«Entró el ángel a donde estaba ella y le dijo:
–Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Al oírlo, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué clase de saludo era aquél.
El ángel le dijo:
–No temas, María, que gozas del favor de Dios» (Lucas 1:28-30)
María se desconcierta ante el anuncio del ángel. Su desconcierto es comprensible: un ángel la invita a estar alegre (por lo general estos seres celestiales y los que pretenden serlo son muy serios y de figura circunspecta), le asegura que está llena de gracia (esto era normal en los sacerdotes varones, pero no en las mujeres laicas y jóvenes) y le confirma que Dios está con ella (bueno, de esto sí estaba segura María aún antes de la llegada del ángel).
«¿Qué clase de saludo es este?» pregunta ella con natural curiosidad. ¿Qué le está pasando a Dios? ¿Acaso ha decidido hacerse humano y usar su vientre para tal locura?
Sí, Dios había decidido humanizarse (Emmanuel: Dios con nosotros). Cualquiera se desconcierta ante tal confirmación y por eso, el mismo mensajero la anima a no tener miedo. «No temas, María, que gozas del favor de Dios».
Dios, en la persona de María, trastornó el mundo de las religiones. Ningún Dios había decidido tal cosa: ser humano. Todos había procurado ser cada vez más divinos y, por ende, más distantes del ser humano. Pero el Dios de María optó por la ternura de la encarnación y el riesgo de vivir entre nosotros. El evangelio de Juan lo explica así: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos contemplado su gloria…» (Juan 1:14).
A Dios lo hemos visto hecho carne y ahora camina entre nosotros. Aceptémoslo sin miedo: en lo humano anda el Señor.
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