Lidia Rodríguez

Posted On 19/10/2011 By In Biblia With 14328 Views

Jonás, un hombre de oración a pesar de todo (Homilía II)

 

El libro de Jonás resulta tan atrayente, no sólo porque es la única pieza humorística del Antiguo Testamento, sino porque se cuenta entre las páginas más valiosas de la Biblia.” (O. Loretz)

Una segunda oportunidad para el profeta rebelde (Jonás 1:17)

Entre tanto, el Señor había dispuesto un enorme pez para que se tragara a Jonás. Y Jonás pasó tres días y tres noches dentro del pez.

En nuestra primera predicación habíamos dejado a Jonás en el mar, aparentemente abandonado a su suerte, en el lugar más tenebroso para un judío, allí donde viven monstruos amenazantes y reina el caos. Desde luego, es el lugar que se merecería un profeta de Dios rebelde, si no con causa, al menos con razones aparentemente justificadas para no cumplir con su misión. Ha preferido viajar al fin del mundo, donde Dios no puede hablarle, que cumplir con el encargo recibido; ha preferido morir en el mar a viajar a Nínive, y hasta ahora no alberga el menor sentimiento de culpa o de arrepentimiento por sus acciones. Él y sólo él se ha buscado tan terrible final. Pero, apenas cae al agua, Dios, que también gobierna sobre el mar y cuanto en él habita, envía un enorme pez que se traga al profeta.

Hay que reconocer que, si se trata de una segunda oportunidad para Jonás, es realmente extraña… Un monstruo marino, el gran terror de los judíos, contra todo pronóstico no acaba con la vida del profeta, sino que está al servicio de la providencia de Dios y se transforma en un refugio protector. Traga al profeta rebelde y lo aloja en su cuerpo sin digerirlo durante tres días. El vientre del monstruo marino representa sin ninguna duda el sheol; para la imaginación judía, ese desagradable, viscoso y maloliente vientre de animal marino debía de ser muy similar al lugar donde permanecían los muertos, las sombras vivientes, algo así como los espectros que aparecen en la famosa trilogía de El Señor de los Anillos. Pero éste no va a ser el sepulcro que acoja a Jonás. Todo lo contrario; es el lugar desde donde surge de nuevo la vida, porque el profeta reconoce su mal y agradece a Dios su ayuda.

Si Jonás no quiso marchar a Nínive, seguro que tampoco quiso permanecer en el vientre de un monstruo marino. Pero su historia está llena de lugares extraños e insospechados donde, aunque le parezca imposible al profeta rebelde, actúa la gracia de Dios: en medio de la tormenta perfecta en un mar embravecido, dentro del vientre de un monstruo marino y en la mismísima capital del imperio más cruel y sanguinario que conoció la antigüedad, Nínive. ¿Es posible que en semejantes lugares se hagan presentes Dios y su salvación? Creo que la pregunta está mal planteada; más bien deberíamos preguntarnos: ¿es posible que en semejantes lugares NO se hagan presentes Dios y su salvación? Porque, como afirmó el profeta Hölderin en uno de sus versos,

Pero donde está el peligro, allí crece también la salvación. [1]

La salvación de Dios se hace presente con más fuerza allí donde es más necesaria y urgente. El apóstol Pablo emplea otras palabras para decir lo mismo en la carta a los Romanos,

Pero cuanto más abundó el pecado, tanto más abundó la gracia de Dios. Y así como el pecado reinó para traer muerte, así también la gracia de Dios reinó haciéndonos justos y dándonos vida eterna mediante nuestro Señor Jesucristo. (Rom 5,20b-21)

Y, sin embargo, a menudo, los cristianos nos quejamos de que nos han tocado tiempos difíciles para el evangelio. Hoy, la gente ya no parece tener ningún interés en Dios; los mayores afirman que se han perdido los principios morales en la sociedad, que la juventud no tiene educación,… “¡Estamos peor que nunca!”, leemos y escuchamos a menudo; irónicamente, la humanidad siempre ha creído vivir en los peores tiempos posibles:

Vivimos en una época de decadencia. Los jóvenes ya no respetan a sus padres. Son groseros e impacientes. Frecuentan las tabernas y no saben dominarse. (Encontrado en una tumba egipcia, 4000 años antes de Cristo.)

Esta juventud actual está podrida hasta el fondo de su corazón. Los jóvenes de hoy son unos perezosos, unos malhechores que jamás serán como la juventud en otros tiempos. La juventud actual no será capaz de asegurar el mantenimiento de nuestra cultura. (Inscripción de una tabla de arcilla, de hace más de 3000 años, encontrada en Babilonia.)

