Posted On 04/10/2010 By In Biblia, Teología With 9795 Views

Sobre Salvación y Condenación Eternas

¿Hemos entendido adecuadamente el concepto de salvación y de condenación en la Escritura? ¿Qué quiere decir el evangelio cuando nos habla de vida eterna para los que creen y de condenación para los que no creen? ¿De qué tenemos que salvarnos? ¿Dios va a permitir que gran parte de la humanidad arda en el infierno, tal como algunos piensan? Me propongo dar unas pinceladas que nos permitan hacer una reconsideración de estos conceptos que han pervivido en nuestra mente y que han formado parte de nuestra herencia de fe durante muchos años y, para ello, voy a centrarme en el evangelio de Juan.

Comienza el evangelio estableciendo un contraste entre la luz y las tinieblas (1.4-5). Dios envió a un hombre para dar testimonio de la luz, con el propósito de que todos creyesen por él (1.7). La luz venía a este mundo (1.9) y, estando en el mundo, el mundo no le conoció (1.10); es más, vino a los suyos, pero no le recibieron (1.11). Termina el prólogo del evangelio diciendo que a Dios nadie le ha visto jamás, pero el unigénito Hijo le ha dado a conocer (v.18). En este párrafo tenemos el germen de lo que el apóstol Juan va a desarrollar sobre la salvación y la condenación y que, ya adelanto, tiene que ver con el conocimiento de Dios.

Juan el bautista, dice de Jesús que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1.29). El capítulo 3 del evangelio va a ser revelador sobre los conceptos que el discípulo de Jesús quiere transmitirnos sobre la salvación y la condenación. En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dice que para poder ver el Reino de Dios hay que nacer de nuevo (3.3), que lo que ha visto, eso testifica y que el pueblo no recibe su testimonio (v.11); establece una analogía entre lo que hizo Moisés con la serpiente y la obra del Hijo del Hombre, el propósito es que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (3.15). ¿Qué quiere decir el evangelista con “no se pierda”? El propio texto parece dejar claro que lo contrario a “perderse” es tener vida eterna.

El propósito de la obra de Jesús es claro para el evangelio de Juan (3.16): que todo el que crea en el Hijo no se pierda, mas tenga vida eterna. El propio texto nos dice que no fue enviado Jesús a condenar al mundo, sino a salvarlo (3.17); pero ¿salvarlo de qué? El evangelio insiste: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído” (3.18). Tradicionalmente se ha creído que el ser humano estaba en el estado de condenación y que, a través de la conversión, recibía el regalo de la vida eterna, como si de un mundo ultrasensorial se tratara y al que se accedía a través del trance de la muerte o la Segunda Venida de Cristo. Esto es ajeno al evangelista Juan.

El texto nos dice claramente en qué consiste la condenación en la que el ser humano se encuentra: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3.19). Juan deja claro que el ser humano está condenado al rechazar la luz que venía a alumbrarle; la propia condenación tiene que ver con el estado de maldad que se desarrolla lejos de Dios, en un mundo de oscuridad y de tinieblas. Así que, viene la luz al mundo y la humanidad prefiere caminar en tinieblas; viene el Hijo de Dios a hablarnos sobre el Creador, y le rechazamos porque preferimos caminar según nuestros propios criterios. Eso es la condenación y no otra cosa: vivir en la ignorancia del conocimiento de Dios rechazando a su propio Hijo, Jesús de Nazaret que nos mostró el camino de la excelencia. Por eso, el ser humano camina perdido, sin rumbo, desorientado… Condenado por su propia ceguera.

Si lo que venimos diciendo es cierto, lo contrario también debe serlo. Si la condenación es vivir sin el conocimiento de Dios, la salvación será conocer a Dios, abrirse a un nuevo mundo lleno de oportunidades que tiene que ver con el ejemplo de Jesús: amor, perdón, libertad, tolerancia, aceptación, paz, misericordia, justicia, bondad, mansedumbre, igualdad…, porque Jesús ha venido para aclararnos cómo es Dios y eso, por sí mismo, trae salvación aquí y ahora, en nuestras relaciones interpersonales, estableciendo un modelo de sociedad diferente. Estos conceptos serán recogidos por el resto de los autores bíblicos instándonos a configurar un modelo de iglesia que sea capaz de establecer una sociedad alternativa a la que impera en nuestro “presente siglo malo”.

