A quienes siguen esperando con porfía
El pueblo que andaba en la oscuridad
ha visto una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombra de muerte
una luz ha resplandecido. […] Porque nos ha nacido un niño,
se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros y se le darán estos
nombres: Consejero Admirable, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz
Isaías 9, 2.6
Adviento, tiempo de espera, de abrirse para recibir aires nuevos, brisa de paz que calma el
dolor, refresca el alma y fortalece el espíritu. Pero una vez más, y no será la primera, el
adviento de Jesús nos encuentra en un mundo en guerra. Guerras y rumores de guerra.
Guerras reales, con cientos de miles de muertos, millones de exiliados. Guerras simbólicas,
con mensajes de odio, prejuicios, agresiones cotidianas, un clima de violencia que se
expresa en muchas formas, también en el lenguaje de líderes políticos, en la total falta de
respeto por quienes piensan, sienten, creen o viven de una forma diferente.
Y justamente allí donde nació Jesús, una guerra genocida mutila las vidas de niñas y niños,
amenazadas por los Herodes de turno que siembran el terror buscando asegurar su poder. Si
los sabios del Oriente miraran hoy al cielo, ya no encontrarían la estrella de Belén sino el
surcar de drones y misiles. En lugar del canto de los ángeles escucharían el retumbar de las
bombas y los cañones. El paso de los pastores se ve bloqueado por el asedio permanente
que aísla a la población, que impide la llegada de alimentos y medicamentos, que
desabastece hospitales, negando a las familias el derecho a una vida digna.
Las potentes voces de los medios masivos, y de las redes que justifican todo, nos estimulan
al consumo, al individualismo, al egoísmo del ‘arréglate como puedas’. Y si fracasas, es por
tu culpa. Es que la idolatría del dinero, un dios sin ateos quiere ganar la partida. La
competencia despiadada va desplazando al servicio mutuo como relación fundamental entre
los seres humanos.
La solidaridad, esa forma social del amor al prójimo que constituye el principal
mandamiento, es desacreditada como debilidad, como despilfarro. Las mismas iglesias caen
en ese juego, con las teologías de la prosperidad, de las recompensas divinas, del mérito
como salvación, con la jerarquización del poder del dinero. El ‘vende lo que tienes y da a
los pobres’ ha sido borrado de nuestras biblias. El Dios de la vida, de la gracia y del perdón,
de la misericordia hacia el sufriente, solo queda para las espiritualidades individualistas,
para consuelo de los perdedores.
Una criatura que nace del pueblo es señal de esperanza en medio del dolor. Hoy como ayer,
como en aquella primera Navidad, el mensaje de esperanza llega desde la debilidad, desde
lo marginal. Es ese Jesús que nace en un establo, que lo primero que ve aparte de su
familia, es esa creación hoy amenazada por la ‘corrupción de la vanidad’ y que espera la
manifestación de la liberación gloriosa de los hijos e hijas de Dios, como escribió San
Pablo. En Belén comienza un camino que conoce la cruz, pero que culmina en la
Resurrección, confirmando la promesa del Reino de Dios.
La fuerza del Espíritu, ayer y hoy, sigue levantando personas que dan testimonio fiel, que
ponen sus vidas y fuerzas en la acción de amor, en la proclamación humilde y cotidiana de
ese Reino y su justicia. Es el camino que se nos invita a recorrer, con gozo y confianza,
como comunidades de fe, como profetas de esperanza, para volver a traer ese mensaje de
adviento a este mundo en guerra, cantando junto con los ángeles: ¡Gloria a Dios en las
alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con toda la humanidad!
Damos gracias a Dios por cada persona, cada iglesia y cada organismo que da testimonio
vivo de la esperanza que nos mueve y nos convoca. Nos preparamos para trabajar juntos y
juntas en el 2025, en favor de un mundo más sano, justo y solidario.
La Red CLAI les desea un bendecido tiempo de adviento.
Comité Movilizador Mesa de Reflexión Continental
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