Como decía el escritor argentino Jorge Luís Borges, “A mi padre le tocó vivir, como a casi todos los hombres, tiempos difíciles”. Sospecho que no vivimos los peores tiempos posibles. Los cristianos y las cristianas estamos, como siempre, viviendo en una sociedad con luces y sombras; con algunos logros y bastantes derrotas, con unos pocos pasos al frente y demasiadas zancadas hacia atrás. Pero es aquí, en medio de esta sociedad, donde Dios quiere y necesita hacerse presente, y nos toca a nosotros, la Iglesia, proclamar el mensaje de salvación, confiados, aunque a veces nos cueste creerlo, en que la gracia de Dios es capaz de superar las consecuencias del pecado.

Pero regresemos de nuevo con nuestro querido Jonás, y escuchemos sus palabras desde el vientre del pez.

 

A pesar de todo, jonás ora a Dios (Jonás 2:1-9)

Entonces Jonás oró al Señor su Dios desde dentro del pez, diciendo:

«En mi angustia clamé a ti, Señor,

y tú me respondiste.

Desde las profundidades de la muerte

clamé a ti, y tú me oíste.

Me arrojaste a lo más hondo del mar,

y las corrientes me envolvieron.

Las grandes olas que tú mandas

pasaban sobre mí.

Llegué a sentirme echado de tu presencia;

pensé que no volvería a ver

tu santo templo.

Las aguas me rodeaban por completo;

me cubría el mar profundo;

las algas se enredaban en mi cabeza.

Me hundí hasta el fondo de la tierra;

¡ya me sentía su eterno prisionero!

Pero tú, Señor, mi Dios,

me salvaste de la muerte.

Al sentir que la vida se me iba,

me acordé de ti, Señor;

mi oración llegó a ti en tu santo templo.

Los que siguen a los ídolos

dejan de serte leales;

pero yo, con voz de gratitud,

te ofreceré sacrificios;

cumpliré las promesas que te hice.

¡Solo tú, Señor, puedes salvar!»

Hay que reconocer que Jonás aprovecha muy bien el tiempo… ¡En los tres días con sus noches que permanece en el vientre del gran pez le da tiempo para componer un hermoso salmo de acción de gracias! Otra nota de humor de nuestro libro. Pero en medio de esta historia cargada de sonrisas llegamos a la parte más seria. Jonás, el profeta rebelde, en medio de la soledad más absoluta y sintiendo la cercanía de la muerte, descubre la mano de Dios. El antes profeta desobediente (1:3), el judío que dormía mientras los paganos oraban (1:6), que ha preferido arrojarse al mar en lugar de obedecer a Yahvé, saca a la luz lo poco que le queda de creyente reverente y piadoso. Por primera vez, Jonás se dirige al Señor y ora con algunas de las palabras más emocionadas de los salmos. De hecho, si leyéramos estos versículos sin saber que pertenecen al libro de Jonás, diríamos que se trata de un salmo más de los 150 que tenemos en el salterio.

En primer lugar, Jonás recuerda los peligros y la angustia vividos (vv. 3-6a). “Lo profundo” es una expresión hebrea para referirse a la profundidad del mar, el lugar donde habitan monstruos formidables que amenaza la vida de quienes se adentran en él, y tiene un evidente sentido literal en el caso de Jonás. Pero “lo profundo” también simboliza la muerte y la lejanía de Dios, igualmente reales para Jonás en estos momentos. Su desobediencia le ha llevado al peligroso lugar en el que se encuentra. Por eso, el primer paso para que el profeta retome su misión es que tome conciencia de su verdadera situación: Jonás, por muy profeta de Dios que sea, también necesita arrepentirse de su rebeldía.

En segundo lugar, expresa en su oración la confianza y la gratitud por su salvación y el compromiso renovado con Dios (vv. 6b-9). Jonás estaba irremediablemente perdido, resignado a morir, pero Dios irrumpe para salvar. Jonás reconoce que Dios ha estado atento a su oración, le ha escuchado, y que en Él ha encontrado perdón y salvación.

Esta oración de Jonás introduce un nuevo momento en la historia del profeta rebelde. No es que Dios no supiera lo que pasaba con su profeta, o que no quisiera retomarle para que llevara a cabo su misión. De hecho, envía un pez para que no muera. El problema es que Jonás no quería ser conocido por Dios; ya no quería estar al servicio de un Dios en quien ya no confiaba. Pero la oración que surge desde lo más hondo de su ser rompe sus resistencias y abre el corazón de Jonás a la voluntad de Yahvé, y de nuevo comienza a confiar en Él. Cumplirá con la misión encomendada.

