Cuando uno habla sobre la vida de Bonhoeffer es por supuesto muy común que se plantee la pregunta respecto de si podemos, en el sentido estricto del término, hablar de él como un mártir. Después de todo, no cabe la menor duda de que no fue ejecutado por una sencilla confesión de fe en Cristo, ni tampoco por haberse involucrado en el trabajo de Caritas o Visión Mundial, sino por su participación en derrocar al gobierno nacionalsocialista. Es cierto que con sus manos no iba a derramar sangre, pero de todos modos parece dudoso que alguien sea declarado mártir cuando se lo ejecuta por participar –aunque fuere como asesor teológico- de un golpe de Estado. Otros se apurarán en defender la tesis contraria, y decir que cualquiera que es ejecutado por hacer cosas que le parecían estar implicadas de modo esencial en el seguimiento de Cristo, es un mártir. Es una posición como ésa la que ha llevado a que Bonhoeffer se encuentre entre los grandes mártires del siglo XX esculpidos en las afueras de la abadía de Westminster. ¿Quién tiene razón en esa discusión?
Mi tendencia espontánea es la de inclinarme por la primera opción: no le conferiría el título. ¿Estoy diciendo que se equivocó? ¿Que no debió involucrarse en la resistencia? No, de hecho creo –grosso modo- que actuó bien. Es más, creo que sus propias dudas podrían haber sido menores si hubiese estado más familiarizado con la tradición cristiana de reflexión sobre la resistencia a la autoridad tiránica. ¿Por qué no darle entonces el título de mártir? Muy sencillo: alguien puede morir por muchas cosas correctas y, sin embargo, no ser mártir. Si un soldado cristiano muere habiendo cumplido de un modo honesto con su vocación, tratando bien a los prisioneros de la nación a la que se enfrenta, dando palabras de aliento a los que lo necesitan, negándose a cometer actos de lesa humanidad, y siendo luego capturado por el enemigo y sumariamente ejecutado, ¿qué diríamos? Creo que a alguien tal lo podríamos llenar de elogios, pero dudo que lo llamaríamos un mártir. Tal vez debamos pensar en términos similares respecto de Bonhoeffer.
Y sin embargo, me entran dudas. El responsable de tales dudas es Hobbes. No que Hobbes me haya convencido de algo, sino por el contrario, veo el riesgo de estar demasiado cerca de Hobbes en lo que acabo de decir. Pues como todos los padres del pensamiento político moderno, él escribe toneladas de teología, y sobre el martirio escribe lo siguiente: “Quien para mantener toda la doctrina que extrae de la historia de la vida de nuestro Salvador y de los Hechos y Epístolas de los Apóstoles […] se oponga a las leyes y a la autoridad del Estado civil, está muy lejos de ser un mártir de Cristo, o un mártir de sus mártires. Solamente existe un artículo de fe de tal índole que morir por él merezca un nombre tan honorable, y este artículo es ” (Leviatán III, 42). Aquí tenemos el ejemplo clásico de limitación del título de mártir a los que han muerto por un artículo único de fe que se tiene por fundamental, y no por alguna de las consecuencias prácticas de dicho artículo de fe ni por el resto de la doctrina.
Pero esta limitación proviene precisamente de uno de los más grandes teóricos del estado totalitario y uno de los más grandes enemigos de una fe robusta. ¿Cómo no querer sostener la posición contraria? Pero sostener una posición contraria, como se puede ver por el texto citado, implica no sólo oponerse al totalitarismo, sino oponerse también a cualquier reducción del cristianismo a algo “práctico y sencillo”, con apenas un artículo de fe relevante. Hobbes y otros como él han, en efecto, influido en una doble dirección: por una parte en la conformación del Estado moderno, en sus muchas variantes liberales y totalitarias, pero por otra parte en la formación de un evangelicalismo carente de contenido, reducido a una sola doctrina: que Jesús es el Mesías (signifique eso lo que signifique en ausencia del resto del edificio doctrinal). Sospecho que muchas cosas cambiarían en nuestras discusiones si captáramos lo estrechamente unidas que están esas dos influencias de los teólogo-políticos del siglo XVII.
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