Posted On 20/11/2011 By In Biblia With 1362 Views

Una pregunta, una respuesta

 

Respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros (Éxodo 3, 14).

Siempre me ha impresionado la escena de Moisés postrado ante la zarza ardiente del monte Horeb. No solo por la representación tan conocida que realizara en su día Charlton Heston en la película Los Diez Mandamientos, hoy ya un clásico del cine, sino por lo que el propio texto sagrado afirma. Las palabras de Dios que recoge nuestro texto responden a una pregunta muy especial formulada por el que andando el tiempo se convertiría en el gran Legislador de Israel: Cuando vaya a los hijos de Israel y les diga: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros, y me digan: ¿Cuál es su nombre?, ¿Qué les diré? Pregunta que nos obliga a nosotros a formular otras a nuestra vez: ¿tenía Moisés derecho a inquirir el nombre de Dios? Y en segundo lugar: ¿Estaba Dios obligado a responder? ¿Está realmente obligado el Creador del universo a responder a todas nuestras preguntas, siendo que muchas de ellas apuntan a realidades que escapan por completo a nuestra comprensión?

Lo realmente llamativo de la respuesta divina es que la fórmula YO SOY EL QUE SOY (ehyeh asher ehyeh, según el Texto Masorético hebreo), o simplemente YO SOY (ehyeh), puede entenderse como cualquier cosa menos como un verdadero nombre. Los intentos de explicarla que se han dado en el pasado, y se dan aún en nuestros días, son por otro lado cualquier cosa menos explicaciones reales del ser de Dios: El que es por sí mismo, el que causa el ser, el que es, ha sido y será, son hermosos títulos que tienen un gran sabor filosófico, casi aristotélico, pero que en realidad no significan nada para el creyente de a pie que somos tú y yo. De hecho, este tipo de aclaraciones etimológicas no hubieran significado nada para el fiel israelita del Antiguo Testamento, ni siquiera para Moisés, que tanto quería indagar e inquirir acerca del nombre de Dios, es decir, de la esencia divina.

Dios se revela en la zarza como EL QUE ES (o ÉL ES) en un trance crucial de la Historia de la Salvación: cuando entra en acción para liberar a un pueblo esclavizado; cuando se apresta a quebrar el látigo opresor; cuando ejecuta en un punto concreto del tiempo y del espacio su designio salvador. Dios es realmente EL QUE ES a partir del momento en que un pueblo, Israel, cuya dignidad como nación y como personas individuales se ve pisoteada de continuo, adquiere conciencia de que hay alguien que cuida de él, que se preocupa por él. En una palabra, que lo ama, y que está vinculado a él por una alianza muy antigua realizada con unos antepasados cuasi-míticos ya que habían vivido siglos atrás en otro país del que no se conservaban sino ciertos recuerdos idealizados. Dios aparece en la Historia Sagrada como EL QUE ES cuando los hebreos abren los ojos a una realidad que hasta aquel entonces les parecía imposible: ser una nación libre, con un destino, un proyecto de futuro, una promesa.

Son varios los especialistas actuales que nos dicen que el significado de la expresión EL QUE ES, materializada en el Sagrado Tetragrámmaton YHWH (la misteriosa designación Yahweh o Jehovah, que algunas versiones traducen simplemente como “el Señor” o “el Eterno”) implica en su origen una idea primigenia de fuerza, de poder. No deja de ser altamente instructivo que la primera revelación de ese poder en la historia se produjera en los episodios contenidos en el libro del Éxodo, es decir, en un clarísimo contexto de redención.

¿Tenía derecho Moisés a inquirir acerca del supuesto nombre o la esencia del Dios de sus padres?, nos preguntamos de nuevo. Habrá quienes dirán que sí, que es humano el ahondar en todas las áreas del conocimiento. Habrá quienes dirán que no, que es una pretensión blasfema. Sea como fuere, Dios le respondió. No porque estuviera obligado a ello. No porque se viera constreñido o forzado por el interrogante de aquel hombre temeroso, de aquel que con el tiempo despuntaría como un gran creyente. Simplemente lo hizo por amor hacia él, hacia aquel pueblo hebreo cautivo, hacia el conjunto de la humanidad pecadora, hacia ti y hacia mí como personas individuales. Y aquella extraña respuesta solo puede entenderse en clave de Salvación. Dios ES por naturaleza y esencia Salvador, Redentor, Rescatador, Libertador.

Las palabras del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob en aquella zarza ardiente alcanzan así su pleno significado y su más perfecta realización en la agonía de un hombre de Nazaret muchos siglos más tarde sobre un madero, en un montículo cercano a Jerusalén.

Juan María Tellería

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