“Llevando paz y reconciliación a España”, proclamaba en su web oficial el pasado 14 de febrero desde Charlotte, Carolina del Norte, Estados Unidos, la poderosa Billy Graham Evangelistic Association (BGEA). Era el anuncio oficial en clave triunfalista de la exportación a España de la campaña My Hope (“Mi Esperanza”). Se trataba de “traer” a nuestro país al sin duda más famoso entre los predicadores vivos.
La convocatoria obedecía en origen a esa vieja fórmula eufemística del que organiza y lleva la batuta pero haciendo que digan que ha sido “invitado”. El gancho mediático, desde el comienzo de los preparativos, sería la emisión de tres programas evangelísticos en horario de máxima audiencia en una gran cadena de televisión nacional de la que no se facilitaba el nombre.
“Es hora de bendecir a España”, recalcaba el anuncio. Y la verdad es que buena falta hacía, pues ese día la noticia que más podían asociar los españoles con la paz, la reconciliación y las bendiciones de lo alto era la de la climatología: 33 provincias en estado de alerta por el temporal de nieve, lluvia y rachas de viento en 15 comunidades.
La fórmula My Hope (“Mi Esperanza”) consiste en implicar al mayor número de iglesias para la realización de reuniones en hogares de creyentes que invitan a vecinos y amigos para explicarles su fe de acuerdo a un guión evangelístico preparado por la BGEA y cuyo momento cumbre consiste en escuchar juntos un sermón histórico de Billy Graham con el gancho mediático de la televisión, o en su caso de manera más modesta con el pase de un vídeo.
Diez meses después de aquel 14 de febrero, esta noche llega al fin el “Día D”. Billy Graham “predicará” las tres próximas noches tres sermones históricos en otros tantos espacios pagados en televisión entre las 21,30 y las 22 horas.
Hasta aquí, la noticia era la presencia, si bien virtual, de Billy Graham, una de las diez personas más admiradas en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XXl y a cuya organización se le sigue resistiendo en el Viejo Continente, más critico con el evangelism business de grandes campañas de evangelización con predicadores ricos y famosos, que al otro lado del charco logran atraer a multitudes a estadios y grandes espacios públicos.
Pero el pasado lunes 21 de noviembre el personaje pasó a un segundo plano, pues la noticia dejó de estar en el contenido para pasar al continente al hacerse publico, al fin, el nombre de la cadena de televisión contratada a través de la cual los organizadores de “Mi Esperanza” emitirán los tres programas. Sin entrar en más detalles, en un ejercicio de buenismo evangélico, pongamos que la cadena en cuestión no destaca precisamente por su idoneidad como compañera de viaje en causas comprometidas con la reconciliación y la paz entre los españoles: Intereconomía TV.
“Las TV españolas cierran la emisión a Mi Esperanza“ [sic], alarmaba en la mañana del martes 22 el diario digital online Protestante Digital en un claro ejercicio del controvertido “arte” de presentar la realidad de tal manera que no arruine un “buen” titular: nueve palabras que más que lo que había pasado –que no existía trato cerrado con gran cadena alguna y que la única que aceptó la compra de especio publicitario fue Intereconomía–, reflejaban una interpretación ciertamente “particular” de los hechos.
Sí lo contarían ese mismo día por la tarde, si bien “de aquella manera” desde el punto de vista “institucionalmente correcto” de la Federación Protestante FEREDE, las diecisiete palabras del titular de Actualidad Evangélica: «’Mi Esperanza’ firma un acuerdo con Intereconomía TV para la emisión de los tres programas del proyecto”.
La realidad de los hechos, en las diez-doce palabras reglamentarias de todo buen titular de prensa venía a resumirse en que: “Los programas de evangelización con Billy Graham los emitirán en Intereconomía”.
Así las cosas, la inclusión como personajes “estrella” de dos famosos en los vídeos promocionales de “Mi Esperanza”, el futbolista Kaká y el cantante Juan Luis Guerra, tiene, detrás del relumbrón mediático, una doble lectura crítica.
Por una parte, la identificación de ambos personajes con los evangélicos españoles no pasa de ser teórica: al astro brasileño no se le conoce implicación con iglesia o entidad alguna de la capital; el astro dominicano, por su parte, dio un concierto en septiembre de 2008 en la Expoagua de Zaragoza el Día de Honor del Pabellón Evangélico y ni tan siquiera tuvo el detalle de acercarse a dejarse ver y hacerse la foto con los hermanos.
De oro lado, entre los “teloneros” nacionales de Kaká y Guerra que aparecen en los vídeos promocionales –por cierto, de una realización artística y técnica realmente espectacular; lo cortés no quita lo valiente– no hay ningún teólogo o historiador, ningún intelectual, científico o artista español fuera del modelo fundamentalista de creyentes entregados, acríticos.
El tema de fondo no es otro que los conceptos opuestos que sobre la práctica de la evangelización mantienen por un lado el protestantismo histórico en la Vieja Europa, más “sereno” y centrado en el testimonio del compromiso personal y la incidencia de la Iglesia en lo temporal y, de otra parte, la efervescencia de megacampañas de evangelización “a la americana” con grandes telepredicadores al frente de “eventos” en clave evangelical con gran despliegue mediático que ponen el énfasis en la espiritualidad individual.
Con todo, el trasfondo de “Mi Esperanza” es impecable en su planteamiento cristocéntrico: se resalta la figura de Jesús sin mención a iglesia alguna. Lástima que el desarrollo del guión mantenga en un segundo plano los testimonios nacionales en aras de la americanidad de una “franquicia” claramente diseñada con parámetros extraños a la cultura europea.
Alea jacta est. La cadena más enconadamente opuesta a lo que significan no solo Lutero y Calvino, sino tantos y tantos héroes anónimos de la fe a lo largo de la historia de la España Protestante, será la que a partir de ahora usen para “ubicarnos” a los protestantes españoles. En Charlotte, Carolina del Norte, no entenderán que pueda haber evangélicos que se desmarquen del “pensamiento único” y que antes de decir mecánicamente “amén” pongan en práctica la sacrosanta costumbre de la reflexión crítica.
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