Pero, ¿dice el evangelista Juan algo de esto? Notemos el siguiente texto tan revelador “Y esta es la vida terna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (17.3). Así que, tenemos, por un lado, que la condenación tiene que ver con amar más las tinieblas que la luz (Juan 3) y, por otro, que la vida eterna tiene que ver con conocer al Dios verdadero en la persona de Jesús de Nazaret que ha venido para aclararnos definitivamente cómo es Dios (Juan 17). El capítulo 17 termina con unas palabras aclaratorias respecto a la misión de Jesús: “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (17.26). Jesús ha dado a conocer el nombre de Dios que, en tiempos antiguos, tenía mucho que ver con la esencia de la persona; el nombre de Dios es en esencia amor que, curiosamente, es el resumen de toda la ley según nos dirá el apóstol Pablo y el propio evangelio.

Recapitulemos. La luz (Jesús) viene a este mundo para alumbrar a todo ser humano; el que cree en él, tiene vida eterna porque ya puede ver que otro mundo donde imperan valores diferentes, es posible; pero, el que no cree, está condenado, porque va a continuar viviendo en oscuridad y teniendo criterios ajenos al Reino de los cielos, haciéndose visible en el egoísmo, el desamor, la injusticia, la violencia, el ejercicio de poder, la insolidaridad… Por eso, la fe tiene que ver más con una manera de vivir que con una creencia mental; es más un concepto dinámico que estático. No se cree en un momento determinado, se va creyendo de por vida; uno no se convierte un día y hora concretos, sino que se va convirtiendo constantemente, progresivamente, día a día, en la medida en que conoce a Jesús de Nazaret. Por eso, la fe es flexible, puede desarrollarse y, para ello, la experiencia tiene mucho que aportar a la razón y al sentimiento.

La salvación es aquí y ahora al conocer a Jesús de Nazaret, la luz que venía a alumbrar este mundo y esto tendrá una proyección en la eternidad. Por eso, estamos llamados a ser sal y luz, para que nuestra fe alumbre a otras personas para salgan de las tinieblas y vivan en la luz del evangelio y podamos configurar un pueblo en donde reine la libertad, la paz y el amor. Mientras eso llega, millones de personas son víctimas de la violencia, de la injusticia, del abuso de poder…, porque viven en tinieblas y no han conocido que un mundo mejor está a las puertas. Muchos ya están viviendo el infierno, no creen que nada peor les pueda venir; pero nosotros tenemos un mensaje vital para toda la humanidad que puede transformar nuestra manera de vivir porque la luz ha venido a este mundo para aclararnos que Dios es amor y que desea cambiar las cosas. Ahí radica nuestra esperanza, ahí está nuestro deseo, ahí se encuentra la vida eterna.

Han sido solo unas pinceladas a la luz del evangelio de Juan que, espero, nos ayuden a reflexionar sobre la salvación y la condenación, y lo trascendente que es una fe dinámica que es capaz de transformar las creencias del pasado en una nueva vivencia que aporte frescor a la iglesia que recorre la senda de la vida eterna.

Pedro Álamo | 26-9-2010¿Hemos entendido adecuadamente el concepto de salvación y de condenación en la Escritura? ¿Qué quiere decir el evangelio cuando nos habla de vida eterna para los que creen y de condenación para los que no creen? ¿De qué tenemos que salvarnos? ¿Dios va a permitir que gran parte de la humanidad arda en el infierno, tal como algunos piensan? Me propongo dar unas pinceladas que nos permitan hacer una reconsideración de estos conceptos que han pervivido en nuestra mente y que han formado parte de nuestra herencia de fe durante muchos años y, para ello, voy a centrarme en el evangelio de Juan.

Comienza el evangelio estableciendo un contraste entre la luz y las tinieblas (1.4-5). Dios envió a un hombre para dar testimonio de la luz, con el propósito de que todos creyesen por él (1.7). La luz venía a este mundo (1.9) y, estando en el mundo, el mundo no le conoció (1.10); es más, vino a los suyos, pero no le recibieron (1.11). Termina el prólogo del evangelio diciendo que a Dios nadie le ha visto jamás, pero el unigénito Hijo le ha dado a conocer (v.18). En este párrafo tenemos el germen de lo que el apóstol Juan va a desarrollar sobre la salvación y la condenación y que, ya adelanto, tiene que ver con el conocimiento de Dios.

