Esa noche papá os leyó un cuento y os cantó una canción. No os costó demasiado quedaros dormidas, quizás, inconscientemente elegisteis corred rápido hacia vuestros sueños antes de la pesadilla que aconteció con los ojos abiertos.
Días atrás desde la ventana, mirábamos los árboles que se alzaban majestuosos a la orilla del rio, nos contaban sobre las estaciones, desprendían sus hojas confirmando un año más que llegaba el otoño, el mes de vuestro cumpleaños. Esa noche, desde esa misma ventana, el rio parecía crecer, vimos como el agua comenzaba a cubrir la huerta ¿os acordáis? Allí donde una vez plantamos lechugas, fresas y alcachofas. Papá bajó a cambiar el coche de aparcamiento —por si acaso— pensamos. Apenas fueron unos minutos, quizás segundos. Allí
donde hace un momento estaba el coche ahora sólo había agua, una corriente enorme de agua marrón traía cañas y maleza y arrastraba todo a su paso.
Sonó un golpe fuerte, la torre de luz que abastecía nuestro edificio se partió en dos, la fuerza del agua la había tirado abajo como si fuera mantequilla. Se apagaron las luces. Llegó la oscuridad. Allí estábamos papá y yo, temblando de miedo. Hoy lo sé, no solo temblábamos nosotros, no solo era nuestro miedo, era el miedo de nuestra ciudad, esa noche la ciudad de la luz se convirtió en la ciudad del barro.
La noche fue larga, apenas pudimos pegar ojo, vosotras dormíais hasta que las alarmas de alerta por lluvias en nuestros móviles volvieron a sonar por la mañana. Despertasteis y allí nos encontramos de nuevo, frente a nuestra ventana, tratando de explicaros lo vivido. No hicieron falta demasiadas palabras, vuestros propios ojos lo podían ver, el agua seguía corriendo con fuerza.
Nuestra casa estaba a salvo, pero aún ignorábamos lo que ocurría en otras casas, en otras calles, en otros garajes donde el agua marrón arrasó con todo.
El barro de hoy es una enseñanza para el mañana, dura y difícil de asumir, pero debe servir para algo más, no puede ser en vano. El dolor trae siempre aprendizaje, crecimiento, propósito, porque no nos aferramos a esta realidad. La historia del barro nos grita bien fuerte que este mundo esta roto, manchado, corrompido. Pero no, no solo es eso que vemos a primera vista. Hay mucho más. Ese mucho más se llama esperanza. La esperanza que hace más llevadero el dolor cuando es acompañado, la esperanza de compartir un tiempo barriendo
juntos para achicar agua por amor a nuestros iguales. Hemos sido receptores y dadores de esperanza, y eso nadie nos lo quita, hemos visto la esencia del amor más puro en medio del caos.
El camino no es fácil, mis preciosas chiquitinas, habrán nuevas tormentas y quizás un día el barro no se quede solo a los pies de casa, quizás regrese la oscuridad o el agua cale hasta el alma. El miedo, la rabia o la tristeza os invadirán y las preguntas sin respuestas se amontonarán ¿Dónde está Dios en medio del caos? Confiad, las grandes certezas serán la medicina que sanará las heridas. Él no está lejos ni distante, está cerca, con los pies llenos de barro y el corazón encogido, como nosotros. Sí, esta es una historia de barro, pero también de un
ancla firme y un lugar seguro para nuestra alma, en los brazos de nuestro creador.
Recordadlo bien mis pequeñitas, llegará el día, el agua se secará y el barro desaparecerá, los árboles nos contarán de nuevo sobre las estaciones y podremos admirar el arcoíris. Volverán los días de paz, siempre vuelven, porque no hemos sido creados para andar desamparados.
Para mis chiquitinas
Y para todos los niños y niñas afectados por La Dana.
Dios está cerca.
“…Está cerca de todos los que lo buscan; de los que lo buscan sinceramente”.
Salmos 145:18
Eva Delás
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