Nicolás Panotto

Posted On 17/09/2011 By In Entrevistas With 1763 Views

Entrevista a Nicolás Panotto, director de GEMRIP

«Las iglesias protestantes se han mal acostumbrado a ser sostenidas por fondos extranjeros, sin crear estructuras de trabajo propio y autosustentable»

Autor de la entrevista: Martín Díaz Velásquez (Fuente: ALCnoticias.net)

Durante las ultimas décadas, las Iglesias Históricas en América Latina se han separado paulatinamente del trabajo pastoral y han aumentado su trabajo asistencialista logrando así el sueño de poder y gloria dentro de los organismos políticos y ecuménicos internacionales.

Nicolás PanottoPara iniciar el recorrido por este peligroso reportaje, nuestra primera entrega es una entrevista con el joven teólogo argentino Nicolás Panotto, un teólogo que propone una nueva forma de incidencia publica desde las iglesias, actualmente es  Director del Grupo de Estudios Multidisciplinarios sobre Religión e Incidencia Pública (GEMRIP – www.gemrip.com.ar) y Coordinador del núcleo Buenos Aires de la Fraternidad Teológica Latinoamericana.

MD: En las ultimas dos décadas los organismos interreligiosos y ecuménicos se han autodenominado como Organizaciones de Gestión de instituciones sin ánimo de lucro y se han amoldado a las características planteadas por las Naciones Unidas para ser consideradas como  Organizaciones Basadas en la Fe (OBF). Eso hace que el lobby de estos espacios se concentre en objetivos que son ajenos a las iglesias que forman parte de ellas. ¿Crees que este camino de secularización y de búsqueda de aceptación política puede llevar a las iglesias a transformarse en agencias de cooperación, viviendo dentro de su propio campo una marcha atrás? ¿A que se debe esta búsqueda de apadrinamiento de instituciones multinacionales?

NP: El temor a las agencias y organismos financieros es algo generalizado, no sólo en el campo de las iglesias. Sin meternos en elucubraciones sobre las posibles “reales intensiones” en torno a estas intervenciones –que nos llevaría a un desarrollo de sospechas y pesimismos que no vale la pena mencionar aquí-, hay diversos factores que provocan resistencias frente a posibles trabajos en conjunto a estos organismos: la falta de sensibilidad a las necesidades reales en los espacios de intervención (que lleva, en muchos casos, a la invención o sobredimensionamiento de problemáticas, las cuales son más bien funcionales a la intención del organismo que a la atención sincera de necesidades), la exigencia de formar un aparato administrativo que consume un alto porcentaje del aporte y que no concuerda con las posibilidades de la comunidad receptora, la imposición de formas, ideas, mecanismos y estructuras como condicionantes para el percebimiento del apoyo, entre muchas otras cosas.

En otras palabras, la ejecución de estos proyectos suele resultar en dos caminos: tensión o funcionalidad. Tensión, en el sentido de las problemáticas que se originan a la hora de negociar los intereses y las posibilidades entre los actores en juego. Aunque generalmente la principal tensión suele darse a la hora de negociar las condiciones para la recepción de fondos y la resistencia de las instituciones receptoras a recibirlos. En cuanto a la funcionalidad, el camino se allana un poco más: los organismos receptores aceptan los condicionamientos sin crítica alguna, transformando su propia identidad e institucionalidad según las obligaciones decretadas.

Demás esta decir que este mismo panorama se dibuja entre las instituciones y comunidades eclesiales. Y en respuesta a tu pregunta, creo que existen dos factores para la construcción de estos apadrinamientos y sus respectivas dinámicas. Primero, el hecho de que las iglesias cristianas protestantes son en sí una institución social de gran influencia en las sociedades latinoamericanas. Tienen una llegada a diversos sectores sociales –especialmente marginados- con la que no cuentan otras organizaciones sociales. Es por este hecho que partidos políticos, organismos financieros, empresas y fundaciones internacionales están tan interesados en otorgar recursos para la ejecución de proyectos comunitarios. Segundo, las mismas instituciones eclesiásticas no poseen suficientes recursos para establecer proyectos y estructuras de trabajo en instancias de injerencia pública. Creo que una de las mayores razones de esta carencia es que las iglesias nunca han formado dinámicas de trabajo autosustentable ya que, en cierta forma, siempre han dependido de financiación externa. Resultado: necesitan de organismos financieros. Y aquí, el círculo comienza….

De aquí mi respuesta a tu primera pregunta: tal vez no diría que las iglesias se transformen íntegramente en agencias de cooperación –ya que su especificidad eclesial seguirá existiendo-, pero sí pueden asumir dicha lógica en varios aspectos de su institucionalidad (¡y su teología!), lo cual jugaría en contra en varios aspectos. Primero, en no crear esfuerzos de incidencia pública genuinos, desprendidos de los intereses de los organismos financieros. Segundo, en ceder su independencia y particularidad identitaria a causa de su funcionalidad con dichos organismos. Y tercero –tal vez el más delicado para mi-, diluir o fosilizar ciertos elementos teológicos que tienen que ver con la instancia diaconal de la comunidad de fe.

MD: Esta forma de buscar la sustentabilidad, ¿es la adecuada para el futuro de las iglesias?

NP:Yo diría más bien que no es la única forma, y que tal vez es la que mayores riesgos conlleva, como lo he mencionado antes. Por un lado, no niego la posibilidad de que estos tipos de esfuerzos sean posibles. Las comunidades religiosas son instituciones sociales con un lugar central dentro de los conglomerados latinoamericanos. Por ello, creo que es importante trabajar conjuntamente con diversas instituciones y organismos de financiamiento.