Juan el bautista, dice de Jesús que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1.29). El capítulo 3 del evangelio va a ser revelador sobre los conceptos que el discípulo de Jesús quiere transmitirnos sobre la salvación y la condenación. En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dice que para poder ver el Reino de Dios hay que nacer de nuevo (3.3), que lo que ha visto, eso testifica y que el pueblo no recibe su testimonio (v.11); establece una analogía entre lo que hizo Moisés con la serpiente y la obra del Hijo del Hombre, el propósito es que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (3.15). ¿Qué quiere decir el evangelista con “no se pierda”? El propio texto parece dejar claro que lo contrario a “perderse” es tener vida eterna.

El propósito de la obra de Jesús es claro para el evangelio de Juan (3.16): que todo el que crea en el Hijo no se pierda, mas tenga vida eterna. El propio texto nos dice que no fue enviado Jesús a condenar al mundo, sino a salvarlo (3.17); pero ¿salvarlo de qué? El evangelio insiste: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído” (3.18). Tradicionalmente se ha creído que el ser humano estaba en el estado de condenación y que, a través de la conversión, recibía el regalo de la vida eterna, como si de un mundo ultrasensorial se tratara y al que se accedía a través del trance de la muerte o la Segunda Venida de Cristo. Esto es ajeno al evangelista Juan.

El texto nos dice claramente en qué consiste la condenación en la que el ser humano se encuentra: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3.19). Juan deja claro que el ser humano está condenado al rechazar la luz que venía a alumbrarle; la propia condenación tiene que ver con el estado de maldad que se desarrolla lejos de Dios, en un mundo de oscuridad y de tinieblas. Así que, viene la luz al mundo y la humanidad prefiere caminar en tinieblas; viene el Hijo de Dios a hablarnos sobre el Creador, y le rechazamos porque preferimos caminar según nuestros propios criterios. Eso es la condenación y no otra cosa: vivir en la ignorancia del conocimiento de Dios rechazando a su propio Hijo, Jesús de Nazaret que nos mostró el camino de la excelencia. Por eso, el ser humano camina perdido, sin rumbo, desorientado… Condenado por su propia ceguera.

Si lo que venimos diciendo es cierto, lo contrario también debe serlo. Si la condenación es vivir sin el conocimiento de Dios, la salvación será conocer a Dios, abrirse a un nuevo mundo lleno de oportunidades que tiene que ver con el ejemplo de Jesús: amor, perdón, libertad, tolerancia, aceptación, paz, misericordia, justicia, bondad, mansedumbre, igualdad…, porque Jesús ha venido para aclararnos cómo es Dios y eso, por sí mismo, trae salvación aquí y ahora, en nuestras relaciones interpersonales, estableciendo un modelo de sociedad diferente. Estos conceptos serán recogidos por el resto de los autores bíblicos instándonos a configurar un modelo de iglesia que sea capaz de establecer una sociedad alternativa a la que impera en nuestro “presente siglo malo”.

Pero, ¿dice el evangelista Juan algo de esto? Notemos el siguiente texto tan revelador “Y esta es la vida terna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (17.3). Así que, tenemos, por un lado, que la condenación tiene que ver con amar más las tinieblas que la luz (Juan 3) y, por otro, que la vida eterna tiene que ver con conocer al Dios verdadero en la persona de Jesús de Nazaret que ha venido para aclararnos definitivamente cómo es Dios (Juan 17). El capítulo 17 termina con unas palabras aclaratorias respecto a la misión de Jesús: “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (17.26). Jesús ha dado a conocer el nombre de Dios que, en tiempos antiguos, tenía mucho que ver con la esencia de la persona; el nombre de Dios es en esencia amor que, curiosamente, es el resumen de toda la ley según nos dirá el apóstol Pablo y el propio evangelio.