En ocasiones, nuestra experiencia individual y comunitaria se parece mucho a esa sensación de abandono de Jonás en lugares dominados por “lo profundo”, donde Dios parece guardar silencio cuando más necesitábamos escuchar su voz. Cuando la relación con Dios se vuelve árida, el cristiano adulto recuerda con nostalgia cómo era la alabanza en su juventud, cómo se oraba, cómo se compartía en la iglesia, y se pregunta: ¿por qué Dios parece ahora tan lejos?

Otras veces nos asalta la desesperanza. Los ideales de juventud parecen inalcanzables, lo que es más, irreales. Después de años, las promesas y las expectativas parecen no cumplirse; hemos sufrido demasiadas decepciones, y el tantas veces pedido Reino de Dios no se ve por ninguna parte. ¿No será mejor rendirse ante la evidencia y vivir como todo el mundo? En realidad, hemos sido arrastrados a las profundidades empujados por nuestra falta de confianza en Dios, porque no nos acabamos de creer eso de que “cuanto más abundó el pecado, tanto más abundó la gracia de Dios”. Como Jonás, nosotros también necesitamos arrepentirnos por las veces en que hemos dudado de Dios. Y es que no sólo hemos de aprender a confiar en los demás; también hemos de aprender a confiar en Dios, a bajar las defensas que hemos levantado, abrir nuestra intimidad y descubrir en la Palabra, en la oración y en nuestra experiencia vital que Él es digno de confianza.

Debemos traer a la memoria las muchas veces que Dios estuvo ahí, tantas oraciones en las que al abrir nuestro corazón de par en par descubrimos de nuevo a Dios y nos descubrimos a nosotros mismos, porque sólo Dios es capaz de bucear en las profundidades de la mente humana y no perderse en ellas. Él conoce las intenciones que hay detrás de nuestras acciones, dónde ponemos nuestras esperanzas, nuestras ilusiones, nuestros deseos más profundos, incluso de aquello que nos permanece oculto y que no llegamos a ser conscientes de ello. Nos conoce mejor que nosotros mismos, ya que es Él quien nos ha formado y somos un misterio salido de las manos de Dios. En palabras de Carlos G. Vallés:

Me conoces mejor que yo mismo. Me entiendes aun en lo que yo no me entiendo a mí mismo. Me descansa saber que al menos hay alguien que me entiende […] Caigo en la cuenta de que en ti es donde me encuentro a mí mismo, en tu rostro veo el reflejo del mío […] Tratar contigo en la oración es la mejor manera de llegar a conocerme a mí mismo. [2]

Solo cuando en la cuenta de ello podemos de nuevo ponernos a su servicio con fuerzas renovadas y la confianza plena en Él. Así es como termina precisamente este capítulo 2 de Jonás.

 

El camino nuevamente abierto para la misión de Jonás (Jonás 2:10)

Entonces el Señor dispuso que el pez vomitara a Jonás en tierra firme.

Esa imagen repugnante de un enorme pez vomitando a Jonás en la playa no parece la mejor forma de dar comienzo de nuevo a la misión del profeta, pero no olvidemos que estamos leyendo un libro lleno de humor, que se permite situaciones absurdas para transmitirnos una honda reflexión sobre la fe y la misión del pueblo de Dios.

El gran pez, conforme a la orden de Yahvé, arroja a Jonás en tierra firme. La resistencia del profeta se ha visto vencida por el viento, por las olas de la tormenta y por la travesía del pez, para llegar exactamente al lugar donde debía haber estado. Pero ha sido necesaria la oración para lograr romper definitivamente sus muros defensivos y ponerle de nuevo al servicio de la misión profética. Lo mismo podemos decir de nosotros hoy, hijos e hijas de Dios: sin oración no hay misión. Sin oración no es posible mantener el compromiso más allá de “lo profundo” que atenaza nuestras vidas: el miedo, el desencanto, la frustración, la decepción o la culpa. Sin oración no es posible identificarse con la causa de Dios y con su proyecto de salvación para este mundo. Sin oración no podemos mirar el mundo con la misma mirada compasiva y comprensiva que tuvo Jesús.

Lidia Rodríguez



[1] Wo aber Gefahr ist, wächst das Rettende auch.

[2] Carlos García Vallés, Busco tu rostro. Orar con los salmos. Sal Terrae, Santander, 1989, 255.

Lidia Rodriguez

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