Pero, como dijimos, hay que perder la ingenuidad sobre lo que implica asumir una relación acrítica con ellos. Existe un gran peligro cuando se produce un tipo de funcionalidad que estanca la posibilidad del desarrollo genuino de esfuerzos locales de incidencia pública, por importar estructuras y crear instancias descontextualizadas a las particularidades del contexto, que además carecen de una proyección a largo plazo por falta de autosostenibilidad.

De aquí, me inclinaría a profundizar sobre dos aspectos. Primero, en replantear los mecanismos de diálogo y cooperación entre organismos de financiación y las instituciones locales ejecutoras. No podemos negar que los primeros, en una buena mayoría de los casos, aterrizan a nuestras instituciones con todo un programa y conjunto de condicionamientos prefabricados sin previa consulta y acuerdo. ¿Cómo crear una instancia de diálogo y planificación previos? ¿Se podrían establecer marcos referenciales generales, como puntos de partida para la investigación de las necesidades reales del contexto donde se desea trabajar?

Segundo, instaría a pensar formas alternativas de incidencia pública de parte de las iglesias. Creo que nuestras comunidades de fe poseen un gran potencial político y social, que van más allá de su relación con instancias paraeclesiásticas. Su constitución comunitaria, la proyección simbólica de su liturgia, el poder reflexivo de sus espacios educativos, entre otros aspectos, son espacios que tienen grandes implicancias para la proyección social de la especificidad de su identidad religiosa, eclesial y teológica. En este sentido, el trabajo en conjunto con otras instituciones es un elemento más, pero no el más determinante. Más aún: creo que lo central es cómo proyectar la fuerza social, comunitaria y política de su especificidad, antes de crear proyectos marginales a la estructura eclesial.

MD: Las iglesias históricas en América Latina particularmente están sufriendo conflictos internos, debido al abandono paulatino del trabajo pastoral. A tu criterio, ¿podrían las nuevas generaciones de líderes cambiar este sistema monetarista y asistencialista que se ha apoderado de las iglesias?

NP: Yo creo que sí. Más aún, es una obligación. Por una parte, todos estos conflictos son resultados de que las iglesias protestantes se han mal acostumbrado a ser sostenidas por fondos extranjeros, sin crear estructuras de trabajo propio y autosustentable. Hace más o menos 8 años que todas las instituciones protestantes –sean iglesias, ONGs, fundaciones, instituciones educativas, etc.- han entrado en una crisis financiera profunda ya que una mayoría de organismos financieros internacionales dejaron de aportar cuantiosas sumas de dinero –en un lapso muy corto de tiempo- para proyectos en América Latina, debido a que el eje se trasladó hacia África. Aunque por un lado hubo errores por parte de estos mismos organismos –que no midieron las implicancias de tal cambio, como tampoco las condiciones reales en que quedaban las instituciones locales- creo que una de las mayores falencias es que las instituciones locales de trabajo no supieron hacer proyecciones a largo plazo y crear estructuras de sustentabilidad apropiadas. Esto conlleva, por ende, a vivir en una constante dependencia de fondos externos.

Por otra parte, hay que revalorar el lugar de lo pastoral. Es conocida la frase: “tenemos que ayudar al prójimo, no hacer proselitismo”. Más allá de la verdad de esta afirmación, a veces se confunde proselitismo con el necesario trabajo pastoral que las comunidades eclesiales deben ejercer, transformándose así estos proyectos en instancias de simple asistencia comunitaria que no cubren otras áreas que son centrales. Además, refleja una visión estrecha de lo que implica la pastoral y la evangelización. Más aún, del lugar de la religión en la sociedad.

Las comunidades de fe son espacios de encuentro donde los sujetos creyentes construyen su identidad. En esta dirección, tienen un fuerte potencial para resignificar el sentido de los lazos sociales y de la dignificación de las personas. También ofrecen una serie de recursos simbólicos, discursivos e institucionales que la hacen un espacio con un gran poder pedagógico y educativo.

En resumen, las nuevas generaciones tienen la tarea de analizar las consecuencias no muy favorables que ha tenido la “compartimentación teológica” entre lo que se conoce como diaconía, misión, iglesia y evangelización. Más allá de que estos elementos teológicos contienen cierta especificidad, que requieren ser profundizados, no podemos continuar separándolas tajantemente como suele hacerse. Una reflexión que resignifique su unidad dentro de la especificidad de la comunidad de fe, podría lograr dos consecuencias importantes.

Primero, construir un marco teológico integral que provea de elementos críticos para analizar el tipo de relación que las instituciones eclesiales construyen con organismos financieros. De esta manera, los proyectos de injerencia social se inscribirán en un marco más amplio de trabajo desde el lugar de la comunidad eclesial, dejando así las lógicas asistencialistas.

En segundo lugar, permitirá repensar el lugar de la iglesia toda como un espacio de incidencia pública, y no solo como la ejecutora de un proyecto comunitario particular. Eso despierta un interrogante: ¿será que la iglesia actúa de esta manera para mantener aislados los proyectos sociales de su estructura? Viéndolo así, los trabajos comunitarios adquieren más una dinámica asistencialista que sirve simplemente para aplacar el cargo de conciencia. Superando estos reduccionismos, debemos procurar una visión del lugar público y social de las iglesias a través de una profunda resignificación de varios elementos teológicos, que permita crear una autocomprensión identitaria que sirva de punto de partida para considerar diversas alternativas de injerencia pública, dentro de ellas el trabajo con organismos financieros.

Lupa Protestante

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