Recapitulemos. La luz (Jesús) viene a este mundo para alumbrar a todo ser humano; el que cree en él, tiene vida eterna porque ya puede ver que otro mundo donde imperan valores diferentes, es posible; pero, el que no cree, está condenado, porque va a continuar viviendo en oscuridad y teniendo criterios ajenos al Reino de los cielos, haciéndose visible en el egoísmo, el desamor, la injusticia, la violencia, el ejercicio de poder, la insolidaridad… Por eso, la fe tiene que ver más con una manera de vivir que con una creencia mental; es más un concepto dinámico que estático. No se cree en un momento determinado, se va creyendo de por vida; uno no se convierte un día y hora concretos, sino que se va convirtiendo constantemente, progresivamente, día a día, en la medida en que conoce a Jesús de Nazaret. Por eso, la fe es flexible, puede desarrollarse y, para ello, la experiencia tiene mucho que aportar a la razón y al sentimiento.

La salvación es aquí y ahora al conocer a Jesús de Nazaret, la luz que venía a alumbrar este mundo y esto tendrá una proyección en la eternidad. Por eso, estamos llamados a ser sal y luz, para que nuestra fe alumbre a otras personas para salgan de las tinieblas y vivan en la luz del evangelio y podamos configurar un pueblo en donde reine la libertad, la paz y el amor. Mientras eso llega, millones de personas son víctimas de la violencia, de la injusticia, del abuso de poder…, porque viven en tinieblas y no han conocido que un mundo mejor está a las puertas. Muchos ya están viviendo el infierno, no creen que nada peor les pueda venir; pero nosotros tenemos un mensaje vital para toda la humanidad que puede transformar nuestra manera de vivir porque la luz ha venido a este mundo para aclararnos que Dios es amor y que desea cambiar las cosas. Ahí radica nuestra esperanza, ahí está nuestro deseo, ahí se encuentra la vida eterna.

Han sido solo unas pinceladas a la luz del evangelio de Juan que, espero, nos ayuden a reflexionar sobre la salvación y la condenación, y lo trascendente que es una fe dinámica que es capaz de transformar las creencias del pasado en una nueva vivencia que aporte frescor a la iglesia que recorre la senda de la vida eterna.

Pedro Álamo | 26-9-2010

 ¿Hemos entendido adecuadamente el concepto de salvación y de condenación en la Escritura? ¿Qué quiere decir el evangelio cuando nos habla de vida eterna para los que creen y de condenación para los que no creen? ¿De qué tenemos que salvarnos? ¿Dios va a permitir que gran parte de la humanidad arda en el infierno, tal como algunos piensan? Me propongo dar unas pinceladas que nos permitan hacer una reconsideración de estos conceptos que han pervivido en nuestra mente y que han formado parte de nuestra herencia de fe durante muchos años y, para ello, voy a centrarme en el evangelio de Juan.

Comienza el evangelio estableciendo un contraste entre la luz y las tinieblas (1.4-5). Dios envió a un hombre para dar testimonio de la luz, con el propósito de que todos creyesen por él (1.7). La luz venía a este mundo (1.9) y, estando en el mundo, el mundo no le conoció (1.10); es más, vino a los suyos, pero no le recibieron (1.11). Termina el prólogo del evangelio diciendo que a Dios nadie le ha visto jamás, pero el unigénito Hijo le ha dado a conocer (v.18). En este párrafo tenemos el germen de lo que el apóstol Juan va a desarrollar sobre la salvación y la condenación y que, ya adelanto, tiene que ver con el conocimiento de Dios.

Juan el bautista, dice de Jesús que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1.29). El capítulo 3 del evangelio va a ser revelador sobre los conceptos que el discípulo de Jesús quiere transmitirnos sobre la salvación y la condenación. En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dice que para poder ver el Reino de Dios hay que nacer de nuevo (3.3), que lo que ha visto, eso testifica y que el pueblo no recibe su testimonio (v.11); establece una analogía entre lo que hizo Moisés con la serpiente y la obra del Hijo del Hombre, el propósito es que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (3.15). ¿Qué quiere decir el evangelista con “no se pierda”? El propio texto parece dejar claro que lo contrario a “perderse” es tener vida eterna.

