Posted On 10/07/2006 By In Libros, Teología With 4482 Views

La teología indecente de Marcella Althaus-Reid

 LA TEOLOGÍA INDECENTE, DE MARCELLA ALTHAUS-REID: UN LIBRO EXPLOSIVO, ANTISOLEMNE, (DE)CONSTRUCTIVO (I)

Como bien anuncia y apunta desde el subtítulo, el libro dirige sus baterías hacia varios blancos, simultáneamente, pues su autora manifiesta una postura iconoclasta hacia esos puntos específicos: el sexo, el género y la política, en su tejido social e ideológico. La introducción esclarece muy bien los objetivos del análisis, pues la cita de la escritora mexicana Josefina Estrada trae a la luz la metáfora que preside todo el libro: se trata de hacer teología desde las mujeres que no usan ropa interior. Esta actitud provocadora inunda cada página y se hace sentir fehacientemente.

Las preguntas iniciales son contundentes: “¿Debe la mujer llevar bragas en la calle o no? ¿Debe quitárselas, digamos, cuando decide acudir a la iglesia, como recordatorio más íntimo de su sexualidad en relación con Dios?” (p. 11). Desde esa postura, la teología, efectivamente, se vuelve indecente, pero no en el sentido convencional de la palara sino en el de la búsqueda de un desenmascaramiento radical, un ¡fuera ropa!, ¡fuera apariencias!, ¡fuera falsas actitudes liberadoras! Althaus-Reid lanza un reproche a toda la teología reciente y, desde las entrañas de una teología eminentemente contextual (porque la autora bebió dicha teología en sus años de estudiante en el ISEDET de Buenos Aires), sacude el árbol de las creencias cristianas occidentales para dejar el tronco limpio y apreciar sus debilidades y posibilidades.

Situándose en continuidad estricta con la teología de la liberación, plantea una premisa indiscutible que desarrollará hasta sus últimas consecuencias: “Arrancamos del conocimiento de que toda teología implica una praxis sexual y política consciente o inconsciente basada en reflexiones y acciones desarrolladas a partir de determinadas codificaciones aceptadas” (p. 15). Cualquier teología feminista palidece ante la profundidad de las intenciones definidas de esta manera, pues en esencia no busca sólo la reivindicación de un sexo sino que va hasta la raíz del problema: la teología patriarcal ha “contaminado” el núcleo de la fe de las mayorías al casarse con ideologías represivas, absolutistas e irrespetuosas de los matices de la vida humana. De modo que, a pesar de sentirse deudora y continuadora de la teología de liberación, reclama un ahondamiento supremo que en verdad abarque el potencial humano expresado en la sexualidad invasiva, esto es, que define todas las relaciones y prácticas humanas, incluida, por supuesto la religión. Por ello su exigencia es enfática: “la teología de la liberación ha de entenderse como proceso continuo de recontextualización, ejercicio permanente de honda dubitación en teología” (p. 17).

Por todo ello, la teología indecente no intenta demoler la teología de la liberación “a la europea sino explorar a fondo este círculo contextual y hermenéutico de sospecha cuestionando la forma de hacer teología en el contexto liberacionista tradicional” (p. 16). La deconstrucción teológico-ideológica que pone en marcha Althaus-Reid considera que la humanidad no sólo puede definirse por sus pulsiones sexuales (Freud) sino más bien por la forma en que la sexualidad o las metáforas sexuales vehiculan sus háitos, prácticas y costiumbres cotidianas. De ahí que la duda sea el método teológico capaz de contextualizar la teología liberadora “al cuestionar los principios hermenéuticos que llevaron a los liberacionistas a la indiferencia frente a la realidad de las vendedoras de limones [indígenas exiliadas en Buenos Aires] en primner lugar” (Idem). La inexistente neutralidad de la teología, proclamada por los autores latinoamericanos, no se vio contestada por la atención a realidades humanas epidérmicas, porque a ellas hacen referencia las observaciones tan puntuales que la autora lleva a cabo. La minuciosidad con que atiende los comportamientos vehiculados por la sexualidad es el estado ideal para acometer un proyecto tan ambicioso como necesario.

Sobre su otro referente, Althaus-Reid afirma que la teología indecente es concebida “como continuación crítica de la teoría de liberación feminista mediante un enfoque multidisciplinario y que se surte de la teoría sexual (Butler, Sedgwick, Garber), de la crítica poscolonial (Fanon, Cabral, Said), de estudios y teologías de la homosexualidad (Stuart, Goss, Weeks, Daly), de estudios marxistas (Laclau y Moffe, Dussel), de la filosofía continental (Derrida, Deleuze y Guattari, Baudrillard) y de la teología sistemática” (p. 19).

Así pues, cada muestra cómo esta amplia amalgama de perspectivas da como resultado una crítica global, integral, de la teología como se ha entendido hasta hoy. Semejante proyecto incluye, como muy pocas cosas veces se ha intentado en teología, la participación de disciplinas que dialogan intensamente para alcanzar horizontes y conclusiones inéditas hasta hoy. Un asunto es particularmente inquietante y pertinente: la posibilidad de una espiritualidad que incorpore, consciente y libremente, los elementos que aporta la sexualidad. En otras palabras, el trato cotidiano con Dios no podrá ser el mismo si se asume plenamente la “retórica de la sexualidad” (Trible) para referirse a todo lo relacionado con la religión, sin falsas superioridades ni engaños de corte místico.

Los títulos de los capítulos son aleccionadores: Proposiciones indecentes para mujeres que desearían hacer teología sin ropa interior; La Virgen indecente; Cantar obscenidades a la teología. La teología como acto sexual; La teología de los relatos sexuales; y Grandes medias económicas: conceptuar los procesos de erección global. Cada uno desarrolla su temática con un rigor admirable, fiel a la intención de aportar insumos para la lucha, en todos los frentes posibles, contra las diversas perversiones de que han sido objeto el sexo, el género y la política, es el objetivo profundo de esta reflexión extraída de una experiencia marcada por el totalitarismo de una “mujer latinoamericana crecida en la pobreza de Buenos Aires”.

Leopoldo Cervantes-Ortiz

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