexión sobre Dios?, se pregunta Roldán. Básicamente, por tres razones, explica: porque parece algo inasible, puro misterio inaccesible que invita a abandonar la empresa antes de comenzarla, porque en nombre de Dios se han perpetrado las peores atrocidades humanas, o porque algunas imágenes de Dios parecen anacrónicas y desacopladas de nuestra realidad actual.
Por eso Pensar (a) Dios es un libro necesario: el Mysterium Tremendum (que lo es) se hace cercano a través de la revelación:
Hablar de Dios tiene significado hoy siempre y cuando implique una conexión con la humanidad creada a su imagen, porque, como señala Schillebeeckx, nuestra realidad humana debe ser una flecha que señale a Dios y la experiencia de fe en Él. La pregunta por Dios es, de alguna manera, una pregunta por el ser humano en su finitud y no siempre el lenguaje humano es adecuado para expresar a Dios. Por lo tanto, deben os buscar nuevas metáforas para hablar de Dios en una era ecológica y bajo la amenaza nuclear.” (p. 38)
Dios como problema, como realidad ineludible —incluso para quien no cree— reclama nuevas partituras y nuevas gramáticas, y este libro es un intento de ofrecerlas, haciendo un puente hacia lo que Marion denomina “fenómenos saturados” (aquello que excede, sobrepasa, desborda lo que el fenómeno puede mostrar y ser percibido): el rostro, la carne, la autorrevelación en las Escrituras, la Trinidad, la realidad y la historia, la liturgia y la adoración, el Reino y el eschaton.
Como no podría ser de otra manera, el libro se encamina hacia el final a recuperar al Dios que habita en la esperanza o, dicho de otro modo, a la esperanza que habilita pensar a Dios. En un mundo atravesado por el dolor, la desigualdad y la muerte ¿es posible hallar a Dios?: ¿Qué rol le cabe a la iglesia? ¿Qué luz arroja la cruz? ¿Qué salvación podemos esperar?
Pensar (a) Dios no se presenta como respuesta fácil a los temas acuciantes. Con Bonhoeffer, propone la “mayoría de edad” frente a un mundo en aflicción. Para ello, despliega ese abanico de nuevas metáforas entretejidas unas con las otras en una imprescindible presentación.
Para cerrar me permito yo misma proponer una metáfora con la que quisiera recomendar calurosamente el libro de Roldán: solo es posible pensar (a) Dios reescribiendo las notas una y otra vez, dibujando los signos sobre la partitura de múltiples maneras, ensayando melodías y ejecuciones, con diferentes instrumentos y estilos.
La orquesta está preparada en las páginas de Pensar (a) Dios: bienvenidos y bienvenidas a la sinfonía.
Eliana Valzura