El propósito de la obra de Jesús es claro para el evangelio de Juan (3.16): que todo el que crea en el Hijo no se pierda, mas tenga vida eterna. El propio texto nos dice que no fue enviado Jesús a condenar al mundo, sino a salvarlo (3.17); pero ¿salvarlo de qué? El evangelio insiste: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído” (3.18). Tradicionalmente se ha creído que el ser humano estaba en el estado de condenación y que, a través de la conversión, recibía el regalo de la vida eterna, como si de un mundo ultrasensorial se tratara y al que se accedía a través del trance de la muerte o la Segunda Venida de Cristo. Esto es ajeno al evangelista Juan.

El texto nos dice claramente en qué consiste la condenación en la que el ser humano se encuentra: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3.19). Juan deja claro que el ser humano está condenado al rechazar la luz que venía a alumbrarle; la propia condenación tiene que ver con el estado de maldad que se desarrolla lejos de Dios, en un mundo de oscuridad y de tinieblas. Así que, viene la luz al mundo y la humanidad prefiere caminar en tinieblas; viene el Hijo de Dios a hablarnos sobre el Creador, y le rechazamos porque preferimos caminar según nuestros propios criterios. Eso es la condenación y no otra cosa: vivir en la ignorancia del conocimiento de Dios rechazando a su propio Hijo, Jesús de Nazaret que nos mostró el camino de la excelencia. Por eso, el ser humano camina perdido, sin rumbo, desorientado… Condenado por su propia ceguera.

Si lo que venimos diciendo es cierto, lo contrario también debe serlo. Si la condenación es vivir sin el conocimiento de Dios, la salvación será conocer a Dios, abrirse a un nuevo mundo lleno de oportunidades que tiene que ver con el ejemplo de Jesús: amor, perdón, libertad, tolerancia, aceptación, paz, misericordia, justicia, bondad, mansedumbre, igualdad…, porque Jesús ha venido para aclararnos cómo es Dios y eso, por sí mismo, trae salvación aquí y ahora, en nuestras relaciones interpersonales, estableciendo un modelo de sociedad diferente. Estos conceptos serán recogidos por el resto de los autores bíblicos instándonos a configurar un modelo de iglesia que sea capaz de establecer una sociedad alternativa a la que impera en nuestro “presente siglo malo”.

Pero, ¿dice el evangelista Juan algo de esto? Notemos el siguiente texto tan revelador “Y esta es la vida terna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (17.3). Así que, tenemos, por un lado, que la condenación tiene que ver con amar más las tinieblas que la luz (Juan 3) y, por otro, que la vida eterna tiene que ver con conocer al Dios verdadero en la persona de Jesús de Nazaret que ha venido para aclararnos definitivamente cómo es Dios (Juan 17). El capítulo 17 termina con unas palabras aclaratorias respecto a la misión de Jesús: “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (17.26). Jesús ha dado a conocer el nombre de Dios que, en tiempos antiguos, tenía mucho que ver con la esencia de la persona; el nombre de Dios es en esencia amor que, curiosamente, es el resumen de toda la ley según nos dirá el apóstol Pablo y el propio evangelio.

Recapitulemos. La luz (Jesús) viene a este mundo para alumbrar a todo ser humano; el que cree en él, tiene vida eterna porque ya puede ver que otro mundo donde imperan valores diferentes, es posible; pero, el que no cree, está condenado, porque va a continuar viviendo en oscuridad y teniendo criterios ajenos al Reino de los cielos, haciéndose visible en el egoísmo, el desamor, la injusticia, la violencia, el ejercicio de poder, la insolidaridad… Por eso, la fe tiene que ver más con una manera de vivir que con una creencia mental; es más un concepto dinámico que estático. No se cree en un momento determinado, se va creyendo de por vida; uno no se convierte un día y hora concretos, sino que se va convirtiendo constantemente, progresivamente, día a día, en la medida en que conoce a Jesús de Nazaret. Por eso, la fe es flexible, puede desarrollarse y, para ello, la experiencia tiene mucho que aportar a la razón y al sentimiento.

La salvación es aquí y ahora al conocer a Jesús de Nazaret, la luz que venía a alumbrar este mundo y esto tendrá una proyección en la eternidad. Por eso, estamos llamados a ser sal y luz, para que nuestra fe alumbre a otras personas para salgan de las tinieblas y vivan en la luz del evangelio y podamos configurar un pueblo en donde reine la libertad, la paz y el amor. Mientras eso llega, millones de personas son víctimas de la violencia, de la injusticia, del abuso de poder…, porque viven en tinieblas y no han conocido que un mundo mejor está a las puertas. Muchos ya están viviendo el infierno, no creen que nada peor les pueda venir; pero nosotros tenemos un mensaje vital para toda la humanidad que puede transformar nuestra manera de vivir porque la luz ha venido a este mundo para aclararnos que Dios es amor y que desea cambiar las cosas. Ahí radica nuestra esperanza, ahí está nuestro deseo, ahí se encuentra la vida eterna.

Han sido solo unas pinceladas a la luz del evangelio de Juan que, espero, nos ayuden a reflexionar sobre la salvación y la condenación, y lo trascendente que es una fe dinámica que es capaz de transformar las creencias del pasado en una nueva vivencia que aporte frescor a la iglesia que recorre la senda de la vida eterna.

Pedro Álamo | 26-9-2010

 ¿Hemos entendido adecuadamente el concepto de salvación y de condenación en la Escritura? ¿Qué quiere decir el evangelio cuando nos habla de vida eterna para los que creen y de condenación para los que no creen? ¿De qué tenemos que salvarnos? ¿Dios va a permitir que gran parte de la humanidad arda en el infierno, tal como algunos piensan? Me propongo dar unas pinceladas que nos permitan hacer una reconsideración de estos conceptos que han pervivido en nuestra mente y que han formado parte de nuestra herencia de fe durante muchos años y, para ello, voy a centrarme en el evangelio de Juan.

Comienza el evangelio estableciendo un contraste entre la luz y las tinieblas (1.4-5). Dios envió a un hombre para dar testimonio de la luz, con el propósito de que todos creyesen por él (1.7). La luz venía a este mundo (1.9) y, estando en el mundo, el mundo no le conoció (1.10); es más, vino a los suyos, pero no le recibieron (1.11). Termina el prólogo del evangelio diciendo que a Dios nadie le ha visto jamás, pero el unigénito Hijo le ha dado a conocer (v.18). En este párrafo tenemos el germen de lo que el apóstol Juan va a desarrollar sobre la salvación y la condenación y que, ya adelanto, tiene que ver con el conocimiento de Dios.

Juan el bautista, dice de Jesús que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (1.29). El capítulo 3 del evangelio va a ser revelador sobre los conceptos que el discípulo de Jesús quiere transmitirnos sobre la salvación y la condenación. En su encuentro con Nicodemo, Jesús le dice que para poder ver el Reino de Dios hay que nacer de nuevo (3.3), que lo que ha visto, eso testifica y que el pueblo no recibe su testimonio (v.11); establece una analogía entre lo que hizo Moisés con la serpiente y la obra del Hijo del Hombre, el propósito es que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (3.15). ¿Qué quiere decir el evangelista con “no se pierda”? El propio texto parece dejar claro que lo contrario a “perderse” es tener vida eterna.

El propósito de la obra de Jesús es claro para el evangelio de Juan (3.16): que todo el que crea en el Hijo no se pierda, mas tenga vida eterna. El propio texto nos dice que no fue enviado Jesús a condenar al mundo, sino a salvarlo (3.17); pero ¿salvarlo de qué? El evangelio insiste: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído” (3.18). Tradicionalmente se ha creído que el ser humano estaba en el estado de condenación y que, a través de la conversión, recibía el regalo de la vida eterna, como si de un mundo ultrasensorial se tratara y al que se accedía a través del trance de la muerte o la Segunda Venida de Cristo. Esto es ajeno al evangelista Juan.

El texto nos dice claramente en qué consiste la condenación en la que el ser humano se encuentra: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3.19). Juan deja claro que el ser humano está condenado al rechazar la luz que venía a alumbrarle; la propia condenación tiene que ver con el estado de maldad que se desarrolla lejos de Dios, en un mundo de oscuridad y de tinieblas. Así que, viene la luz al mundo y la humanidad prefiere caminar en tinieblas; viene el Hijo de Dios a hablarnos sobre el Creador, y le rechazamos porque preferimos caminar según nuestros propios criterios. Eso es la condenación y no otra cosa: vivir en la ignorancia del conocimiento de Dios rechazando a su propio Hijo, Jesús de Nazaret que nos mostró el camino de la excelencia. Por eso, el ser humano camina perdido, sin rumbo, desorientado… Condenado por su propia ceguera.

Si lo que venimos diciendo es cierto, lo contrario también debe serlo. Si la condenación es vivir sin el conocimiento de Dios, la salvación será conocer a Dios, abrirse a un nuevo mundo lleno de oportunidades que tiene que ver con el ejemplo de Jesús: amor, perdón, libertad, tolerancia, aceptación, paz, misericordia, justicia, bondad, mansedumbre, igualdad…, porque Jesús ha venido para aclararnos cómo es Dios y eso, por sí mismo, trae salvación aquí y ahora, en nuestras relaciones interpersonales, estableciendo un modelo de sociedad diferente. Estos conceptos serán recogidos por el resto de los autores bíblicos instándonos a configurar un modelo de iglesia que sea capaz de establecer una sociedad alternativa a la que impera en nuestro “presente siglo malo”.

Pero, ¿dice el evangelista Juan algo de esto? Notemos el siguiente texto tan revelador “Y esta es la vida terna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (17.3). Así que, tenemos, por un lado, que la condenación tiene que ver con amar más las tinieblas que la luz (Juan 3) y, por otro, que la vida eterna tiene que ver con conocer al Dios verdadero en la persona de Jesús de Nazaret que ha venido para aclararnos definitivamente cómo es Dios (Juan 17). El capítulo 17 termina con unas palabras aclaratorias respecto a la misión de Jesús: “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (17.26). Jesús ha dado a conocer el nombre de Dios que, en tiempos antiguos, tenía mucho que ver con la esencia de la persona; el nombre de Dios es en esencia amor que, curiosamente, es el resumen de toda la ley según nos dirá el apóstol Pablo y el propio evangelio.

Recapitulemos. La luz (Jesús) viene a este mundo para alumbrar a todo ser humano; el que cree en él, tiene vida eterna porque ya puede ver que otro mundo donde imperan valores diferentes, es posible; pero, el que no cree, está condenado, porque va a continuar viviendo en oscuridad y teniendo criterios ajenos al Reino de los cielos, haciéndose visible en el egoísmo, el desamor, la injusticia, la violencia, el ejercicio de poder, la insolidaridad… Por eso, la fe tiene que ver más con una manera de vivir que con una creencia mental; es más un concepto dinámico que estático. No se cree en un momento determinado, se va creyendo de por vida; uno no se convierte un día y hora concretos, sino que se va convirtiendo constantemente, progresivamente, día a día, en la medida en que conoce a Jesús de Nazaret. Por eso, la fe es flexible, puede desarrollarse y, para ello, la experiencia tiene mucho que aportar a la razón y al sentimiento.

La salvación es aquí y ahora al conocer a Jesús de Nazaret, la luz que venía a alumbrar este mundo y esto tendrá una proyección en la eternidad. Por eso, estamos llamados a ser sal y luz, para que nuestra fe alumbre a otras personas para salgan de las tinieblas y vivan en la luz del evangelio y podamos configurar un pueblo en donde reine la libertad, la paz y el amor. Mientras eso llega, millones de personas son víctimas de la violencia, de la injusticia, del abuso de poder…, porque viven en tinieblas y no han conocido que un mundo mejor está a las puertas. Muchos ya están viviendo el infierno, no creen que nada peor les pueda venir; pero nosotros tenemos un mensaje vital para toda la humanidad que puede transformar nuestra manera de vivir porque la luz ha venido a este mundo para aclararnos que Dios es amor y que desea cambiar las cosas. Ahí radica nuestra esperanza, ahí está nuestro deseo, ahí se encuentra la vida eterna.

Han sido solo unas pinceladas a la luz del evangelio de Juan que, espero, nos ayuden a reflexionar sobre la salvación y la condenación, y lo trascendente que es una fe dinámica que es capaz de transformar las creencias del pasado en una nueva vivencia que aporte frescor a la iglesia que recorre la senda de la vida eterna.

Pedro Álamo | 26-9-2010

 

Pedro Álamo

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